jueves, 8 de agosto de 2019

«Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo habidos», de Pero Tafur


Firma de Pero Tafur


El primer libro de viajes de la literatura española: un recorrido por Asia Menor y Europa, inédito hasta 1874: Las andanzas y viajes… de Pero Tafur, un observador minucioso en un delicioso castellano arcaico.

En esta época de turismo masivo, en la que cada hijo de vecino se considera poco menos que un Marco Polo dispuesto a darte la tabarra con la narración de sus viajes de verano, proyección de fotos incluida, pocos serán los que elijan, como mi menda leyenda, adentrarse en la narración de un prototurista, Pedro Tafur, que recorrió media Europa y Asía Menor, viaje del que dejó relación escrita en un libro escrito, según el estudioso Rafael Bertrán1, unos quince años después de haberlo hecho, en 1454, y del que a buen seguro debió de tomar abundantes notas, habida cuenta del nivel de detalle de cuanto relata en su texto: nombres, lugares, hechos, costumbres, tradiciones, mitos, etc. El ilustre académico Marcos Jiménez de la Espada lo publicó en 1874 haciéndose la impresión. á costa de nuestro inolvidable tío el Marqués de la Fuensanta del Valle, en el tomo octavo de la «Colección de libros españoles raros ó curiosos». O sea, que desde su llegada a la imprenta para solaz de los lectores, el relato de Tafur entró por derecho propio en ese cajón de sastre de los libros «raros o curiosos», aunque en esa clasificación se justificaba su presencia entonces. Hoy, sin embargo, estaría justificada su presencia en los nutridos estantes de los libros de viajes, un género que va aumentando de forma espectacular el número de volúmenes y el de lectores, a medida que se sigue popularizando no solo el turismo de masas, sino también el más atrevido de aventura, con viajes insólitos a lugares remotos. Ser un viajero o un turista no implica, necesariamente, que se tenga la habilidad necesaria para poder después relatar de forma amena e interesante aquello que se ha conocido y vivido, y ahí los verdaderos creadores están en relación inversa a la del aumento de viajeros: de cien mil que viajan apenas uno es capaz de encandilar a los oyentes con el relato de lo vivido; el resto estamos condenados a enhebrar tópicos tras tópicos hasta el aburrimiento final de nuestra audiencia. Dejo de lado los autores de viajes imaginarios, de quienes es conocida su habilidad para captar la atención de los lectores u oyentes. De hecho, Emilio Salgari podría entrar en esa categoría con todos los honores; del mismo modo que entró en el XVII Cyrano de Bergerac con su Historia cómica de los Estados e imperios de la Luna o Jonathan Swift con Los viajes de Gulliver. El libro de Tafur, que bien puede ser considerado el primer libro de viajes de nuestra literatura en lengua castellana, aunque los estudiosos nos hablan, al menos de cuatro libros que reclaman ese «honor»: La Fazienda de Ultramar, de mediados del XII, una suerte de guía de peregrinos a Tierra Santa y que bien pudo haber tenido presente Tafur al escribir el suyo, dada la atención que le presta al recorrido por los Santos Lugares; el Libro del conosçimiento de todos los reinos e tierras e señoríos que son por el mundo, escrito hacia 1350 por un franciscano anónimo, y La embajada a Tamorlán, de Ruy González de Clavijo. Como resume López Estrada (1981: 245), según recoge Rafael Beltrán en su estudio sobre los primeros libros de este género en nuestra literatura: el libro aún conserva el frescor y la gracia de la obra de un primitivo de la literatura: su esfuerzo por captar la vida cotidiana, aún en los aspectos asombrosos que se presentan en el viaje, nos lo sitúan en la corriente estética del arte gótico en su vertiente realista. La embajada de González de Clavijo presenta un problema de autoría que aún no ha sido resuelto y es muy posible, al decir de los expertos, que varias manos hayan acabado entrando en su confección. El siguiente en la lista cronológica es ya el de Pero Tafur, y aquí sí que no hay duda de la autoría, algo que la coherencia estilística de todo el texto demuestra sobradamente, pero, además, es el primero en el que la decidida voluntad testimonial objetiva se antepone a cualesquiera otras motivaciones que haya podido tener el caballero cordobés que empleó tres años de su vida en el periplo que lo llevó por la mayor parte de Europa, Turquía, Palestina, Arabia, Egipto, etc. Recordemos, a título anecdótico, y por su relación con nuestra historia literaria que Pero Tafur fue, en 1476, uno de los caballeros que acudió a sofocar la rebelión de Fuente Ovejuna contra el Comendador de Calatrava, amigo suyo y a quien dedicó su libro, tomando posesión de la villa en nombre de Córdoba, una historia más cercana a las luchas de poder que a la versión dramatizada sobre la honra que haría Lope siglos después. Es posible que para el lector moderno no enamorado de nuestros clásicos o de los estadios primitivos de nuestra lengua pueda resultar algo abusivo el uso permanente de la estructura copulativa para la formación de las frases, como si estuviéramos aún en las Partidas de Alfonso X, pero se trata de un uso engañoso, porque el autor es capaz de desarrollar descripciones y aun breves relatos con mucha mayor agilidad de lo que el limitado recurso sintáctico hace prever. Otra cosa es la lengua aun en formación que usa el autor y cuyo repertorio de topónimos, por ejemplo, tanto dista del nuestro actual, o ciertos usos que, aun siendo parte del diccionario hoy, han caído en desuso, como:  E allí posamos el día de Pascua de Cinquesma, nuestra actual Pascua de Pentecostés, aunque «cincuesma» figura en el DRAE con todos los honores de su veteranía… Para tratarse de uno de nuestros primeros libros de viaje, tuvimos la suerte de que Pero Tafur fuera no solo una persona curiosa y con notable capacidad de percepción, sino un atento observador de la realidad material y social de la época, de modo que de sus observaciones se puede levantar un mapa muy aproximado de cómo era la vida cotidiana, la cortesana y la popular en aquel siglo XV tan lejano. Su atención no sufre limitaciones, y su espíritu abierto a toda novedad, por más que pudiera repugnar sus propios principios o pensamientos, nos permite tener noticia fidedigna de unos hechos y unas costumbres que no excluyen ni siquiera lo maravilloso. El nivel detallista de sus observaciones desciende incluso al precio de los bienes o los servicios, y convierte a su libro, por lo tanto, en una fuente de primera mano para los historiadores, aunque en modo alguno da la impresión de que el autor tenga presente esa función «notarial» a la hora de escribir su libro, sino que lo guía ofrecer un relato de «maravillas» exóticas y fuera del alcance de la mayoría de lectores que lo leyeran. De alguna manera, y ese es privilegio de los intelectores, me he acercado al relato de estas aventuras con la misma candidez con que se hubiera acercado un lector de la época del autor, máxime cuando no he estado sino en muy pocos de los lugares que él visito, lo cual me ha permitido disfrutar de lo lindo. Esta lectura me ha traído a las mientes la epifánica que hice del Viaje a Turquía, de Cristóbal de Villalón -aunque Bataillon empeña su prestigio en atribuírselo a Andrés Laguna-, y no andan muy distantes las sensaciones que tuve entones con las que me ha deparado esta última del encantador librito de Tafur. Y vayamos ya, sin más demora, a espigar algunas impresiones de ese viajero auroral de nuestra literatura. Lo primero que nos llama la atención de este libro es el castellano vacilante que usa Tafur, con unas denominaciones geográficas aun no fijadas e incluso con unas grafías aún más vacilantes si cabe, todo lo cual dota al volumen de una dimensión lingüística apasionante para quienes son sensibles a los estadios primitivos de las lenguas. La edición que he leído ha normalizado en castellano moderno buena parte del texto, en vez de haber hecho una edición respetuosa con los usos primitivos, pero, aun así, han respetado no pocos de ellos que, desde el inicio del libro nos sorprenden: A éste llaman Gibralfar; ciudad muy mercadantesca, leemos nada más empezar el periplo. Tafur debió de ser un hombre sin enemigos, a juzgar por los constantes elogios que le dedica a cuantos lugares visitó, e incluso tiene una «fórmula» de halago que se va repitiendo a lo largo de la obra y que tiene en la descripción de Brujas -aunque sea iniciar el camino casi por el final-su más acabado ejemplo: Esta ciudad de Brujas es una gran ciudad muy rica e de la mayor mercaduría que hay en el mundo, que dicen que contienden dos lugares en mercaduría, el uno es Brujas en Flandes en el Poniente, e Veneza en el Levante. (…) Esta ciudad de Brujas en el condado de Frandes e cabeza dél es gran pueblo, e muy gentiles aposentamientos e muy gentiles calles, todas pobladas de artesanos, muy gentiles iglesias e monesterios, muy buenos mesones, muy gran regimiento ansí en la justicia como en lo demás. (…) Esta ciudad de Brujas es de muy gran renta e de gente muy rica.(…) La gente de esta tierra es de gran pulicía en el vestir e muy costosa en los comeres e muy dados a toda lujuria; e dicen que en aquella Hala habían libertad las mujeres que querían, fuese quien se pagase de ir de noche a estar allí, e los hombres que allí iban podían traer a quien quisiese a echarse con ella, por condición que non se trabajase por las ver nin saber quién son, que merescía muerte quien tal feciese; e a los convites de los baños los hombres con las mujeres, por tan honesto lo tienen, como acá visitar los santuarios; e sin duda, aquí gran poder tiene la dehesa de la Lujuria, pero es menester que non les venga hombre pobre, que sería mal rescebido. El itinerario de Tafur lo lleva a Génova (Génova (…) la más fermosa ciudad del mundo de ver; a quien non la conosce paresce que todo es una ciudad, tan poblada es e tan espesa de casas. (…) La iglesia mayor, que se llama San Juan Lorence, muy notable, especialmente a portada; aquí tienen ellos el Santo Vaso, que es de una esmeralda maravillosa reliquia. Esta ciudad con todo su patrimonio se rige a comunidad)  Tafur pone el acento en el régimen comunitario del gobierno de Génova, es decir, está atento a formas de gobierno distintas de la monarquía absoluta y, por otro lado, destaca cuantas reliquias famosas se va encontrando, frente a las que, en alguna ocasión da, con sano juicio, sobradas muestras de incredulidad, lo que nos permite trazar un retrato del autor como persona con notables dosis de sentido común. Adviértase lo que dice cuando visita la iglesia principal de Nieremberga: Aquí está una iglesia donde el Emperador Carlo Magno puso las reliquias que trajo de Ultramar, cuando ganó a Jerusalem; e fui allí con los cardenales a ver aquellas reliquias e mostráronnos muchas, entre las cuales nos mostraron una lanza de fierro tan luenga como un cobdo, e decían que aquella era la que había entrado en el costado de Nuestro Señor; e yo dije cómo la había visto en Constantinopla, e creo que si los señores allí nos estuviera, que me viera en peligro con los alemanes por aquello que dije… En el recorrido que el autor hace por Italia son muy dignas de leer las noticias curiosas con las que el autor ameniza su narración, principalmente tienen que ver con los monumentos que aún hoy nosotros admiramos en nuestros viajes, como las relativas a la Iglesia de San Pedro: Un poco más adelante están dos columnas grandes de fuera encayadas de madera, donde meten a los que son tocados de los espíritus; e éstas son donde Nuestro Señor predicaba al pueblo en Jerusalem; en frente déstas está colgada la soga o cuerda de que se aforcó Judas, que es tan gruesa como el brazo o más; pero también tienen cabida, ¡afortunadamente!, cierto aspectos propios del viaje como la dificultad intrínseca de algunos desplazamientos en aquella época como es el caso del transporte fluvial desde Boloña:  E partí para Ferrara todavía por aquella rivera que dije que pasa por Boloña; e es tan angosta, que non cabe más de una barca, e si otra le viene en contra, es forzado de sacar la una en tierra. Esta agua se yela cada noche de muy grueso yelo, e acostumbran los de las aldeas tener barcas la carena ferrada de cravos agudos , e ellos con palancas ferradas agudas, de media noche abajo, andan por la rivera  quebrando los yelos, por facer camino a los que pasan; e salen los niños cantando, diciendo: «buena chaza», que quiere decir: buena helada. Del mismo modo que luego recorrerá los Lugares Santos en Jerusalem, uno por uno de todos cuantos son hoy en día un reclamo turístico y rutístico para los cristianos de todo el mundo, no deja lugar de Roma sin visitar que tenga un interés para los lectores, sea por su conexión histórica, sea por lo inverosímil de la reliquia que se guarde en ellos. Atentos a estos dos:  La primera mezcla la Historia de Roma y la Cristiandad: Una iglesia muy antigua, que llaman Escala Celi, debajo de la cual está un gran aposento e bóveda so tierra, e allí algunas veces los romanos tenían consejo, e allí fue muerto Julio César por mano de Casio e Bruto. (…) E junto con ella está una iglesia que llaman Santa Précidis, donde está la mitad de la coluna en que fue azotado Nuestro Señor, e allí está el cuerpo del bienaventurado San Gerónimo -precisamente cuando investigadores del CSIC acaban de descubrir que Julio César fue asesinado en la Curia de Pompeyo-: y la segunda: En esta ciudad de Gubio están muchas reliquias, entre las cuales está el dedo de la mano derecha de San Juan Bautista con que él señaló: ecce agnus Dei. Como se advierte -o quizás es una connotación que sobrepongo yo al texto- hay como una suerte de deje burlón de Tafur que se recrea en la minuciosidad de los datos, a sabiendas de la inverosimilitud radical de algo, las reliquias y las supersticiones, a lo que solo empezará a hacer frente la Iglesia en el siglo XVIII, como Feijoo en su Teatro Crítico Universal, por ejemplo. Tras pedir autorización al Papa para ir a visitar los Santos Lugares, Tafur continúa viaje por Grecia y llega hasta  el puerto de Modon en el Peloponeso,  ciudad de paso de todos los peregrinos que iban a Jerusalén, pero aunque esté de paso, no pierde el tiempo y visita un monesterio muy notable de calogueros de San Basilio, que nosotros los latinos llamamos monjes. (…) e lleveles pescado, que jamás ellos según su regla non comen carne. [καλόγερος, «monje» en griego, es como se llama a los monjes del Monte Atos en Grecia.]. Después pasa por la Candia, en Creta, aunque Tafur confunde ambas denominaciones: Candía, que antiguamente se llamaba Creta, do fue rey Agamenón. (…) La ciudad de Candía es muy grande e de grandes edificios; dicen que tres millas de allí está aquel laberinto que fizo Dédalo, e otros muchos antiguos; (…) allí en cierto tiempo del año vienen de paso tantos falcones sacres, que apenas fallan quien los compre. Para tener una idea del floreciente negocio que era la venta de halcones, piénsese que, actualmente, en los Emiratos Árabes Unidos, un halcón sacre cuesta unos 50.000€. La extensión de la visita a los Lugares Santos, motivo central del viaje de Pero Tafur nos impide traer a esta invitación a la lectura de la obra, tantísimas referencias como en el libro aparecen. Espigo estas, a título de ejemplo de lo mucho que el lector curioso puede encontrar en el volumen: El Santo Sepulcro, el cual es una gran capilla muy alta cubierta de plomo, encima  della un gran agujero por donde entra la lumbre, e en medio de aquella una capilla pequeña. E en aquella capilla otra más pequeña, e allí es el Santo Sepulcro; tan estrechamente está, que non cabe en ella sinon el que dice la misa e otro que sirve; allí fecimos nuestra oración e partimos ordenadamente con la procesión al monte Calvario, do fue crucificado Nuestro Señor, que será doce o quince pasos de allí, e es una peña alta cubierta de una capilla labrada de musaico muy ricamente; allí está el agujero en la peña donde fue puesta la cruz de Nuestro Señor e los otros dos agujeros de los ladrones. Se desplazo a Belén donde se amontonan los referentes «santos» de un modo que parece querer comprimirlos para abarcarlo todo en el menor tiempo y espacio posibles: E fuimos a Belleem, que es cinco leguas de allí, e allí nos mostraron, en saliendo, una capilla donde les tornó a parecer el estrella a los tres Reyes Magos, e cuando una legua delante fallamos la casa del profeta Elías. (…) e nos metieron luego en una capilla baja sotierra, a donde Nuestro Señor nasció; e luego allí cerca está el pesebre, e a la salida de aquella cueva el lugar donde fue circuncidado; e de allí fuimos a las cuevas do fueron enterrados los Inocentes, e allí está la casa en estas cuevas donde San Jerónimo trasladó la Brivia. El atrevimiento del viajero  Tafur se parece mucho al de los  viajeros actuales que tratan a toda costa de entrar incluso donde les está vedado el paso por razones religiosas, políticas o de otro tipo, y de ahí su empeño en querer ver el Templo de Salomón por dentro: Que le daría dos ducados e me metiese aquella noche a ver el templo de Salomón, e fízolo así; e a una hora de la noche yo entré con él vestido de su ropa e vi todo el templo, el cual es una nave sola toda de oro musaico labrada, e el suelo e paredes de muy fermosas losas blancas, e tantas lámparas colgadas, que paresce que se juntan unas con otras, e el cielo de arriba todo llano cubierto de plomo (…) si yo allí fuera conocido por cristiano, luego fuera muerto. Este templo pocos días ha que era iglesia sagrada, e un privado del Soldán fizo tanto con él que la tomó e fizo mezquita. El libro está abarrotado de referencias bien comunes para quienes tuvimos la suerte de estudiar Historia Sagrada en el Bachillerato, pero con algunos cambios curiosos. Así, Hericó, que es una aldea de fasta cien veinos o el monte Tabor, donde Nuestro Señor se transfiguro, e dice que es allí el val de Hebrón, donde están las sepolturas de Adán e de Eva, pasando por esa hermosa manera de llamar al mar Rojo que sepulto a Faraón y sus huestes: El mar Bermejo. En Nicosia, le llamó la atención la figura de la hermana del rey, que gobernaba con él con absoluta propiedad, siendo mujer:  Llegó a mí un escudero de madama Inés, hermana del rey Ianus, que me enviaba llamar. (…) Esta señora era muy noble, e nunca casó, seyendo moza virgen, e siempre estaba en el consejo del Rey, e por su voto se regió las más veces el reino; sería de edad de cincuenta años. He de decir que Pero Tafur llevaba cartas de recomendación para  casi todas las casas reales, a juzgar por la manera fácil como accede a todos los mandatarios allá donde llega. Está comprobado, al parecer, que, al margen de la visita a los Lugares Santos, Tafur también negociaba cuando se desplazaba de un reino a otro, fuera como actividad suya habitual, fuera como fuente de financiación para los tres años que duró su viaje, durante el cual en ningún momento parece que pase necesidad alguna y en todos ellos es recibido por las más altas jerarquías de los territorios que visita. Tafur extendió su peregrinaje a Egipto y llegó al puerto de Damiata, en la parte derecha de la desembocadura del Nilo, opuesto a Alejandría que, en la parte izquierda, consiguió disminuir la importancia de la primera que Tafur describe con entusiasmo. Lo importante es la noticia que da del uso de las palomas mensajeras, desconocido entonces en España, quiero creer, dada su sorpresa: Llegamos a puerto de Damiata, donde el río Nilo, que procede de Paraíso terrenal, entra en el mar Mediterráneo, e allí entramos por la rivera fasta la ciudad de Damiata, que es legua e media, que será tamaña como Salamanca, abundosa de pan e de uvas y de toda fruta, e más de azucarales, ciudad llana e desmurada e sin castillo, muy caliente en demasiada manera, posadas muy frescas, tantas comadrejas por las calles e por las casas, que hay más que acá  en las partes donde hay muchos ratones. Allí vi las primeras palomas que traen la carta en una pluma de la cola; esto se face llevándolas del lugar donde son criadas a otra parte, e poniéndole la carta suéltanla e tórnase a su lugar; esto se face por saber presto las nuevas de las gentes que vienen por la mar o por la tierra, que non les tomen desproveídos. La atención de Tafur, como ya dijimos, se fija en todo, desde las personas hasta las cosas pasando por los lugares y las costumbres. Veámoslo en tres ejemplos muy distintos: E dijéronme que aquellos son los mamalucos, que acá llamamos elches renegados, una gran muchedumbre de gente, e esto son los que el Soldán hace comprar por sus dineros en el mar Mayor e en todas las provincias donde los cristianos los venden. La presencia de los esclavos, con la dispensa papal incluida para poder comprarlos que tenían los cristianos, y de hecho, Tafur se volvió con tres para Córdoba, aunque más adelante volveremos sobre este asunto del tráfico de seres humanos. El otro ejemplo es el de los presentes, como la ropa, la vajilla o las armas:  Este día me dio el Soldán una ropa que él suele dar en señal de vasallaje al rey de Chipre, la cual era de acitimí verde e colorado labrada de oro, e forradas las muestras de armiño. Acitimí, según el arabista Reinhart Dozy, es una tela adamascada de terciopelo o satén verde… Del árabe zaytün, «aceituna». El tercer ejemplo es la visita que hizo Tafur a Matarea, la actual Al Matariyah,  unos 150 km de El Cairo, lugar donde, según la tradición, vivió en Egipto La Sagrada Familia:  Un día cabalgamos en amanesciendo e fuimos a la Matarea, que es donde se hace el bálsamo. (..) La Matarea es una gran huerta cercada de uro, en la cual está el jardín do nasce el bálsamo, el cual habrá sesenta o setenta pasos cuadrados, e allí nasce, e es ansí como majuelo de dos años, e córtase por el mes de octubre; e allí va el Soldán con gran cirimonia a coger aquel aceite, e dicen que e tan poco, que non basta a medio azumbre de la medida de acá; e después toman aquellas ramas, e cuécenlas en aceite, e llévanlas por el mundo diciendo que es bálsamo. Acabado de arrincar labran luego encontinente la tierra, e toman de aquellos palos labrados e fíncanlos en tierra, e riéganlos con aquella agua que Nuestra Señora la Virgen María sacó en aquel lugar, cuando iba fuyendo con su fijo a Egipto. Para los aficionados a la zoología, no faltan en el lbro referencias a los animales e los que poca noticia se tenía en aquel entonces en la península. Pongamos como ejemplo los elefantes y las jirafas: E otro día siguiente fuimos a ver la casa donde están los elefantes, e fallé siete, los cuales son negros de color e de grandeza más que camellos, e de fortaleza ansí de brazo como de piernas que parescen marmoles, la mano redonda e con uña fuerte, e dicen que conjuntura tienen, pero que non tiene tuétano ninguno; tienen los ojos muy chequitos como un cornado e colorados, la cola corta como de oso, la oreja como una comunal adarga e la cabeza como de tinaja de estas de seis arrobas, los colmillos de cuatro palmos tiene la boca muy chica, tiene en el bezo de arriba una trompa de fasta seis palmos; ésta él la aluenga cuando él quiere, e la encoge cuando quiere, e con ésta apaña las cosas que ha de comer e la mete en la boca, e fínchela de agua cuando quiere beber. Estas bestias paresce como que tengan entendimiento; tantas buelas facen, que a las veces traen aquella trompa llena de agua, e échala encima a quien quiere, e fácenlos jugar con una lanza echándola en alto e rescibiéndola, e otros muchos juego; e cuando están en celo llévanlos desde amanesciendo e métenlos en el río por que se resfríen, en otra manera no los podrían mandar. Éstos tienen el cuerpo muy duro, e si resciben alguna ferida, pónenlo donde le dé la luna, e luego otro día es sano; el que los manda lleva un ferrezuelo engastado en un palo, es escárbale tras la oreja e llévalos donde quiere, porque allí tienen e cuero muy delgado, a aun una mosca que se asiente allí le da pena. Y otro tanto vale la admiración que le causa la contemplación de las jirafas: Otro día siguiente fui a ver una animalia que llaman jarafia, que es tan grande como un gran ciervo, e tiene los brazos tan altos como dos brazas e las piernas tan cortas como un cobdo, e toda la facción como una cierva, e rodada, las ruedas blancas e amarillas, el cuello tan alto como una razonable torre, e muy mansa. Momento destacado en el devenir de su periplo es el encuentro en Arabia con un explorador y comerciante italiano, Nicolò Da Ponti: Yo fui por la costa el mar Bermejo, que es media legua del monte Sinaí, por ver cómo vinía la caravana, e fallé que vinía allí un veneciano que decían Nícolo de Conto, gentil hombre de natura, e traía consigo su mujer e dos fijos e una fija, que hobo en la India, e vinía él e ellos tornados moros, que los ficieron renegar en la Meca. Cuando Da Ponti volvió a Italia, pidió audiencia al Papa Eugenio IV para que le perdonara su apostasía «forzada», lo que el Papa, veneciano como él, le concedió siempre y cuando se aviniera, a modo de penitencia, a narrar su aventura a su secretario Poggio Bracciolini, apodado Il Pogge. El relato fue publicado como un capítulo de la obra De Varietate Fortunae, de Bracciolini., y se compone de tres partes principales: Descripción del itinerario. Descripción detallada de las Indias. Y la narración acerca del mítico Preste Juan, probablemente inventada por Bracciolini.. A título anecdótico para losconsumidores de hoy, en la obra se describe el mango, al que llama «amba» , del sánscrito amram. De los relatos de Da Conti que Tafur incluye en su propio libro conviene recordar algunos que llaman poderosamente la atención del lector actual, al menos e este intelector abierto a cualquier experiencia humana, ninguna de las cuales le es ajena:  Dice [Da Conti] que había una fruta como calabazas grandes redondas, que dentro dellas había tres frutas cada una de su sabor; e dice que había una costa de mar, donde en saliendo los cangrejos e dándoles el aire se tornaban piedras. (…) Ansímesmo dice que vido comer carne de hombres, e que ésta es la cosa más estraña que él vido. La costumbre hindú de la incineración de las esposas junto al marido es otra de esas costumbres totalmente desconocidas en la España de Tafur: e después desnúdase de aquellas ropas, e vístese de una triste ropa como mortaja, e diciendo ciertas endechas e cantares tristes, despídese de todos, e va e acúestase cabo su marido, e pone su cabeza sobre el brazo derecho dél, diciendo muchas cosas, en conclusión, que la mujer non debe más vevir de cuanto es honrada e defendida por aquel brazo, e fácese poner fuego, e alegre e voluntariamente rescibe la muerte. Finalmente, Da Conti refiere la existencia del particular Copito de Nieve que, en el mundo de los elefantes, tuvo la singular ocasión de conocer: En una tierra de gentiles vido un elefante muy grande blanco como nieve, que es cosa bien estraña, por cuanto todos son negros, e que lo tenían atado  una columna con cadenas de oro, a aquél por Dios adoraban. El libro incluye también breves relatos «ejemplares» que ponen de manifiesto la acendrada religiosidad de ciertos personajes, como fue el caso de Pedro de la Randa y un catalán, ambos matamoros de primera…Una vez capturados por el Soldán, si reniegan, salvan la vida. El catalán quiere renegar a toda costa. De la Randa le dice al Soldán que si le venga del catalán, que él reniega y se hace musulmán. El soldán mata al catalán. De la Randa incumple su promesa y le dice que si hizo el intercambio de favores con el Soldán era para evitar que renegara el catalán y muriera fuera de la religión verdadera, y que ahora podía hacer con De Randa lo que quisiera. Soldán, en vez de vengarse por el engaño, lo nombra poco menos que jefe de su ejército y le promete que no lo llevará nunca a luchar contra cristianos. Muerto aquel Soldán, le sucedió otro que acabo mandando degollar a De la Randa, quien lo prefirió antes que renegar de su religión. Pero Tafur viajaba como embajador de Juan II de Trastámara, Rey de Castilla y León, de ahí que ostentara las armas de su Señor en su escudo: Fui a facer reverencia al emperador de Constantinopla (…) e yo púseme a punto lo mejor que pude, e con el collar descama. El collar de la Escama simboliza, en la superposición de las escamas, la unión de la familia de los Trastámara, que es la divisa del rey don Juan II. También incluye algunas leyendas, como la de “la mano foradada” de Alfonso VI, el de la Jura de Santa Gadea del Cid: E vínose en España, e arribó en Castilla en tiempo que reinaba el rey don Alfón que conquistó a Toledo, el cual algunos nombran de la mano aforadada.  Habla Tafur, del pr9ncipe griego al que llama don perillán y del que hace descender su propia familia, de liña en liña:  E éste es aquel que está enterrado en la capilla de los reyes antiguos de Toledo, e en lo alto del cielo está pintado en un caballo e su bandera e sus paramentos de sus armas, las cuales son aquellas que hoy trae el muy virtuoso e generoso señor don Fernán Álvarez de Toledo, conde de  Alba, porque de liña en liña viene de aquel príncipe de la Grecia que en Castilla vino; e yo ansimesmo de aquellas armas traigo e de aquel mesmo linaje vengo; e aquel don Pero Ruiz Tafur, que fue principal en ganar a Córdoba, era nieto del conde don Esteban Illán, fijo o nieto de aquel don Perillán príncipe que ya dije. ¡Toda una afirmación de prosapia y sangre real! La leyenda de la mano foradada se resume brevemente:  estando refugiado Alfonso VI en Toledo para huir de la persecución de su hermano Sancho II “El fuerte”, oyó, mientras dormía la siesta, cómo hablaba el rey de Toledo a los suyos de los puntos débiles de la ciudad para ser tomada. Para asegurarse de que no habían sido oídos, vertieron plomo derretido en la mano de Alfonso, quien, para no delatarse -lo que le hubiera deparado la muerte- aguantó la “lluvia de plomo” en su mano, y de ahí lo de “el de la mano foradada”… Como corroborará mucho después el Viaje a Turquía, del que los turcos emergen poco menos que como emblema de la caballerosidad, la cortesía y la gracia, la opinión de Tafur sobre ellos se adelante a la de Villalón: Los turcos es noble gente en quien se falla mucha verdad, e viven en aquella tierra como fidalgos ansí en sus gastos como en sus traeres e comeres e juegos, que son muy tahúres, gente muy alegre e muy humana e de buena conversación, tanto, que en las partes de allá, cuando de virtud se fabla, non se dice de otros que de los turcos. En trapisonda se encuentra con un exiliado real de quien no se resiste a divulgar una habladuría de peso: E el hermano mayor déste que agora es, es aquel que yo fallé en Constantinopla desterrado e estaba con su hermana la emperatriz e aun dicen que se envolvía con ella en deshonesto modo. Esta ciudad de Trapisonda será de cuatro mil vecinos, e bien murada, e dicen que tiene buena tierra e buena renta. A quienes hayan visto la película de éxito de Steve McQueen, 12 años de esclavitud, les será completamente familiar la terrible escena que Pero Tafur describe en su libro sobre el comercio de esclavos en el siglo XV: Aquí [se refiere a Cafa, sin duda Kazán, a orillas del Volga]] se venden más esclavos e esclavas que en todo lo otro que queda del mundo, e aquí tiene el soldán de Babilonia sus factores, e mercan allí, e llevan a Babilonia, e estos son los que dije mamalucos. Los cristianos tienen bula del Papa para comprar e tenerlos perpetuamente por cautivos a los cristianos de tantas naciones, porque non acampen en mano de moros e renieguen la fe; estos son rojos, mígrelos, e abogasos, e cercajos, e búrgaros, e armenios, e otras diversas naciones de cristianos; e allí compré yo dos esclavas e n esclavo, los cuales hoy tengo en Córdoba e generación dellos. (…) Los que los venden fácenlos desnudar en cueros también al macho como fembra, e pónenlos unos gabanes encima de fieltro, e fácese el precio, es después de fecho, tíranselos de encima e quedan desnudos e fácenos pasear, esto por ver si hay algún defecto de miembro, e después oblígase el vendedor, que si dentro de sesenta días muriese de pestilenc9a, que sea tenido a tornar el dinero que rescibe. (…) Si entre ellos hay tártaro fembra o macho vale un tercio más que los otros, porque se falla de cierto que nunca tártaro fizo traición a su señor. Ese sobeprecio, nos dice después Tafur, es lo que justifica que entre los tártaros se roben unos a otros para venderse a los traficantes de esclavos…. Hay, sin duda, una dimensión antropológica importante en el relato de Tafur, porque no descuida en ningún momento informarnos no solo de los usos políticos, sino también de las costumbres de esas sociedades que el ve con ojos de extranjero sorprendido : E lo que yo mejor vi nin mayor abundancia  fue la gran pellitería de martas cebellinas e comunes, e muchos armiños, e con dientes, de unos raposos que allí tienen en mucha estimación, ansí por ser gentil pelleja, como porque tienen muy gran molesa e son muy calientes para en tierra tan fría; muchos dellos se cubran las cabezas con lienzos, e otros con sombreros fechos al modo del tocado de las Huelgas de Burgos. Para los lectores modernos es fácil comprender el asombro de Tafur ante un descubrimiento como el del caviar, que ya empezaba a exportarse por el mudo conocido, como una joya gastronómica: En esta rivera – la del Tana, el antiguo Tanais de la Antigüedad y el  actual Don, que desemboca en el mar de Azov- hay muy muchos pescados de que se cargan muchos navíos; especialmente hay muy gran copia de esturiones, que acá llamamos sollos, muy buen pescado fresco e aun salado. (…) Mueren allá unos pescados que llaman merona e dicen que son muy mucho grandes, e de los huevos de aquéllos finchen toneles e tráenlos a vender por el mundo, especial por la Grecia e la Turquía, e llámanlos caviar, e son a punto como jabón prieto, e ansí lo toman, como está blando, con un cuchillo e lo pesan como acá el jabón, e si lo echan a las brasas, fácese duro e muéstrae cómo son huevos de pescado; es cosa muy salada. Cuando, ya de regreso de la expedición a Tartaria, pasa por la Dalmacia, recoge Tafur dos historias muy diversas que marcan., sin embargo, el ritmo de atención binario del autor a la realidad: una historia religiosa y otra pagana. En el primer caso, la leyenda de San Cristóbal y en el segundo la leyenda de los hombres-pez que han nutrido los folclores todos y que Dragó reseña en su Gárgoris y Habidis: hay en ella [Dalmacia] muy buenos azores, que es tierra muy alta e muy montañosa. (…) E fuimos a una villa que llaman Espalato, que es en la mesma Esclavonia, e allí nasció San Jerónimo e San Cristóbal, e en un brazo de mar, que pasa de una aldea a la villa de Espalato, dicen que San Cristobal pasaba a la gente pobre que non tenía con qué pagar la barca, e aun agora hay memoria de la casa del uno e del otro. (…) E fue ansí que un día, estando las mujeres en el agua como solían, un monstruo medio pescado de la cinta ayuso e de allí arriba de forma humana con alas como morciélago -e esta figura en Castilla fue traída e por todo el mundo- arremetió a una mujer e trabó della, e metiola al fondo del agua, e dio voces, e fue acorrida de las otras luego e de muchos hombres que cerca de allí estaban, e fueron e falláronla cómo el monstruo la tiraba dentro e nin por su venida dellos la quería soltar, e allí lo ferieron e sacaron en tierra vio, e estuvo tres horas e más que non murió; e de allí se cree que las mujeres que de ante fallescían, aquel las hobiese fecho menos; e abriéronlo e saláronlo e enviaron a la Señoría de Veneza para que lo enviase al papa Eugenio. De muy distinta naturaleza es la noticia en que repara cuando se halla en Venecia, y que da lugar al nacimiento de un hospicio que evite un elevado número de infanticidios: Solía en estos tiempos pasados, que pocas semanas e aun días había en que los pescados non sacaban en las redes criaturas muertas; dicen que esto era por el gran alongamiento que los mercaderes facen de sus mujeres, e que ellas, con el deseo de la carne, poniéndolo en obra e empreñándose, por guardar su amas e como el lugar es dispuesto para ello, en pariendo, echaban las criaturas por las ventanas en la mar; e los Señores, veyendo pecado tan inorme, hobieron consejo sobre ello, e ficieron un gran espital e muy rico e muy bien labrado, e pusieron en él continuamente cien amas que den leche a los niños, e allí llevan a criar los fijos de las envergonzantes; e ganaron tal bula del Papa, que cualquiera que fuese a visitar aquellos niños e espital, ganase ciertos perdones. Todo lo cual viene a recordarnos lo actual de la tirada de Pitas Paya del Libro de Buen amor. Inicia Tafur, después, un recorrido por Europa en el que continúa recogiendo noticias de todo tipo, desde las cerezas de Bolonia: Aquí en esta ciudad ]Boloña] hay las mayores cerezas que nunca vi, hasta una visión de Milán en la que destacan sus artesanos de lo relativo a la milicia y el rígido control sanitario de forasteros para evitar las pestes que diezman las poblaciones: asteros e silleros e sastres, que facen avillavizo de guerra. (…) Hay muy notables iglesias e monesterios, especialmente la iglesia mayor, que ellos llaman Prudomo [el Duomo, la catedral gótica de Milán], edificio muy suntuoso. (…) En esta ciudad non puede ninguno entrar, sin que primeramente, entrando en tierra del duque, non muestre albalá que faga fe cómo viene de tierra sana e non contaminada de aire pestelencial; en esto se tiene una gran cura, e dicen que había sesenta años que non habían sentido pestilencia en toda la tierra. A Tafur propiamente no se le escapa detalle, y esto es lo que hace su libro una verdadera obra recreativa y gustosa de leer, porque no hay detalle que se lase por alto, como el de la calefacción subterránea en Hungría: Mas hay otra manera de estufas, que es una sala sobrada e debajo ponen fuego, e arriba están agujeros atapados e puestas sillas encima foradadas, e asiéntase hombre encima de la silla e destapa el agujero, e por allí le entra por entre las pierna el calor a toda la persona. E tanto es fría esta ciudad, que el Emperador e todos los otros van por las calles en un madero asentados como trillo, e un caballo ferrado a la manera de allá lo tira, e ansí se facen llevar arrastrando por las calles. Cuando llega a las ciudades, Tafur tiene el buen criterio de hacer una comparación con las ciudades españoles, de modo que los lectores puedan hacerse una idea bastante aproximada de qué tipo de población estamos hablando: Llegar a Viana [Viena] en Austerlic (Austria). (…) Esta ciudad está sobre la ribera del Dinubio, e es muy grande tanto como Cordoba, e muy fermosa de casas de dentro e de fuera, muy gentiles calles, e muy gentiles mesones e iglesias. Y otro tanto con una de las dos partes de la actual ciudad de Budapest: E llegamos a Buda, que es una ciudad tan grande como Valladolid, e pasa por ella el Danubio. Esta es la mejor ciudad que hay en Hungría, e de muchos artesanos, aunque non en aquella policía que Alemaña. Es altamente entretenido el juego de ir identificando los lugares que describe Tafur con los actuales, siquiera sea nominalmente, porque el libro está abarrotado de nombres en castellano que ya son autenticas reliquias de los nombres a los que evolucionaron después, y esa distorsión afecta en mayor o menor grado, y no solo a los nombres europeos, sino también a los de cualquier lugar que visite. Pongo aquí unos cuantos para que los intelectores afilen su capacidad de reconocimiento: Barut; Susa; VEneza; Alijandria; Roxeto; Aherines; Ténedon; Dardinelo; Zorcate; Astraburque; Magoncia; Coloña; NUmeque; Buduc; Lila; Mequelen; Broselas; Estrasburque; Niremberga, Vresalavia; Bresa; Cecilia…
Y acabo ya esta excursión por tan ameno libro de viajes con dos referencias que muestran esa curiosidad innata de un viajero temprano que tuvo la delicadeza de dejarnos relación de sus andanza. La primera es de Padua y la descripción exacta de una capilla que puede compararse con la ilustración que adjunto; así mismo, recoge la historia de dos paduanos ilustres por muy distinto motivo :
E fui a la ciudad de Padua, que es una gran ciudad tamaña como Sevilla e muy rica, e de grandes mercadurías cerca de la mar, media jornada de Veneza, (…) e estuve en esta ciudad tres días, que bien había que ver en ella; aquí está un muy notable estudio de los buenos de la cristiandad; aquí está un magnífico monesterio e muy rico, do está el cuerpo de San Lucas Evangelista, e es gran romeraje e casa muy devotísima. Está en el medio de la ciudad una gran sala, la mayor dos tanto que yo he visto en el mundo, e de fuera cubierta de plomo e de dentro de chapa de Milán, todo el cielo de azul fino pintado a trechos con estrellas de oro, e ella por medio grandes barras de fierro como por vigas con unas manzanas gruesas doradas; e está toda pintada desde el comienzo del mundo fasta el Advenimiento; dicen que costó más de cuarenta mil ducados la pintura; toda ella está en torno de asientos de madera, e allí se face la razón, que es la Justicia, e toda en torno es de portales; e tiene cuatro puertas, e a cada una están escurpidos de piedra mármol dos de aquellos que fueron de aquella ciudad hombres señalados en ciencia, ansí como Titu Libius estorial, e maestre Pedro de Abano, grande nigromántico, el cual fue allí quemado por los frailes menores, que lo acusaron, que dicen que facía cosas muy estrañas, e que las naos de Constantinopla de súbito las traía al puerto de Veneza, e ansí de otras cosas que caben en la nigromancia. De hecho, Pietro d’Abano no fue quemado. Fue absuelto de heterodoxo y nigromante en un primer juicio, pero condenado, después de morir en prisión, en el segundo. Sus amigos le dieron cristiana sepultura y la Inquisición no encontró sus restos para quemarlos y esparcir sus cenizas, que era el más infamante de los castigos, es decir, justo lo contrario de lo que sucede actualmente, incluso entre los creyentes católicos. La segunda tiene que ver con un relato bélico que me ha traído a la memoria dos películas maravillosas de Werner Herzog:  Aguirre o la cólera de Dios y Fitzcarraldo. Juzguen los intelectores: Estando allí [en Venecia], en tanto que el Papa asentaba su corte, vino nueva cómo el duque de Milán tenía cercada muy estrecha la ciudad de Bresa, e que por un lago que tiene traía barcos, por manera que non le dejaba entrar provisión ninguna; e los venecianos armaron una galea, e lleváronla con arteficio por tierra, e subiéronla por una sierra tan alta como la que más en Castilla, e decendiéronla fasta la echar en el lago; e  ver esto vinieron creo que cien mil personas, e non sin razón, que yo nunca vi cosa nin arteficio tan duro de creer que pudiese ser; e como fue en e agua, luego destruyó todas las otras barcas , e ninguna non osaba ganar; e socorrió la ciudad, e por aquella causa se descercó, que ya le tenían para ganar los milaneses. Para otra ocasión tendríamos que dejar un montón de noticias curiosas como esta con la que cierro, ahora sí que definitivamente, la presente recensión: E allí enfrente está la isla el Volcán, que dicen que es una de tres bocas del Infierno. (…) E luego cerca esta otra boca, que llaman Estrángulo, que ansimesmo face aquel ruido que lo otro. E junto con ella está una isla en que hay una pequeña ciudad, que llaman Liperi, e con aquel fumo que Estrángulo lanza, los que allí viven son mal sanos de los ojos; e ésta es cabeza de obispado. El "Estrángulo" de Tafur responde al original griego: Su nombre es una corrupción del antiguo nombre griego Στρογγυλή (Stroŋgul) que se le dio por su forma redonda y abombada. E de allí fuimos a la ciudad de Catánea, que es en la falda de Mongibel, la tercera boca del Infierno. ¡Para que luego digan que, sin movernos de casa, con un oportuno libro entre las manos, los intelectores no hacemos grandes viajes…!

1.Rafael Beltrán: Los libros de viajes medievales castellanos. Introducción al panorama crítico actual: ¿cuántos libros de viajes medievales castellanos? (Filología Románica. Anejo 1- 1991 - Ed. Universidad Complutense. Madrid.)