viernes, 27 de marzo de 2020

Calumbre. En tiempos de cuarentena, que no nos falten las palabras.



Duodécima palabra del confinamiento, acaso de sorprendente actualidad en estos días de prisión...

calumbre. f. El moho del pan.
         No sé si es una exquisitez o una perversión psicológica -¡o filológica!– lamentar, adolorido, el imposible hecho de no haber aprendido y usado ciertas palabras como la presente, calumbre. Desde la ficción bien podría darle realidad a una escena familiar en la que uno de sus miembros se quejara de que el pan dioso se hubiera llenado de calumbre o, como el DRAE permite, se hubiera calumbrecido, pero ni toda la verosimilitud y realismo del mundo bastarían para aliviarme la inconsolable pérdida de no haber podido usar nunca la palabra. La vieja sabiduría gnómica –tan cerca siempre de lo maravilloso– nos dice que “nunca es tarde…”, que “bien está…” y que “más vale tarde…”, y no voy a acogerme a otros razonamientos mejores que esos para proponer el uso de calumbre con la mayor de las vehemencias posibles. El consumo de los panes de molde empaquetados en bolsas de plástico y la sobreabundancia de las despensas españolas –ya veremos en qué paran esos hábitos consumistas desquiciados tras el duro ajuste de la última crisis– propician que la calumbre haga su aparición en las cortezas blandengues e incluso en las migas *abolladas –de bollería, obviamente; no de abolladura…–, para desazón de quienes huelen el dulzor emanado desde la tostadora y se relamen con anticipación por el bocado hipercalórico sazonado con el aceite de oliva o la clásica mantequilla cubierta de mermelada. La prevención de las personas frente a la calumbre tiene su origen en la reacción adversa de la especie frente al peligro infeccioso de los procesos de putrefacción; pero tal aversión se pone entre paréntesis cuando se trata de ciertos quesos, cuya asociación con el hongo penicillium produce maravillas gastronómicas como el queso de Cabrales o el de Rochefort –visitar las cavas donde se producen es una amena, instructiva, interesante y provechosa visita turística, degustación incluida…–. Con todo, hay quienes le tienen aversión a esa suerte de calumbre láctea, tan distinta del propio del pan y que, en términos suficientemente expresivos, se ha convertido, para la aversión popular, en “el queso de gusanos”. “Si dejas el pan en la bolsa fuera de la nevera, enseguida se te calumbrece” “Hay quienes recortan la calumbre del pan y se comen el resto, pero a mi  me da no sé qué…”  Calumbre es voz que se pronuncia sin excesivo énfasis, con cierta retorica menor, con la naturalidad de quien asiste a un proceso natural, en modo alguno sorprendente. Permítaseme, para acabar, que ponga de relieve el desencuentro entre Corominas y el DRAE en cuanto a la etimología de la palabra, pues el DRAE la hace depender de canus, ‘cano’, mientras que el lexicógrafo catalán Corominas propone caligo, ‘niebla’, ‘tiniebla’, a través de un calumen del latín vulgar. Quizás se haya dejado influenciar la Academia por el uso de canido para la corteza mohosa del  pan en tierras de Castilla, pero, dado el abismo que separa una y otra postura, bueno sería que los profesionales de la etimología se avecindaran a la razón y escogieran la más convincente.

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