sábado, 6 de septiembre de 2014

La impúdica escritura manual

                      


I.ACERCA DE LA CACOGRAFÍA: ¿SOMOS COMO ESCRIBIMOS O ESCRIBIMOS COMO SOMOS*? 


Escribano y amanuense han sido oficios porque es evidente que hacer buena letra en modo alguno es equiparable a razonar bien o a ser creativo. Es más, el rapto creador no parece que pueda ser recogido con una letra que a fuer de  hermosa forzosamente ha de ser perezosa, cuando ese rapto exige diligencia: las Musas envían sus mensajes con la materia de las nieblas, y todos sabemos cómo éstas se deshilachan y desaparecen en un trazo demorado… En consecuencia, la letra desgarbada, la contrahecha o la directamente ilegible acaban convirtiéndose en una suerte de virtud añadida a la de la genialidad, sin que por ello pueda ni deba concluirse que los analfabetos lo sean.
Es muy probable que nuestra letra haya sufrido una transformación como la de nuestro rostro, algo que, en estos tiempos de tanta imagen es fácil comprobar (Mi amigo Joan Carles ha ido guardando fotos de carnet de todos los años de su vida, de modo que ha acabado componiendo un mosaico vital que impresiona a simple vista, porque tiende uno a imaginar, al verlos, ¡qué disparate!, que ha ido envejeciendo en esos cuadraditos, sin salir nunca de ellos. Si se quiere un referente fully high brow, véase la secuencia completa de los autorretratos de Rembrandt y se entenderá lo que quiero decir: un auténtico Diario de un artista enmarcado): contemplar los torpes primeros trazos de la infancia, los inseguros de la adolescencia, rellenando los cuadernos con ensayos de firmas en las que hallar alguna en la que reconocernos  hasta estar orgullosos de ella, los cambiantes de la insatisfecha juventud, los despreocupados de la primera madurez, los vergonzantes de la adultez y los garabatos císnicos de la primera vejez… es un ejercicio de flagelación visual para el que se ha de tener cierto cuajo. Al final del camino lo que es seguro es que uno es su letra, le guste, le disguste o le horrorice, tan singular y única como su expresión, su manera de reír, siempre que no sea afectada, sus huellas dactilares o su iris, que permite una identificación 6 veces más fiable que las huellas digitales.
            A poco que se tenga cierta sensibilidad estética, ¡qué difícil resulta no sucumbir a la desolación cuando de contemplar esta contrahecha cacografía mía se trata! Toda la vida con ella y, como mucho, me he granjeado cierta admiración irónica por la conseguidísima ilegibilidad de esos signos que solo la redimen cuando se recodifican, como ahora, en la letra de imprenta del ordenador, cuyo nombre se cumple literalmente en el hecho de la transcripción, porque ni siquiera manualmente soy capaz de evitar los bailes de letras que me dejan expuesto a las fecundas erratas. No puedo recordar en qué momento de mi vida, si lo hubo, tan exacto, cambié la letra desgarbada e infantil por esos trazos nerviosos y perezosos, amén de anárquicos, porque pocos patrones pueden reconocerse en esos trazos que suelen salir un poco a su aire cada uno, es decir, que ni siquiera la misma letra tiene idéntico dibujo en sus múltiples apariciones a lo largo del texto, de cualquiera, como este en particular.
He de apresurarme a confesar que mi incapacidad para el dibujo, mi carencia absoluta de destreza, solo equiparable a mi incompetencia científica, porque no falla que no entienda ni jota de ese mundo al que le di la espalda a los catorce años para abrazar el arduo latín y, más tarde, el griego; que esa impericia, en suma, ha contribuido lo suyo a la tendencia estenotípica de mi cacografía, reconozcámoslo ya, o reconózcalo yo, que es lo que me toca.
Me apasiona la pintura, como los intelectores saben, y, sobre todo, la reproducción del cuerpo humano, y el piropo más hermoso, para mí, que le he dicho nunca a mi conjunta ha sido “tienes ojos de lámina de quinto curso”, ojos que nunca fui capaz de reproducir como se le debe exigir a un alumno al que pueda aplicársele tal nombre.  Mejor, sin embargo, no entro en mi disparatada vida escolar, porque hay realidades que mejor se quedan encerradas en el Libro de Dehesidad, más que de escolaridad, aunque ya he revelado que la de Dibujo era asignatura que yo arrastraba pendiente de un año para otro a lo largo de todo el bachillerato, para mi propia decepción, porque de siempre he tenido un impulso pictórico que solo ha hallado dimensión creativa en esas representaciones de aire geométrico que se garabatean en papeles improvisados, el doodle de los ingleses, mientras se habla por teléfono. En modo alguno, pues, la hoja en blanco es como un lienzo en blanco, porque en aquella raudas aparecen, siempre ha sido así, las palabras con que ocultar su blanco hiriente, mientras que en este no hay manera de iniciar un trazo que no se vuelva una acusación de impotencia.
La caligrafía ha sido arte cultivado en España, a falta de dedicación a las ideas. Se tenía buena letra para no decir nada de interés –un poco al estilo de las comunicaciones *movilescas de hoy: ¿Dónde estás? ¿Hacia dónde vas? ¿Quedamos? ¿Cómo estás? ¿A qué hora? Avísame si llegas cinco minutos más tarde o una parada de metro antes de llegar. ¡Ah, sí, ya te veo! Nos vemos…–, pero, a diferencia de hoy, con la letal pseudolengua SMS, al menos el estilo del dibujo permitía admirar algo. Yo soy de la época del plumín, del tintero y del tampón secaborrones en forma de balancín, como una mecedora que se balanceaba sobre los borrones para tratar de adecentar la presentación. La inseguridad –y cierta asnería fortachona– me hacía taladrar el papel y quedarme enganchado mientras el resto de los compañeros llenaban sus planas con aquellas letras-firulete que fueron mi envidia eterna, hasta que se consolidó, devenido escritor, esta suerte de criptografía por la que se han interesado no pocos servicios secretos… Con todo, no me empacha reconocer que, cuando quiero, lo que raramente ocurre, me creo capaz de escribir con cierta legibilidad…, aunque pronto me canso y me desengaño. Lo mío es seguir a trazo ungular de caballo el galope alocado del pensamiento, y de ahí la tendencia a la taquigrafía en que ha parado –es un decir– mi letra, porque su característica fundamental, y acaso única, es el dinamismo, un salirse los trazos de su monótono surco para desesperación de mi conjunta, esforzada lectora de mis garabatos grafómanos, algunos ganchudos, pero no todos.
Cuando me quieren echar  un piropo, familiares y amigos incondicionales –que no lectores fieles… – me dicen que tengo letra de médico, apta para recetas varias. Yo asiento, pero no consiento, porque los matasanos tienen afán de secta esotérica, mientras que yo, pobre de mí, soy lo más exotérico que conozco. No hay más que echarle un vistazo a la letra de los grandes de la literatura española para percibir el sonrojo con que incluso a llamar cacografía a mis trazos, a mis destrozos, me atrevo. Baste que uno consigo mismo se entienda para que la función comunicativa, propia de la escritura, se cumpla. Es cierto que a veces me pierdo, que otras me desmiento y que aun me desleo, por así decirlo, pero en lo sustancial no estoy descontento con mi suerte, porque esta descompostura más la estimo que esas caligrafías anodinas, sin un relieve ni un nervio que nos distraiga. No quiero entrar ahora en un análisis caracterológico de la letra, en lo que se conoce como grafología, porque, a pesar de haber leído un hermoso tratado, me parece exagerado abusar de la atención de los amables frecuentadores de este Diario. Quédese ese capítulo de la mántica caligráfica para otra ocasión en que eles, qus, erres, tes, des, efes o jotas nos revelen, al contrario de los disparatados horóscopos, que somos como escribimos o que escribimos como somos, que nunca me ha quedado claro. Otro día. Vale.


*No es necesario advertir al moreno intelector de la compasión inmensa con que me he refugiado en ese plural acogedor…

5 comentarios:

  1. Caramba, Juan Poz, nos vienes a decir que tienes mala letra y en ello edificas un artículo asaz sorprendente y brillante para hacer de ello algo artístico. ¿Es posible que una cacografía dé para tanto? Después de que algún crítico censurara A la búsqueda del tiempo perdido porque el autor, un tal Proust, se pasaba varias páginas describiendo cómo se tumbaba para dormir... no sería de extrañar tal alarde estilístico a partir de la propia letra. Mala letra y enamorado de la misma... Pero lo cierto es que las modernas generaciones ya no son de los que cuiden con primor la caligrafía para no decir nada. Ahora se combinan ambos principios, el no decir nada con una caligrafía abominable plena de restallidos anortográficos. Algo hemos salido ganando. ¿Mi letra? Lal utilizo cada vez menos. El noventa y tantos por ciento de mis escritos son digitales. Solo escribo cuando hago la lista de la compra. A mí me gusta mi letra. Es el producto de mi biografía como la tuya es el producto de la tuya. Una especie de Calibiografía que sería el nombre más exacto.

    Un ejercicio brillante de estilo este artículo.

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    1. Los intelectores presumen de "su" escritor -usualmente alguien no leído por más de diez iniciados-; pero yo soy un escritor que presumo de "mi" lector..., y tienes todas las papeletas, Joselu... No sé si el de la caligrafía es tema sorprendente, pero no me parece que haya descubierto la especie humana ninguna invención superior a la de la escritura, que es la madre de todas las invenciones. Para la segunda parte dejo una suerte de brevísima introducción a la grafología, ya leerás, ya...
      ¿Tú nunca has visto mi caligrafía de la mano izquierda, con la que escribo el teatro? Se me ocurre que podría colgar una muestra del caos caligráfico insuperable que es esa extravagante manifestación creadora... Ya veremos.
      Yo sí escribo muchísimo a mano, pero cuanto más lo haga, más deturpo las letras... Debe de ser porque primo la velocidad para hallar la expresión sosegada...

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  2. La escritura a mano trasmite muy bien la forma de ser de cada cual y he sabido que los peritos caligráficos afinan mucho, a pesar de que se les llame así cuando en tantos casos se les podría también llamar peritos cacográficos. No veo que tengas una letra descuidada ni sucia ni con aquellas irregularidades que avisan de un temperamento tortuoso o aquellos infantilismos que traslucen las personas esclavas de las modas. No sé si la entiendo, tu letra, porque ni siquiera la veo, solo distingo unos trazos que si no fuera por la disposición me harían pensar en un electrocardiograma de una persona sana que no está oyendo las noticias.
    Yo tenía muy buena letra pero se me desmoronó bastante con el hipertiroidismo y ya no digamos con el síndrome del canal carpiano. Te envío a una muestra de mi puño y letra de 1986, que es la única que tengo en foto: http://4.bp.blogspot.com/_E8WlGnqXjmM/TNpygDsULMI/AAAAAAAAL_g/1a5OgfN02Vw/s1600/DSCF0007.JPG

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    1. ¡Lejos de mí la funesta tentación de dar en pseudografólogo aficionado! En su día ya me ofrecí aquí: https://www.google.es/#q=El+artista+desencajado+quiere+hacer+caja
      como titulador y consejero editorial, con una razonabilísima ausencia de pedidos, como para pretender sentar cátedra que vaya más allá de mis parvos saberes. Respecto de tu letra manuscrita, te extracto lo que dice la teoría. Se trata, parece, de lo que denominan "Escritura yuxtapuesta": [letras separadas totalmente unas de otras]: Intuición. Riqueza de ideas. En general, falta de sentido práctico. Facilidad para analizar los detalles.
      Por lo que hace a la inclinación, factor esencial, la tuya podría calificarse de levemente sinistrógira o regresiva, que es la que presenta una inclinación hacia la izquierda, o sea, en sentido contrario a la marcha de la escritura, obligando, por tanto, a un constante autocontrol de los propios gestos, forzándolos a seguir una inclinación contraria a la que nace espontáneamente de los mismos. Denota reserva, individualismo, afición por la autoobservación y, generalmente, disimulo, falta de generosidad; evasión de la realidad.
      Ya ves que esto tiene más de horóscopo que caligrafía pericial, de ahí la diferencia, y la tensión, entre los peritos calígrafos y los grafólogos; algo parecido a la que hay, salvando las distancias, entre psiquiatras y psicoanalistas.
      Sigo trabajando sobre la próxima entrega, en la que desarrollaré todas estas cuestiones.

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  3. ¡Virgen santa! (hoy que es su cumpleaños). Menos mal que no tengo que pasar por caja, como sí tendría que hacerlo con una o un vidente y por mucho menos.
    Ahora hago las letras más enlazadas pero en grupillos, por ejemplo la e con la s, o el Per de perinatología. A veces te hago una cursiva inglesa y dextrógira para las listas de la compra y es el tipo de escritura que solía hacer hasta que me harté y cambié de "fuentes" por esta especie de carolina con un remoto parecido a la letra de Salvador Espriu (http://3.bp.blogspot.com/__qaJuTAokbA/TRxbsttKl0I/AAAAAAAABqU/XMTNOhBHwNM/s1600/_IGP2496%2B-%2Bbaixa%2Bresoluci%25C3%25B3.JPG) según me dijeron por separado tres personas.
    Yo recibí una vez una breve misiva del poeta, en una tarjeta de visita, pero la perdí y si está en casa no la he encontrado. Tal vez dentro de un libro.
    En mi mocedad me hubiera querido dedicar a los hológrafos o autógrafos, no como coleccionista, no como Stefan Zweig, pero he acabado entre pedeefes y letras de médico, los cuales cada vez escriben menos a mano.
    Un placer, Juan.

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