El
esclavo ya horro
A pesar de mi buen
fondo, y superficie, solidarios, siempre me separó de los partidos autodenominados
–en un lamentable ejercicio de ficción– de izquierda el afán totalizador con
que pretenden, desde la patrimonialización de la razón, organizar la sociedad, y,
sobre todo, su culto al trabajo y la canonización del trabajador como el héroe
de la Historia. Siempre he odiado el trabajo, porque cuando este realmente lo
es, forzoso, primumvivérico, es la
prístina maldición de Caín.
Entre las dos
fotografías, una de un pueblo pequeño de Cataluña, Berga, y la otra de la capital, en el peculiar barrio del Raval de Barcelona, media una vida laboral de 33 años
dedicados a la docencia, a los cuales se han de sumar otros 8 de ocupaciones
diversas para completar los 41 que he estado bregando con esa maldición.
Ninguno de cada uno de los días de cada uno de esos 41 años he dejado de vivir
la angustia de la esclavitud de la que ahora me libero con tenue júbilo, porque
el destrozo interior ha sido devastador. Fui auxiliar administrativo en
Hacienda y entiendo, como un alma gemela, el hastío, el dolor y la
desesperación del esclavo que también fue Kafka en la compañía de seguros. Como esos personajes que en las películas de pseudoterror actuales salen del estómago del monstruo lleno de babas viscosas, así he salido yo de las entraña de Leviatán, y espero que, como a tantos ocurre, no sea para acabar, de aquí a poco, en las entrañas de Gea...
En una lejanísima conferencia
de Juan Goytisolo acerca de su obra y de su vida, recomendó a los escritores
noveles, alguno de mí lo fue entonces y otros lo siguen siendo aún, que se
buscaran una profesión, que no intentaran vivir de la pluma, para poder
escribir sin renuncias dolorosas, aunque él no confesó haberlas hecho. En
perspectiva, y aun a riesgo del brochazo, en vez de la pincelada, creo que
quería quitarse posibles futuras competencias. Para maldito, él. Y ya
estaba el cupo del país cubierto: “El país es muy pequeño para dos malditos,
forastero”, nos vino a decir. Él ha vivido siempre “en artista”, sin el yugo
ajeno impuesto, y la mar de bien, por lo que parece; y no diré, está claro, que
inmerecidamente. Yo he vivo siempre “en esclavo”, uncido a ese yugo, y
venciendo enormes dificultades para que alguno de mis yoes escribiera y/o
publicara algo, que los destinos de los tres no son los mismos, ciertamente. Y ello a pesar de que Nietzsche nos dijera que "una profesión es el espinazo de una vida"; pero hasta de los preclaros se discrepa.
He sido una pieza de
un engranaje atroz que lleva más de 30 años sacrificando generaciones, porque
los diseñadores de la máquina educativa nunca se han puesto de acuerdo para
reunirse y consensuar un instrumento que sea válido y permanente. Si no fuera
porque decir “luchas ideológicas” –en este país en que las ideas no sólo son un
bien escaso, sino que sus poseedores han sido muy a menudo considerados blanco
de cacerías exterminadoras– es mentir bellacamente, a ella le deberíamos achacar,
un conflicto de creencias religiosas, en el fondo, esa imposibilidad de
consenso nacional sobre lo que necesitan los educandos. Sin que sirva de
disculpa, sino de fiel retrato, de mí sé decir que no he tenido más que dos
objetivos pedagógicos a lo largo de mi torturante vida profesional: enseñar a
leer y a escribir. Lamentablemente, no he conseguido ni lo uno ni lo otro, y doy
fe, por estricto sentido de la justicia, de los esfuerzos enormes que he
dedicado a esas labores; porque, aun castigado hasta la derrota por la
maldición, mi sentido del deber profesional me impedía no justificar con los
esfuerzos adecuados la escasa soldada.
Quien ha nacido para
escribir difícilmente puede tener un buen concepto de ninguna profesión que les
robe tantísimas horas de ocio acaso fecundo. En la de la docencia, sin embargo,
he aprendido a admirar a no pocos colegas que luchan titánicamente por
sobreponerse a los continuos desperfectos que añaden a la máquina trituradora,
que no instructora, los diferentes gobiernos, que gobiernan aunque no rijan.
Si a esta hiriente
realidad añadimos haber desempañado la profesión en el marco de un Movimiento
Nacional Catalanista de inequívoca raigambre española, se comprenderá a la
perfección el alivio que supone ser expulsado por ese engranaje a la luz
exterior.
Hoy, 14 de setiembre de 2014, cuando tantísimos colegas velan armas para el inicio de la larga gestación de un curso académico, por primera vez en 41 años yo lo espero, el día de mañana, con la certeza de la dedicación absoluta a cuanto sé, y a cuanto ignoro, que habré de escribir. Dejo atrás, pues, la
tortura, y aunque maltrecho, y acaso tarde, recupero la propiedad de las horas
de los días para poder cada uno de los que me habitan atender a su mester individual, ahora que
a todos la jubilación nos pone un puente de plata…
Juan, celebro muy de veras que te liberes de lo que debiera haber sido, a tenor de la valía que atesoras desde hace tanto tiempo, un camino de hallazgos didácticos; si no ha sido, no te quepa duda que en un buen puñado de alumnos has dejado la impronta de tu singular sabiduría, para el resto la capitulación de un futuro por adelantado, en manos de una élite política entregada a la corrupción y el caos. El espinazo de un país como España son personas como tu. Sin ánimo de ser en exceso cariñoso, transcribo aquí un poemita de maíz, que te dedico expresamente, y en origen es un recuerdo de mis maestros, entre los cuales te cuento a ti también:
ResponderEliminarLXXXVI
Borrosa felicidad de la niñez.
Me sumergí contigo sin pensarlo
en este luminoso carnaval de miserias:
aquellos niños que ví desde el tranvía
parecían diamantes abandonados.
Poemitas de maíz, de Mendigo Diego
Tienes razón, qué curioso, hasta con el cariño no se puede ser en exceso pródigo..., pero te agradezco el poema. Me es grato pensar que acaso pueda ser tenido por uno de esos niños...
ResponderEliminarY ahora, al tajo, que la mina es profunda y rica, como decía Clarín, aunque uno sepa que su destino es sepultarse en ella para salir, o tieso por el grisú o con los pies por delante en la vagoneta...
Gracias.
Seguro que has leído Els sots feréstecs, que yo ya tengo medio olvidada, pero donde me vi retratada en su momento como el párroco que pretende adecentar la iglesia en una localidad olvidada de Dios y de los hombres. Después en mi vida laboral aprendí y no a la ligera a alejarme del "cuadro" y ver la sanidad pública como un paisaje que me daba la oportunidad de conocer muchísima gente y palpar la realidad. La enseñanza también permite palpar la realidad y hasta adivinarla. Seguro que pasaste el trance más que decorosamente.
ResponderEliminarNo tengo ninguna duda tampoco de que, si me permites que siga con la comparación hagiográfica, tu sector ha sumado méritos de martirio con la folie à plusiers en la que estamos. En mi sector se ha producido una insoportable levedad de la línea que debería mantener la estanqueidad entre lo público y lo privado, y también entre lo bueno y lo mejor. Sin embargo puedo resistir el más empozoñado de los artículos científicos a sueldo de los intereses de la industria farmacéutica, pero no puedo hojear sin horror un libro de texto de nuestra comunidad autónoma.
Te deseo que puedas dejar con salud de la de verdad tu etapa laboral pasada y disfrutar del jubilo como mejor te parezca.
Me encantó el acompañamiento gráfico.
La leí, en efecto, por sugerencia de Luis Izquierdo, pero la tengo tan olvidada como tú. Te agradezco los buenos deseos y los pondré en practica inmediatamente, porque me aguarda culminar una tesis doctoral para la que me sobra entusiasmo y me faltan fuerzas. Ya veremos en qué queda. De momento me he salvado de la quema laboral, porque lo púbico aquí está en verdadero peligro de muerte por consunción, pero se sabe quiénes lo han puesto a dieta severa. Gracias.
EliminarAlbricias, Don Juan, por lo jubilar, y sobre todo por el ánimo para meterse ahora con la tesis. Lo que cuenta me recuerda lo que contaba Bukowski de los años que pasó dedicado a "la profesión". Y lo que dice sobre el trabajo, a lo que dice Sánchez Ferlosio en Non Olet.
ResponderEliminarMi admiración por haber llegado hasta ahí escribiendo tan lúcidamente.
Es tema lacrimógeno sobremanera, el de la devastación que opera el capitalismo sobre las biografías de los parias, como bien describió Sennet en "La corrosión del carácter", libro inspiradísimo y veraz como él solo, pero apliquémosle una manita de ironía miniar para poder dibujar sobre ella, en el futuro, la sombra del fantasma que fui (se admite la plurivocidad...) y que sigo siendo, algo mas ligerito de hierros, sin embargo.
ResponderEliminarIntuyo tu alegría plena por el paso a la situación B de la vida. Afortunado tú porque el otro día leí que solo podrían jubilarse -tal como lo entendemos ahora- hasta los nacidos en 1958. Luego me temo que será otra historia. Un buen documento gráfico el de tus dos fotos, la inicial y la postrera de ese paso por las aulas tan onírico ya para ti, tan cinematográfico, tan literario, tan dramático para mí. Para mí no ha sido una maldición bíblica la docencia. He sido en ella plenamente feliz y he sido extraordinariamente desdichado. No hago distinción entre mi vida y el trabajo. Entiendo que el trabajo es igualmente vida. He intentado e intento literaturizar el trabajo. No son buenos momentos ya lo sé. De autoridades académicas y ministros y reformas educativas ¿qué vamos a decir? Lo que podemos decir ya lo sabemos tú y yo porque lo hemos hablado en múltiples ocasiones. No me irritan esos ministros educativos ni sus reformas aunque luego las padezca. No voy a idealizar la profesión porque para mí no es una profesión. Más procesión que otra cosa con su liturgia y sus saetas. En fin, al llegar tú a este punto me lleva a pensar que yo llegaré también en no demasiado tiempo. Y tic tac el reloj de la vida nos marca que ya somos otra cosa. No lo temo porque yo nunca seré jubilado. Tengo enormes deseos de poner en mi profesión de nuevo estudiante. ¿Yo? Estudiante. Y tú escritor. Lamento todo el tiempo que te ha arrebatado esta profesión. No sé qué hubiera pasado si hubieras sido un maldito como Juan Goytisolo. Elegiste ser funcionario, no la peor de las opciones. Pero en la vida hacemos en definitiva lo que deseamos hacer. Podrías haber hecho otra cosa. Otras opciones. Ahí tienes a Charles Bukowski. Bienvenido a la nueva Ithaca. Espero que el camino haya sido largo y feraz. Todo lo que has vivido te engrandece. Ahora lleno y apretado, da salida a tu magma interno y devora el mundo. Que se entere el Parnaso lo que se ha perdido hasta ahora. Al fin y al cabo, Cervantes a tu edad no había escrito su mejor novela que es la Segunda Parte de Don Quijote de la Mancha. Al tajo, que no te tiemble el pulso ni el Estado Islámico te quite inspiración. Ahora el Canal de la Mancha es tuyo. Que tu péndola haga lo que tiene que hacer. Vale.
ResponderEliminarYa lo creo que elegí, por supuesto, de ahí que reprima cualquier conato de lamento, pero el daño ha sido el mismo, elegido -que no deseado- o no, Jose. Te agradezco la confianza en mis posibilidades. Y sí, yo también, como aquel Kid Tarao de Leblanc, "vengo a darlo todo". Espero que el tiempo y la realidad no me hayan oxidado el ingenio ni que la artrosis me impida consumar el atentado de mi cacografía críptica. Ya te avancé que quería meterme en un acercamiento autobiográfico, "Juventud en Poz", pero la "cola de impresióm" es larga... A ver...
EliminarUn abrazo, hermano.
¡Feliz liberación! Y ahora, al trabajo gustoso... que decía el maestro, aunque si eres justo contigo mismo no te costará reconocer que esa "angustia de la esclavitud " no te ha impedido, pese a todo, llevar a cabo tantas empresas literarias. Lo más reconfortante de la entrada, tan agridulce en cierto sentido, son esas desbordantes ganas de trabajar más allá del trabajo impuesto por la necesidad (y que de la necesidad nos libra, aunque nos esclavice).
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes razón, Luis, algo de sobrehumano hay en esa resistencia a la devastación, a la erosión de la ilusion,...A veces, en los momentos más sombríos, pensaba si no acabaría derumbándome como un antílope extenuado, reventado, tras la persecución del guepardo... Por otro lado, sobre esta actividad febril mía, temo que no sea sino una máscara protectora del vacío que tira de mí hacia la nada, aunque mi sorprendente vitalidad congénita, pasado lo pasado, es el mejor antídoto: sigo entusiasmado con la existencia, por ingenuo que pueda parecer reoncerlo. Gracias, Luis, sé que compartes de corazón esta manumisión por la que he pagado tan alto precio...
EliminarNo le eche la culpa de su calvario al sistema educativo, Juan. Es la educación en sí misma la que, por su propia naturaleza, resulta absolutamente insufrible para todo el que se acerca demasiado a ella.
ResponderEliminarPero algunos sistemas disparatados, Antonio, me concederá que lo agravan. Por ahí andan los logseros hablando en la SER, sin inmutarse, de los beneficios médicos de la placenta de caballo... Y la emancipadora obligación de permanecer hasta los 16 años en el sistema... En fin, acabo de hacer un borrón oceánico y cuenta nueva, la de últimas, podría decir, porque ahora todo queda en manos de mi código genético...
EliminarBuenas tardes. He reconocido en la foto a quien fue mi profesor, allá en blanco y negro, antes del engranaje triturador. Ignoro lo que ha escrito, pero he recordado sus clases y sigo haciéndolo en la actualidad. Es cierto que buscaba enseñar a leer y a escribir, y era capaz de aplicarse al signo con espontaneidad. Conducía unos cuantos quilómetros diarios para llegar al instituto con su panda polvoriento. Un día alguien escribió con el dedo en la luna posterior. Y vino la paradoja: Cuanta más mierda me pones, más me quitas.
ResponderEliminarAsí sea.
Un saludo y los mejores deseos,
Rafael Carreras
Rafael, escríbame al correo de la página y le contesto privadamente.Sí le anticipo que aquel año bergástico fue de lo mejorcito de mi asendereada profesión. Espero y deseo que se haya desenvuelto bien en esto que llamamos tan ambiguamente "la vida". Escríbame, por favor.
Eliminarfuldigital@yahoo.com
Eliminar*erratum
Juan, no he encontrado el corre de la página. Mi dirección digital es fuldigital@yahoo.es
ResponderEliminarSaludos,
RC
Entre las dos fotografías..., una de 1981 y la otra de 2014, hay un gran abismo... En la primera se le observa un gesto de no demasiado convencimiento, pero de esperanza... y en la última, ¡oh, la última!... Más que en el Raval parece que está tomada en la escalinata de una escuela de Rabat o de Bombay... Cuánto desencanto, cuánta derrota y cansancio hay en ese gesto...
ResponderEliminarLe confieso, Juan Miguel, que se me hizo larga, muy larga, la vida laboral, sobre todo porque pensaba más en mis ficciones que en mi realidad retribuida. Con todo, aún conservo amistades de alumnos que tuve, y con eso lo digo todo. La severa profesionalidad con que abordé la labor que me daba de comer nunca me permitió desfallecer, salvo las bajas por estrés que me ponían al borde de la demencia, claro. De mi último destino, en el Raval, quedé, diga lo que diga la imagen, muy contento, y esos alumnos "orientales" míos eran un encanto, una bendición, en estos tiempos en que la autoridad de la figura del profesor es ya una reliquia. Mi descontento lo era con el sistema, por supuesto. Y, en última instancia, conmigo mismo, por haber sucumbido a la cobardía de no convertirme en un profesional de la pluma, pero ello tiene unas exigencias que no me veía capacitado para afrontarlas sin hacerme más reproches que por mantener mi profesión. Gracias eternas por su infatigable acompañamiento.
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