miércoles, 25 de marzo de 2020

Docilitar. En tiempo de cuarentena, que no nos falten las palabras...


Décima palabra del confinamiento [y hoy dos, porque mi amigo Joselu tuvo a bien señalarme que había repetido lúa. Mis disculpas], apropiada para aplacar la *soliviantez incómoda del encierro...


docilitar. tr. Hacer a alguien dócil, suave, apacible, capaz de recibir fácilmente la enseñanza.
         A tenor de la renuncia de un buen número de padres a ejercer su obligación de educar a la prole, es decir, de marcar límites y ser capaces de aguantar el chaparrón de la protesta o del chantaje emocional, docilitar es una palabra que se adecua perfectamente a la tarea que se ha de llevar a cabo en la mayoría de escuelas de este país, a todos los niveles, desde Primaria hasta la universidad. Lo propio de los docentes era quitarle el pelo de la dehesa a la chiquillería e instruirlos en el variado y entretenido mundo del conocimiento, para lo cual llegaban, tiempo ha, bien advertidos de que los profesores tenían sobre ellos la misma o mayor autoridad que los padres. Hoy en día, es muy probable que buena parte de los alumnos pasen por los años obligatorios de la enseñanza sin haber sido docilitados en sus propias familias, lo cual implica, a modo de corolario, que salgan de ella tan ignaros y asilvestrados como entraron. El abandono de la responsabilidad paterno-materna de la educación de los hijos  ha conseguido que se haga muy difícil la tarea de docilitar a las criaturas, máxime en una atmósfera social en la que se ha devaluado de tal manera la institución docente y, sobre todo, la figura del profesor, que hijos y padres se comportan más como clientes que no pagan y mandan, que como beneficiarios de un bien social en el que la comunidad invierte un pellizco presupuestario de miles de millones de euros. La palabra es expresiva y nada oscura. Quizá se advierta en ella una cierta connotación que la asocie con domar, con lo que ello conlleva de actividad relacionada con los animales, pero como su raíz, dócil, se impone enseguida, podemos ignorar la atrevida asociación. Lo positivo es que el uso de la palabra introducirá en la conversación en la que salga un tema apasionante, porque en este país todo el mundo tiene una receta mágica para arreglar el sistema educativo, del mismo modo que cada ciudadano, y alguna que otra ciudadana, tienen la mejor selección española de fútbol imaginable. Mientras, los profesionales del ramo, han de precaverse contra los furibundos clientes, padres e hijos, y han de asistir a la inevitable división auspiciada por todas las ideologías en lid: la escuela pública para el proletariado; la concertada y privada, para los que pican alto. “Apenas consigo enseñarles nada a mis alumnos; se me van todas las fuerzas en tratar de docilitarlos...” “Aunque deberían llegar de casa ya docilitados, lo cierto es que cada vez más hemos de atender a los problemas de disciplina, en vez de a los retos pedagógicos.”  “Nos quejamos de lo mal que va todo, y la escuela en particular, pero convendréis conmigo en que muy a menudo renunciamos a docilitar a nuestros hijos, lo que, de hacerlo, sería una contribución impagable para que, al menos una parte de ese todo, la escuela, funcionara mejor.” Ya os digo que es un tema polémico, pero muy vivo. Y del que todo el mundo tiene opinión ¡y hasta teoría! Vuestra contribución ha de consistir, básicamente, en ponerle nombre a la necesidad: docilitar, docilitar y docilitar. La vara verde es flexible; la rama seca, quebradiza. Es un lugar común, pero puede ser usado sin  reparo, porque apenas lo frecuenta nadie. De nada.

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