The Benefactor: la
novela centroeuropea de Susan Sontag.
Por una referencia
ajena que hablaba de Hippolyte (no el caballo gentil, ciertamente, pero casi sí
el houyhnhnm de Swift…) como de un protagonista
dedicado a la creación de aforismos y a vivir en función de sus sueños, me
lancé a la lectura de The Benefactor,
de Susan Sontag, con un interés doble,
porque pensé que podría disfrutarla desde la perspectiva de mi estudio sobre
los aforismos y desde la del posible análisis crítico de la primera novela de la brillante autora. Nada
más empezar a leer, curiosamente, emergió un motivo-acicate que me obligó a
dedicarle esta entrada en mi Diario:
el protagonista escribe, en tiempo presente, desde sus 61 años, justamente los
que acabo de cumplir, lo cual entendí como una de esas casualidades fructíferas
que nos permiten plantearnos retos en los que, de otra manera, acaso ni
hubiéramos reparado. Mas no solo eso, sino que, como dice al coronar la obra: The ancient philosophers were right in
recommending the benefits of age. It is comfortable to be old, algo que
suscribo plenamente, y hasta casi con entusiasta alegría. Probablemente la que
le falta al protagonista, porque hablamos de un personaje que, con autonomía
financiera –de origen paterno– para poder dedicarse al dolce far niente, no busca sino el retiro, la privacidad y la
conquista de su mundo interior. Hablamos de una novela intelectual, centroeuropea,
que hizo las delicias de Hannah Arendt porque, a buen seguro, le recordaba,
salvando las distancias, que haylas…,
El Hombre sin atributos, de Musil, y
aquella extendida desconfianza en la razón que dominó la escena europea de
entre guerras y cuyas raíces han de buscarse en la crítica Nietzscheana: I share de distrust of reason which is the
leading intellectual fashion in our century. Se trata, además, de un personaje que solo se
ha dedicado en su vida a su propia formación intelectual, al escrutinio de su
persona y a la conformidad con la vida
retirada, de ahí que, cuando su padre lo deja asegurado económicamente, él se sienta
free
to pursue my own questions (the treasure I had acumulates since my childhood)
and to satisfy, better than the university had done, my passion for speculation
and investigation; lo que a un currante como yo, cuya dedicación
intelectual siempre se ha tenido que realizar extramuros la dura esclavitud
laboral, le pone no solo los dientes de
sable, sino que le induce a pensar la estrecha relación que hay entre la
cultura de unos y la explotación laboral de otros, es decir, sobre quiénes se
asienta el cigarrismo de los seres de
excepción, ajenos a la rudeza, ya digo, del fiero capitalismo devastador.
El libro se abre con
una rotunda declaración de principios: Je
rêve donc je suis. Bien pudiera decirse que su personaje no tiene otra
entidad ni identidad que su atención casi entomológica a sus sueños. Ellos
determinan su vida y en función de ellos se organiza su existencia. No los
entiende como algo que deba interpretar, sino como actos de vida: Dreams are the onanism of the spirit,
nos dice con ese típico laconismo que atraviesa toda la novela de cabo a rabo. Probablemente
la desconfianza en la razón, como instancia todopoderosa, capaz de explicar la
realidad y al ser humano lleva al protagonista a refugiarse en el sueño como una
dimensión donde, al margen de la razón, solo los deseos, los miedos, las
esperanzas y la amoralidad absoluta le permiten vivir una vida con intensidad
pero sin responsabilidad, porque el perfil caracterológico del protagonista es
el del egocéntrico y egotista que rehúye cualquier compromiso, incluso aquellos
que desea asumir para probarse a sí mismo que es capaz de salir de su
solipsismo y entregarse, aunque con ciertas limitaciones, a los demás. Como nos
las tenemos con un personaje decadente, hay en la obra una trama
erótico-amorosa cuyas derivaciones folletinescas se compadecen mal con el
planteamiento intelectual de la obra, y no diré que lo estorban, pero sí que,
optando por la extravagancia, ni siquiera sirven de contrapunto a las
trascendentales reflexiones del protagonista, quien, de forma autobiográfica, a
través de materiales que ha ido elaborando a lo largo de su vida y que al final
de ella rescata, nos ofrece el relato de su monótona vida.
Que no
nos extrañe, esa monotonía, porque, como afirma, la verdad needs
the discipline of the custom in order to act. Y, como es bien sabido Any discipline , llega a decir el protagonista , even that of the most sanctimonius custom,
is better than none. De ahí que el carácter metódico del personaje,
que tan difícil puede resultar de comprender para los seres dinámicos –para quienes
no fue escrita esta novela, sépanlo cuanto antes… – incluso se fije normas de
comportamiento, objetivos, goals, que
determinan la forma incluso de sus actos. En este sentido es más que curioso el
heptálogo que se autoimpone el protagonista:
1. Not to
be satisfied with my own, or any else’s, good intentions.
2. Not to
wish for others what they did not wish for themselves.
3. Not to
spurn the advice of others.
4. Not to
fear disapproval, but to observe as much as is feasible the rules of tact and
discretion
5. Not to
value possessions nor be distracted by ambition.
6. Nor to
advertise myself, nor make demands on others.
7. Not to
wish for a long life.
Está
clara, pues, a la vista de lo anterior, la metáfora del bloque de mármol que
escoge el protagonista para definirse frente a la tradicional del viaje. No
solo se sabe dentro de él, sino que
también, mediante sus investigaciones filosóficas y oníricas, más que existenciales,
logrará que emerja de él su auténtica
personalidad, al estilo de aquella figuración desiderativa de Ganivet: El escultor de su alma.
Hipólito trufa la
narración continuamente de pensamientos que rozan el aforismo. Unas veces lo
son, otras, meras tentativas. En cualquier caso, se trata de destiladas perlas
de la sabiduría de quien tiene como referente a los cínicos y ordena su vida en
torno al vacío. A tal fin, son elocuentes
las últimas palabras del protagonista, quien pide a los lectores que lo
contemplen así: You may imagine me in a bare room, my feet
near the stove, bundled up in many sweaters, my black hair turned grey,
enjoying the waning tribulations of subjectivity and the repose of a privacy
that is genuine, que tanto recuerda el final de aquel poema de Gil de Biedma, De vita beata: vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia.
Con todo, el personaje
no es ciego a sus muchos defectos, entre los cuales está el exceso de
autoobservación y la ausencia de una relación cordial Yo-Tú que le permita
salir de la mónada en que vive. Así
pues, no son extrañas admoniciones de este jaez: You look at yourself too much. That’s the beginning of all absurdity. Look about you. The
world is an interesting place. O de
este otro: We do not accept ourselves for
what we are, we retreat from our real selves, and then we erect a personality
to bridge the gap. (…) A personality is our way of being for others.
Hay en la personalidad
de Hippolyte algo muy de nuestra época, y la novela bien puede considerarse una
suerte de previlamatismo, sobre todo cuando reconoce una característica de la
novela moderna sobre la que el discreto escritor barcelonés vuelve una y otra
vez cansinamente: I still had the
undeserved reputation of a man of ideas, in short a writer who happened not to
write, aunque resulta que sí que escribe, y gracias a esa labor sobre la
que no puede precisar cuándo la ha llevado a cabo, del mismo modo que ya es
incapaz de distinguir las fronteras de lo real y lo soñado, no sólo sabemos que
existen los cuadernos donde ha registrado sueños y vigilias, sino que hasta
incluso le ha buscado a la narración de todo ello el título adecuado, o mejor
dicho, los títulos, porque nos ofrece varios; pero de todos ellos retengo el
paradójico: Don’t believe Everything You
Read. Y ello a pesar de que,
como repite Hippolyte a lo largo del libro,
The truth is always something that is told, not something that is known.
Sin embargo, de entre
los pensamientos con que riega Hippolyte sus
cuadernos de memorias yo me quedo con el que señala que The reader is a happy accident, que bien
podría convertirse en el lema de este Diario.
Finalmente, de entre
los 57 aforismos que escribe Hippolyte, como si su vida hubiera estado diseñada
para acabar convirtiéndose en un aforista, ofrezco a los intelectores este selecto
repertorio:
1. The
dreams make me see myself as someone alien.
2. If I
cannot be outside myself, I will be inside. I will look out at myself as my own
landscape.
3. The
only interesting answers are those which destroy the question.
4. When I
destroy the dreams, do I destroy myself?
5. Now I
understand the mystery of the will, What is pain but the failure of will?
6. The
first rule of the ascetic life is to appear comical.
7. My
dreams will expel my character.
8. Good
and evil laugh at each other.
“ If I cannot be outside myself, I will be inside. I will look out at myself as my own landscape”
ResponderEliminarHermoso y grande el paisaje exterior, aún más impresionante el de los adentros.
Y si "The reader is a happy accident", aquí estoy yo.