viernes, 27 de marzo de 2020

«Selva de aventuras», de Jerónimo de Contreras o un destensado ejercicio de novela bizantina y sazonada novela sentimental.



¿Leyó Cervantes este clásico poco citado y menos leído: la Selva de aventuras de Jerónimo de Contreras, que tuvo de poeta la gracia que no quiso darle el cielo y de narrador tan escaso arte como por sí se ganó…? 

Habiendo leído no hace mucho las Andanzas y viajes de Pero Tafur por diversas partes del mundo habidos, del propio Tafur, es evidente que no hay comparación entre el bien hacer de Tafur y el convencionalismo de Contreras. En el primer caso tenemos un  libro de viajes lleno de auténticas curiosidades, y en el segundo, una extraña mezcla de novela sentimental y novela bizantina, aunque no llega a la intensidad de los mejores ejemplos de La cárcel de amor o Siervo libre de amor, de Diego de san Pedro y Juan Rodríguez del Padrón, respectivamente.
Mi atrevimiento me lleva, incluso a descubrir en esta obra de Contreras algo así como el equivalente del cine musical, porque su historia alterna los diálogos y los “números musicales” que sirven para seguir contando la historia, como suele ocurrir en el género cinematográfico, con mayor o menor propiedad. Podríamos hablar de una suerte de opera primitiva en la que se alternaran el recitativo y las arias, a juzgar por la estructura del libro. En todo caso, hubiera dado de sí, en su tiempo, para una adaptación escénica muy del gusto de la época.
         Se sabe poco del autor, y, más allá de las clásicas fechas, c.1505- c. 1582, y de que escribió un libro de caballerías, Don Polismán de Nápoles, un título que bien podría haber aparecido en el listado de los que enumera D. Quijote como fuente de su inspiración, solo hay noticia de su Dechado de varios subjetos, en la que repite la mezcla de prosa y verso ya usada con anterioridad en la Selva. La Selva de aventuras tuvo cierto éxito, a juzgar por las ediciones, y ello movió al autor a hacer una nueva versión corregida y aumentada con dos capítulos en los que se cambia el desenlace original de la novela y se les ofrece a los lectores un “final feliz” que, a buen seguro, esperaba el autor que colmara la expectativa de los lectores y le granjeara mayor reconocimiento.
En la primera versión, los amantes se separan, porque ella, Arbeloa, quiere entrar en religión, y él, Luzmán, se lanza a recorrer tierras extranjeras, Italia, fundamentalmente, donde espera olvidarla, acaban reuniéndose en Sevilla y dedicados ambos a la vida religiosa, pero muy cerca el uno del otro. En la segunda versión, sin embargo, después de diferentes aventuras que separan a los amantes, más en la línea de la novela bizantina, se reúnen, se casan y viven felices.
En 1615 deja de editarse y ya no vuelve a ser editada hasta su aparición en la BAE, en 1849. No es autor que haya suscitado el interés de los estudiosos, porque, aunque es propio de estos recuperar textos de nuestra historia literaria sumidos en el olvido, no es menos cierto que la recompensa en términos literarios no es tan «vistosa» académicamente, por ejemplo, como la de recuperaciones tan interesantes como la del poeta gongorino Gabriel Bocángel, pongamos por caso. Ni que decir tenemos que tampoco como antecedente de El peregrino en su patria, de Lope de Vega, acaba teniendo la obra de Contreras valor suficiente.
         Lo que se estará preguntando el lector de estas páginas es por qué diablos, entonces, le propongo la lectura de un clásico tan «menor», de tan aparente poca valía. Le contesto enseguida: porque cualquier clásico así considerado es una lectura más provechosa que mil insulsas naderías actuales. Estar en compañía de un escritor, por discreto que sea en el brillante escalafón de aquellos siglos que tantos ingenios exquisitos contemplaron, nos permite sumergirnos en ciertos modos de decir que nos reconfortan en el uso de la lengua, a la vista de las constantes deturpaciones a las que hemos de asistir cada día en la sufrida vida pública, ¡y no digamos en la política!
         Desde que se abre la novela, advertimos un ejemplo de aceleración narrativa que nos sorprende, ciertamente:  Y porque ya era hora de cenar, dio a Luzmán de lo que tenía para sí, y reposó ahí esa noche y otros ocho días, y al cabo dellos se partió con lágrimas de entrambos. Y así Luzmán, yendo pensando siempre en Arbolea, llegó a Barcelona; y dende a diez días se embarcó en una nave que iba para Italia, y así dio en un puerto en la tierra de Toscana, y hallándose así, acordó de irse a Venecia, por ver aquella ciudad que tan mentada era; y así se despidió de los marineros, y se fue su camino. Y tanto anduvo que llego a Venecia, en un día que en la plaza de San marcos se representaba aquella tarde la memoria de la edificación y fundamento de aquella ciudad; y siendo desto muy alegre, se fue al lugar donde se hacía esta representación. En nueve líneas viajamos de Sevilla a Venecia, ¡ni el famoso tren bala japonés! Y ninguna comparación, está claro, con el caballo que lleva a Gladiator desde Vindobona, la Viena de los romanos, hasta Mérida… en apenas día y medio.
         La prosa, como ya hemos dicho se alterna con el verso, y aunque este sea de escasa calidad, hay excepciones, dado lo mucho que se recurre a su uso, y no es extraño encontrarnos incluso con algún aforismo que nos place así lo leemos:  Llamaron a la paz antiguamente/reloj de la bondad bien concertado.
         La acción propiamente dicha de la obra va a consistir en el encadenamiento de encuentros sucesivos en los que se cuentan las historias de los personajes con quienes, por azar, se encuentra el peregrino y cuyas historias son, en la casi totalidad de los casos, de orden sentimental, usualmente amores frustrados, como su propia historia. Así ocurre con la hermosa Porcia, sobrina del duque de Ferrara, que sirve, podríamos decir, de molde para los encuentros por venir:  Señora, yo soy un peregrino que anda deseoso de ver las cosas que el mundo en sí tan maravillosas tiene, se presenta el peregrino a la hermosa y doliente doncella. Porcia pena, en apartados montes, la muerte de su marido, quien yace en una tumba junto a la que llora de continuo a la espera de consumir su vida:  Desprecié a Galeazo, duque de Milán, y a Artidonio, mi primo hermano, hijo de mi tío, en cuya compañía me crié, y asimismo tuve en poco a Calistro, hijo del marqués de Mantua: y esto todo para mayo gloria mía. Porque sepas que amé a un caballero, natural de la fértil España, de una ciudad llamada Zaragoza: estaba en el servicio de mi tío el duque, muy privado suyo, llamábase Erediano.” Huyen y llegan al lugar solitario donde Luzmán la descubre: vinimos a este lugar, el cual es tan fragoso, y de fieros animales poblados, que jamás hombre aquí allegó, ni creo que pueda llegar, si no es por ventura como tú has hecho. Estamos, pues, ante una novela sentimental, parece. Al poco, recitando su duelo sobre la tumba, como hacía dos veces al día, Porcia se desvaneció muerta ante los ojos de Luzmán, quien cavó en la sepultura de Erediano y, cuando llegó hasta sus huesos, depositó el cadáver de Porcia junto a él, y volvió a cubrirlos con la misma tierra que haí sacado. Hacer analogías con movimientos literarios tan lejanos como el Romanticismo quizá esté fuera de lugar, pero la vena mortuoria de dicho movimiento, los Pensamientos nocturnos, de Edward Young, o las Noches lúgubres, de Cadalso, imitador de aquél, se alzan ahí como hitos de un camino que el Romanticismo siguió hacia atrás, en su predilección por los tiempos pasados, las ruinas y los amores desdichados.
         Está claro que, dada su condición, el personaje, al llegar a Ferrara, donde para tres meses, es recibido por la nobleza y, tras la presentación de rigor, declara con cierto orgullo su ascendencia: Has de saber [Luzmán le habla a Artidonio, hijo del duque de Ferrara], que yo soy caballero de España, que deseoso de ver y entender las estrañas cosas que el mundo tiene en sí salí de mi tierra desta manera, como me ves vestido, y viniendo a esta ciudad no sé cómo el camino perdí, y anduve por un estraño bosque cuatro días, y al cabo dellos, hallándome en un llano topé una sepultura. Y desde ahí en adelante continúa la narración de los amores trágicos de Porcia y Erediano, de la manera que lo había visto y oído de  boca de ella.
De Ferrara fue a la Lombardía, concretamente a Milán. Visita el palacio del duque Galeazo el día de su boda. Contempla una representación alegórica del triunfo del Amor. De Milán va a Génova, donde entra en conocimiento del devastador amor que sufre Salucio, a quien su familia da por perdido, si bien Luzmán, por sus buenas artes, consigue devolverlo a su hogar. Se trata de una situación técnicamente muy llamativa, porque se emplea la composición poética del verso «en eco», gracias al cual, Salucio cree que este le responde con la repetición del último verso de cada estrofa a sus propios versos: Luzmán, que atento había estado a todas estas palabras, bien entendió que aquel que tales cosas decía, loco de amor estaba; pues del eco que en los aires le respondía al acento de sus palabras tomaba por el propio Amor. Salucio, después de pedirle que se identifique, le cuenta, bajo promesa de guardar secreto quién es y por qué se ve reducido a ese estado lamentable. Criado de Galeazo, que estaba enamorado de Beliana, hija del duque de Urbino, acabó enamorándose de ella también. Un día le revela el amor que siente, pero ella lo rechaza, enamorada como está de su marido. Él toma el hábito y se pierde en la espesura para penar su mal. La declaración de amor no correspondido de  Salucio es una perfecta muestra del modelo de amor cortés: Conocida cosa es, hermosa Beliana, señora de todo aquello que humano ser tiene, que no puede el enfermo encubrir al médico su mal para que sea con prudencia curado; así yo, que a la muerte me veo por tu causa, es justo que entiendas que muy presto acabaré estos tristes días que agora se sustentan con la esperanza que de mi firme amor tiene, si tú, señora, no pones remedio doliéndote de mí; y por Dios, no me culpes, que soy hombre, y Amor me ha puesto en la cumbre de mi deseo, contento con morir si mi atrevimiento lo merece, pues caer de tan alta gloria es imposible aunque muera. Vesme aquí rendido y descubierta mi voluntad: si de mí te dueles, a tiempo estás de mostrarlo; y si venganza quieres, tuyo soy; no me puedes más deshacer de lo que yo estoy deshecho; y así gano gran bien con cualquier cosa que de tu mano me venga, pues siendo ella tal y tú tan hermosa, lo que diere será para mí sobrado contentamiento. Luzmán restituye a Salucio a casa de su padre, pero este escribió en verso una carta de despedida antes de caer muerto. La carta acaba así: No os duela mi muerte agora,/que el morir por tal señora/no es muerte, mas es vivir;/que sabed que un bel morir/a toda la vida honora, que nos remite a la conocida sentencia petrarquista.
Luzmán pasa por Pisa y llega a Luca, donde recibe la noticia de que en la plaza del Domo se celebrará un juicio para decidir a cuál de tres hermanos con diferente estado civil le corresponde la herencia del padre rico. El mayor, Ardonio, defiende el estado de casado como aval de su pretensión: Yo dije y digo, que el mayor bien que Dios hizo al hombre, después de haberle dado el conocerlo con las armas de su fe, selladas en el entendimiento humano, fue concederle y ordenarle que se casase y atase al yugo del matrimonio, cuyo arado abre la tierra de la consideración del ánimo para poder sembrar recogimiento, honestidad, amor casto y celo puro y santo, con el regalo y compañía de los apacibles hijos y mujer.. ¿Podréisme decir que se puede llamar hombre al que no es casado? […] ¡Oh sabrosa celada, apacible guerra, suave lucha, aquella que tiene el buen casado! Que no lo siendo, ¡con cuánta libertad se ofende al divino Criador, quedando el hombre hecho animal, pues dél no procede el fruto que los hombres desean! Mirad que la mujer es vuestra propia carne, el hombre y ella son una cosa, y los hijos retrato de los dos, medio de los trabajos: aquella es cama no violenta ni manchada, donde los tales se acuestan; aquella es mesa y santo altar, donde se come este pan de verdadero amor; pues así, quien desto huye, abraza las ofensas, cíñese de pecados, y ya que por ventura esto no haga, más querrá guardar castamente su vida, queriendo pretender amores y Enel aire levantar sus sentidos. Todavía me parece yerro, porque la contemplación solo ha de ser en el cielo, y en el alto principio de sus maravillas y en el movedor dellas.
Belio, el segundo hermano, arguye contra el estado matrimonial. Estamos, pues, ante la herencia medieval de las contiendas y denuestos, como la del agua y el vino, por ejemplo: ¡Oh valerosa república, y excelente y maravilloso sabio [el filósofo Plomis, que preside el «duelo» dialectico entre los hermanos, es quien ha de decidir a cuál de los hijos le corresponde la herencia] ante quien y por quien se han de saber nuestras diferencias! Oíd el error y ceguedad de mi hermano, pues quiere llamar a la muerte vida, y al engaño consuelo, y a la mentira verdad. ¿Qué hombre hay en la vida, que si se ha casado, no llore la prisión que, pudiendo escusar, escogió con sus propias manos? ¿Nudo dulce llamas al que jamás desatarse puede si no es a la fin de la vida, cuando de fuerza se ha de acabar todo? ¿Tú quieres alabar lo que todos lloran, y como prudentes sienten, porque solo tú te halles contento? ¿Y acá, en ese homenaje y castillo de turbaciones, qué hay sino sospechas? Y el alcaide dél es el sobresalto, y los soldados que le guardan los temores y afrentas en que muchos han caído, por eso que tú tanto alabas. ¿Llamas cama contenta y casta aquella que muchas veces derriba la honra de los maridos, de cuya consideración yo lloro? ¿Llamas mesa alegre y buena aquella que con tanta pesadumbre hace al hombre con cada bocada dar mil sospiros? Siempre está celoso; de sí propio no se fía, cuando por alguna manera alcanza a tener sospecha de la cosa que ama. Alaba a los hijos; mejor es no tenerlos, pues son muchas veces afán y deshonra de sus padres; pues amor por cualquier vía, si el hombre pone en él perfecta afición, yerro es grande. ¿Por qué se ha de amar lo que no os ama, y poner la vida por quien os desea la muerte? ¿Hay por ventura mujer alguna que firmemente ame? No, ni nadie lo crea: fingidas son sus lágrimas, engañosas sus apariencias, y falsas sus promesas, y crueles las más dellas; y así yo entiendo aquesto: de ninguna me he fiado, gozando a mi voluntad de cuantas he podido, sospirando en la presencia dellas, fingiendo amarlas, como ellas hacen, y en ausencia, riéndome de todas. Así que así se ha de amar sin firmeza por pagarles en la misma moneda con la mercaduría que ellas venden; y el que otro dijere se engaña.
Finalmente, el hermano pequeño, Basurto, que defiende el amor místico, algo así como la tercera vía, enhebró las siguientes razones: Conocida cosa es, que antiguamente la locura se tuvo por alegre movimiento entre los hombres, dándole lugar para que así con ella se holgasen y entretuviesen, como con las otras cosas que mayor sustancia tenían. ¡Oh hermanos, y cuán poco entendéis del amor y de sus altos efectos! ¿De dónde pensáis que ha procedido todo? Del cielo, y así la contemplación dél allá sube. No llamo amor el efectuarse, ni tampoco cuando se ama con esperanza de galardón ¿sabéis qué es querer y firmeza? Trasfiguraos en la cosa que amáis, y hacer de dos cosas una. Yo amo, y siempre he amado con la consideración de una firmeza que no puede tener fin, si no es con la muerte, no efectuando jamás mi deseo, porque entonces perdería el premio de aquel alto sujeto donde subió mi intento. Buena cosa es el casado; todas las mujeres buenas, buenas son; firmeza hay en ellas, la cual no falta por su parte, mas por la nuestra que somos animales varios. Mas muy mejor es la libertad del hombre, y ésta desean todos los animales brutos, cuanto más el verdadero animal señor  dellos. Y pues esto es así, yo digo que amor ha de ser altivo sin  confianza, y cuanto más se penare meno se ha de pretender galardón, como yo, que ha quince años que amo en un lugar do jamás espero alcanzar cosa ninguna; y a pensar alcanzar galardón de mis servicios, antes tomara la muerte con mis propias manos, que llamarme amante. Así que, esto es lo mejor y más firme estado; y quien  otra cosa dijere, no entiende qué es amor, ni le conoce, ni le precia; antes es figura del desamor y engaño que los fingidos enamorados tienen, cuando por su contentamiento le quitan a la parte contraria. De aquí vienen las burlas, las malicias y traiciones, con muchas enemistades entre los más caros amigos. Pues luego yo acierto, y he escogido el mejor estado.
El sabio falla y lo hace en favor del hermano mayor, quien es declarado único heredero de todos los bienes, y a cuyo arbitrio se deja si ha de favorecer a sus hermanos con alguna cantidad o heredad de la misma. Recordemos que estamos ya en pleno Renacimiento, una época en la que el impulso emprendedor de las ciudades y de la nueva clase pujante defiende un sentido pragmático de la existencia que, en este caso, representa el hermano mayor, y de ahí el fallo del sabio Plomis.
De Luca pasa a Mantua. En esta ciudad, conoce al marqués Octavio, quien, a su vez, conoció al padre de Luzmán. Lo acoge en su palacio y le cuenta su “proceso de amores” con Vitoriana, hija del rico Mecides, de Florencia. Enseguida se plantea un nuevo debate en el que el sabio Soticles se declara enemigo del amor frente a Luzmán. Para Soticles:  Cupido quiere decir que ocupa el sentido, apartándole del bien y ocupándole en el mal; y este amor es carcoma, reloj desconcertado, mentiroso, engendrado de una cosa que ninguna entiende. […] Es amar un mar esquivo, lleno de tormenta, donde ninguno supo navegar, ni halló puerto seguro. Para Luzmán, sin embargo, el amor es:  Una fuente de una agua de amoroso deseo, árbol que no pierde jamás su verdura, y una visión del ánima esmaltada en los sentidos, sin la cual el hombre es un dibujo muerto… Soticles lo refuta: Muy errado vas -dijo Soticles-; que el amor es mar de sangre, árbol seco sin hojas, edificio sobre arena, movimiento loco, piedra engastada en el juicio, lanceta que rompe las mejores venas, lanza de dos hierros, por do se hacen cien mil.
Va a Sena [nuestra actual Siena]. Y allí conoce el caso del dadivoso Oristes que vive en pobreza por repartir cuanto ha poseído y aún posee a los pobres. Oristes, asimismo es un claro ejemplo del barroco hacia el que se encaminan los tiempos literarios, según podemos advertir en una de las mejores composiciones poéticas de la obra, este soneto:

¡Qué es ver la clavelina o la blanca rosa,
el lirio, o otra flor que bien parece,
cuán presto se marchita y entristece
perdiendo la color y el ser hermosa!
Hoy penáis y morís por una cosa;
mañana vos enfada y aborrece,
cuán presto pasa el día y anochece;
el tiempo es la ocasión que no reposa.
Ninguno con su suerte está contento;
la vida es un golfo de cuidados,
que va por esta mar de nuestro intento.
Deseos y esperanzas lleva el viento
de muchos, que viviendo confiados
fundaron en el aire firme asiento.

Ya en prosa, Oristes justifica su elección de la vida retirada, austera y dadivosa, con un punto de ascetismo de honda raíz religiosa que estaba propiamente en «el ambiente» del tiempo del autor:  Déjate de pensar más en eso -dijo Oristes-; que has de saber que las cosas de los reyes y grandes príncipes no son para todos los hombres. ¿Parécete a ti que haría bien el que está en el seguro puerto, si se metiese en los golfos y tormentas de la mar? ¿No entiendes que en los tales lugares los hombres se tornan aves, queriendo volar sin alas a la presunción y privanza? Pues ¿qué te diré de las envidias y murmuraciones y diferencias que se hallan en esa pequeña honra pretendida por soberbia y vanagloria? Así que, no me contenta; y pues la desprecio, quiero que mis hijos huyan della. Virtudes les dejo, crianza y cristiandad: válganse con ellas como yo hago en esta vida; pues dicen los sabios que la mayor joya es el anima, y esta se ha de guardar; que el cuerpo es bruto, y así se ha de tratar con aspereza, porque no tome malas costumbres.
Oristes le recomienda ir a ver el palacio de Birtelo, a siete leguas de Roma. Se trata de otro benefactor como él y amigo de la austeridad y la pobreza. Y allá que se dirige Luzmán, intrigado por una nueva maravilla de las que había salido a conocer en su peregrinaje. Como se advierte, los fracasos amorosos no tardan en orientarse «a lo divino», como compensación por los sufrimientos que el tal depara a quienes han de sufrirlo en esta vida. En el palacio de Birtelo hay siete tablas con otros tantos personajes de carácter alegórico y leyendas que declaraban el contenido de las mismas: Dios, el tiempo, la juventud, la vejez, etc. Después de la comida con Birtelo, dos poetas, Pirón y Ansilo entablan un diálogo musical con posiciones opuestas. Pirón representa la complacencia en el Mundo; Ansilo, el amargo desengaño. Finalmente, Birtelo le cuenta su historia: estaba a punto de casarse con una dama, matrimonio concertado con sus padres, pero ella se casó en secreto con un criado. Birtelo mató al criado y su futura esposa se suicidó clavándose un puñal. Birtelo renunció al mundo y a las mujeres y se retiró a su mansión, que administra con tino para poder ser generoso con los pobres mientras viva.
A dos leguas de Roma entra en la cabaña de un pastor, quien también prefiere su cabaña humilde al mejor de los palacios, aunque sea rico. En el curso del diálogo entre Luzmán y el pastor, el peregrino, sin saberlo, le da pie con una breve reflexión: ¿Por qué padre, me di -le dijo Luzmán-; que los hijos todos cuantos son lo primero que desean son ellos? , a que el rico pastor le cuente la historia de su desdichado hijo: Bien has preguntado -respondió el pastor- […] Habrá siete años que se enamoró de una pastora, hija de un compadre mío, que allí abajo tiene su cabaña al pie de un arroyo; y ella, dándose muy poco por él, se ha casado habrá seis meses con un pastor, siervo de su padre, y todavía el loco de mi hijo la ama, y nunca sale de entre aquellos árboles que allí parecen, donde tañendo en una zampoña anda diciendo cosas estrañas; jamás viene aquí, ni bastan los consejos ni los de sus amigos; y así temo que presto morirá; esta es la causa por que desalabo los hijos. Luzmán sale al encuentro del hijo, cuya decisión nos recuerda el retiro de don Quijote en Sierra Morena para penar sus amores y hacer mil extremos de penitencia por su señora Dulcinea. Luzmán oye la invectiva cantada contra el amor por Persio, que así se llama el enamorado hijo del pastor: Eres maldito alacrán,/navaja que mata aguda,/sombra que presto se muda,/fuego de crudo alquitrán/más amargo que la ruda., pero, finalmente, como ya ha hecho su padre, ha de darlo por imposible, dada su no fingida locura.
Luzmán continúa camino y llega a Roma. Allí admira el Capitolio, y una piedra alta hecha de una piedra llamada el Aguja; y encima della en alto una poma dorada, donde decían estar los polvos de Julio César. En nuestros días, ese obelisco está ubicado en el medio de la plaza del Vaticano, si bien se me esconde la información sobre la manzana a la que alude el personaje. Al parecer, Julio César fue incinerado y sobre las cenizas se instaló el obelisco.
         Paseando por la ribera del Tíber se encuentra con un mercader, Belcaro, amigo de su padre y a quien había conocido en su Sevilla natal. Como va vestido pobremente, enseguida el mercader quiere  prestarle  ropas acorde con su estado, pero Luzmán le dice que hizo promesa de no mudar de hábito durante su peregrinación y que prefiere seguir vestido tal como lo está. Es invitado a acudir a casa del cardenal Juliano, amigo de las artes, quien tiene un teatro en su casa donde organiza representaciones. Tras una introducción de la Muerte.  Dos mujeres, Julia y Camila, contienden poéticamente, siguiendo el modelo de disputas en verso anteriores. Julia defiende la hermosura, siendo, además, hermosa; Camila defiende la fealdad, siendo, además, fea. Acabada su contienda, entra Amor rodeado de siete doncellas: los siete pecados mortales, aunque enseguida salen otras siete: las siete virtudes. Todas las intervenciones, muy breves, son manidas y sin apenas mérito poético.
         Luzmán va a Gaeta, camino de Nápoles. Es reseñable su encuentro con un prototipo de avaro, el rico Argestes, un avaro auténticamente de manual, aunque nos lo presenta como un de esas “cosas estrañas” tras las que él se lanzó a peregrinar. Con poéticas razones muy cristianas lo persuade de que está cometiendo una locura y consigue, no tanto reformarlo, como obrar el milagro de su arrepentimiento profundo, en una crisis de lucidez que lo despierta a una nueva vida.
         Desde Gaeta se mete “en una fusta” para navegar hasta Nápoles, pero acabó en el puerto de Baya (hoy Bayas), al lado de Puzol (Hoy Pozzuoli), de donde prefiere ir por tierra a Nápoles. A poco de echar a andar descubre la cueva de la sabia Cuma. Ese encuentro se convierte en una aventura que constituye un auténtico cuentecito fantástico intercalado en la narración y que, también a su manera, nos recuerda, en parte, la aventura de don Quijote en la cueva de Montesinos, lo cual, y dado que Cervantes escribió su última novela siguiendo el modelo de la novela bizantina, a la que también algunos críticos adhieren esta libro de Jerónimo de Contreras, se me ocurre pensar que acaso Cervantes leyera con atención esta obra: A Luzmán le vino gran deseo de ver esta cueva; y despidiéndose de los pescadores comenzó a entrar por ella. Pues habiendo andado por un camino escuro, como cien pasos, hallose en un verde y hermoso prado, alrededor dél grandes peñas que le cercaban, y pasando por él entró por otra angosta senda, y no tardó que se halló en un hermoso patio labrado de singulares piedras, cubierto de hermosa madera labrada sotilmente y de fino oro dorada, y alrededor dél muchos aposentos, Pues estando así Luzmán maravillado de ver lo que veía, vio salir de un aposento una doncella vestida y tocada de muy blancos vestidos, y en la mano un bordón de plata. Maravillado Luzmán de verla, con grande acatamiento se le humilló, y ella le dijo: «bien seas venido, Luzmán, a esta mi cueva; gran virtud es la tuya, pues tuviste poder de entrar en ella, y así yo te quiero mostrar esta rica morada; y porque sepas quién soy, decírtelo he. Has de saber que es mi nombre la sabia Cuma, señora de esta ciudad que Puzol se llama, hija del sabio Quircio, que en su tiempo ninguno le igualó, do después de su muerte, que habrá doscientos años, aquí me dejó encantada, dejando aquí pintados todos los hechos del mundo, así los pasados como muchos de los presentes, y aun algunos alcanzó de los por venir, siendo Dios servido de arle gracia, porque él fue muy buen cristiano, y pues te he dicho quién soy, entra agora y mira con tus ojos las cosas estrañas que aquí están. [Ve al EmperadorCarlos y a su hijo Felipe] Como no podía ser de otra manera, dado el plan del libro, también la profetisa es amante del canto y la poesía:  Con fuerza y artificio va la nave:/no solo son sus pies los duros vientos,/ni puede sin las alas ir el ave./Ligera cosa son los  pensamientos; /caminan sin mudarse todo el mundo/y forman en el aire dos mil cuentos./No dejan de bajar hasta el profundo,/y luego sin moverse van al cielo/gozando lo primero y lo segundo./En todos los estados hay recelo.  Estando en la cueva, sueña que su señora Arbolea se ha casado. Y de ahí le viene la urgencia de volver a España para comprobar si es cierto.
         Antes de embarcarse de regreso para España, es llevado a presencia del rey de Nápoles, don Alonso el Sabio. Y allí, le son presentadas dos mujeres, Vitoria y Esperanza, “las hermanas desamoradas”, que reniegan del amor humano por preferir el amor divino, lo cual prefigura el desenlace del libro.
En el último libro, de los siete de que consta la novela, cae prisionero de unos piratas que lo llevan a Argel prisionero, por quien esperan un buen rescate. Seis años está cautivo. Lo compra Laudel, pariente cercano del rey. Laudel muere y Calimán, su hijo, se hace cargo de la casa e intima con Luzmán. Calimán se enamora de la hija del rey, Arlaja. Por su parte, Luzmán evoca el desleal casamiento de Arbolea y canta sus penas en lengua morisca, que hablaba a la perfección. Calimán lo oye y simpatiza con él. Seis años de cautiverio lleva cuando intima con Calimán, por ser sus vidas paralelas: has de saber que un enfermo huélgase de hablar con otro que ha tenido o tiene su enfermedad. Anticipándose a la vida y los hechos de  Cyrano de Bergerac, Calimán le canta a Arlaja una serenata bajo el balcón, de tal manera que la enternece. Canta muchas otras noches y, al final, del trato y el roce, Arlaja acaba enamorándose de Calimán. Calimán, en justa agradecimiento por sus servicios, lo libera y ordena que lo lleven en barco hasta Málaga. Y ahora, después de las semejanzas que vengo haciendo con el Quijote, digáseme que, tras este cautiverio en Argel del protagonista, aunque fuera un hecho común en aquella época, Cervantes no leyó atentamente la obra de Contreras…
Finalmente, Luzmán llega a casa de sus padres y él confirma que Arbolea ha abrazado la vida religiosa, razón por la que él hace lo mismo y construye un monasterio cerca del de su amada para estar muy cerca de ella. Y hasta aquí la versión que yo he leído. La edición ampliada, que es la que, en realidad, aproxima más la novela al modelo de la novela bizantina, le da un giro radical a ese desenlace tan religioso y busca, tras diversas aventuras de ambos protagonistas por separado, el desenlace de su unión en un happy ending que ya por el siglo XVI estaba claro que prefería el público lector. Lo de las distopías apocalípticas tipo Mad Max aún tardarían mucho en llegar…

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