Los
Árboles hombres de Juan Ramón Jiménez
Corteza al óleo |
El ser humano siente atracciones cuya raíz en no pocas
ocasiones es simplemente eso, una raíz, hundida en la oscuridad de la
tierra y nunca vista, pero cuya fuerza
atractiva se impone a muchos deseos conscientes. ¿Deseos inconscientes,
habríamos de llamarlas? Sea. Antes de ser un Artista Desencajado, desde la
primera infancia, acaso, ha sido avasallador el poder de atracción que sobre mí
han ejercido los árboles. Lo he vivido. Nunca lo he estudiado. Ahora tampoco.
Quiero limitarme a compartirlo. Hay quienes se sienten atraídos por las rocas.
Otros por los insectos. Otros por las estrellas. Podría haber devenido una
seria pasión, pero, al margen de la pasión amorosa, mi gran pasión es el
conocimiento, por lo que el campo de acción de mis deseos es innúmero y no me
deja focalizarme en un solo objeto. Ahora bien, todos saben que la pasión del
conocimiento se extiende a sus objetos. Es una manera de vivir.
Viene todo esto a cuenta de las imágenes tomadas estas vacaciones, no tanto de árboles enteros, que también, sino, sobre todo, de las cortezas, como si me animara el dictum nietzscheano de que “todo lo profundo ama la máscara” y el complementario de Valéry, “lo más profundo es la piel”. Que en todo ello haya un lejano recuerdo de la impresión que me produjeron las pieles cuarteadas de los rostros de campesinos de Vela Zanetti en los incomprensibles libros de Formación del Espíritu Nacional –que tan poco poso dejaron en mí, como ocurre siempre que se quiere imponer una realidad mediante una asignatura–, bien pudiera ser, pero desde siempre el árbol ha sido para mí imán poderoso, como él lo es, desgraciadamente para sí, del rayo. La belleza tiene eso: atrae la destrucción.
Las escamas |
Viene todo esto a cuenta de las imágenes tomadas estas vacaciones, no tanto de árboles enteros, que también, sino, sobre todo, de las cortezas, como si me animara el dictum nietzscheano de que “todo lo profundo ama la máscara” y el complementario de Valéry, “lo más profundo es la piel”. Que en todo ello haya un lejano recuerdo de la impresión que me produjeron las pieles cuarteadas de los rostros de campesinos de Vela Zanetti en los incomprensibles libros de Formación del Espíritu Nacional –que tan poco poso dejaron en mí, como ocurre siempre que se quiere imponer una realidad mediante una asignatura–, bien pudiera ser, pero desde siempre el árbol ha sido para mí imán poderoso, como él lo es, desgraciadamente para sí, del rayo. La belleza tiene eso: atrae la destrucción.
Árboles hombres
Ayer tarde
volvía yo con las nubes
que entraban bajo
rosales
(grande ternura
redonda)
entre los troncos
constantes.
La soledad era eterna
y el silencio
inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los
árboles.
El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
solo yo podía estar
entre las rosas
finales.
Yo no quería volver
en mí, por miedo de
darles
disgusto de árbol
distinto
a los árboles iguales.
Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre
errante,
y, con mi forma
olvidada,
oía hablar a los
árboles.
Me retardé hasta la
estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la
orilla,
con la luna ya en el
aire.
Cuando yo ya me salía
vi a los árboles
mirarme,
se daban cuenta de
todo,
y me apenaba dejarles.
Y yo los oía hablar,
entre el nublado de
nácares,
con blando rumor, de
mí.
Y ¿cómo desengañarles?
¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el
pasante,
que no me hablaran a
mí?
No quería
traicionarles.
Y ya muy tarde, muy
tarde,
oí hablarme a los
árboles.
(Tomado de «Romances de
Coral Gables», en En el otro costado,
1936-1942.)
La piel |
He querido unir esta pasión arbórea al poema de Juan Ramón, Árboles hombres, que acabo de transcribir, y por el que siento justificada predilección, aunque no esté entre los más conocidos o famosos del autor. El poeta de la eternidad, del espacio, de la inteligencia, de la intuición, de la belleza…, como buen heredero del romanticismo, fue también un panteísta y en este poema, con esa quintaesenciada expresión suya, incomprensible hoy, lastimosamente, para la mayoría de los bachilleres, exhibe no tanto su amor por la naturaleza como su aspiración a fundirse en ella. La estructura es la de un romance lírico-narrativo que cuenta una historia sencilla pero emocionante en la que el protagonismo lo adquiere la oposición constancia-fugacidad y cómo el poeta, “el pasante” ha logrado ser, aunque fugazmente, “el constante”, conceptos que se oponen a distancia, dándole al poema una estructura circular, como si los lectores fuéramos la misma nube redonda y tierna que se adentra en el bosque, ese paraje del que incluso ha de salir el "pájaro solo" cuando llega el poeta para poder “instalarse” como “un árbol distinto” que guarda respetuoso silencio mientras oye hablar a los árboles, con esa delicadeza de no darles el disgusto de habérselas, los árboles, con un “árbol distinto”, que es el poeta, un árbol con “forma de hombre errante” que, “con vuelo de luz”, a la hora de la última estrella, acabará alejándose de ellos. Un espacio juanramoniano de soledad eterna y silencio inacabable, características definitorias del “secreto paraje”, con el eco lejano de la floresta en la que se interna el caballero artúrico en pos de lo maravilloso.
Los árboles del bosque hablan
entre ellos sin advertir su presencia o acaso perdonándola. Cuando el poeta ha
de alejarse, porque su destino es pasar, a pesar de haberse “retardado hasta la estrella”, se va en “un
vuelo de luz suave”, discreta y respetuosamente. Desde lejos, el poeta sufre el
desgarramiento de alejarse de aquellos árboles que, mirándolo, “se daban cuenta
de todo”, que no es otra cosa que el drama de la fugacidad de la vida y el del
deseo insatisfecho. Les oye hablar de él “con blando rumor” y el poeta
arborizado renuncia a desengañarles de la ilusión vivida por los árboles,
porque no quería traicionar la dulce acogida que le habían dispensado, se
negaba a revelarles que él no era un árbol constante, sino un hombre pasante.
Al final, sin embargo, el poeta, con alborozo que ya no expresa pero que el
lector añade con toda legitimidad, nos dice que “oí hablarme a los árboles”, me, no entre ellos, como si al verlo
marchar quisieran decirle que a él también lo consideraban un árbol constante
como ellos y que le daban la bienvenida.
No he sentido algo parecido respecto a los árboles, esa sensación de maravillamiento ante su belleza, ternura, su expresividad. Reviso mis filias, mis fobias y mis atracciones y no encuentro por ningún lado los árboles. Claro que estimo su hermosura en el bosque y me dejo rodear por ella, pero no hallo algo semejante a lo que expresas en mi vida anímica. Apenas los veo cuando están juntos y no me dicen nada especial. Curioso como se va cosmoformando nuestra visión interna del mundo. Fíjate si hacía años que te conozco y desconocía esta vertiente tuya arborícola. Parecería que ya no habrá nuevos descubrimientos pero el que lee se da cuenta de que está equivocado. Me atrae la idea de bosque, pero no pienso en los árboles como seres con vida.
ResponderEliminarPues en lo que podría considerarse un ecologismo muy pero que muy antes de hora, nunca se me borra el recuerdo de la excursión escolar, con unos 10 años, para dedicar la jornada a replantar árboles. Tengo mi colección particular de fotos de árboles, que sigo aumentando poco a poco. Y recordaré siempre un paseo por el Parque del Oeste con José Antonio Rodríguez, estudiante de Ingeniero Agrónomo -y plusmarquista madrileño del estilo braza en nuestros tiempo- en el que me fue "presentando" una por una esas muestras/joyas de la sociabilidad de la naturaleza. El senderismo es una de mis aficiones más caras. Y sí, en este aspecto también soy juanramoniano. Me impresionan tanto los árboles como la belleza de los caballos.
EliminarTengo una impresión guardada y aún no escrita de primer árbol que planté siendo un adolescente en el instituto. Lo miraba crecer a diario, sentimiento que renové cuando fui con mis hijos, casi bebés a plantarles su árbol al 'Bosque de la vida' (https://motrildigital.blogspot.com/search?q=bosque+de+la+vida).
ResponderEliminarMagnífico análisis y reflexión sobre poesía y árboles que tu sapiencial escritura siempre ofrece, en esta ocasión centrado en la figura de JRJ. Tema que me trae a la memoria a Gerardo Diego y su soneto al ciprés de Silos. Ese arbóreo existir que tanto inspira:
"enhiestos árboles de la convivencia
levantados a mantener la dignidad de ser
a elevar el valor de la vida..."
https://cuadernopoesia.blogspot.com/2019/09/erguidos.html
Un abrazo.
Nuestras raíces se hunden en la más profunda noche de los Tiempos...
ResponderEliminarLos árboles, testigos mudos de nuestra evolución..., los siento muy cercanos, los abrazo cuando nadie me ve (no me importa el qué dirán, pero por respeto a los insensibles me abstengo de hacerlo en público)...
De la mano de Withman, ha tiempo, descubrí que había asimilado granito,
Carbón,
Musgo,
Frutos,
Semillas,
Raíces….
Y que todo mi cuerpo estaba impregnado
De cuadrúpedos
Y de pájaros.
Dejé allá lejos, por razones esenciales, esas formas anteriores
Pero puedo recordarlas todas…
Siento que he sido y soy árbol, nube, insecto..., yo soy todo... Puedo sentir cómo por mí fluye todo el Universo... Se lo digo aquí que nadie nos oye .
“La corteza de un árbol me recuerda a las pieles cuarteadas de los rostros de campesinos de Vela Zanetti”... Confieso que sus escritos me levantan miles de emociones, y todas positivas...
Por ello, quedo muy agradecido.
Es extraño que la naturaleza multiforme tenga tan buena prensa en la sociedad y tan pocos amantes de sus manifestaciones, incluso las adversas, como las moscas o los mosquitos, aunque personas sensibles como Machado no perdiera la ocasión de dedicarles sus versos, a las primeras. Será muy bibliófilo, pero, después de sentirme desde niño como una especie más en medio de la naturaleza, la lectura de ciertos poetas, Lucrecio, Virgilio, Rubén, Withman, JRJ y, sobre todo, Jorge Guillén, me han "hecho" naturaleza sempiterna, y siento la savia de la vida como un impulso potente y entusiasta que no cesa. ¡Algo habíamos de tener de "franciscanos", quienes tanto tiempo pasamos en el scriptorium...!
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