jueves, 19 de marzo de 2020

Borra. En la cuarentena, que no nos falten palabras...



Cuarta palabra del confinamiento, muy 

apropiada en estos días de tanto abuso del 

espacio doméstico...

borra. f. pelusa polvorienta que se forma y se reúne en los bolsillos, entre los muebles y sobre las alfombras cuando se retarda la limpieza de los mismos.
         De acuerdo, hablamos de la sexta acepción de la palabra. Ahora bien, ¿quién sabe que la primera, la que debería de ser más común, significa “cordera de un año”? Es evidente que podía haber escogido ésta para añadir un timbre de gloria más a vuestros méritos oratorios, pero la sexta (¡Si no hay quinto malo, imaginaos el sexto...!) reúne todos los requisitos que condicionan la redacción del presente diccionario. Se trata de una palabra desconocida, o casi, que puede ser empleada en situaciones comunicativas cotidianas y cuya sonoridad y grafismo la hacen acreedora a esta suerte de resurrección e incorporación al caudal léxico habitual de nuestros intercambios sociales lingüísticos, que, no sin cierta prepotencia pseudotaumatúrgica, os ofrezco. Aunque parezca delirio, borra, borrar y borrador proceden de la misma palabra, pero los avezados lectores de esta obra sin par estáis acostumbrados a ciertos prodigios, a cierta metempsícosis de significados que se encarnan en vocablos homófonos, venga o no venga a cuento la usurpación, haya o no haya relación entre aquéllos. “Ana María, ¿has visto cómo está el pasillo de borra? Da hasta vergüenza. Un día de estos deberíamos pasar el aspirador, ¿no crees?” “¿Pero cómo demonios se me formará tanta borra en estos bolsillos, si ando todo el día metiendo y sacando las llaves y la cartera?”  “¡Ay, la borra! ¡Menuda maldición! No acabas de barrer y,  ¡zas!, por ahí que te sale un tufo de polvo como si estuvieras en un desierto de Arizona...” “Cuando vives en un primero es casi imposible luchar contra la borra. No sé si será la contaminación de los coches o qué, pero te tropiezas con ella en cada cuarto de la casa. ¡Y eso que quité las alfombras!, porque estaba harto de tanta borra que crecía en ellas como si fuesen setas nanoatómicas...” Todas éstas son posibilidades reales de meter la palabra en la conversación sin necesidad de calzador y con la seguridad de ayudar a vuestros interlocutores a dejar de hablar de esas bolas de polvo o de esas pelusas, tan poco precisas. Por demás está que la comparación con las setas *nanoatómicas es una hipérbole diminutiva que sólo podrá ser usada tras haber calibrado mucho, con ese ojo de buen cubero metafórico que acabaréis teniendo, la idoneidad de vuestros interlocutores. Absteneos, eso sí,  de hacerlo en presencia de físicos de profesión, porque vosotros les daréis una palabra y ellos os sacarán los colores, que eso tiene, a veces, el diletantismo. Borroso, que, como es evidente, también viene de borra, ha logrado eclipsar la existencia de la palabra y de la acepción que aquí os ofrezco, cumpliendo con el plan de vida ínsito en esa acción devastadora que no deja en pie ni significado ni significante. ¡Celebremos, pues, con entusiasmo, su resurrección! Ya puestos en la borra, bien podríais añadir una perla más a vuestros *quedecires –puesto que hay quehaceres, también debería  haber *quedecires, ¿no?– para deslumbrar los ciegos oídos de vuestros contertulios: tamo, cuya tercera acepción –en esta entrada toca ir por carreteras secundarias…– vale por “pelusilla que se cría del polvo debajo de las camas y cofres”. Algún lexicógrafo añade fluecos, la forma antigua de flecos, según la recoge Covarrubias, pero no está tan claro que flecos, siempre pegados a la ropa, signifiquen lo mismo que borra o tamo. Tamo, en sí misma, es un misterio para los lexicógrafos, quienes se enfrentan a la hora de aportar posibles orígenes para la palabra. Su significado, “tallo del trigo, antes relleno de colchones y muebles”, está muy relacionado con ese desecho de la caña, esa “paja menuda”, al decir de Corominas, de probable origen prerromano, con toda la ilustre prosapia que tienen los términos anteriores a la invasión de los latinohablantes. En fin, tamo o borra, borra o tamo, ambos requieren idéntica escoba, lo que significa que son voces domésticas que enseguida harán suyas cuantos amos y amas de casa tengan la dicha de oíros. A título anecdótico no sé si es excesivo añadir que en San Juan de Pasto (Colombia) el tamo, en tanto que “tallo del trigo”, sirve para crear una artesanía tan original como desconocida en nuestros lares.


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