Duodécima palabra del confinamiento, acaso de sorprendente actualidad en estos días de prisión...
calumbre.
f. El moho del pan.
No sé
si es una exquisitez o una perversión psicológica -¡o filológica!– lamentar,
adolorido, el imposible hecho de no haber aprendido y usado ciertas palabras
como la presente, calumbre. Desde la
ficción bien podría darle realidad a una escena familiar en la que uno de sus
miembros se quejara de que el pan dioso
se hubiera llenado de calumbre o,
como el DRAE permite, se hubiera calumbrecido,
pero ni toda la verosimilitud y realismo del mundo bastarían para aliviarme la
inconsolable pérdida de no haber podido usar nunca la palabra. La vieja
sabiduría gnómica –tan cerca siempre de lo maravilloso– nos dice que “nunca es
tarde…”, que “bien está…” y que “más vale tarde…”, y no voy a acogerme a otros
razonamientos mejores que esos para proponer el uso de calumbre con la mayor de las vehemencias posibles. El consumo de
los panes de molde empaquetados en bolsas de plástico y la sobreabundancia de
las despensas españolas –ya veremos en qué paran esos hábitos consumistas
desquiciados tras el duro ajuste de la última crisis– propician que la calumbre haga su aparición en las
cortezas blandengues e incluso en las migas *abolladas –de bollería,
obviamente; no de abolladura…–, para
desazón de quienes huelen el dulzor emanado desde la tostadora y se relamen con
anticipación por el bocado hipercalórico sazonado con el aceite de oliva o la
clásica mantequilla cubierta de mermelada. La prevención de las personas frente
a la calumbre tiene su origen en la
reacción adversa de la especie frente al peligro infeccioso de los procesos de
putrefacción; pero tal aversión se pone entre paréntesis cuando se trata de
ciertos quesos, cuya asociación con el hongo penicillium produce maravillas gastronómicas como el queso de
Cabrales o el de Rochefort –visitar las cavas donde se producen es una amena,
instructiva, interesante y provechosa visita turística, degustación incluida…–.
Con todo, hay quienes le tienen aversión a esa suerte de calumbre láctea, tan distinta del propio del pan y que, en términos
suficientemente expresivos, se ha convertido, para la aversión popular, en “el
queso de gusanos”. “Si dejas el pan en la bolsa fuera de la nevera, enseguida
se te calumbrece” “Hay quienes recortan la calumbre del pan y se comen el
resto, pero a mi me da no sé qué…” Calumbre
es voz que se pronuncia sin excesivo énfasis, con cierta retorica menor, con la
naturalidad de quien asiste a un proceso natural, en modo alguno sorprendente.
Permítaseme, para acabar, que ponga de relieve el desencuentro entre Corominas
y el DRAE en cuanto a la etimología de la palabra, pues el DRAE la hace
depender de canus, ‘cano’, mientras
que el lexicógrafo catalán Corominas propone caligo,
‘niebla’, ‘tiniebla’, a través de un calumen
del latín vulgar. Quizás se haya dejado influenciar la Academia por el uso de canido para la corteza mohosa del pan en tierras de Castilla, pero, dado el
abismo que separa una y otra postura, bueno sería que los profesionales de la
etimología se avecindaran a la razón y escogieran la más convincente.
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