Quinta palabra, para la necesaria higiene que exige la convivencia...
lúa. f. Especie de guante hecho de
esparto y sin separaciones para los dedos, que sirve para limpiar las
caballerías.
He aquí una de esas palabras que por sí
sola justificaría esta obra. Lúa es
una doble metonimia que, procedente del gótico, en el que significaba ‘palma de
la mano’, designa ese objeto cotidiano que ocupa su puesto embellecedor en
todas las duchas del país, pues es la forma más barata de peeling, o desescamación celular, que usan las mujeres de este
país, quienes no dudan en mortificarse cada mañana con ese guante de enérgica
tortura. Lúa sustituiría, con
absoluta propiedad, la manopla de esparto a la que nosotros, de forma
eufemística, llamamos “guante de crin”, como si estuviese hecha de la crin de
los caballos, en vez de servir, como sirve, para limpiarles a ellos. O sea, que
lo llamamos “guante de crin” para “embellecer” el producto y no establecer una
analogía que acabaría probablemente con su venta, por más que el caballo y la
yegua sean animales reputadamente hermosos que gozan de la admiración general,
y que aun han inspirado fantasías en las que aparecen como seres superiores a
los hombres, como es bien sabido, aunque poco leído. Lúa, por otro lado, el de su sonoridad, tiene un sí se aprecia qué
de eco luso que envuelve en dulzura la palabra y, más aún, el efecto del
quehacer higiénico que con su referente se realiza. “Yo me froto cada día con
la lúa y me quedo como nueva: no sabría prescindir de ella”. “La aspereza de la
lúa es la mejor medicina para despertar al cuerpo”. “Si los hombres usaran más
la lúa no serían tan blandengues y de mírame y no me toques, que lo son y
mucho, aunque muchos de ellos parezcan tan brutos”. “Te lavas con la lúa y
parece que, como las serpientes en época de muda, salgas de la ducha con una
piel nueva”. Lúa, en definitiva, es
palabra que debería figurar en todas las droguerías de forma obligatoria. Y aun
algún avispado fabricante de las benéficas manoplas podría aprovecharse del
nombre para una campaña comercial que reivindicara las bondades de tan modesto
instrumento de belleza, la nobleza vegetal del esparto y la eufonía de su
nombre propio. De lo que estoy convencido es de que, así que comencemos unos
pocos a usarla, la palabra –el objeto sólo es apto para mujeres y tipos duros,
los fílmicos tough guys
testosterónicos... –, se irá extendiendo hasta asentarse en el idioma actual en
muy breve lapso de tiempo.
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