martes, 25 de junio de 2019

«Terra somnàmbula», de Mia Couto o el realismo mágico en Mozambique.



La creativa traducción al catalán de una novela que refleja el espíritu de un continente: Terra somnàmbula o cómo de la lengua emerge la realidad sin romper el presente continuo de lo que ha sido, lo que es y lo que será…

¡No hay como tener amistades entre cuyos mesteres esté el de la creación literaria, sea cosecha propia, sea en la vertiente, no menos propia, de trujamán de la obra de otros, como es el caso! Quienes se hayan acercado a la tarea de la traducción saben, sobradamente, todo lo que de reto tiene verter en la propia lengua una obra escrita en otra, por cercana que sea, como también es el caso, porque Pere Comellas ha traducido del portugués, lengua románica más que próxima al catalán y al castellano, una novela de Mia Couto que pasa por ser una de las más importantes del autor mozambiqueño. Hace poco anduvo el autor por España y leí un entrevista con él en El País. Mi amigo Pere me ha permitido, así pues, salir de mi refugio clásico, donde suelo perderme en obras que ya solo leen los filólogos y otros lectores curiosoanacrónicos, para “ponerme al día” con una lectura “de las que se habla”. ¡Qué agradecido le estoy!
Terra somnàmbula es una obra de sencilla apariencia pero de notabilísima complejidad, porque su estructura contrapuntística va alternando el presente de dos personajes, el joven Muidinga y el viejo Tuhair, que huyen de la guerra y se refugian en un autobús calcinado, y el de otro personaje, Kindzu, cuyos cuadernos descubren los primeros en una bolsa en el interior del autobús que les sirve de refugio. La historia personal y familiar de Kindzu se la irá leyendo el jovencísimo Muidinga al viejo Tuahair para entretener sus muchos ocios y olvidar la terrible incertidumbre en la que viven, como si no tuvieran un mañana y estuvieran a merced de esos señores de la guerra cuyas luchas tribales marcan todo el continente de norte a sur: Tuahir: «Sort que saps llegir», comentà el vell. Si no fos per les lectures, estarien condemnats a la solitud.
Desde el punto de vista del lector europeo, es evidente que la obra de Couto, aun a pesar de sus raíces africanas, por la realidad que se describe en la novela, pertenece por derecho propio a nuestra tradición, y ello se advierte, sobre todo, en la facilidad con que el autor ha asimilado la técnica del realismo mágico de García Márquez, por un lado, y, por otro, la aceptación de la ausencia de fronteras entre el mundo de los vivos y el de los muertos que recuerda, vagamente, a Juan Rulfo. Lo que está claro es que desde la idiosincrasia mozambiqueña descrita en la novela, la existencia es un continuo en el que no se trazan fronteras inamovibles entre los muertos y los vivos, lo cual nos va a permitir sumergirnos en un ambiente entre onírico y fantástico que multiplica exponencialmente el interés por la materia narrada a medida que se avanza en la lectura. Al margen de las raíces universales de la obra de Couto, lo más llamativo de ella -y ahí es donde el trabajo de Pere Comellas ha sido determinante para la traducción idónea de la obra del portugués al catalán- es el poderío estilístico que salpica constantemente la narración: el amor por los juegos conceptuales, por los meros juegos de palabras, por las agudezas, por los calambures, por los neologismos… atraviesa toda la narración de cabo a rabo, para sorpresa y placer de los lectores, que asistimos, perplejos, ante tal despliegue de inventiva constante que más de un quebradero de cabeza ha de haberle deparado al Pere. Lo que está claro es que, cuando me la regaló, no se equivocó: aquesta, tot sabent com tu escrius, segur que t’agradarà. Y no se ha equivocado, en efecto. A otros lectores supongo que les dejará indiferentes el juego con el lenguaje, pero un afirmación sobre Kindzu como esta: Al capdavall estava com deia el cantador del poble: «En l’assossec, soc cec; en la batussa, no m’hi veig», a mí me sorprende y maravilla, porque tiene el lector, o sea, mi menda leyenda, la percepción de que de esos encuentros mágicos entre las palabras surgen ráfagas de iluminación que nos permiten ver la realidad de una manera distinta. No digo que mejor, sino distinta. Y ahí entra ya, claro está, cómo actúan  en la imaginación de los lectores esos hallazgos verbales.
La novela tiene el terrible trasfondo de una guerra civil, lo cual es el principal fracaso de una sociedad; pero al hilo de las vidas y las muertes que aparecen en la historia casi en igualdad de condiciones los lectores pueden advertir la profunda desarticulación de sociedades con una visión de lo real bastante más compleja de lo que nuestro férreo racionalismo nos permite. Está claro que no podemos analizar dichas relaciones con los patrones europeos, y ese es, acaso, el principal valor de la novela: su africanidad, la descripción de una realidad que se nos escapa a los lectores ilustrados, porque las leyes que la rigen están más cerca de la superstición, por un lado, y del holismo, por otro, que de nuestros estándares dominados por el pensamiento científico. Tanto la relación entre Muidinga y su «tío», título que este, Tuahir, rechaza vehementemente, como la de Kindzu con su madre, su padre muerto y su hermano encantado, convertido en un gallo de corral, desafían la capacidad de asentimiento de los lectores, pero, una vez entrado en ese mundo mágico, y más extenso que el nuestro occidental, son constantes las apelaciones al buen sentido, a la contundente lección de la experiencia y a ciertas verdades de alcance universal: ─Fill meu, la feina dels bandolers és matar. La feina dels soldats és no morir. Nosaltres som el terra dels uns i la catifa dels altres. De este estilo, así pues, vamos a ir encontrando reflexiones que, más allá de la circunstancia africana concreta, apelan a un fondo universal de constataciones empíricas, de valores y de creencias que nos permiten disfrutar aún más de la lectura.
         Son constantes, como vengo diciendo, las innovaciones estilísticas que aparecen en el relato con una naturalidad que el traductor ha sabido recrear con ingenio y hasta facilidad, porque en modo alguno reparamos en ellas con extrañeza, sino como lo que exige la narración -como aquellos desnudos “que exigía el guion” en los primerísimos tiempos de la Transición-, y así, nos divierte y aun  hasta admira el modo como Pere Comellas ha ido resolviendo ese modo natural de decir de Couto: Somnambulant;  Estic prenyada, naltravegada; Segles sencers moribundant a la sabana; en el pugibaixa de l’aigua: Com més em nortejava més estranyes succedències em passaven. I jo em geperutava a la canoa, ingeni, creduteista. Era just, allò?;  Les esmentades xicalamitats;  El pit em bumbumbava, accelerat; S’hi està una estona, quatregraper, somrient a la terra;  En Romão sorgia cada cop més agafallifós, fastiganxós com un gripau; Quan els seus ulls em van arribar vaig recular en tanta bocobertura, abismeravellat.
Si a esos usos innovadores añadimos la facilidad de Couto para la irrupción de sentencias que bien pueden pasar por aforismos (y aun hasta por greguerías…): El cansament es una vellesa sobtada, no nos quedará más remedio que reconocer que estamos ante un verdadero maestro del lenguaje y de la narración. Son constantes, por otro lado, las muestras del ingenio del autor para las descripciones sucintas y poderosas, de esas que nos permiten visualizar o entender a un personaje o una situación  en tres o cuatro líneas:
Qui fa una casa no es qui la construeix, sinó qui hi viu. I ara, sense residents, les cases de ciment es podrien com la carcanada d’una bèstia.
Recordo la lluna que s’exhibia com una medalla a l’escot de la nit.
Els somnis són cartes que enviem a les nostres altres, restants vides.
Vaig anar pujant per un caminet descalç, un corriol tan estret que no hi podien festejar dues serps.
Les seves miratginacions anaven sempre contra el règim de la realitat.
O la que, a mi modesto entender, es de una sutileza e ingenio para la que todos los elogios me parecen pocos:
Quintino Massu, home nerviós, tan prim que una idea, si tenia pes, el faria suar…
A pesar de este despliegue estilístico, la obra no pierde el norte de la revelación de ese fracaso social del que hablábamos al principio. Una Administración corrupta, un racismo contra los indios comerciantes,  una reverencia al poder por el hecho de serlo, un mentalidad  machista y un temor reverencial a la naturaleza y a la acción permanente de los muertos en la vida de los vivos define las coordenadas básicas del tipo de relaciones humanas que vamos  encontrar en Terra sonámbula en la que hay escenas como la de la masturbación del joven Muidinga por parte de su «tío», como ayuda para que él, despreocupado de la «parte mecánica», se concentre en los atractivos de las jóvenes que ha de evocar para llegar al orgasmo, que nos dejan, como lectores europeos, al borde de la incredulidad o del estupor. No creo que le sea aplicable el marbete de novela «étnica», que se suele usar mucho para las películas de ciertas filmografías como la iraní y otras, por ejemplo, porque al fin y al cabo, además de la lengua europea en que la novela está escrita, hay un trasfondo antibelicista en la novela que reconocemos y al que sentimos con europeo entusiasmo: Vaig recordar les paraules d’en Surendra: hi havia d’haver guerra, hi havia d’haver mort. I tot per què? Per autoritzar el robatori. Perquè avui cap riquesa no podia néixer del treball. Només el saqueig donava accés a les propietats. Calia que hi hagués mort perquè les lleis s’oblidessin. Ara que el desordre era total, tot estava autoritzat. Els culpables sempre serien els altres.
El resto, que cada cual lo descubra. ¡Menudo regalo que nos ha hecho Pere Comellas a los lectores en catalán! Gràcies, Pere.