viernes, 20 de marzo de 2020

Lúa. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras...


Quinta palabra, para la necesaria higiene que exige la convivencia...


lúa. f. Especie de guante hecho de esparto y sin separaciones para los dedos, que sirve para limpiar las caballerías.
         He aquí una de esas palabras que por sí sola justificaría esta obra. Lúa es una doble metonimia que, procedente del gótico, en el que significaba ‘palma de la mano’, designa ese objeto cotidiano que ocupa su puesto embellecedor en todas las duchas del país, pues es la forma más barata de peeling, o desescamación celular, que usan las mujeres de este país, quienes no dudan en mortificarse cada mañana con ese guante de enérgica tortura. Lúa sustituiría, con absoluta propiedad, la manopla de esparto a la que nosotros, de forma eufemística, llamamos “guante de crin”, como si estuviese hecha de la crin de los caballos, en vez de servir, como sirve, para limpiarles a ellos. O sea, que lo llamamos “guante de crin” para “embellecer” el producto y no establecer una analogía que acabaría probablemente con su venta, por más que el caballo y la yegua sean animales reputadamente hermosos que gozan de la admiración general, y que aun han inspirado fantasías en las que aparecen como seres superiores a los hombres, como es bien sabido, aunque poco leído. Lúa, por otro lado, el de su sonoridad, tiene un sí se aprecia qué de eco luso que envuelve en dulzura la palabra y, más aún, el efecto del quehacer higiénico que con su referente se realiza. “Yo me froto cada día con la lúa y me quedo como nueva: no sabría prescindir de ella”. “La aspereza de la lúa es la mejor medicina para despertar al cuerpo”. “Si los hombres usaran más la lúa no serían tan blandengues y de mírame y no me toques, que lo son y mucho, aunque muchos de ellos parezcan tan brutos”. “Te lavas con la lúa y parece que, como las serpientes en época de muda, salgas de la ducha con una piel nueva”. Lúa, en definitiva, es palabra que debería figurar en todas las droguerías de forma obligatoria. Y aun algún avispado fabricante de las benéficas manoplas podría aprovecharse del nombre para una campaña comercial que reivindicara las bondades de tan modesto instrumento de belleza, la nobleza vegetal del esparto y la eufonía de su nombre propio. De lo que estoy convencido es de que, así que comencemos unos pocos a usarla, la palabra –el objeto sólo es apto para mujeres y tipos duros, los fílmicos tough guys testosterónicos... –, se irá extendiendo hasta asentarse en el idioma actual en muy breve lapso de tiempo.

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