Segunda palabra del confinamiento.
escriño. m. Cofre pequeño o caja
para guardar joyas, papeles o algún otro objeto precioso.
Teniendo en cuenta las anteriores, y
aun las que vendrán después, es difícil darle a escriño la palma de palabra desusada por excelencia. Ignorada lo
es, y mucho. Y es voz, sin embargo, de constitución sonora relativamente común,
porque algunas hay, bien familiares, además, como armiño, hiño (de heñir), corpiño, niño, cariño, pestiño o la vulgar piño
que *ripiarían con ella de mil
amores. Aun tratándose, pues, de una palabra que no llama la atención por su
sonoridad, sí que sorprenderá a no pocos el hecho de que haya permanecido tan
olvidada cuando su significado nos pone en relación con un objeto tan común,
pues no hay casa en la que no haya un escriño
por lo menos, y en muchas incluso más de dos. Ahora sabemos ya que, en vez de
guardar las joyas en el redundante joyero, las podemos depositar en el escriño, palabra que produce un efecto
de revalorización inmediata, como le pasa al oro en tiempos de crisis. Apenas
la hayan oído vuestros interlocutores, creerán a pies juntillas, ¡y hasta casi
de hinojos!, que guardan vuestras mujeres en esos escriños las joyas de la corona, o poco menos. Aunque la igualdad
de las dos sílabas iniciales parezca
inducir a pensar que algo ha de tener en común escriño con escribir,
nada más lejos de la realidad. De hecho, el primer significado de la palabra es
el de cesta de mimbre donde se les daba de comer a la yunta de bueyes que
tiraban del carromato cuando se iba de viaje. Ello nos da a entender el buen
sentido práctico de los romanos y su aptitud para saber apreciar el valor real
de lo verdaderamente importante. Es escriño,
pues, la palabra que les da valor a las joyas; no éstas a aquél. Como se trata
de un objeto apropiado para regalo, podéis usarla en variadas circunstancias.
La más socorrida es siempre la de las serias dificultades que tiene el cónyuge
en parejas longevas a la hora de encontrar un regalo de aniversario o de Reyes.
Contexto apropiado lo es también la descripción medio jocosa de lo que la
cónyuge puede llegar a tardar en componerse para salir de casa: “...Y cuando ya
creí que saldríamos por la puerta…, ¡zas!, abre el escriño y comienza a
revolver en él como si buscara una olvidada joya de su tatarabuela... que, como
era de esperar, no encuentra. Entonces se inicia el temido baile de las
probaturas sobre el pecho y sobre la oreja, el vals encadenado e infinito de
quien no está dispuesta a salir de casa hasta que el decoro se lo permita...”
“El escriño de una mujer atesora su naturaleza telúrica”, puede alguien arriesgarse a decir, o mejor dicho, a
repetir*. La complicación viene después, porque no hallaréis interlocutor que
omita, pensativo, complacido y generoso, el interrogativo ¿por qué? que os forzará a una alambicada explicación sobre
carnalidades y gemologías. Confiad en vosotros. Improvisad. O, mejor aún, sacad
del escriño un buen par de aforismos que los dejen ayunos
de habla y a vosotros saciados de elocuencia.
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*Pozaforismos, inédito de Juan Poz
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