Cuarta palabra del confinamiento, muy
apropiada en estos días de tanto abuso del
espacio doméstico...
borra. f. pelusa polvorienta que se
forma y se reúne en los bolsillos, entre los muebles y sobre las alfombras
cuando se retarda la limpieza de los mismos.
De acuerdo, hablamos de la sexta
acepción de la palabra. Ahora bien, ¿quién sabe que la primera, la que debería
de ser más común, significa “cordera de un año”? Es evidente que podía haber
escogido ésta para añadir un timbre de gloria más a vuestros méritos oratorios,
pero la sexta (¡Si no hay quinto malo, imaginaos el sexto...!) reúne todos los requisitos
que condicionan la redacción del presente diccionario. Se trata de una palabra
desconocida, o casi, que puede ser empleada en situaciones comunicativas
cotidianas y cuya sonoridad y grafismo la hacen acreedora a esta suerte de
resurrección e incorporación al caudal léxico habitual de nuestros intercambios
sociales lingüísticos, que, no sin cierta prepotencia pseudotaumatúrgica, os
ofrezco. Aunque parezca delirio, borra,
borrar y borrador proceden de la misma palabra, pero los avezados lectores
de esta obra sin par estáis acostumbrados a ciertos prodigios, a cierta metempsícosis de significados que se
encarnan en vocablos homófonos, venga o no venga a cuento la usurpación, haya o
no haya relación entre aquéllos. “Ana María, ¿has visto cómo está el pasillo de
borra? Da hasta vergüenza. Un día de estos deberíamos pasar el aspirador, ¿no
crees?” “¿Pero cómo demonios se me formará tanta borra en estos bolsillos, si
ando todo el día metiendo y sacando las llaves y la cartera?” “¡Ay, la borra! ¡Menuda maldición! No acabas
de barrer y, ¡zas!, por ahí que te sale
un tufo de polvo como si estuvieras en un desierto de Arizona...” “Cuando vives
en un primero es casi imposible luchar contra la borra. No sé si será la contaminación
de los coches o qué, pero te tropiezas con ella en cada cuarto de la casa. ¡Y
eso que quité las alfombras!, porque estaba harto de tanta borra que crecía en
ellas como si fuesen setas nanoatómicas...” Todas éstas son posibilidades
reales de meter la palabra en la conversación sin necesidad de calzador y con
la seguridad de ayudar a vuestros interlocutores a dejar de hablar de esas bolas de polvo o de esas pelusas, tan poco precisas. Por demás
está que la comparación con las setas *nanoatómicas
es una hipérbole diminutiva que sólo podrá ser usada tras haber calibrado
mucho, con ese ojo de buen cubero metafórico que acabaréis teniendo, la
idoneidad de vuestros interlocutores. Absteneos, eso sí, de hacerlo en presencia de físicos de
profesión, porque vosotros les daréis una palabra y ellos os sacarán los
colores, que eso tiene, a veces, el diletantismo. Borroso, que, como es evidente, también viene de borra, ha logrado eclipsar la existencia
de la palabra y de la acepción que aquí os ofrezco, cumpliendo con el plan de
vida ínsito en esa acción devastadora que no deja en pie ni significado ni
significante. ¡Celebremos, pues, con entusiasmo, su resurrección! Ya puestos en
la borra, bien podríais añadir una
perla más a vuestros *quedecires
–puesto que hay quehaceres, también debería
haber *quedecires, ¿no?– para
deslumbrar los ciegos oídos de vuestros contertulios: tamo, cuya tercera acepción –en esta entrada toca ir por carreteras
secundarias…– vale por “pelusilla que se cría del polvo debajo de las camas y
cofres”. Algún lexicógrafo añade fluecos,
la forma antigua de flecos, según la recoge Covarrubias, pero no está tan claro
que flecos, siempre pegados a la
ropa, signifiquen lo mismo que borra
o tamo. Tamo, en sí misma, es un misterio para los lexicógrafos, quienes se
enfrentan a la hora de aportar posibles orígenes para la palabra. Su
significado, “tallo del trigo, antes relleno de colchones y muebles”, está muy
relacionado con ese desecho de la caña, esa “paja menuda”, al decir de
Corominas, de probable origen prerromano, con toda la ilustre prosapia que
tienen los términos anteriores a la invasión de los latinohablantes. En fin,
tamo o borra, borra o tamo, ambos requieren idéntica escoba, lo que significa
que son voces domésticas que enseguida harán suyas cuantos amos y amas de casa
tengan la dicha de oíros. A título anecdótico no sé si es excesivo añadir que
en San Juan de Pasto (Colombia) el tamo, en tanto que “tallo del trigo”, sirve
para crear una artesanía tan original como desconocida en nuestros lares.
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