La
quincena léxica del confinamiento: una contribución a la lectura de lexicones y
otras rarezas…
Seré
breve. Inicio hoy, y durante las dos semanas de confinamiento que tenemos por
delante, la divulgación de quince palabras de mi diccionario El tesoro olvidado (Breve diccionario de la elocuencia minimalista) con el fin
principal de entretener a quien lo necesite, divertir al abrumado y azuzar a
los inquietos lectores hacia la lectura de los diccionarios, que es actividad
placentera e ilustrada. He sido breve. Y sin más…
zorronglón,
na. adj. Aplícase al que ejecuta lentamente o con
repugnancia las cosas que le mandan.
Con
el cariño y la esperanza que los escritores ponen en el uso de palabras que no
pertenecen al habla común, introduje yo zorronglón
en mi otro Tesoro, el de Fermín Minar,
y aun a pesar de la difusión de la obra, no me consta que haya revertido al
pueblo aquella aportación, el reverdecimiento de una voz que, en el ámbito de
la educación al menos, es capaz de describir
casi hasta a un cuarenta por ciento del alumnado, a triste día de hoy,
claro, en que las autoridades académicas, de todas las ideologías, han perdido
el norte de lo que ha de ser la educación en nuestro país y la contemplan como
lugar de catequesis o de auxilio social, y todas, por halagar a los ignorantes votantes,
como un centro penitenciario donde recluir ad
nauseam a quienes requieren algo más que la escuela obligatoria para su
formación integral. Que zorronglón
lleve un zorro en sus entrañas parece contradecir el significado de la palabra,
ateniéndonos a la astucia y diligencia características del habilidoso ladrón de
ganado avícola y protagonista de diversas fábulas; pero, como en otras
ocasiones, ahí está la severa disciplina etimológica para buscarle explicación
a ese aparente contrasentido e indicarnos, de la sabia mano de Joan Corominas, el origen
onomatopéyico del lusismo zorrar,
‘arrastrar’, y de ahí a la dificultad de arrastrar un peso y hacerlo lentamente
ya hay un pequeño trecho que se salva sin ninguna dificultad. Lo maravilloso de
zorronglón es ese final: -onglón, que parece remitir a la dificultad de pronunciar con claridad,
como si a alguien que estuviera haciendo gárgaras se le exigiera de forma
perentoria una respuesta para cualquier pregunta, por banal que fuera. La
composición total de la palabra, así pues, indica bien a las claras no sólo la
repugnancia a hacer lo que a uno le ordenan, sino, en no pocas ocasiones, la
incapacidad intelectual para hacerlo de forma eficaz. “¡Estoy rodeado de
zorronglones! ¡Cómo es posible que nadie haya traído los deberes hechos!” “A
los zorronglones les es de aplicación el perspicaz aforismo de Emilio Pascual: Es posible que el olvido sea una forma
piadosa de la falta de voluntad”[1].
“En este país das con la vara del deber en tierra y te florecen los zorronglones
como las amapolas en primavera, pero sin la más mínima vergüenza…”
Me doy cuenta de que soy zorronglón a la hora de hacer la cama o de ir a comprar al Mercadona, siento una aversión más que estimable.
ResponderEliminarYo para cumplir el confinamiento que nos impone el gobierno, ¡pero no hay más cera que la que arde!
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