Decimocuarta palabra del confinamiento, indispensable para entender la doble vara de medir que hemos de tener con quienes nos rodean y tienen los gobernantes con nosotros...
jabonar. tr. Reprender ásperamente.
He aquí una muestra de la ambivalencia
de ciertas voces, que sirven para describir un cometido y su contrario, con
escasísima variación formal en su enunciación. Mientras jabonar a alguien, o “darle un jabón”, significa esa reprensión que
figura en la definición –María Moliner incluye, además, el castigo físico en
forma de golpes–; “dar jabón” a alguien significa adularlo. ¿Qué extraña virtud
advirtieron nuestros antepasados en el jabón para otorgarle ese poder? Ignoro los usos punitivos que antaño llegó a
tener el jabón, pero parte de mi memoria personal ha sido la amenaza de lavarme
la boca con él –en forma de escamas del popular Lagarto, se entiende... – para
impedir que la ensuciara cotidianamente con las pudorosamente llamadas
“palabras malsonantes”, “tacos” o “voces desgarradas”. Lo cierto es que el
jabón tiene una consistencia pétrea, pero no me atrevo a pensar siquiera que
pudiera existir algo así como un castigo de *jabolapidación. El significado de “dar jabón” es harto evidente y
no requiere explicación ninguna, pues son muchas las sortijas que lo han
precisado, por ejemplo, para salir de dedos en los que nunca deberían haber entrado. Del mismo modo, la naturaleza
viscosa del jabón, propia de los aceites de que suele estar hecho, ha servido
como lubricante para encajar unas piezas en otras, como las espigas de los
muebles. Así pues, la propuesta de este nuevo sentido, ‘reconvenir a alguien
por una conducta impropia’, habrá de abrirse paso frente a la incredulidad
inicial de quienes conservan en su buena memoria el significado contrario.
Empeñarse en la propagación de la misma conlleva la excelente oportunidad de
ilustrar las complejidades del léxico y prestar atención, de paso, al modo como
los hablantes han asociado tal o cual significado a tal o cual palabra. Si se
escarba sin pedantería, se pueden conseguir no pocos adeptos para esta
disciplina de la lexicografía que, más allá de las arideces técnicas de las
transformaciones fonéticas, tiene, en las pesquisas etimológicas, una lectura
por la que se puede llegar a sentir auténtica pasión. Entre los justos está,
según Borges, “el que descubre con placer una etimología”. En última instancia,
si no se llega tan lejos, sí, al menos, habremos contribuido a la preocupación
por mejorar la expresión, lo que elevará significativamente el nivel cultural
de un país como el nuestro, ¡tan necesitado de esa conquista social e
individual!
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