Teoría del carácter, y VI, I
Confieso que si me he demorado tanto
para llegar hasta aquí, ello ha sido por la más que especial dificultad que
supone abordar una figura como la de Otto Weininger, muerto a una edad tan
temprana, 23 años, quizás a causa de la imposibilidad física de albergar en un
cuerpo no especialmente dotado para ello, un cerebro tan hiperdesarrollado. El
caso de Weininger es el de un superdotado al que le fue incapaz establecer un
pacto entre su vida y su pensamiento: la mente lo desbordó, lo devastó. Estaba
convencido de su genialidad, de ahí que la indiferencia con que fue recibida su
“biblia”, Sexo y carácter, aun a
pesar de recibir elogios nada menos que de Karl Kraus, quien se puso de su
parte en la controversia sobre la paternidad de la concepción sobre la
bisexualidad esencial de la especie humana, lo sumiera en una depresión de la que ya no
pudo salir sino llevándose por delante, con una muerte decididamente romántica,
a lo Larra, y consumada en la casa donde vivió y murió Beethoven (en la Schwarzspanierstrasse,
literalmente “calle de los españoles negros”, nombre que procede del convento
que en ella erigieron los benedictinos de Montserrat, cuyos hábitos negros
dieron lugar al nombre), quien era para él poco
menos que un dios laico, como Kant, Strindberg, Wagner o Ibsen. Según nuestro
autor tanto la sonata Appassionata
como, sobre todo, la Waldstein constituían la cima del arte beethoveniano, y
en el tercer movimiento de la segunda, a su parecer “casi se acercaba a Dios”.
Me suena ahora mismo en los cascos y mi nula educación musical me impide poder corroborarlo
con argumentos musicológicos de los que no dispongo, pero es cierto que hay en
ella, llena de escalas que ascienden y descienden, un suerte de impulso
metafísico que lucha contra la raíz del instinto, conflicto generado a partir
de un motivo danzante, casi de minué, que le otorga una singularidad evidente.
Su adagio, por otro lado, brevísimo, parece contener en él la semilla de Satie,
de parte de Mompou y la del minimalismo de Nyman o Glass. Supongo que la
interpretación de Claudio Arrau ayuda lo suyo a que la imaginación haga estas
precisiones diletantes…
Hablamos de ratones de biblioteca para referirnos a los
eruditos que consumen su existencia entre libros, distanciados de la vida común
y corriente, cuya existencia palidece en comparación con el tesoro al que
dedican sus días. Weininger fue uno de ellos. Hoy en día los llamamos frikis. Weininger lo fue. Dedicó su vida a su formación, de manera
compulsiva, quizás alentado por una homosexualidad a la que le era tan difícil
hallar un cauce normalizado en la Viena de finales de XIX y comienzos del XX, y
que lo reducía a una soledad rayana en la automarginación. El ámbito de sus
intereses intelectuales, sin embargo, no se acababan en los libros, sino que se
extendía a la música, al teatro, la ópera y, sobre todo, a la ciencia, porque Sexo y Carácter no se presenta tanto
como una aportación en el campo de la psicología, sino en el de la ciencia,
aunque desde bien joven destacó sobre todo en los estudios humanísticos, ni así
en los científicos, y sobre todo en el dominio de las lenguas, herencia directa
de su padre, también políglota. Su propio carácter, exhibicionista y arrogante,
cuya única ley era “no someterse a leyes ajenas”, parece haberse formado en la
lectura atenta de Max Stirner, cuya obra El
único y su propiedad educó en una suerte de solipsismo moral a tantos
jóvenes que, como Weininger veían en esa rebelión el único camino para
encontrar su verdadero yo, y que sería el faro de la generación que, con apenas
20 años, lucharía en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Por cierto, compárese el retrato de Stirner y el de Weininger, y que cada cual saque las consecuencias pertinentes:
De hecho, su altanería le llevó a retarse en un duelo del que tuvo la fortuna de salir ileso, a pesar de la desventaja corporal manifiesta respecto a su adversario. Narcisista y decidido, estaba aquejado, sin embargo, de una profunda inseguridad que lo llevó a un brote neurótico que solo temporalmente, con la ayuda de un amigo que no se separó de él en toda la noche, consciente de que si lo hacía se mataría, logró superar. A los pocos meses de haberse publicado su obra y percatándose de que “el mundo seguía igual” como si la publicación de su libro no hubiera supuesto el “un antes y un después en la historia de la humanidad” que él creyó tan firme como ingenuamente que significaría, decidió dispararse en el pecho para acabar con su vida, lo que consiguió el 3 de octubre de 1903. Quizás esa muerte selló su triunfo, porque a partir de ella, se multiplicaron las ediciones y los elogios, y Otto Weininger fue saludado como un autor fundamental en el estudio del yo, tanto desde la perspectiva psicológica, como de la filosófica, la axiológica y la caracterológica, con algunas incursiones curiosas en la antropológica y la científica.
Por cierto, compárese el retrato de Stirner y el de Weininger, y que cada cual saque las consecuencias pertinentes:
De hecho, su altanería le llevó a retarse en un duelo del que tuvo la fortuna de salir ileso, a pesar de la desventaja corporal manifiesta respecto a su adversario. Narcisista y decidido, estaba aquejado, sin embargo, de una profunda inseguridad que lo llevó a un brote neurótico que solo temporalmente, con la ayuda de un amigo que no se separó de él en toda la noche, consciente de que si lo hacía se mataría, logró superar. A los pocos meses de haberse publicado su obra y percatándose de que “el mundo seguía igual” como si la publicación de su libro no hubiera supuesto el “un antes y un después en la historia de la humanidad” que él creyó tan firme como ingenuamente que significaría, decidió dispararse en el pecho para acabar con su vida, lo que consiguió el 3 de octubre de 1903. Quizás esa muerte selló su triunfo, porque a partir de ella, se multiplicaron las ediciones y los elogios, y Otto Weininger fue saludado como un autor fundamental en el estudio del yo, tanto desde la perspectiva psicológica, como de la filosófica, la axiológica y la caracterológica, con algunas incursiones curiosas en la antropológica y la científica.
Otto Weininger fue hijo de un fabricante judío de baratijas,
antisemita y dictatorial, que ejercía un
dominio despótico sobre su esposa. Aunque alegre de mozo, a medida que se
sumergió de forma absoluta en el estudio fue variando el carácter, sobre todo
por la exigencia ética de establecer un consecuencia entre su pensamiento y su
vida privada. Vivió durante su corta vida escindido emocionalmente entre el amor
a su madre maltratada y la admiración hacia la fortaleza y voluntad de poder de
su padre, quien influyó notablemente en sus concepciones caracterológicas y por
cuya aprobación suspiró siempre. De hecho, para poder abstraerse de la “agitada”
vida familiar, alquiló un estudio donde dedicarse en cuerpo y alma al estudio
sin padecer perturbación ni distracción ninguna. Esa independencia de facto la
consiguió a través de los ingresos que obtenía por las clases particulares con
que se ayudaba en sus estudios. Fue políglota, dominaba seis lenguas, entre
ellas el español y el noruego, de sus amados Strindberg e Ibsen. De una de las
obras del último, Peer Gynt, llevó a
cabo un estudio, publicado póstumamente en su libro Sobre las últimas cosas, que bien puede considerarse una de las
cimas de la crítica literaria y filosófica. Un personaje, Peer Gynt, que curiosamente
también llamó la atención hermenéutica de nuestro último “invitado”, Wilhelm
Reich, lo que atestigua la riqueza psicológica del personaje del dramaturgo
noruego.
Otto Weininger era todo menos un ser
sencillo. Lo habitaba una profunda inseguridad sobre su virilidad, a raíz de su afirmación homosexual. Era un autoidólatra
consagrado a la construcción de su genialidad, de la que no tenía la menor
duda. Se da en él un caso de consunción intelectual por abuso de su propia
capacidad. Igual que a D. Quijote se le secó el cerebro de tanto leer tantas
noches “de claro en claro”, otro tanto le sucedió a Weininger, que arruinó su
salud en aras del conocimiento, pasando infinitas noches en vela estudiando,
sin dejar que el cuerpo recibiera el descanso reparador que contribuye a la
estabilidad mental. Weininger era un obseso de la autoobservación, un
procedimiento analítico que después convertiría en su método principal de
autoconocimento, porque esa deriva gnoseológica es la que caracteriza al hombre
frente a la mujer en su aberrante concepción de ambos caracteres básicos y
enfrentados. Sin duda influido por su padre, que manifestaba su antisemitismo en
la casa familiar de un modo taxativo, Weininger renunció a su judaísmo nunca
practicado y se adscribió al protestantismo un año antes de suicidarse. Intelectualmente,
se adhirió a las tesis antisemitas del yerno de Richard Wagner, Houston Stewart
Chamberlain, defensor de la superioridad de la "raza alemana".
Convencido de haber
expuesto una teoría capital para el desarrollo del pensamiento occidental, la
bisexualidad de la especie humana, manifestada incluso a nivel celular, Weininger
solicitó audiencia a Freud para ganárselo para su causa y buscar un aval que le
permitiera la publicación y difusión del libro. La idea de esa bisexualidad
genética no se le había ocurrido a Weininger, sino al Dr. Fliess, quien la
había puesto en conocimiento de Freud y éste en conocimiento de un paciente
Swoboda, amigo de Weininger, a quien se la comunicó. Una vez elaborada la tesis,
porque estamos hablando de una tesis doctoral, después convertida en libro no académico,
Weininger quiso entrevistarse con Freud para buscar un aval que facilitara la
publicación y difusión de la obra. Weininger tuvo que pagar la tarifa por la
visita y la entrevista no colmó la expectativas del joven, quien, sin embargo,
impresionó muy favorablemente a Freud. Éste, no obstante, le dijo que quizás
debería buscar más evidencias que probaran su teoría y que quizás en 10 años
estaría en condiciones de hacer la publicación correspondiente. “Prefiero
dedicar esos diez años a escribir diez nuevos libros” parece que le contestó el
impetuoso joven. De hecho, como ya he mencionado, después de Sexo y carácter,
sólo logró publicar otro libro, Sobre las últimas cosas, publicado en 2008 en
A. Machado Libros en la colección Mínimo
Tránsito, acaso como dando a entender que nos hallamos ante un autor no
solo minoritario, sino auténticamente maldito, como veremos en la segunda
entrega de esta sexta parte de la teoría del carácter, cuando entremos a
detallar su pensamiento, para escándalo de no pocos y de todas. Más tarde,
Freud confeso que no pudo por menos de sentir, cuando se entrevistó con Weininger,
que estaba realmente ante alguien tocado por la genialidad, o, literalmente: I could not help feeling that I stood in
front of a personality with a touch of the genius.
NOTA: Quien
quiera añadir información contrastada a la aquí expuesta, le recomiendo que
consulte la Tesis sobre Weininger , de Noemí
Calabuig Cañestro. Universitat de
València, quien, a su vez, recoge las noticias sobre la vida de Weininger de la
obra The mind and death of a genius de David Abrahamsen. De ambas fuentes se
ha nutrido esta primera entrega de las dos dedicadas a Otto Weininger.
Es muy probable que seamos bastantes los que tengamos algo de genios, bastante de ni fu ni fa y mucho de bobos (Luis Manteiga Pousa)
ResponderEliminarUn acierto su relato sobre el "divagabundo". Si aplicamos la lógica de Weininger, y somos sexualmente duales, ¿por que no habremos de ser intelitontos?
EliminarDe hecho, solemos opinar, sobre todo los tertulianos y los políticos, de cualquier tema, indistontamente. Ya veo que alguien leyó el relato, deduzco hábilmente Gracias por el comentario.
EliminarSaludos a Dimas Mas (o Menos) por cierto. (Luis Hartista)
ResponderEliminarDe su parte se los doy, no le quepa duda.
EliminarMe parece que, en líneas generales, los hombres somos más extremos que las mujeres, en el sentido de que somos más dados tanto a la genialidad como al desastre.
ResponderEliminarNo sé, parece que los trastornos mentales no hacen tales distingos y nos afectan a ambos sexos por igual. En la vida corriente lo que sí suelen ser las mujeres (usando esas generalidades que de puro vagas pierden cualquier mínimo valor argumentativo) es más prudentes. Quizá los hombres pecamos de ambición e incluso delirio; pero no es menos cierto que la maternidad, o su simple posibilidad, ata a lo concreto y lo posible de un modo imperativo. Es tema entretenido, ciertamente, y el pasado cazador y guerrero de la especie juega un papel determinante en la evolución de psicologías tan dispares y, en muchos aspectos, tan semejantes.
EliminarBuena respuesta. Cuando hablo de desastre me refiero por ejemplo a que hay más hombres que se suicidan, más hombres encarcelados, más hombres mendigos...
ResponderEliminarEn ese sentido, la mujer ha sido relegada durante siglos y siglos al ámbito doméstico con funciones muy concretas y algunas, como la crianza de los hijos, muy satisfactoria. Ahora, que ya vivimos, hasta cierto punto, en régimen de igualdad, ellas van incrementando el número de víctimas, aunque aún están lejos, ciertamente, del de los hombres.
EliminarAunque no todos los casos de encarcelamiento, mendicidad y, sobre todo suicidios, son atribuibles al desastre. Hay motivos muy diversos. Muy interesante la perspectiva de su respuesta.
ResponderEliminarEn cuanto a la hipótesis de la mayor posibilidad de genialidad en los hombres es una idea que me andaba rondando por la cabeza y que posteriormente le oí a una reconocida científica, experta en el cerebro, en un documental.
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