Un
hallazgo fortuito; un encuentro definitivo: Los
Aforismos del beduino, de Eise Osman.
Nacido en Paraná
aunque residente en Gualeguay, Eise Osman, profesional de la medicina –y recuérdese
que los Aforismos, como género, nacen, así bautizados, con la obra de
Hipócrates–, es, también, o sobre todo, un aforista singular al que acabo de
descubrir en un recodo de esa asendereada investigación que llevo a cabo sobre
la aforística y cuya voz quiero traer a este Diario porque, o mucho me equivoco o su singularidad merece una
audiencia mayor que la ya bien establecida en su país, Argentina.
Si yo lo traigo a un
rincón recóndito como este Diario, no
es porque piense con ebrio orgullo que puede ser altavoz de su excelencia, por
supuesto, sino porque no ignoro que hay intelectores que lo visitan que sabrán
apreciarlo en lo que vale. Osman, como bien dice Isidro Blaisten en el prólogo
a Aforismos completos del Beduino, no
es de aquellos escritores que decía Nietzsche: Hay escritores que enturbian las aguas para que parezcan profundos,
sino todo lo contrario, un escritor que emerge de la profundidad para
aclararnos las aguas por las que navegamos. No se trata de un doctrinario, al
estilo de quienes confunden el género con un púlpito, sino de esa caña pensante
que decía Pascal, frágil y vulnerable, que es la persona, porque Osman no es un
saco de certezas sino de perplejidades y de preguntas. Pocas son las
convicciones que podemos encontrar en sus aforismos y sí muchas las paradojas
que le asedian, y en modo alguno se acomoda a la confortable cautividad de esos valles por donde, según el autor van los lugares comunes, por donde
transitan los pseudoaforismos, sino que aspira a hallar algún consuelo en
el bosque de signos casi indescifrables en el que día a día, con el vivir
cotidiano, nos internamos. Su originalidad enunciativa se aprecia, formal y
conceptualmente en un libro como A vivir
se aprende desaprendiendo, un original viaje a la semilla tan lúcido como
divertido. Porque, acaso no lo he dicho con suficiente claridad antes, pero hay
un exquisito sentido del humor que nos habla de la cordialidad humana básica
desde la que se enfrenta el autor a la vida cotidiana, no a la excepcional del
pensador que se aparta del común de los mortales, sino a la de quien se mezcla
con los demás y a partir de ese contacto construye su obra. He aquí una brevísima
selección de la obra a la que he podido acceder desde el buscador de Google,
una muestra breve, pero sustancial, y que no será, mi único encuentro con él,
porque trataré de hacerme con el volumen completo de esos Aforismos completos del beduino errante, que en nada desmerecen de los de Antonio Porchia recientemente comentados en este Diario:
Mi sombra es la complicidad de mi cuerpo con su nada.
Transportamos el muerto que somos en las esperanzas que fundamos.
Cuando me voy de mí siempre regreso extraviado, por el camino menos
pensado.
Nacemos en el tiempo y morimos en el espacio.
El todo es una abstracción de mi nada.
Todo hombre seguro de sí mismo
es una figura deformada por un espejo circular.
Lúcido es aquel que sabe ver a través de la trama, y no solamente la
trama.
La palabra es el espejo ritual de los objetos.
El pasado no me pertenece, yo soy su pertinencia.
A veces pienso que soy el camino que no elegí.
Creamos fantasmas imaginarios que luego nos infligen castigos reales.
Cada palabra es una trampa que se abre para ocultar nuestra ignorancia
del mundo.
La palabra siempre señala la sombra de un objeto que huye.
La mirada que descubre es la que ilumina; la que no percibe, es sombra
que oculta.
¿Por qué decir lo que el silencio sabe?
El yo camina por la cornisa del otro, que le indica su límite.
La realidad está entre la percepción y el lenguaje, cabalgando sobre el
tiempo.
La existencia es un exilio del ser. Por eso la vida nos es extraña.
El ser del devenir es el instante.
La vida es un espejo de sombras, la muerte es una sombra sin espejo.
Cuando un tonto desciende por la estupidez de la palabra, el sabio
asciende por la verdad de su silencio.
Toda creación es una chispa escapada de otra fogata.
Un tiempo en otro tiempo se suicida.
El que siembra la discordia elige el terreno. El que rechaza la
discordia elige la semilla.
Es tan ancho el camino de la duda, y tan estrecho el de la certeza, que
a veces no permite el peso de la verdad.
¿No es reconfortante,
de tanto en tanto, que sustituya uno de mis indigestos ladrillos expositivos por
esta suerte de jirón de nube dialéctica? La lectura de aforismos tiene mucho de
ensayo para la ascética zen, nada cinética. Acaso, muy a la larga de tan cortos
textos, descubramos cómo suena el aplauso de una sola mano. De momento, dejarse
mecer en este vaivén de acordados desconciertos que nos ofrece Eise Osman es lo
más parecido al dulce coloquio con la imperecedera humildad de los que saben y
casi casi callan, si no fuera por estos preciosos añicos de lo que nunca se convertirá
en texto explícito. Me siento interpelado especialmente por el que me obliga a
callarme: Cuando un tonto desciende por
la estupidez de la palabra, el sabio asciende por la verdad de su silencio.
Un hallazgo que dilata aún más la incoercible necesidad que tenemos de abreviar el cafarnaúm de la vida con éstas semillas de sabiduría y belleza. Gracias, Juan.
ResponderEliminarSorprende, en efecto, que los límites de lo necesario, intelectualmente, siempre se expandan, y que al descubrimiento de una voz singular como la de Porchia, tan reconocida, le siga otro, como ahora la de Osman no menos interesante y cuyo reconocimiento no creo que se demore. De esto, Manuel, que no "de nada", y el agradecido lo soy yo.
EliminarLlámeme snob, pero a mí me gustan bastante más sus indigestos ladrillos expositivos que los aforismos del tal Osman.
ResponderEliminarGracias por la parte que me toca, que es enorme, el ego...- Lo que le llamaría Antonio sería estómago mirífico, porque en lo tocante a s.in nob.leza todos andamos sobrados...
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