I.ACERCA DE LA CACOGRAFÍA: ¿SOMOS COMO ESCRIBIMOS O ESCRIBIMOS
COMO SOMOS*?
Escribano y amanuense han sido oficios porque
es evidente que hacer buena letra en modo alguno es equiparable a razonar bien
o a ser creativo. Es más, el rapto creador no parece que pueda ser recogido con
una letra que a fuer de hermosa
forzosamente ha de ser perezosa, cuando ese rapto exige diligencia: las Musas
envían sus mensajes con la materia de las nieblas, y todos sabemos cómo éstas
se deshilachan y desaparecen en un trazo demorado… En consecuencia, la letra
desgarbada, la contrahecha o la directamente ilegible acaban convirtiéndose en
una suerte de virtud añadida a la de la genialidad, sin que por ello pueda ni
deba concluirse que los analfabetos lo sean.
Es muy probable que nuestra letra haya sufrido
una transformación como la de nuestro rostro, algo que, en estos tiempos de
tanta imagen es fácil comprobar (Mi amigo Joan Carles ha ido guardando fotos de
carnet de todos los años de su vida, de modo que ha acabado componiendo un
mosaico vital que impresiona a simple vista, porque tiende uno a imaginar, al
verlos, ¡qué disparate!, que ha ido envejeciendo en esos cuadraditos, sin salir
nunca de ellos. Si se quiere un referente fully
high brow, véase la secuencia completa de los autorretratos de Rembrandt y
se entenderá lo que quiero decir: un auténtico Diario de un artista enmarcado): contemplar los torpes primeros
trazos de la infancia, los inseguros de la adolescencia, rellenando los
cuadernos con ensayos de firmas en las que hallar alguna en la que
reconocernos hasta estar orgullosos de
ella, los cambiantes de la insatisfecha juventud, los despreocupados de la
primera madurez, los vergonzantes de la adultez y los garabatos císnicos de la
primera vejez… es un ejercicio de flagelación visual para el que se ha de tener
cierto cuajo. Al final del camino lo que es seguro es que uno es su letra, le
guste, le disguste o le horrorice, tan singular y única como su expresión, su
manera de reír, siempre que no sea afectada, sus huellas dactilares o su iris, que permite una identificación 6
veces más fiable que las huellas digitales.
A poco que se tenga cierta
sensibilidad estética, ¡qué difícil resulta no sucumbir a la desolación cuando
de contemplar esta contrahecha cacografía mía se trata! Toda la vida con ella
y, como mucho, me he granjeado cierta admiración irónica por la conseguidísima
ilegibilidad de esos signos que solo la redimen cuando se recodifican, como
ahora, en la letra de imprenta del ordenador, cuyo nombre se cumple
literalmente en el hecho de la transcripción, porque ni siquiera manualmente
soy capaz de evitar los bailes de letras que me dejan expuesto a las fecundas
erratas. No puedo recordar en qué momento de mi vida, si lo hubo, tan exacto,
cambié la letra desgarbada e infantil por esos trazos nerviosos y perezosos,
amén de anárquicos, porque pocos patrones pueden reconocerse en esos trazos que
suelen salir un poco a su aire cada uno, es decir, que ni siquiera la misma
letra tiene idéntico dibujo en sus múltiples apariciones a lo largo del texto,
de cualquiera, como este en particular.
He de apresurarme a confesar que mi incapacidad
para el dibujo, mi carencia absoluta de destreza, solo equiparable a mi
incompetencia científica, porque no falla que no entienda ni jota de ese mundo
al que le di la espalda a los catorce años para abrazar el arduo latín y, más tarde,
el griego; que esa impericia, en suma, ha contribuido lo suyo a la tendencia
estenotípica de mi cacografía, reconozcámoslo ya, o reconózcalo yo, que es lo
que me toca.
Me apasiona la pintura, como los intelectores
saben, y, sobre todo, la reproducción del cuerpo humano, y el piropo más
hermoso, para mí, que le he dicho nunca a mi conjunta ha sido “tienes ojos de
lámina de quinto curso”, ojos que nunca fui capaz de reproducir como se le debe
exigir a un alumno al que pueda aplicársele tal nombre. Mejor, sin embargo, no entro en mi
disparatada vida escolar, porque hay realidades que mejor se quedan encerradas
en el Libro de Dehesidad, más que de escolaridad, aunque ya he revelado que la
de Dibujo era asignatura que yo arrastraba pendiente de un año para otro a lo
largo de todo el bachillerato, para mi propia decepción, porque de siempre he
tenido un impulso pictórico que solo ha hallado dimensión creativa en esas
representaciones de aire geométrico que se garabatean en papeles improvisados,
el doodle de los ingleses, mientras
se habla por teléfono. En modo alguno, pues, la hoja en blanco es como un
lienzo en blanco, porque en aquella raudas aparecen, siempre ha sido así, las
palabras con que ocultar su blanco hiriente, mientras que en este no hay manera
de iniciar un trazo que no se vuelva una acusación de impotencia.
La caligrafía ha sido arte cultivado en España,
a falta de dedicación a las ideas. Se tenía buena letra para no decir nada de
interés –un poco al estilo de las comunicaciones *movilescas de hoy: ¿Dónde estás? ¿Hacia dónde vas? ¿Quedamos?
¿Cómo estás? ¿A qué hora? Avísame si llegas cinco minutos más tarde o una
parada de metro antes de llegar. ¡Ah, sí, ya te veo! Nos vemos…–, pero, a
diferencia de hoy, con la letal pseudolengua SMS, al menos el estilo del dibujo
permitía admirar algo. Yo soy de la época del plumín, del tintero y del tampón
secaborrones en forma de balancín, como una mecedora que se balanceaba sobre
los borrones para tratar de adecentar la presentación. La inseguridad –y cierta
asnería fortachona– me hacía taladrar el papel y quedarme enganchado mientras
el resto de los compañeros llenaban sus planas con aquellas letras-firulete que
fueron mi envidia eterna, hasta que se consolidó, devenido escritor, esta
suerte de criptografía por la que se han interesado no pocos servicios
secretos… Con todo, no me empacha reconocer que, cuando quiero, lo que
raramente ocurre, me creo capaz de escribir con cierta legibilidad…, aunque
pronto me canso y me desengaño. Lo mío es seguir a trazo ungular de caballo el
galope alocado del pensamiento, y de ahí la tendencia a la taquigrafía en que
ha parado –es un decir– mi letra, porque su característica fundamental, y acaso
única, es el dinamismo, un salirse los trazos de su monótono surco para
desesperación de mi conjunta, esforzada lectora de mis garabatos grafómanos,
algunos ganchudos, pero no todos.
Cuando me quieren echar un piropo, familiares y amigos
incondicionales –que no lectores fieles… – me dicen que tengo letra de médico,
apta para recetas varias. Yo asiento, pero no consiento, porque los matasanos
tienen afán de secta esotérica, mientras que yo, pobre de mí, soy lo más
exotérico que conozco. No hay más que echarle un vistazo a la letra de los
grandes de la literatura española para percibir el sonrojo con que incluso a
llamar cacografía a mis trazos, a mis destrozos, me atrevo. Baste que uno
consigo mismo se entienda para que la función comunicativa, propia de la
escritura, se cumpla. Es cierto que a veces me pierdo, que otras me desmiento y
que aun me desleo, por así decirlo, pero en lo sustancial no estoy descontento
con mi suerte, porque esta descompostura más la estimo que esas caligrafías
anodinas, sin un relieve ni un nervio que nos distraiga. No quiero entrar ahora
en un análisis caracterológico de la letra, en lo que se conoce como
grafología, porque, a pesar de haber leído un hermoso tratado, me parece
exagerado abusar de la atención de los amables frecuentadores de este Diario.
Quédese ese capítulo de la mántica caligráfica para otra ocasión en que eles, qus, erres, tes, des,
efes o jotas nos revelen, al contrario de los disparatados horóscopos, que
somos como escribimos o que escribimos como somos, que nunca me ha quedado
claro. Otro día. Vale.
*No
es necesario advertir al moreno intelector de la compasión inmensa con que me
he refugiado en ese plural acogedor…
Caramba, Juan Poz, nos vienes a decir que tienes mala letra y en ello edificas un artículo asaz sorprendente y brillante para hacer de ello algo artístico. ¿Es posible que una cacografía dé para tanto? Después de que algún crítico censurara A la búsqueda del tiempo perdido porque el autor, un tal Proust, se pasaba varias páginas describiendo cómo se tumbaba para dormir... no sería de extrañar tal alarde estilístico a partir de la propia letra. Mala letra y enamorado de la misma... Pero lo cierto es que las modernas generaciones ya no son de los que cuiden con primor la caligrafía para no decir nada. Ahora se combinan ambos principios, el no decir nada con una caligrafía abominable plena de restallidos anortográficos. Algo hemos salido ganando. ¿Mi letra? Lal utilizo cada vez menos. El noventa y tantos por ciento de mis escritos son digitales. Solo escribo cuando hago la lista de la compra. A mí me gusta mi letra. Es el producto de mi biografía como la tuya es el producto de la tuya. Una especie de Calibiografía que sería el nombre más exacto.
ResponderEliminarUn ejercicio brillante de estilo este artículo.
Los intelectores presumen de "su" escritor -usualmente alguien no leído por más de diez iniciados-; pero yo soy un escritor que presumo de "mi" lector..., y tienes todas las papeletas, Joselu... No sé si el de la caligrafía es tema sorprendente, pero no me parece que haya descubierto la especie humana ninguna invención superior a la de la escritura, que es la madre de todas las invenciones. Para la segunda parte dejo una suerte de brevísima introducción a la grafología, ya leerás, ya...
Eliminar¿Tú nunca has visto mi caligrafía de la mano izquierda, con la que escribo el teatro? Se me ocurre que podría colgar una muestra del caos caligráfico insuperable que es esa extravagante manifestación creadora... Ya veremos.
Yo sí escribo muchísimo a mano, pero cuanto más lo haga, más deturpo las letras... Debe de ser porque primo la velocidad para hallar la expresión sosegada...
La escritura a mano trasmite muy bien la forma de ser de cada cual y he sabido que los peritos caligráficos afinan mucho, a pesar de que se les llame así cuando en tantos casos se les podría también llamar peritos cacográficos. No veo que tengas una letra descuidada ni sucia ni con aquellas irregularidades que avisan de un temperamento tortuoso o aquellos infantilismos que traslucen las personas esclavas de las modas. No sé si la entiendo, tu letra, porque ni siquiera la veo, solo distingo unos trazos que si no fuera por la disposición me harían pensar en un electrocardiograma de una persona sana que no está oyendo las noticias.
ResponderEliminarYo tenía muy buena letra pero se me desmoronó bastante con el hipertiroidismo y ya no digamos con el síndrome del canal carpiano. Te envío a una muestra de mi puño y letra de 1986, que es la única que tengo en foto: http://4.bp.blogspot.com/_E8WlGnqXjmM/TNpygDsULMI/AAAAAAAAL_g/1a5OgfN02Vw/s1600/DSCF0007.JPG
¡Lejos de mí la funesta tentación de dar en pseudografólogo aficionado! En su día ya me ofrecí aquí: https://www.google.es/#q=El+artista+desencajado+quiere+hacer+caja
Eliminarcomo titulador y consejero editorial, con una razonabilísima ausencia de pedidos, como para pretender sentar cátedra que vaya más allá de mis parvos saberes. Respecto de tu letra manuscrita, te extracto lo que dice la teoría. Se trata, parece, de lo que denominan "Escritura yuxtapuesta": [letras separadas totalmente unas de otras]: Intuición. Riqueza de ideas. En general, falta de sentido práctico. Facilidad para analizar los detalles.
Por lo que hace a la inclinación, factor esencial, la tuya podría calificarse de levemente sinistrógira o regresiva, que es la que presenta una inclinación hacia la izquierda, o sea, en sentido contrario a la marcha de la escritura, obligando, por tanto, a un constante autocontrol de los propios gestos, forzándolos a seguir una inclinación contraria a la que nace espontáneamente de los mismos. Denota reserva, individualismo, afición por la autoobservación y, generalmente, disimulo, falta de generosidad; evasión de la realidad.
Ya ves que esto tiene más de horóscopo que caligrafía pericial, de ahí la diferencia, y la tensión, entre los peritos calígrafos y los grafólogos; algo parecido a la que hay, salvando las distancias, entre psiquiatras y psicoanalistas.
Sigo trabajando sobre la próxima entrega, en la que desarrollaré todas estas cuestiones.
¡Virgen santa! (hoy que es su cumpleaños). Menos mal que no tengo que pasar por caja, como sí tendría que hacerlo con una o un vidente y por mucho menos.
ResponderEliminarAhora hago las letras más enlazadas pero en grupillos, por ejemplo la e con la s, o el Per de perinatología. A veces te hago una cursiva inglesa y dextrógira para las listas de la compra y es el tipo de escritura que solía hacer hasta que me harté y cambié de "fuentes" por esta especie de carolina con un remoto parecido a la letra de Salvador Espriu (http://3.bp.blogspot.com/__qaJuTAokbA/TRxbsttKl0I/AAAAAAAABqU/XMTNOhBHwNM/s1600/_IGP2496%2B-%2Bbaixa%2Bresoluci%25C3%25B3.JPG) según me dijeron por separado tres personas.
Yo recibí una vez una breve misiva del poeta, en una tarjeta de visita, pero la perdí y si está en casa no la he encontrado. Tal vez dentro de un libro.
En mi mocedad me hubiera querido dedicar a los hológrafos o autógrafos, no como coleccionista, no como Stefan Zweig, pero he acabado entre pedeefes y letras de médico, los cuales cada vez escriben menos a mano.
Un placer, Juan.