lunes, 30 de marzo de 2020

Quintañón. En tiempos de cuarentena, que no nos falten las palabras.


Decimoquinta y última palabra del confinamiento (alargado con nocturnidad y alevosía...) que ofrezco como homenaje a nuestros mayores (entre los que soy uno de los menores...).


quintañón, na. adj. Centenario.|| 2.  Muy viejo.
         Las cien libras del quintal son la medida que se toma como referencia para referirse a los centenarios, si bien es éste un dato más olvidado aún que la propia palabra, fuera del personaje cervantino, claro está, al que se asocia como nombre propio, Quintañona, sin que de él se haya dado el salto al uso coloquial para el que probablemente nació, si nos atenemos a la comparación implícita en la palabra. Tiene quintañón, además, toda la apariencia de ser un apellido, como si dijeramos Quiñones, de rancio abolengo, una palabra que nos llega desde los primeros vagidos de la creación de la lengua, como Pero, Mencía, Álvaro o Hernando. El campo semántico de la vejez no es tan extenso como para prescindir alegremente de una voz tan expresiva. Decimos quintañón y parece que se nos represente, enseguida, una poderosa carga que casi nos dobla las rodilllas y nos hace trastabillar, lo que el propio final de la palabra, desgajado del pesado quintal,  añón, también parece representar a la perfección. No hay tal, sino todo lo contrario. De hecho, tenemos un añoso que cubre con toda propiedad esa parcela de la avanzada edad, sin ser término ofensivo, como tampoco lo sería el hipotético *añón y como, solo a medias, no lo es quintañón, como vio Cervantes a la perfección cuando inventó su graciosa Quintañona, casi como personaje de comedia de enredo. Quintañón tiene las dosis exactas de buen humor, de burla donosa y de capacidad descriptiva objetiva como para que se convierta en palabra que podamos usar con toda liberalidad en las más variadas circunstancias. “Mi tío es ya un quintañón de mucho cuidado, pero sigue fuerte como un roble”. “Hay vejestorios y quintañones, que conste, como hay jóvenes fortachones y otros delicados que parecen ya prejubilados”. “Acabé cogiendo un autobús lleno de quintañones y quintañonas que parecían salir de un jardín de infancia: ¡Jesús, qué energías, no pararon en todo el viaje: que si chistes, que si canciones, que si bromas...!” Los eufemismos, en el ámbito de las edades avanzadas, están a la orden del día, pero quintañón nada tiene que ver con ellos. La empleamos y no se nos viene valetudinario a la cabeza, sino recio, fibroso e incluso poderoso, de ahí que sea ésta una propuesta que, a buen seguro, no hallará objeciones de enjundia ni renuencias absurdas  para instalarse entre nosotros con todos los honores de las voces expresivas y necesarias.

domingo, 29 de marzo de 2020

Jabonar. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras...


Decimocuarta palabra del confinamiento, indispensable para entender la doble vara de medir que hemos de tener con quienes nos rodean y tienen los gobernantes con nosotros...
jabonar. tr. Reprender ásperamente.

         He aquí una muestra de la ambivalencia de ciertas voces, que sirven para describir un cometido y su contrario, con escasísima variación formal en su enunciación. Mientras jabonar a alguien, o “darle un jabón”, significa esa reprensión que figura en la definición –María Moliner incluye, además, el castigo físico en forma de golpes–; “dar jabón” a alguien significa adularlo. ¿Qué extraña virtud advirtieron nuestros antepasados en el jabón para otorgarle ese poder?  Ignoro los usos punitivos que antaño llegó a tener el jabón, pero parte de mi memoria personal ha sido la amenaza de lavarme la boca con él –en forma de escamas del popular Lagarto, se entiende... – para impedir que la ensuciara cotidianamente con las pudorosamente llamadas “palabras malsonantes”, “tacos” o “voces desgarradas”. Lo cierto es que el jabón tiene una consistencia pétrea, pero no me atrevo a pensar siquiera que pudiera existir algo así como un castigo de *jabolapidación. El significado de “dar jabón” es harto evidente y no requiere explicación ninguna, pues son muchas las sortijas que lo han precisado, por ejemplo, para salir de dedos en los que nunca deberían  haber entrado. Del mismo modo, la naturaleza viscosa del jabón, propia de los aceites de que suele estar hecho, ha servido como lubricante para encajar unas piezas en otras, como las espigas de los muebles. Así pues, la propuesta de este nuevo sentido, ‘reconvenir a alguien por una conducta impropia’, habrá de abrirse paso frente a la incredulidad inicial de quienes conservan en su buena memoria el significado contrario. Empeñarse en la propagación de la misma conlleva la excelente oportunidad de ilustrar las complejidades del léxico y prestar atención, de paso, al modo como los hablantes han asociado tal o cual significado a tal o cual palabra. Si se escarba sin pedantería, se pueden conseguir no pocos adeptos para esta disciplina de la lexicografía que, más allá de las arideces técnicas de las transformaciones fonéticas, tiene, en las pesquisas etimológicas, una lectura por la que se puede llegar a sentir auténtica pasión. Entre los justos está, según Borges, “el que descubre con placer una etimología”. En última instancia, si no se llega tan lejos, sí, al menos, habremos contribuido a la preocupación por mejorar la expresión, lo que elevará significativamente el nivel cultural de un país como el nuestro, ¡tan necesitado de esa conquista social e individual!

sábado, 28 de marzo de 2020

Meldar. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras.


Decimotercera palabra del confinamiento y nunca mejor ofrecida: la quintaesencia de la idoneidad para estos días de resistencia manual, ¡jamás para manuales de resistencia, ojo!
meldar. tr. Leer, aprender.

         Voz rara, sin duda, pero cuya aparición en la Danza de la Muerte, monumento de la poesía medieval española, nos permite rescatarla con todos los honores siquiera sea para saber que existe, que no es una voz muerta y sepultada, como tantas, en los renglones de los diccionarios. Aparece allí como lo que es: una palabra del sefardí, el castellano medieval que los judíos sefardíes, es decir, originarios de Sefarad, España,  se han encargado, en su desconsolado, injusto y eterno destierro, de mantener vivo. Por su origen griego, la palabra significa ‘esforzarse’, y más concretamente esforzarse en aprender algo a fuerza de repetirlo, o sea,  estudiar de viva voz, esto es, aprender “de coro”. Este significado griego se mantiene en la voz catalana maldar, ‘afanarse’ ‘esforzarse por’, de uso habitual en la lengua hermana. No os preocupéis, amables lectores, porque ya pongo yo todas las objeciones posibles e imposibles para disuadiros de tan difícil empresa como sería intentar sustituir las muy asentadas y asendereadas voces leer y aprender o la, en nuestros días de desorientada pedagogía, denostada expresión “estudiar de memoria” por el presente meldar de casi imposible retorno:  “Meldar el código de circulación es la única receta para pasar la teórica”  “Ya me acuerdo yo, ya, de cuando nos obligaban a meldar la lista de los reyes godos”.  “Los maestros de hoy no quieren que los niños melden las lecciones, pero los neurólogos no dejan de insistir en que las repeticiones memorísticas ayudan a desarrollar la inteligencia” ¿Por qué, entonces, incorporarla a este diccionario? En parte como homenaje a esa rica rama del castellano que fue desgajada del tronco central por la intolerancia religiosa –uno de los grandes males de nuestra patria y del mundo todo–; y también como propuesta lúdica para auspiciar el interés por el perfeccionamiento de nuestros usos lingüísticos y la ampliación de nuestro jibarizado vocabulario en estos tiempos en que se nos anuncia que el aprendizaje de las lenguas no necesita más de 1000 palabras... de las más de 100.000 de la mayoría de ellas.

viernes, 27 de marzo de 2020

«Selva de aventuras», de Jerónimo de Contreras o un destensado ejercicio de novela bizantina y sazonada novela sentimental.



¿Leyó Cervantes este clásico poco citado y menos leído: la Selva de aventuras de Jerónimo de Contreras, que tuvo de poeta la gracia que no quiso darle el cielo y de narrador tan escaso arte como por sí se ganó…? 

Habiendo leído no hace mucho las Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo habidos, del propio Tafur, es evidente que no hay comparación entre el bien hacer de Tafur y el convencionalismo de Contreras. En el primer caso tenemos un  libro de viajes lleno de auténticas curiosidades, y en el segundo, una extraña mezcla de novela sentimental y novela bizantina, aunque no llega a la intensidad de los mejores ejemplos de La cárcel de amor o Siervo libre de amor, de Diego de san Pedro y Juan Rodríguez del Padrón, respectivamente.
Mi atrevimiento me lleva, incluso a descubrir en esta obra de Contreras algo así como el equivalente del cine musical, porque su historia alterna los diálogos y los “números musicales” que sirven para seguir contando la historia, como suele ocurrir en el género cinematográfico, con mayor o menor propiedad. Podríamos hablar de una suerte de opera primitiva en la que se alternaran el recitativo y las arias, a juzgar por la estructura del libro. En todo caso, hubiera dado de sí, en su tiempo, para una adaptación escénica muy del gusto de la época.
         Se sabe poco del autor, y, más allá de las clásicas fechas, c.1505- c. 1582, y de que escribió un libro de caballerías, Don Polismán de Nápoles, un título que bien podría haber aparecido en el listado de los que enumera D. Quijote como fuente de su inspiración, solo hay noticia de su Dechado de varios subjetos, en la que repite la mezcla de prosa y verso ya usada con anterioridad en la Selva. La Selva de aventuras tuvo cierto éxito, a juzgar por las ediciones, y ello movió al autor a hacer una nueva versión corregida y aumentada con dos capítulos en los que se cambia el desenlace original de la novela y se les ofrece a los lectores un “final feliz” que, a buen seguro, esperaba el autor que colmara la expectativa de los lectores y le granjeara mayor reconocimiento.
En la primera versión, los amantes se separan, porque ella, Arbeloa, quiere entrar en religión, y él, Luzmán, se lanza a recorrer tierras extranjeras, Italia, fundamentalmente, donde espera olvidarla, acaban reuniéndose en Sevilla y dedicados ambos a la vida religiosa, pero muy cerca el uno del otro. En la segunda versión, sin embargo, después de diferentes aventuras que separan a los amantes, más en la línea de la novela bizantina, se reúnen, se casan y viven felices.
En 1615 deja de editarse y ya no vuelve a ser editada hasta su aparición en la BAE, en 1849. No es autor que haya suscitado el interés de los estudiosos, porque, aunque es propio de estos recuperar textos de nuestra historia literaria sumidos en el olvido, no es menos cierto que la recompensa en términos literarios no es tan «vistosa» académicamente, por ejemplo, como la de recuperaciones tan interesantes como la del poeta gongorino Gabriel Bocángel, pongamos por caso. Ni que decir tenemos que tampoco como antecedente de El peregrino en su patria, de Lope de Vega, acaba teniendo la obra de Contreras valor suficiente.
         Lo que se estará preguntando el lector de estas páginas es por qué diablos, entonces, le propongo la lectura de un clásico tan «menor», de tan aparente poca valía. Le contesto enseguida: porque cualquier clásico así considerado es una lectura más provechosa que mil insulsas naderías actuales. Estar en compañía de un escritor, por discreto que sea en el brillante escalafón de aquellos siglos que tantos ingenios exquisitos contemplaron, nos permite sumergirnos en ciertos modos de decir que nos reconfortan en el uso de la lengua, a la vista de las constantes deturpaciones a las que hemos de asistir cada día en la sufrida vida pública, ¡y no digamos en la política!
         Desde que se abre la novela, advertimos un ejemplo de aceleración narrativa que nos sorprende, ciertamente:  Y porque ya era hora de cenar, dio a Luzmán de lo que tenía para sí, y reposó ahí esa noche y otros ocho días, y al cabo dellos se partió con lágrimas de entrambos. Y así Luzmán, yendo pensando siempre en Arbolea, llegó a Barcelona; y dende a diez días se embarcó en una nave que iba para Italia, y así dio en un puerto en la tierra de Toscana, y hallándose así, acordó de irse a Venecia, por ver aquella ciudad que tan mentada era; y así se despidió de los marineros, y se fue su camino. Y tanto anduvo que llego a Venecia, en un día que en la plaza de San marcos se representaba aquella tarde la memoria de la edificación y fundamento de aquella ciudad; y siendo desto muy alegre, se fue al lugar donde se hacía esta representación. En nueve líneas viajamos de Sevilla a Venecia, ¡ni el famoso tren bala japonés! Y ninguna comparación, está claro, con el caballo que lleva a Gladiator desde Vindobona, la Viena de los romanos, hasta Mérida… en apenas día y medio.
         La prosa, como ya hemos dicho se alterna con el verso, y aunque este sea de escasa calidad, hay excepciones, dado lo mucho que se recurre a su uso, y no es extraño encontrarnos incluso con algún aforismo que nos place así lo leemos:  Llamaron a la paz antiguamente/reloj de la bondad bien concertado.
         La acción propiamente dicha de la obra va a consistir en el encadenamiento de encuentros sucesivos en los que se cuentan las historias de los personajes con quienes, por azar, se encuentra el peregrino y cuyas historias son, en la casi totalidad de los casos, de orden sentimental, usualmente amores frustrados, como su propia historia. Así ocurre con la hermosa Porcia, sobrina del duque de Ferrara, que sirve, podríamos decir, de molde para los encuentros por venir:  Señora, yo soy un peregrino que anda deseoso de ver las cosas que el mundo en sí tan maravillosas tiene, se presenta el peregrino a la hermosa y doliente doncella. Porcia pena, en apartados montes, la muerte de su marido, quien yace en una tumba junto a la que llora de continuo a la espera de consumir su vida:  Desprecié a Galeazo, duque de Milán, y a Artidonio, mi primo hermano, hijo de mi tío, en cuya compañía me crié, y asimismo tuve en poco a Calistro, hijo del marqués de Mantua: y esto todo para mayo gloria mía. Porque sepas que amé a un caballero, natural de la fértil España, de una ciudad llamada Zaragoza: estaba en el servicio de mi tío el duque, muy privado suyo, llamábase Erediano.” Huyen y llegan al lugar solitario donde Luzmán la descubre: vinimos a este lugar, el cual es tan fragoso, y de fieros animales poblados, que jamás hombre aquí allegó, ni creo que pueda llegar, si no es por ventura como tú has hecho. Estamos, pues, ante una novela sentimental, parece. Al poco, recitando su duelo sobre la tumba, como hacía dos veces al día, Porcia se desvaneció muerta ante los ojos de Luzmán, quien cavó en la sepultura de Erediano y, cuando llegó hasta sus huesos, depositó el cadáver de Porcia junto a él, y volvió a cubrirlos con la misma tierra que haí sacado. Hacer analogías con movimientos literarios tan lejanos como el Romanticismo quizá esté fuera de lugar, pero la vena mortuoria de dicho movimiento, los Pensamientos nocturnos, de Edward Young, o las Noches lúgubres, de Cadalso, imitador de aquél, se alzan ahí como hitos de un camino que el Romanticismo siguió hacia atrás, en su predilección por los tiempos pasados, las ruinas y los amores desdichados.
         Está claro que, dada su condición, el personaje, al llegar a Ferrara, donde para tres meses, es recibido por la nobleza y, tras la presentación de rigor, declara con cierto orgullo su ascendencia: Has de saber [Luzmán le habla a Artidonio, hijo del duque de Ferrara], que yo soy caballero de España, que deseoso de ver y entender las estrañas cosas que el mundo tiene en sí salí de mi tierra desta manera, como me ves vestido, y viniendo a esta ciudad no sé cómo el camino perdí, y anduve por un estraño bosque cuatro días, y al cabo dellos, hallándome en un llano topé una sepultura. Y desde ahí en adelante continúa la narración de los amores trágicos de Porcia y Erediano, de la manera que lo había visto y oído de  boca de ella.
De Ferrara fue a la Lombardía, concretamente a Milán. Visita el palacio del duque Galeazo el día de su boda. Contempla una representación alegórica del triunfo del Amor. De Milán va a Génova, donde entra en conocimiento del devastador amor que sufre Salucio, a quien su familia da por perdido, si bien Luzmán, por sus buenas artes, consigue devolverlo a su hogar. Se trata de una situación técnicamente muy llamativa, porque se emplea la composición poética del verso «en eco», gracias al cual, Salucio cree que este le responde con la repetición del último verso de cada estrofa a sus propios versos: Luzmán, que atento había estado a todas estas palabras, bien entendió que aquel que tales cosas decía, loco de amor estaba; pues del eco que en los aires le respondía al acento de sus palabras tomaba por el propio Amor. Salucio, después de pedirle que se identifique, le cuenta, bajo promesa de guardar secreto quién es y por qué se ve reducido a ese estado lamentable. Criado de Galeazo, que estaba enamorado de Beliana, hija del duque de Urbino, acabó enamorándose de ella también. Un día le revela el amor que siente, pero ella lo rechaza, enamorada como está de su marido. Él toma el hábito y se pierde en la espesura para penar su mal. La declaración de amor no correspondido de  Salucio es una perfecta muestra del modelo de amor cortés: Conocida cosa es, hermosa Beliana, señora de todo aquello que humano ser tiene, que no puede el enfermo encubrir al médico su mal para que sea con prudencia curado; así yo, que a la muerte me veo por tu causa, es justo que entiendas que muy presto acabaré estos tristes días que agora se sustentan con la esperanza que de mi firme amor tiene, si tú, señora, no pones remedio doliéndote de mí; y por Dios, no me culpes, que soy hombre, y Amor me ha puesto en la cumbre de mi deseo, contento con morir si mi atrevimiento lo merece, pues caer de tan alta gloria es imposible aunque muera. Vesme aquí rendido y descubierta mi voluntad: si de mí te dueles, a tiempo estás de mostrarlo; y si venganza quieres, tuyo soy; no me puedes más deshacer de lo que yo estoy deshecho; y así gano gran bien con cualquier cosa que de tu mano me venga, pues siendo ella tal y tú tan hermosa, lo que diere será para mí sobrado contentamiento. Luzmán restituye a Salucio a casa de su padre, pero este escribió en verso una carta de despedida antes de caer muerto. La carta acaba así: No os duela mi muerte agora,/que el morir por tal señora/no es muerte, mas es vivir;/que sabed que un bel morir/a toda la vida honora, que nos remite a la conocida sentencia petrarquista.
Luzmán pasa por Pisa y llega a Luca, donde recibe la noticia de que en la plaza del Domo se celebrará un juicio para decidir a cuál de tres hermanos con diferente estado civil le corresponde la herencia del padre rico. El mayor, Ardonio, defiende el estado de casado como aval de su pretensión: Yo dije y digo, que el mayor bien que Dios hizo al hombre, después de haberle dado el conocerlo con las armas de su fe, selladas en el entendimiento humano, fue concederle y ordenarle que se casase y atase al yugo del matrimonio, cuyo arado abre la tierra de la consideración del ánimo para poder sembrar recogimiento, honestidad, amor casto y celo puro y santo, con el regalo y compañía de los apacibles hijos y mujer.. ¿Podréisme decir que se puede llamar hombre al que no es casado? […] ¡Oh sabrosa celada, apacible guerra, suave lucha, aquella que tiene el buen casado! Que no lo siendo, ¡con cuánta libertad se ofende al divino Criador, quedando el hombre hecho animal, pues dél no procede el fruto que los hombres desean! Mirad que la mujer es vuestra propia carne, el hombre y ella son una cosa, y los hijos retrato de los dos, medio de los trabajos: aquella es cama no violenta ni manchada, donde los tales se acuestan; aquella es mesa y santo altar, donde se come este pan de verdadero amor; pues así, quien desto huye, abraza las ofensas, cíñese de pecados, y ya que por ventura esto no haga, más querrá guardar castamente su vida, queriendo pretender amores y Enel aire levantar sus sentidos. Todavía me parece yerro, porque la contemplación solo ha de ser en el cielo, y en el alto principio de sus maravillas y en el movedor dellas.
Belio, el segundo hermano, arguye contra el estado matrimonial. Estamos, pues, ante la herencia medieval de las contiendas y denuestos, como la del agua y el vino, por ejemplo: ¡Oh valerosa república, y excelente y maravilloso sabio [el filósofo Plomis, que preside el «duelo» dialectico entre los hermanos, es quien ha de decidir a cuál de los hijos le corresponde la herencia] ante quien y por quien se han de saber nuestras diferencias! Oíd el error y ceguedad de mi hermano, pues quiere llamar a la muerte vida, y al engaño consuelo, y a la mentira verdad. ¿Qué hombre hay en la vida, que si se ha casado, no llore la prisión que, pudiendo escusar, escogió con sus propias manos? ¿Nudo dulce llamas al que jamás desatarse puede si no es a la fin de la vida, cuando de fuerza se ha de acabar todo? ¿Tú quieres alabar lo que todos lloran, y como prudentes sienten, porque solo tú te halles contento? ¿Y acá, en ese homenaje y castillo de turbaciones, qué hay sino sospechas? Y el alcaide dél es el sobresalto, y los soldados que le guardan los temores y afrentas en que muchos han caído, por eso que tú tanto alabas. ¿Llamas cama contenta y casta aquella que muchas veces derriba la honra de los maridos, de cuya consideración yo lloro? ¿Llamas mesa alegre y buena aquella que con tanta pesadumbre hace al hombre con cada bocada dar mil sospiros? Siempre está celoso; de sí propio no se fía, cuando por alguna manera alcanza a tener sospecha de la cosa que ama. Alaba a los hijos; mejor es no tenerlos, pues son muchas veces afán y deshonra de sus padres; pues amor por cualquier vía, si el hombre pone en él perfecta afición, yerro es grande. ¿Por qué se ha de amar lo que no os ama, y poner la vida por quien os desea la muerte? ¿Hay por ventura mujer alguna que firmemente ame? No, ni nadie lo crea: fingidas son sus lágrimas, engañosas sus apariencias, y falsas sus promesas, y crueles las más dellas; y así yo entiendo aquesto: de ninguna me he fiado, gozando a mi voluntad de cuantas he podido, sospirando en la presencia dellas, fingiendo amarlas, como ellas hacen, y en ausencia, riéndome de todas. Así que así se ha de amar sin firmeza por pagarles en la misma moneda con la mercaduría que ellas venden; y el que otro dijere se engaña.
Finalmente, el hermano pequeño, Basurto, que defiende el amor místico, algo así como la tercera vía, enhebró las siguientes razones: Conocida cosa es, que antiguamente la locura se tuvo por alegre movimiento entre los hombres, dándole lugar para que así con ella se holgasen y entretuviesen, como con las otras cosas que mayor sustancia tenían. ¡Oh hermanos, y cuán poco entendéis del amor y de sus altos efectos! ¿De dónde pensáis que ha procedido todo? Del cielo, y así la contemplación dél allá sube. No llamo amor el efectuarse, ni tampoco cuando se ama con esperanza de galardón ¿sabéis qué es querer y firmeza? Trasfiguraos en la cosa que amáis, y hacer de dos cosas una. Yo amo, y siempre he amado con la consideración de una firmeza que no puede tener fin, si no es con la muerte, no efectuando jamás mi deseo, porque entonces perdería el premio de aquel alto sujeto donde subió mi intento. Buena cosa es el casado; todas las mujeres buenas, buenas son; firmeza hay en ellas, la cual no falta por su parte, mas por la nuestra que somos animales varios. Mas muy mejor es la libertad del hombre, y ésta desean todos los animales brutos, cuanto más el verdadero animal señor  dellos. Y pues esto es así, yo digo que amor ha de ser altivo sin  confianza, y cuanto más se penare meno se ha de pretender galardón, como yo, que ha quince años que amo en un lugar do jamás espero alcanzar cosa ninguna; y a pensar alcanzar galardón de mis servicios, antes tomara la muerte con mis propias manos, que llamarme amante. Así que, esto es lo mejor y más firme estado; y quien  otra cosa dijere, no entiende qué es amor, ni le conoce, ni le precia; antes es figura del desamor y engaño que los fingidos enamorados tienen, cuando por su contentamiento le quitan a la parte contraria. De aquí vienen las burlas, las malicias y traiciones, con muchas enemistades entre los más caros amigos. Pues luego yo acierto, y he escogido el mejor estado.
El sabio falla y lo hace en favor del hermano mayor, quien es declarado único heredero de todos los bienes, y a cuyo arbitrio se deja si ha de favorecer a sus hermanos con alguna cantidad o heredad de la misma. Recordemos que estamos ya en pleno Renacimiento, una época en la que el impulso emprendedor de las ciudades y de la nueva clase pujante defiende un sentido pragmático de la existencia que, en este caso, representa el hermano mayor, y de ahí el fallo del sabio Plomis.
De Luca pasa a Mantua. En esta ciudad, conoce al marqués Octavio, quien, a su vez, conoció al padre de Luzmán. Lo acoge en su palacio y le cuenta su “proceso de amores” con Vitoriana, hija del rico Mecides, de Florencia. Enseguida se plantea un nuevo debate en el que el sabio Soticles se declara enemigo del amor frente a Luzmán. Para Soticles:  Cupido quiere decir que ocupa el sentido, apartándole del bien y ocupándole en el mal; y este amor es carcoma, reloj desconcertado, mentiroso, engendrado de una cosa que ninguna entiende. […] Es amar un mar esquivo, lleno de tormenta, donde ninguno supo navegar, ni halló puerto seguro. Para Luzmán, sin embargo, el amor es:  Una fuente de una agua de amoroso deseo, árbol que no pierde jamás su verdura, y una visión del ánima esmaltada en los sentidos, sin la cual el hombre es un dibujo muerto… Soticles lo refuta: Muy errado vas -dijo Soticles-; que el amor es mar de sangre, árbol seco sin hojas, edificio sobre arena, movimiento loco, piedra engastada en el juicio, lanceta que rompe las mejores venas, lanza de dos hierros, por do se hacen cien mil.
Va a Sena [nuestra actual Siena]. Y allí conoce el caso del dadivoso Oristes que vive en pobreza por repartir cuanto ha poseído y aún posee a los pobres. Oristes, asimismo es un claro ejemplo del barroco hacia el que se encaminan los tiempos literarios, según podemos advertir en una de las mejores composiciones poéticas de la obra, este soneto:

¡Qué es ver la clavelina o la blanca rosa,
el lirio, o otra flor que bien parece,
cuán presto se marchita y entristece
perdiendo la color y el ser hermosa!
Hoy penáis y morís por una cosa;
mañana vos enfada y aborrece,
cuán presto pasa el día y anochece;
el tiempo es la ocasión que no reposa.
Ninguno con su suerte está contento;
la vida es un golfo de cuidados,
que va por esta mar de nuestro intento.
Deseos y esperanzas lleva el viento
de muchos, que viviendo confiados
fundaron en el aire firme asiento.

Ya en prosa, Oristes justifica su elección de la vida retirada, austera y dadivosa, con un punto de ascetismo de honda raíz religiosa que estaba propiamente en «el ambiente» del tiempo del autor:  Déjate de pensar más en eso -dijo Oristes-; que has de saber que las cosas de los reyes y grandes príncipes no son para todos los hombres. ¿Parécete a ti que haría bien el que está en el seguro puerto, si se metiese en los golfos y tormentas de la mar? ¿No entiendes que en los tales lugares los hombres se tornan aves, queriendo volar sin alas a la presunción y privanza? Pues ¿qué te diré de las envidias y murmuraciones y diferencias que se hallan en esa pequeña honra pretendida por soberbia y vanagloria? Así que, no me contenta; y pues la desprecio, quiero que mis hijos huyan della. Virtudes les dejo, crianza y cristiandad: válganse con ellas como yo hago en esta vida; pues dicen los sabios que la mayor joya es el anima, y esta se ha de guardar; que el cuerpo es bruto, y así se ha de tratar con aspereza, porque no tome malas costumbres.
Oristes le recomienda ir a ver el palacio de Birtelo, a siete leguas de Roma. Se trata de otro benefactor como él y amigo de la austeridad y la pobreza. Y allá que se dirige Luzmán, intrigado por una nueva maravilla de las que había salido a conocer en su peregrinaje. Como se advierte, los fracasos amorosos no tardan en orientarse «a lo divino», como compensación por los sufrimientos que el tal depara a quienes han de sufrirlo en esta vida. En el palacio de Birtelo hay siete tablas con otros tantos personajes de carácter alegórico y leyendas que declaraban el contenido de las mismas: Dios, el tiempo, la juventud, la vejez, etc. Después de la comida con Birtelo, dos poetas, Pirón y Ansilo entablan un diálogo musical con posiciones opuestas. Pirón representa la complacencia en el Mundo; Ansilo, el amargo desengaño. Finalmente, Birtelo le cuenta su historia: estaba a punto de casarse con una dama, matrimonio concertado con sus padres, pero ella se casó en secreto con un criado. Birtelo mató al criado y su futura esposa se suicidó clavándose un puñal. Birtelo renunció al mundo y a las mujeres y se retiró a su mansión, que administra con tino para poder ser generoso con los pobres mientras viva.
A dos leguas de Roma entra en la cabaña de un pastor, quien también prefiere su cabaña humilde al mejor de los palacios, aunque sea rico. En el curso del diálogo entre Luzmán y el pastor, el peregrino, sin saberlo, le da pie con una breve reflexión: ¿Por qué padre, me di -le dijo Luzmán-; que los hijos todos cuantos son lo primero que desean son ellos? , a que el rico pastor le cuente la historia de su desdichado hijo: Bien has preguntado -respondió el pastor- […] Habrá siete años que se enamoró de una pastora, hija de un compadre mío, que allí abajo tiene su cabaña al pie de un arroyo; y ella, dándose muy poco por él, se ha casado habrá seis meses con un pastor, siervo de su padre, y todavía el loco de mi hijo la ama, y nunca sale de entre aquellos árboles que allí parecen, donde tañendo en una zampoña anda diciendo cosas estrañas; jamás viene aquí, ni bastan los consejos ni los de sus amigos; y así temo que presto morirá; esta es la causa por que desalabo los hijos. Luzmán sale al encuentro del hijo, cuya decisión nos recuerda el retiro de don Quijote en Sierra Morena para penar sus amores y hacer mil extremos de penitencia por su señora Dulcinea. Luzmán oye la invectiva cantada contra el amor por Persio, que así se llama el enamorado hijo del pastor: Eres maldito alacrán,/navaja que mata aguda,/sombra que presto se muda,/fuego de crudo alquitrán/más amargo que la ruda., pero, finalmente, como ya ha hecho su padre, ha de darlo por imposible, dada su no fingida locura.
Luzmán continúa camino y llega a Roma. Allí admira el Capitolio, y una piedra alta hecha de una piedra llamada el Aguja; y encima della en alto una poma dorada, donde decían estar los polvos de Julio César. En nuestros días, ese obelisco está ubicado en el medio de la plaza del Vaticano, si bien se me esconde la información sobre la manzana a la que alude el personaje. Al parecer, Julio César fue incinerado y sobre las cenizas se instaló el obelisco.
         Paseando por la ribera del Tíber se encuentra con un mercader, Belcaro, amigo de su padre y a quien había conocido en su Sevilla natal. Como va vestido pobremente, enseguida el mercader quiere  prestarle  ropas acorde con su estado, pero Luzmán le dice que hizo promesa de no mudar de hábito durante su peregrinación y que prefiere seguir vestido tal como lo está. Es invitado a acudir a casa del cardenal Juliano, amigo de las artes, quien tiene un teatro en su casa donde organiza representaciones. Tras una introducción de la Muerte.  Dos mujeres, Julia y Camila, contienden poéticamente, siguiendo el modelo de disputas en verso anteriores. Julia defiende la hermosura, siendo, además, hermosa; Camila defiende la fealdad, siendo, además, fea. Acabada su contienda, entra Amor rodeado de siete doncellas: los siete pecados mortales, aunque enseguida salen otras siete: las siete virtudes. Todas las intervenciones, muy breves, son manidas y sin apenas mérito poético.
         Luzmán va a Gaeta, camino de Nápoles. Es reseñable su encuentro con un prototipo de avaro, el rico Argestes, un avaro auténticamente de manual, aunque nos lo presenta como un de esas “cosas estrañas” tras las que él se lanzó a peregrinar. Con poéticas razones muy cristianas lo persuade de que está cometiendo una locura y consigue, no tanto reformarlo, como obrar el milagro de su arrepentimiento profundo, en una crisis de lucidez que lo despierta a una nueva vida.
         Desde Gaeta se mete “en una fusta” para navegar hasta Nápoles, pero acabó en el puerto de Baya (hoy Bayas), al lado de Puzol (Hoy Pozzuoli), de donde prefiere ir por tierra a Nápoles. A poco de echar a andar descubre la cueva de la sabia Cuma. Ese encuentro se convierte en una aventura que constituye un auténtico cuentecito fantástico intercalado en la narración y que, también a su manera, nos recuerda, en parte, la aventura de don Quijote en la cueva de Montesinos, lo cual, y dado que Cervantes escribió su última novela siguiendo el modelo de la novela bizantina, a la que también algunos críticos adhieren esta libro de Jerónimo de Contreras, se me ocurre pensar que acaso Cervantes leyera con atención esta obra: A Luzmán le vino gran deseo de ver esta cueva; y despidiéndose de los pescadores comenzó a entrar por ella. Pues habiendo andado por un camino escuro, como cien pasos, hallose en un verde y hermoso prado, alrededor dél grandes peñas que le cercaban, y pasando por él entró por otra angosta senda, y no tardó que se halló en un hermoso patio labrado de singulares piedras, cubierto de hermosa madera labrada sotilmente y de fino oro dorada, y alrededor dél muchos aposentos, Pues estando así Luzmán maravillado de ver lo que veía, vio salir de un aposento una doncella vestida y tocada de muy blancos vestidos, y en la mano un bordón de plata. Maravillado Luzmán de verla, con grande acatamiento se le humilló, y ella le dijo: «bien seas venido, Luzmán, a esta mi cueva; gran virtud es la tuya, pues tuviste poder de entrar en ella, y así yo te quiero mostrar esta rica morada; y porque sepas quién soy, decírtelo he. Has de saber que es mi nombre la sabia Cuma, señora de esta ciudad que Puzol se llama, hija del sabio Quircio, que en su tiempo ninguno le igualó, do después de su muerte, que habrá doscientos años, aquí me dejó encantada, dejando aquí pintados todos los hechos del mundo, así los pasados como muchos de los presentes, y aun algunos alcanzó de los por venir, siendo Dios servido de arle gracia, porque él fue muy buen cristiano, y pues te he dicho quién soy, entra agora y mira con tus ojos las cosas estrañas que aquí están. [Ve al EmperadorCarlos y a su hijo Felipe] Como no podía ser de otra manera, dado el plan del libro, también la profetisa es amante del canto y la poesía:  Con fuerza y artificio va la nave:/no solo son sus pies los duros vientos,/ni puede sin las alas ir el ave./Ligera cosa son los  pensamientos; /caminan sin mudarse todo el mundo/y forman en el aire dos mil cuentos./No dejan de bajar hasta el profundo,/y luego sin moverse van al cielo/gozando lo primero y lo segundo./En todos los estados hay recelo.  Estando en la cueva, sueña que su señora Arbolea se ha casado. Y de ahí le viene la urgencia de volver a España para comprobar si es cierto.
         Antes de embarcarse de regreso para España, es llevado a presencia del rey de Nápoles, don Alonso el Sabio. Y allí, le son presentadas dos mujeres, Vitoria y Esperanza, “las hermanas desamoradas”, que reniegan del amor humano por preferir el amor divino, lo cual prefigura el desenlace del libro.
En el último libro, de los siete de que consta la novela, cae prisionero de unos piratas que lo llevan a Argel prisionero, por quien esperan un buen rescate. Seis años está cautivo. Lo compra Laudel, pariente cercano del rey. Laudel muere y Calimán, su hijo, se hace cargo de la casa e intima con Luzmán. Calimán se enamora de la hija del rey, Arlaja. Por su parte, Luzmán evoca el desleal casamiento de Arbolea y canta sus penas en lengua morisca, que hablaba a la perfección. Calimán lo oye y simpatiza con él. Seis años de cautiverio lleva cuando intima con Calimán, por ser sus vidas paralelas: has de saber que un enfermo huélgase de hablar con otro que ha tenido o tiene su enfermedad. Anticipándose a la vida y los hechos de  Cyrano de Bergerac, Calimán le canta a Arlaja una serenata bajo el balcón, de tal manera que la enternece. Canta muchas otras noches y, al final, del trato y el roce, Arlaja acaba enamorándose de Calimán. Calimán, en justa agradecimiento por sus servicios, lo libera y ordena que lo lleven en barco hasta Málaga. Y ahora, después de las semejanzas que vengo haciendo con el Quijote, digáseme que, tras este cautiverio en Argel del protagonista, aunque fuera un hecho común en aquella época, Cervantes no leyó atentamente la obra de Contreras…
Finalmente, Luzmán llega a casa de sus padres y él confirma que Arbolea ha abrazado la vida religiosa, razón por la que él hace lo mismo y construye un monasterio cerca del de su amada para estar muy cerca de ella. Y hasta aquí la versión que yo he leído. La edición ampliada, que es la que, en realidad, aproxima más la novela al modelo de la novela bizantina, le da un giro radical a ese desenlace tan religioso y busca, tras diversas aventuras de ambos protagonistas por separado, el desenlace de su unión en un happy ending que ya por el siglo XVI estaba claro que prefería el público lector. Lo de las distopías apocalípticas tipo Mad Max aún tardarían mucho en llegar…

Calumbre. En tiempos de cuarentena, que no nos falten las palabras.



Duodécima palabra del confinamiento, acaso de sorprendente actualidad en estos días de prisión...

calumbre. f. El moho del pan.
         No sé si es una exquisitez o una perversión psicológica -¡o filológica!– lamentar, adolorido, el imposible hecho de no haber aprendido y usado ciertas palabras como la presente, calumbre. Desde la ficción bien podría darle realidad a una escena familiar en la que uno de sus miembros se quejara de que el pan dioso se hubiera llenado de calumbre o, como el DRAE permite, se hubiera calumbrecido, pero ni toda la verosimilitud y realismo del mundo bastarían para aliviarme la inconsolable pérdida de no haber podido usar nunca la palabra. La vieja sabiduría gnómica –tan cerca siempre de lo maravilloso– nos dice que “nunca es tarde…”, que “bien está…” y que “más vale tarde…”, y no voy a acogerme a otros razonamientos mejores que esos para proponer el uso de calumbre con la mayor de las vehemencias posibles. El consumo de los panes de molde empaquetados en bolsas de plástico y la sobreabundancia de las despensas españolas –ya veremos en qué paran esos hábitos consumistas desquiciados tras el duro ajuste de la última crisis– propician que la calumbre haga su aparición en las cortezas blandengues e incluso en las migas *abolladas –de bollería, obviamente; no de abolladura…–, para desazón de quienes huelen el dulzor emanado desde la tostadora y se relamen con anticipación por el bocado hipercalórico sazonado con el aceite de oliva o la clásica mantequilla cubierta de mermelada. La prevención de las personas frente a la calumbre tiene su origen en la reacción adversa de la especie frente al peligro infeccioso de los procesos de putrefacción; pero tal aversión se pone entre paréntesis cuando se trata de ciertos quesos, cuya asociación con el hongo penicillium produce maravillas gastronómicas como el queso de Cabrales o el de Rochefort –visitar las cavas donde se producen es una amena, instructiva, interesante y provechosa visita turística, degustación incluida…–. Con todo, hay quienes le tienen aversión a esa suerte de calumbre láctea, tan distinta del propio del pan y que, en términos suficientemente expresivos, se ha convertido, para la aversión popular, en “el queso de gusanos”. “Si dejas el pan en la bolsa fuera de la nevera, enseguida se te calumbrece” “Hay quienes recortan la calumbre del pan y se comen el resto, pero a mi  me da no sé qué…”  Calumbre es voz que se pronuncia sin excesivo énfasis, con cierta retorica menor, con la naturalidad de quien asiste a un proceso natural, en modo alguno sorprendente. Permítaseme, para acabar, que ponga de relieve el desencuentro entre Corominas y el DRAE en cuanto a la etimología de la palabra, pues el DRAE la hace depender de canus, ‘cano’, mientras que el lexicógrafo catalán Corominas propone caligo, ‘niebla’, ‘tiniebla’, a través de un calumen del latín vulgar. Quizás se haya dejado influenciar la Academia por el uso de canido para la corteza mohosa del  pan en tierras de Castilla, pero, dado el abismo que separa una y otra postura, bueno sería que los profesionales de la etimología se avecindaran a la razón y escogieran la más convincente.

jueves, 26 de marzo de 2020

Baceta. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras.


Undécima palabra del confinamiento, apropiada para estas horas en que, recurrir a los juegos de cartas, no debe hacernos olvidar el dicho de Shopenhauer, según el cual los naipes fueron inventados para que los necios, a falta de ideas, pudieran intercambiar algo...

baceta. m. Montón de naipes que, en varios juegos, quedan sin repartir, después de haber dado a cada jugador los que le corresponden.

He aquí una hermosa oportunidad de sustituir una palabra monótona, torpe y ómnibus como montón por otra específica que raramente, sin embargo, es usada por los aficionados a los naipes, salvo que éstos mezclen a su afición la de la lexicografía, lo cual, sin ser imposible, es altamente improbable. A pesar de la enemiga de Schopenhauer hacia los naipes, los cuales, a su juicio, se habrían inventado para que los tontos tuvieran algo que intercambiar entre ellos a falta de ideas, la afición es universal, por lo que os sobrarán oportunidades de contribuir a propagar el término correcto que sustituya a la aburrida montón. A pesar de ser un diminutivo, baceta tiene ciertos ecos de vocablo selecto, de parte precisa de un ritual riguroso, en el que se obvia la afectividad y se prima la propiedad. Derivada de baza, como es evidente, compite baceta con mazo, aunque esta última peque de cierta leve impropiedad, dado que  mazo incluye la condición de estar el montón atado, lo cual implica que, propiamente, habría de competir con baraja sin estrenar, precintada. Las dos comparten, sin embargo, la consonante interdental que representa muy adecuadamente el imperceptible roce de una carta con otra al ser recogida de la baceta para poder continuar el juego. “Coge de la baceta, anda”, “la baceta se está acabando, y aquí aún no han salido tales o cuales cartas” o “coged las cartas con cuidado, que deshacéis la baceta” son, espigadas al azar, algunas de las expresiones que motivarán la perplejidad de vuestros compañeros de juego, a quienes les encantará, no lo dudéis, deshacerse de montón y adoptar la novedad que les proponéis. “De baza, baceta” es el único argumento que acallará cualquier reparo y desfruncirá... el ceño, se entiende, de cualquier extrañeza, pues lleva en sí la única explicación posible y deseable, esto es, apodíctica.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Docilitar. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras...


Décima palabra del confinamiento [y hoy dos, porque mi amigo Joselu tuvo a bien señalarme que había repetido lúa. Mis disculpas], apropiada para aplacar la *soliviantez incómoda del encierro...


docilitar. tr. Hacer a alguien dócil, suave, apacible, capaz de recibir fácilmente la enseñanza.
         A tenor de la renuncia de un buen número de padres a ejercer su obligación de educar a la prole, es decir, de marcar límites y ser capaces de aguantar el chaparrón de la protesta o del chantaje emocional, docilitar es una palabra que se adecua perfectamente a la tarea que se ha de llevar a cabo en la mayoría de escuelas de este país, a todos los niveles, desde Primaria hasta la universidad. Lo propio de los docentes era quitarle el pelo de la dehesa a la chiquillería e instruirlos en el variado y entretenido mundo del conocimiento, para lo cual llegaban, tiempo ha, bien advertidos de que los profesores tenían sobre ellos la misma o mayor autoridad que los padres. Hoy en día, es muy probable que buena parte de los alumnos pasen por los años obligatorios de la enseñanza sin haber sido docilitados en sus propias familias, lo cual implica, a modo de corolario, que salgan de ella tan ignaros y asilvestrados como entraron. El abandono de la responsabilidad paterno-materna de la educación de los hijos  ha conseguido que se haga muy difícil la tarea de docilitar a las criaturas, máxime en una atmósfera social en la que se ha devaluado de tal manera la institución docente y, sobre todo, la figura del profesor, que hijos y padres se comportan más como clientes que no pagan y mandan, que como beneficiarios de un bien social en el que la comunidad invierte un pellizco presupuestario de miles de millones de euros. La palabra es expresiva y nada oscura. Quizá se advierta en ella una cierta connotación que la asocie con domar, con lo que ello conlleva de actividad relacionada con los animales, pero como su raíz, dócil, se impone enseguida, podemos ignorar la atrevida asociación. Lo positivo es que el uso de la palabra introducirá en la conversación en la que salga un tema apasionante, porque en este país todo el mundo tiene una receta mágica para arreglar el sistema educativo, del mismo modo que cada ciudadano, y alguna que otra ciudadana, tienen la mejor selección española de fútbol imaginable. Mientras, los profesionales del ramo, han de precaverse contra los furibundos clientes, padres e hijos, y han de asistir a la inevitable división auspiciada por todas las ideologías en lid: la escuela pública para el proletariado; la concertada y privada, para los que pican alto. “Apenas consigo enseñarles nada a mis alumnos; se me van todas las fuerzas en tratar de docilitarlos...” “Aunque deberían llegar de casa ya docilitados, lo cierto es que cada vez más hemos de atender a los problemas de disciplina, en vez de a los retos pedagógicos.”  “Nos quejamos de lo mal que va todo, y la escuela en particular, pero convendréis conmigo en que muy a menudo renunciamos a docilitar a nuestros hijos, lo que, de hacerlo, sería una contribución impagable para que, al menos una parte de ese todo, la escuela, funcionara mejor.” Ya os digo que es un tema polémico, pero muy vivo. Y del que todo el mundo tiene opinión ¡y hasta teoría! Vuestra contribución ha de consistir, básicamente, en ponerle nombre a la necesidad: docilitar, docilitar y docilitar. La vara verde es flexible; la rama seca, quebradiza. Es un lugar común, pero puede ser usado sin  reparo, porque apenas lo frecuenta nadie. De nada.

Bezudo. En tiempo de cuarentena que no nos falten las palabras...



Novena palabra del confinamiento, a punto de que se nos hinche de todo...
bezudo, da. adj. De labios abultados.
         Mick Jagger sería el prototipo de hombre bezudo, o el bezudo por antonomasia, puesto que sus labios carnosos, por ejemplo, han acabado convirtiéndose en el emblema o logotipo –porque también son una auténtica Sociedad Limitada– del grupo musical que lidera, pero, obviamente, no es el único. Es  evidente que, a lo largo de nuestra vida, nos cruzamos con cientos de personas anónimas de las que, en un momento u otro, hemos de hablar, para bien o para mal, y a las que habremos de significar físicamente para que nuestros interlocutores sepan de quiénes hablamos. Bezudo es una palabra neutra, descriptiva, y no está cargada de connotación despectiva, aunque lo parezca. Hemos de recordar que –udo, a pesar de aparecer en términos despectivos, como cabezudo, aparece también en palabras como sesudo, que tiene una connotación meliorativa inequívoca. Así pues, en principio, no es bezudo palabra que forme parte del amplísimo conjunto de los insultos, si bien algunos de estos, como cabezón, han acabado convirtiéndose en apellidos, por ejemplo, lo cual dice mucho de la capacidad humana para desmontar y reconvertir esos agresivos artefactos lingüísticos, lo más parecido a las minas antipersona, pues bien buscados, y aplicados con altas dosis de desprecio, tienen un enorme poder destructivo. Personas hay a quienes cierto remoquete despectivo les ha condicionado la vida desde la infancia o la adolescencia, momento crucial en el que las palabras aún tienen el poder que debieron de tener en la voz de las pitonisas de Delfos, por ejemplo. Estoy convencido de que, como ocurre con carifarto, también descriptiva, bezudo será otro éxito que añadiréis al palmarés de vuestra elocuencia. Aunque su origen sea onomatopéyico, pues procede de bezo, no conviene que presionéis los labios en exceso al pronunciar la palabra, como si quisierais dar a entender que la b inicial de la palabra es la pista para deducir el significado de ésta. Más elegante sería, sin duda,  llevarse el dedo a los labios y, de forma discreta, indicar que está a la vista el significado de la palabra. Es muy improbable que  vuestros interlocutores la deriven de un hipotético y  metonímico besudo, aunque algunos de ellos pensarán en bruces, y no sin razón, pues, aunque de origen incierto, es muy probable que haya sufrido influencia de bezo.

lunes, 23 de marzo de 2020

Báratro. En tiempos de cuarentena que no nos falten las palabras...


Octava palabra del confinamiento y amenaza real, según y cómo y con quién, de haber caído en él...


báratro. m. Infierno
         “¡Vete al báratro, hombre!” “¡Voto al báratro!” “¡Púdrete en el báratro!” son expresiones coloquiales un tanto desgarradas que, pasado el filtro de la propia extrañeza y hallada la ocasión en que la indignación necesite encauzarse, puede cualquiera  acabar haciéndolas suya hasta usarlas con una naturalidad que impedirá la malicia ajena. Báratro es tan contundente como el sonido del propio nombre debió de serlo para los condenados atenienses que eran lanzados desde él a la muerte segura o, en su defecto, a la lisiadura irreparable. Vestigio de expeditivas prácticas punitivas, báratro es, hoy, una perfecta desconocida frente al clásico y archidivulgado Hades mitológico o el anodino y exhausto infierno cristiano, despojado, gracias al uso y abuso, de la capacidad evocadora del referente amedrentador que, en los larguísimos tiempos oscuros de nuestra nación, condicionó la vida de tantos compatriotas. “Hay más infiernos de los que conocéis, hombre; y báratro es abismo antiguo que bien puede competir con tártaro, gehena, averno, orco, erebo o caína... ¡Que no todo han de ser pringosas calderas de Pedro Botero, ¿no os parece?!”, podéis desahogaros con la moderada irritación que siempre se reviste de una soberbia capacidad de convicción. Sólo si se está en presencia de amantes de la elocuencia y el saber que no ocupa lugar se puede añadir, con cautela y casi excusándose, porque la formación propia se entiende, desde la ignorancia ajena, como grave ofensa a los paradójicos poseedores de esa carencia, que la tal caína es el primer recinto del noveno círculo del infierno de la  Comedia de Dante, donde, como se deduce del origen de la palabra, Caín, se pudren los desleales a sus familiares, es decir, un recinto abarrotado que pide a gritos una ampliación... o que gehena, procede del hebreo ge Hinnom, ‘valle de Hinnom’, donde nada bueno debía de suceder, sin duda... Báratro, en definitiva, es una excelente alternativa al desgastado infierno y una ocasión más de lucimiento para la elocuencia.

domingo, 22 de marzo de 2020

Robiñano. En tiempos de cuarentena que no nos falten las palabras...


Séptima palabra del confinamiento: el quinto mosquetero del anonimato...
robiñano. m. Nombre que se da a una persona cuyo nombre se ignora.
         Al cuarteto famoso, fulano, mengano, zutano y perengano, hemos de añadir, a partir de este momento, robiñano, lo cual dejará boquiabierto a cualquier interlocutor que nos la escuche, no sólo porque no hay quinto  malo, sino por el hecho de su propia existencia, algo así como un hermano secreto que, de repente, vuelve a casa y pretende recuperar su puesto en la familia. Es cierto que no ha quedado en el habla popular –hasta donde se me alcanza, claro está–, e ignoro así mismo si ello se debe a su origen francés –de Robin, ‘Roberto’– o sencillamente a que rompía la homogeneidad del cuarteto, con sus voces nacidas de la fantasía lingüística de los hablantes, puesto que está condenado al fracaso cualquier intento de hallarles a esas voces algún origen etimológico distinto del mero juego verbal expresivo. Robiñano puede ser añadido, con no poca *jocosería, cuando se dé el caso de recitar el cuarteto, algo que, sin ser frecuente, tampoco es absolutamente extraño. Es cierto también que los terceros innominados tienen una inconfundible connotación peyorativa, como lo prueba el hecho de su uso balístico como insulto, como invectiva, como descalificación: “¡Menudo fulano está hecho!” “Jorge sólo liga con fulanas”, y expresiones de ese jaez. Mengano y zutano atenúan algo dicha connotación, que parece estar exenta del miembro menos conocido del cuarteto, perengano, quizás porque en su caso sí puede rastrearse un origen léxico definido, atendiendo a la versión perencejo que pereció en su duelo fraternal con perengano. Corominas supone un posible Pero Vencejo como origen, pero no deja de ser una intuitiva fantasía nominal al hilo, quizás, de Pero Grullo. Cerrar el quinteto de terceros sin nombre con robiñano tiene la virtud de colocar un broche rotundo que parece impedir cualquier futuro añadido. En el inconsciente lingüístico funcionaría como el “y sanseacabó” que levanta un muro infranqueable. Esa función de clausura añade a robiñano la connotación de algo sólido e inalterable que obra a su favor dotándolo de tanta capacidad de convicción como para que se nos vuelva imprescindible.

sábado, 21 de marzo de 2020

Santiscario. En tiempo de cuarentena que no nos falten las palabras...


Sexta palabra imprescindible para afrontar un severo confinamiento que nos pone a prueba.


*santiscario. m. Madurez, criterio, seso, juicio, sensatez// 2. m. Caletre// 3. m. Interior de la persona donde se encierra sin aceptar otras propuestas. II De mi ~. loc. De mi invención.
         Frente a la escasa atención que le dedica a santiscario el DRAE, de la que sólo recoge un giro coloquial, como si la palabra en sí no tuviera sustancia propia, como si jamás hubiera servido para designar realidad alguna, he aportado –de ahí el asterisco–  las diferentes definiciones que nos permiten comprender el valor que esta voz tiene y la necesidad que nosotros tenemos de convertirla en una realidad viva, atendiendo a su poderosa expresividad. Es voz que aparece en El coloquio de los perros, precedente que se bastaría para avalar su uso, sobre todo porque aparece como una voz perteneciente al registro coloquial, propia, pues, del pueblo, no como un término empingorotado y exquisito frente al que pudiéramos albergar algún recelo justificado. Ningún ridículo mayor que la impropiedad léxica cuando se nos ocurre picar alto y usar palabras de las que no estamos seguros, y mayor aún si ahuecamos la voz, la acampanamos y nos regodeamos en su dicción. Santiscario suena a Sancho, sabe a ristra de ajos y tiene el amarillo de la yema de huevo. Hemos visto muchos híbridos en este diccionario, y no pocas etimologías fantásticas. Cuando una voz se nos presenta como de origen incierto ello significa que se levanta la veda para la caza de esos híbridos o de esas asociaciones inverosímiles. Ni siquiera Corominas se escapa de la tentación, porque considera la posibilidad de que santiscario sea el resultado de santiguada y de relicario, o de santo y *escario, “bolsa de dinero”, de donde la clara relación con la cabeza, llena, a su vez, de pensamientos, o de tonterías… Aunque sea una asociación traída por los pelos, me parece evidente que haya podido intervenir ventisca en la creación de la palabra, porque el hecho de que a alguien le “dé la ventolera” de esto o de lo otro  no está muy lejos de ese “de mi santiscario” con que aludimos a lo que es propio y exclusivo de cada uno. Por otro lado, sí que parece evidente la íntima relación entre santiscario y almario, no sólo porque se nos hable del último reducto de la intimidad de la persona, sino también por el campo semántico de lo santo, del que ambas participan. Santiscario tiene la virtud de aparecer ante nosotros como una voz familiar que  no produce ningún rechazo, como si la hubiéramos usado siempre y nos llamara la atención que la hubiéramos descuidado, que, por las presiones de la vida cotidiana, que nos fuerza a simplificar cada vez más los mensajes, como si todos estuviéramos contaminados por la demagogia política, hubiéramos dejado de usarla. Bien, ahora es el momento de retomar su uso y de dejar satisfecha a nuestra audiencia, que se quedará “con la copla”, como coloquialmente decimos, apenas oída. “¡Julián no tiene ni pizca de santiscario! O sea, que es esfuerzo baldío querer hacerle entender la situación…”. “Mariajo no sale de su santiscario ni aunque se le aparezca el Cristo, no sólo está ensimismada, sino “ensicerrada” a cal y canto…”. “Ya sé que son palabras de mi santiscario, pero ¿por qué “amilega” no va a poder llegar a ser tan aceptada como sus adosadas, amigo y colega? Lo que no se crea no se usa, y cuando se use, ya verás tú cómo nadie se acuerda de que salió de mi santiscario…”.

viernes, 20 de marzo de 2020

Lúa. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras...


Quinta palabra, para la necesaria higiene que exige la convivencia...


lúa. f. Especie de guante hecho de esparto y sin separaciones para los dedos, que sirve para limpiar las caballerías.
         He aquí una de esas palabras que por sí sola justificaría esta obra. Lúa es una doble metonimia que, procedente del gótico, en el que significaba ‘palma de la mano’, designa ese objeto cotidiano que ocupa su puesto embellecedor en todas las duchas del país, pues es la forma más barata de peeling, o desescamación celular, que usan las mujeres de este país, quienes no dudan en mortificarse cada mañana con ese guante de enérgica tortura. Lúa sustituiría, con absoluta propiedad, la manopla de esparto a la que nosotros, de forma eufemística, llamamos “guante de crin”, como si estuviese hecha de la crin de los caballos, en vez de servir, como sirve, para limpiarles a ellos. O sea, que lo llamamos “guante de crin” para “embellecer” el producto y no establecer una analogía que acabaría probablemente con su venta, por más que el caballo y la yegua sean animales reputadamente hermosos que gozan de la admiración general, y que aun han inspirado fantasías en las que aparecen como seres superiores a los hombres, como es bien sabido, aunque poco leído. Lúa, por otro lado, el de su sonoridad, tiene un sí se aprecia qué de eco luso que envuelve en dulzura la palabra y, más aún, el efecto del quehacer higiénico que con su referente se realiza. “Yo me froto cada día con la lúa y me quedo como nueva: no sabría prescindir de ella”. “La aspereza de la lúa es la mejor medicina para despertar al cuerpo”. “Si los hombres usaran más la lúa no serían tan blandengues y de mírame y no me toques, que lo son y mucho, aunque muchos de ellos parezcan tan brutos”. “Te lavas con la lúa y parece que, como las serpientes en época de muda, salgas de la ducha con una piel nueva”. Lúa, en definitiva, es palabra que debería figurar en todas las droguerías de forma obligatoria. Y aun algún avispado fabricante de las benéficas manoplas podría aprovecharse del nombre para una campaña comercial que reivindicara las bondades de tan modesto instrumento de belleza, la nobleza vegetal del esparto y la eufonía de su nombre propio. De lo que estoy convencido es de que, así que comencemos unos pocos a usarla, la palabra –el objeto sólo es apto para mujeres y tipos duros, los fílmicos tough guys testosterónicos... –, se irá extendiendo hasta asentarse en el idioma actual en muy breve lapso de tiempo.

jueves, 19 de marzo de 2020

Borra. En la cuarentena, que no nos falten palabras...



Cuarta palabra del confinamiento, muy 

apropiada en estos días de tanto abuso del 

espacio doméstico...

borra. f. pelusa polvorienta que se forma y se reúne en los bolsillos, entre los muebles y sobre las alfombras cuando se retarda la limpieza de los mismos.
         De acuerdo, hablamos de la sexta acepción de la palabra. Ahora bien, ¿quién sabe que la primera, la que debería de ser más común, significa “cordera de un año”? Es evidente que podía haber escogido ésta para añadir un timbre de gloria más a vuestros méritos oratorios, pero la sexta (¡Si no hay quinto malo, imaginaos el sexto...!) reúne todos los requisitos que condicionan la redacción del presente diccionario. Se trata de una palabra desconocida, o casi, que puede ser empleada en situaciones comunicativas cotidianas y cuya sonoridad y grafismo la hacen acreedora a esta suerte de resurrección e incorporación al caudal léxico habitual de nuestros intercambios sociales lingüísticos, que, no sin cierta prepotencia pseudotaumatúrgica, os ofrezco. Aunque parezca delirio, borra, borrar y borrador proceden de la misma palabra, pero los avezados lectores de esta obra sin par estáis acostumbrados a ciertos prodigios, a cierta metempsícosis de significados que se encarnan en vocablos homófonos, venga o no venga a cuento la usurpación, haya o no haya relación entre aquéllos. “Ana María, ¿has visto cómo está el pasillo de borra? Da hasta vergüenza. Un día de estos deberíamos pasar el aspirador, ¿no crees?” “¿Pero cómo demonios se me formará tanta borra en estos bolsillos, si ando todo el día metiendo y sacando las llaves y la cartera?”  “¡Ay, la borra! ¡Menuda maldición! No acabas de barrer y,  ¡zas!, por ahí que te sale un tufo de polvo como si estuvieras en un desierto de Arizona...” “Cuando vives en un primero es casi imposible luchar contra la borra. No sé si será la contaminación de los coches o qué, pero te tropiezas con ella en cada cuarto de la casa. ¡Y eso que quité las alfombras!, porque estaba harto de tanta borra que crecía en ellas como si fuesen setas nanoatómicas...” Todas éstas son posibilidades reales de meter la palabra en la conversación sin necesidad de calzador y con la seguridad de ayudar a vuestros interlocutores a dejar de hablar de esas bolas de polvo o de esas pelusas, tan poco precisas. Por demás está que la comparación con las setas *nanoatómicas es una hipérbole diminutiva que sólo podrá ser usada tras haber calibrado mucho, con ese ojo de buen cubero metafórico que acabaréis teniendo, la idoneidad de vuestros interlocutores. Absteneos, eso sí,  de hacerlo en presencia de físicos de profesión, porque vosotros les daréis una palabra y ellos os sacarán los colores, que eso tiene, a veces, el diletantismo. Borroso, que, como es evidente, también viene de borra, ha logrado eclipsar la existencia de la palabra y de la acepción que aquí os ofrezco, cumpliendo con el plan de vida ínsito en esa acción devastadora que no deja en pie ni significado ni significante. ¡Celebremos, pues, con entusiasmo, su resurrección! Ya puestos en la borra, bien podríais añadir una perla más a vuestros *quedecires –puesto que hay quehaceres, también debería  haber *quedecires, ¿no?– para deslumbrar los ciegos oídos de vuestros contertulios: tamo, cuya tercera acepción –en esta entrada toca ir por carreteras secundarias…– vale por “pelusilla que se cría del polvo debajo de las camas y cofres”. Algún lexicógrafo añade fluecos, la forma antigua de flecos, según la recoge Covarrubias, pero no está tan claro que flecos, siempre pegados a la ropa, signifiquen lo mismo que borra o tamo. Tamo, en sí misma, es un misterio para los lexicógrafos, quienes se enfrentan a la hora de aportar posibles orígenes para la palabra. Su significado, “tallo del trigo, antes relleno de colchones y muebles”, está muy relacionado con ese desecho de la caña, esa “paja menuda”, al decir de Corominas, de probable origen prerromano, con toda la ilustre prosapia que tienen los términos anteriores a la invasión de los latinohablantes. En fin, tamo o borra, borra o tamo, ambos requieren idéntica escoba, lo que significa que son voces domésticas que enseguida harán suyas cuantos amos y amas de casa tengan la dicha de oíros. A título anecdótico no sé si es excesivo añadir que en San Juan de Pasto (Colombia) el tamo, en tanto que “tallo del trigo”, sirve para crear una artesanía tan original como desconocida en nuestros lares.


miércoles, 18 de marzo de 2020

Názora. En tiempos de cuarentena que no nos falten las palabras...


                                     
Tercera palabra confinada...
názora. f. Nata de la leche. 
         No sólo es názora palabra de origen incierto, sino que la polémica sobre dicho origen aún está viva entre los lexicólogos. Lo más probable es que se trate de una voz híbrida –en la medida en que el hibridismo es fecundo recuso para la creación léxica, como hemos visto en reiteradas ocasiones–, que mezcle nata con una posible gazura autóctona de los pueblos prerromanos, puesto que en el vasco ha subsistido gazur con el significado de suero de la leche. Afortunadamente, no es tarea prioritaria para este diccionario la investigación que nos acerque a la solución etimológica pertinente, sino la de rescatar ciertas palabras olvidadas, ignoradas o despreciadas y devolverlas a la circulación. Desde esta posición divulgativa, ¡qué hermosa y rotunda palabra, názora, para definir la telilla que cubre la leche una vez hervida y que, fuera del recipiente, se espesará hasta casi solidificarse! En modo alguno relacionamos palabra tan aterciopelada y textil con las crestas rugosas del manto que cubre la leche hervida, pues no otra cosa significa etimológicamente nata más que ‘cobertor’. Názula, localismo toledano que vale ‘requesón’, no anda muy lejos de nuestra názora y enseguida se echa de ver que la primera debe de ser derivada de la segunda. Názora tiene ecos árabes y judíos, sorpresivamente bien avenidos, que dotan a la palabra, cuando la pronunciamos, de una capacidad de traslación en el tiempo más que notable, aunque no he logrado identificarla como parte del léxico sefardita. No sólo sirve názora para la nata de la leche, sino también para cualquiera otra que forme un líquido al hervir, aunque en ciertos caldos esa nata sucia, como la nieve pisada, no merece, sin duda, para denominarla, una palabra tan elegante como názora, que brilla sobre la superficie de la nata como si hubiesen nacido la una para la otra. “De pequeño me parecía increíble la názora que era capaz de formarse en la leche hervida: espesa, cremosa, deliciosa...; ahora la hierves y apenas te queda una telilla que, pegada al vaso, parece un visillo mojado”. “Conserva la názora del día anterior en la nevera y al día siguiente tendrás una exquisita crema con la que untar las tostadas: ¡pura delicia!”. “La názora de la leche tiene mala fama, en estos tiempos en que se ha proscrito la grasa animal, pero tomada de vez en cuando a nadie puede hacerle daño algo tan natural. Sucede lo mismo que con los calostros, aunque ya casi nadie sabe que son una exquisitez culinaria”.