viernes, 5 de marzo de 2021

«Anatomía de un Dandy», de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega: Umbral o la casa herida.

 


 Cruzar los Umbrales enmascarados nos lleva al centro del laberinto donde late una herida, la herida: una ausencia irremediable y fatal, mortal y rosa… 

Título original: Anatomía de un Dandy

Año: 2020

Duración: 90 min.

País: España

Dirección: Charlie Arnaiz, Alberto Ortega

Guion: Óscar García Blesa, Emilio González, Álvaro Giménez Sarmiento

Fotografía: Luis Ángel Pérez

Reparto: Documental, (Voz: Aitana Sánchez-Gijón) (intervenciones de: Francisco Umbral, María España Suárez, Raúl del Pozo, Juan Cruz, Manuel Jabois, Pedro J. Ramírez, Ángel Antonio Herrera, Antonio Lucas, David Gistau, Victoria Vera, Ramoncín).



[Traigo de El Ojo Cosmológico a este Diario la critica de un documental sobre Francisco Umbral, dada la indole literaria del mismo y para poder ponerlo en relación con las dos obras aquí criticadas: Leyenda de un César visionario y Las ninfas.]  



       

                             Llegué tarde al Umbral novelista, a pesar de ser tan prolífico y de la polémica que en el 77 despertó ¡el título! de su obra La noche que llegué al Café Gijón, porque los puristas decían que había de escribirse la preposición «en» precediendo al relativo. En aquella juventud ignorante mía poco más se me quedó de aquella exploración de la memoria. Umbral, entonces, era, para mí y para muchos, el Umbral de las negritas de El País, un cronista de sociedad con verbo valleinclanesco y muy mala leche, aunque con un excelente ojo clínico para radiografiar la época. Umbral era una figura antigua: de salones literarios, conjuras de redacciones y exhibiciones wildeanas de dandismo de capa española o abrigo de astracán. Umbral fue siempre, un «muchachito de Valladolid» con ganas de «comerse el mundo» y sentar plaza de escritor reconocido y celebrado. Las ninfas, que leí no hace mucho, es algo así como la crónica de la despedida de la «provincia», de igual manera que La noche que llegué al Café Gijón es la crónica del encuentro con su «destino».

         El documental toma el título de su libro sobre Larra, un referente indiscutible para cualquiera que quiera convertirse en un periodista que vaya más allá de la noticia y aspire a detectar el pulso de una época y sea capaz de radiografiarla del modo más elocuente y lúcido posible. Que fuera amparado por Delibes en El Norte de Castilla y luego avalado por él para su aventura madrileña nos habla de un auténtico profesional del periodismo que aspira, sin embargo, a convertirse en escritor celebrado, teniendo, como tenía, muy cercano el ejemplo de Camilo José Cela, quien lo ayudó en sus comienzos para que le fueran publicadas sus primeras novelas.

         Un documental biográfico es un género muy frecuente, pero construirlo con los materiales precisos para seleccionar lo esencial no está al alcance de todos cuantos frecuentan dicho género, y a veces, sobre todo por la selección de los invitados, puede haber alarmantes descensos de nivel. No es el caso. Cualquier espectador que lo vea tendrá una acabada imagen del escritor y es posible que incluso le resulten novedosas algunas revelaciones que solo muy recientemente fueron conocidas, como sus orígenes familiares y, sobre todo, la visión del lado familiar de Umbral antes, durante y después del nacimiento, desarrollo y muerte de su hijo «Pincho», quizás la parte más dolorosa y humana del documental, una fatalidad que marcó desde muy temprano la vida del escritor, pues el hijo muere en 1974, a los seis años de edad. El desengaño, el acerbo nihilismo del autor lo lleva a crear un personaje, ese que acabará siendo uno de los ejes de la vida mediática de este país, el archiclásico  personaje del «Yo he venido aquí a hablar de mi libro», en la célebre entrevista en televisión, entonces la única. La glaciación que sufrió el autor a resultas de la muerte de su hijo lo congeló en una imagen estereotipada a la que, sin embargo, logró, por sus propias capacidades intelectuales, extraerle un rendimiento extraordinario, en término de posición social y literaria. Con todo, las varias caras de Umbral se ven con claridad en el documental y todos podemos comprobar, más allá de la figura pública, la existencia de un profesional de la Literatura que trabajaba con rigor y perseverancia, lo que se sumaba a las dotes innatas que le permitieron realizar una obra que se ha ido revalorizando con el tiempo.

         La presencia de su mujer España Suárez, que fuera fotógrafa de El País, tiene un valor histórico irreemplazable, y todo lo relativo a la relación de «Paco» con su hijo y con la tragedia sufrida logran emocionar al espectador, porque esa faceta hogareña y de padre dedicado al «hijo», una vida que iba mucho más allá de la mera descendencia tanto para ella como para él, y, por lo visto en el documental, la criatura era un auténtico cascabel que podía colmar plenamente las expectativas de sus padres.

Umbral no solo quería ser escritor, sino también «leyenda». Valle Inclán  dijo en una ocasión que él no escribía en gallego porque ser el primero en la lengua del terruño era demasiado fácil, que él lo que quería era competir con cuatrocientos años de gloriosa literatura española. Umbral, sin esa megalomanía de don Ramón, pero teniendo presente que Madrid ha sido el centro de una Literatura tan importante como la española, aspiró siempre a dejar la impronta de su persona y, por supuesto, de su obra. El retrato de Umbral con su bufanda, su abrigo largo de astracán, la melena al viento, las largas patillas a punto de ser de hacha y las gafas cuadradas como dos grotescas y diminutas pantallas de televisión ha quedado para siempre, ¡inconfundible! Pero también su figura de periodista innovador y leidísimo, siguiendo la estela de su amado Larra. No solo por sus famosas negritas y por sus crónicas de la «Movida» y de una sociedad, como la madrileña, en permanente ebullición desde el 78, arrebatándole a Barcelona la capitalidad cultural de España, o por sus artículos biográficos de escritores que culminaban una tradición, la de las biografías que escribiera Ramón Gómez de la Serna, con quien también tiene Umbral no pocos puntos de contacto.

Como reciente aficionado a su obra —lo primero que he hecho después de ver el documental es ir a comprar Mortal y rosa, por supuesto—, me ha llamado poderosamente la atención que no apareciera ni siquiera citada una obra suya que para no pocos críticos pasa por ser su obra maestra, me refiero a Leyenda del César visionario, sobre la figura de Franco, los escritores falangistas que apoyaron el Movimiento Nacional y sobre la terrible España ultramontana que estaba gestando esa rebelión contra la Segunda República. Umbral ha acabado creando un estilo propio, pero muy cercano a los dos grandes referentes de su obra: Valle Inclán y Cela. Su envidiable capacidad de penetración en el pulso de una época, además del uso y abuso de la temeridad en los juicios históricos y personales de las grandes figuras del pasado y del presente, una iconoclastia propia del «muchachito de Valadolid» que ha de destronar a sus predecesores para ocupar su propio espacio, tienen en la novela sobre Franco y lo que tímidamente comenzaba a ser el franquismo una verdadera joya literaria que satisfará a los intelectores más exigentes.

La sabia combinación de las fuentes documentales y la presencia de testimonios vivos, salvo el malogrado periodista David Gistau, permiten componer un retrato acabado del escritor. Para muchos espectadores, repasar la vida de Umbral constituye un ejercicio de autobiografía, porque, por lejos que se estuviera de su obra seria o periodística, ¡no menos seria!, Umbral ha sido lo que todos entendemos como «personaje público» mucho antes de que estallara esta sociedad mediática y mediatizada por el éxito a cualquier precio y sin ninguna virtud, justo lo contrario de lo que él representó; su figura, sus salidas de tono, sus desplantes, sus transgresiones, su dandismo en tiempos de mediocridad, etc. nos han acompañado a muchos a lo largo de nuestra larga vida. Este documental, sin embargo, tiene la virtud de abrirnos de par en par la exacta dimensión de la herida íntima que transformó su vida, para bien, para mal y para disfrute o aborrecimiento del público al que todo lo daba y al que nada debía. Las imágenes patéticas de su final son el contrapunto de las soberbias de su época triunfal, pero ambas son máscaras, enseguida se advierte y él lo reconoce, de otro Umbral, íntimo y herido, que todos los espectadores podemos contemplar con sobrecogimiento y una compasión que, imagino, jamás aceptó de nadie. ¡Cómo resuena aún esa reacción humana suya cuando alguien quiere consolarlo diciéndole «Si Dios lo ha querido…» y a él le sale de las entrañas el «Pues muy hijo de puta Dios, ¿no?»!

En definitiva, un acercamiento honesto y riguroso a una figura clave de la España del postfranquismo y el estallido democrático del 78. Descanse en paz. Se le lea en paz.