Sumisión,
un ensayo narrativo a medio camino entre la distopía política y la sátira
clásica del irreverente clérigo irlandés.
La elección de un autor marginal, propiamente antisistema, aunque sea de la
órbita católica, como Joris-Karl Huysmans, sobre quien el protagonista ha
elaborado una exitosa tesis doctoral, marca la creación de la personalidad del
mismo, un estudioso universitario enfrentado a la banalidad y la mediocridad
del mundo actual que ha de enfrentarse, a su vez, en la Francia del inmediato
futuro, año 2022, a la toma del poder por parte de un partido islamista
moderado, respaldado por el Partido Socialista para evitar el acceso del Frente
Nacional de Marie Le Pen a la más alta magistratura del Estado. Las opiniones que va desgranando el
protagonista para trazar su autorretrato enseguida nos sitúan ante un evidente
trasunto del autor, con quien comparte la aversión casi visceral a lo
políticamente correcto: Nunca tuve la
menor vocación docente. (…) Las pocas clases particulares que di con la esperanza
de mejorar i nivel de vida me convencieron enseguida de que en la mayoría de
las ocasiones la transmisión del saber es imposible, la diversidad de las
inteligencias es extrema y que nada puede suprimir ni siquiera atenuar esa
desigualdad fundamental. Es tal su extrema soledad, su insociabilidad, que
incluso algunas de sus opiniones carecen del aval que proporciona un auténtico
conocimiento de la realidad, como cuando opone los hombres a las mujeres al
decir que las conversaciones sobre la vida íntima no forman parte de sus temas
recurrentes: “guardan silencio sobre su vida amorosa, hasta su último aliento”.
Bien puede decirse lo contrario, por más que la exageración o la ficción lleve
las de ganar en dichas conversaciones. En el personaje conviven una
preocupación gastronómica exquisita, una afición desmesurada a la ingesta de
alcohol y una necesidad de contacto erótico avasalladora. Tan es así, que, como
él confiesa: Es muy difícil comprender a
los demás, saber qué se oculta en el fondo de sus corazones, y sin la ayuda del
alcohol quizás no podría lograrse nunca. A través de esa senda alcoholizada
iremos abriéndonos paso en el conocimiento de un ser vulnerable a la soledad y
al aislamiento profesional, a raíz de su expulsión de la universidad con la
llegada al poder del partido de los Hermanos musulmanes.
La novela adopta el tono de la sátira de costumbres y, concretamente, de lo
que en la novela inglesa se conoce como “novela de campus”, por más que, como
se dice en la nota final, Houellebecq haya tenido que asesorarse para trazar
ese retrato, dado que nunca ha trabajado en universidad alguna. Con todo, las
miserias, endogamias y ridiculeces propias de esa vida, al alcance de
cualquiera que haya pasado por sus aulas, quedan perfectamente reflejadas en
las páginas del escritor francés maldito por antonomasia. Diríase que se ha
despachado a gusto buscando la complicidad de lectores que no ignoran la
miserable “feria de vanidades” que sigue siendo la “alma madráster”, que dijo quien
yo me sé. La construcción de la investigación sobre Huysman, incluido el
magnífico volumen lexicográfico Vértigos
de los neologismos, la única obra publicada por el protagonista, implica
una labor previa de lectura del clásico más exigente, sin duda, que muchos
acreditados trabajos universitarios. La interpretación que del autor hace el
protagonista se consolida, a lo largo del libro como una guía de lectura
imprescindible para visitar al desconocido, al menos en mi caso, autor de
adscripción naturalista en sus inicios y mística en su final. De hecho, la evolución
del protagonista a lo largo de la novela calcará la de su autor estudiado. Desde
un rechazo frontal a la cultura islámica -el título de la novela, Sumisión, es la traducción de Corán- hasta la futura aceptación de una
realidad que se ha ido imponiendo con la sutileza de la alienación pseudolaica
de una religión que significa una cultura y hasta una ideología ejemplarmente
simple, la novela pasa revista a la vida del protagonista y su inevitable
marginación cuando, por no abrazar la religión islámica, es expulsado de la
universidad, con una generosa jubilación anticipada.
Siguiendo el modelo de las invasiones extraterrestres, como La
invasión de los ultracuerpos y otras ficciones, entre las cuales la de Pere
Calders, La invasio subtil, se lleva
para mí la palma de la invención bienhumorada, Houellebecq plantea la
naturalización política del partido islamista en Francia como algo inevitable e
incluso reconocido, por sus antagonistas, como políticamente avanzado, dada la
visión política heredera del Imperio Romano que tiene su líder, el nuevo presidente
de la república, Mohammed ben Abbes,
para Europa, un espacio político al que negocian su incorporación países
ribereños del Mediterráneo, desde Marruecos hasta Egipto, y, por supuesto,
Turquía. Poco a poco, sin ningún tratamiento apocalíptico y solo con escuetas
referencias a casos aislados de brotes de violencia, el protagonista, a través de
las propuestas electorales para la segunda vuelta, algunas referencias
televisivas y conversaciones con conocidos, va dejando caer los progresos que
la ideología islámica va haciendo para devenir ideología dominante a la que no
se oponen, activamente, sino los miembros de un grupo denominado “Indígenas
Europeos”, cuya ideología frontalmente antimusulmana acaba limitando con la
ultraderecha, por más que algunos de sus representantes acabarán sucumbiendo a
los cantos de sirena de las ofertas tentadoras del nuevo orden social; un
movimiento resistente inspirado en el Pegida alemán, diríase.
El retrato del personaje nos viene dado, también, por las personas a
quienes frecuenta, y para hacerlo, como para el análisis de la situación
política, Houellebecq utiliza unas referencias que acentúan la visión satírica
con que el autor ha planteado la creación de Sumisión. Tal es el caso de la visión que de él nos da Myriam, su
amante favorita y alumna suya, con quien incluso estaría dispuesto a cometer el
nefando pecado de casarse y perder su soledad, algo que solo llega a pensar
cuando la pierde porque, como otras familias judías, la suya decide exiliarse a
Israel, ante la perspectiva de la hegemonía islámica en la Francia
librepensadora y tolerante: -Sí, en
teoría eres un machista, no cabe duda. Pero tienes gustos literarios refinados:
Mallarmé, Huysmans, y eso te aleja del machista de base. Añado a eso una
sensibilidad femenina, anormal, para los tejidos para la decoración del hogar.
(…) En resumidas cuentas, eres una personalidad paradójica. (…) Me serví más
bourbon antes de responderle. La agresión a menudo disimula un deseo de
seducción, lo leí en Boris Cyrulnik, y Boris Cyrulnik es un peso pesado, un
tipo listo, un tío que sabe mucho de psicología, un Konrad Lorenz de los
humanos en cierta forma. -No hay ninguna paradoja, el problema es que utiliad
la psicología der las revistas femeninas, que no es más que una tipología de
consumidores: el burgués bohemio eco-responsable, la burguesa show off, la
discotequerta gay friendly, el satanic gek, el tecno zen, cada semana se
inventan alguna. Yo no correspondo exactamente a ningún perfil de consuidor
inventariado, eso es todo. [Recuérdese que Cyrulnik es el creador de uno de
los tótems de la ultimísima hora psicológica: el concepto de resiliencia…]
En la novela se dan cita usos y costumbres propios de la modernidad, como
el interés mediático por la política, manifestado en la afición del
protagonista a las televisivas noches electorales, sobre todo en las presidenciales.
A lo largo del libro hay constantes referencias a actores políticos a quienes
se ve en sus nuevas funciones, como la de Primer Ministro, tras haber tenido
una vida política nada gloriosa, como el caso de Bayrou, a quien escoge Ben
Abbes como Primer Ministro de su nuevo gobierno musulmán. Sin embargo, y a
pesar del tono paródico que nos guía a través de la lectura, Houellebecq no cae
en el “tono menor” del relato, sino que, con su inteligencia habitual, nos plantea
debates “de altura” que afectan al desarrollo inminente de nuestras sociedades
democráticas y a las magras perspectivas con que podemos contemplar su
evolución. La natalidad, por ejemplo, que lleva irremisiblemente a considerar
quienes serán las mayorías del futuro si, como dice el protagonista, de un
condiscípulo suyo, él era el único que
había optado por una vida familiar normal, los demás bregaban vagamente entre
un poco de Meetic, un poco de speed dating y mucha soledad. La disección
que hace el protagonista de la vida cotidiana familiar de su condiscípulo, con
la devastación física y emocional de la vida profesional y familiar se acerca
poco menos que a la desolación propia del protagonista. A medida que en la
narración va emergiendo su autorretrato, vemos enseguida la escuela nihilista
en la que se ha formado, sobre todo en Nietzsche (el “viejo cabron”) y en
Cioran, como cuando nos habla de su rechazo hacia la Historia: en el fondo no sabía mucho de historia, en
el instituto fui un alumno poco atento y desde entonces nunca he logrado leer
un libro de historia, nunca lo he acabado.
Poco a poco, a partir de la victoria del candidato musulmán, el
protagonista se acabará formulando preguntas que le llevarán a relativizar el
alcance de las reformas que pretenden implantar los islamistas. De hecho,
desliza la maldad de que los discursos del nuevo presidente estén escritos por
Renaud Camus, presidente del Partido de la Inocencia y reconocido escritor de
Dietarios. Ante la evidencia de lo que el protagonista intuye como un inminente
caos, toma la decisión de “pasar” a España, para huir del mismo. De camino,
pasa por Martel, la patria chica de Carlos, quien, en Poitiers, detuvo en seco el
avance islámico hacia Europa. El asalto a colegios electorales y el robo de
urnas detiene el proceso electoral y siembra el caos, de ahí que el
protagonista se lamente de no haber
prestado hasta el momento más que una atención anecdótica, superficial, a la
vida política. Con todo, la normalidad “republicana” se acaba imponiendo,
como asegura Manuel Valls que sucederá, y Mohammed Ben Abbes acaba siendo
elegido nuevo Presidente de la República. Poco a poco, a través de medidas que
en modo alguno levantan ampollas, sino, como mucho, leves reticencias, los
Hermanos musulmanes van transformando el sistema educativo, las costumbres, la
economía y la sociedad en general.
Cuando al protagonista se le ofrece la oportunidad de hacer una edición
total de Huysmans para que ocupe el lugar que le corresponde en la famosa
colección de La Pléiade, el rector de la universidad de donde había sido
expulsado por no aceptar abrazar la fe islámica, comienza a cortejarlo para
engrosar el escuálido claustro de profesores notables. En esa última fase
asistiremos, como era de esperar, a la claudicación del personaje, a la que se
llega, con todo, del modo más natural del mundo, por sus pasos contados, sin
estridencias ni dramas íntimos, sino porque así lo requiere “el signo de los
tiempos”, que no es otro que el de la lenta conquista de una civilización por
otra, la islámica que ha asimilado de la conquistada cristiana buena parte de
sus señas de identidad. Al fin y al cabo, como se dice en la novela, no son las
religiones del libro las granes enemigas unas de otras, sino el pensamiento
laicista de todas ellas. Es harto paradójico, y ello nos da una idea de la gran
capacidad satírica de Houellebecq la pirueta final acerca de la relación entre
el Corán y Historia de O, el paradigma de la sumisión absoluta al hombre por
parte de la mujer, escrita por Dominique Aubry en la misma casa donde ahora
habita con sus dos esposas islámicas, una madura, cocinera, y otra de quince
años, amante, el rector que pretende repescarlo para volver a ocupar su puesto.
Me he sumergido en la lectura del libro tras haber dedicado un tiempo
precioso a la lectura del Corán, y he de reconocer que Houellebecq, más allá de
su reconocida calificación del Islam como una religión para pobres de espíritu,
algo en lo que no es difícil coincidir con él, ha sabido plantear su novela
como un ejercicio de política ficción que peca, en todo caso, de la
improbabilidad cierta de que los próximos años acaben dándole la razón, aunque
la situación descrita por él no peca de inverosímil. Los acontecimientos, de
momento, parecen darles la razón a los movimientos de oposición a la
consolidación del islam como una religión “propia” de la comunidad europea con “derechos”
y “costumbres” no sujetos al derecho constitucional de cada uno de los países
de la comunidad europea, que es lo que algunos imanes pretenden. En cualquier
caso, se trata de un libro inteligente y que, como dije al principio, se
convierte en una guía imprescindible para acercarse a un autor como Huysmans,
no tan radical como Léon Bloy y su inolvidable Marchenoir de El desesperado, pero, a decir de Houellebeq,
perfectamente visitable. Eso haré.
Se tiñó de sangre al poco de su salida al mercado y le cogí cierta pereza, tu reseña me lo recuerda, creo que aún no, pero voy a rescatarlo para la lista de los pendientes.
ResponderEliminarUn saludo
Es curioso, porque lo del islam actúa como provocación, pero lo importante es el retrato del nihilismo contemporáneo, del hedonismo y de la soledad que acaba condicionando las decisiones individuales trascendentales. La "introducción" a Huysmans me parece muy valiosa. La prosa vitriólica del autor, por otro lado, hace más que amena la lectura.
Eliminarinteresante bog y manera de ver la vida
ResponderEliminarGracias. A su disposición lo tiene.
EliminarA mí me fue un libro que me decepcionó y mucho. Me pareció un Houellebecq flojo, fofo, sin mordiente, alejado de la realidad real y sumergido en una fábula increíble. No irán por ahí las cosas. No. Me pareció un floreteo inane sobre un tema ante el que pasamos con algodón en las zapatillas para no molestar a nadie. Quien ha leído a Ayam Hirsi Alí ve las cosas de otra manera. Light, muy light. He leído de este autor francés cosas mucho más agudas y con peor mala leche. Escribió sobre algo muy real con una fábula que es totalmente irreal.
ResponderEliminarA mi entender, Joselu, el asunto no era el de la imposible "rendición" al Islam de una sociedad europea, sino la desorientación y el solipsismo del individuo contemporáneo, capaz de llevarlo a lo peor con absoluta naturalidad y parsimonia. La elección del autor de su tesis, su única obra, la que lo "justifica", Huysmans, es elocuente de la deriva "espiritual" mal entendida de lo que comenzó hace mucho como New Age.
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