Mazarino, por Robert Nanteuil |
La teoría de la opacidad como arma política o el Breviario para políticos del cardenal
laico Giulio Mazarino, sucesor de Richelieu.
A diferencia del cardenal
Richelieu, al que la literatura encumbró a la categoría de villano sin par en Los tres mosqueteros, de Dumas, su
sucesor, Jules Mazarino o, en su italiano natal, Giulio Mazzarino, aun a pesar
de ser parte de la trama de la continuación de la obra, Veinte años después, no ha logrado ser fijado en el imaginario
popular con los rasgos casi mefistofélicos de Richelieu y, por lo tanto, su
mera existencia no pasa de ser un dato histórico “menor” que no se corresponde
en absoluto con el poder real y la influencia decisiva que tuvo en la Historia
de Francia, como co-regente con Ana de Austria del reino francés durante la
minoría de edad de Luis XIV y, después, como Primer Ministro y hombre con quien
el rey consultaba todos sus pasos políticos. Estamos ante un cardenal laico,
recibió el título de Richelieu sin haber profesado nunca, y ante un caudal de
experiencia política que quiso plasmar en el Breviario para políticos al que le
presto hoy atención más por curiosidad que, propiamente, porque la obra tenga
un interés que sobrepase el de la anécdota. Tengamos presente que desde el
siglo XVI se han publicado en Europa auténticos tratados políticos de un
alcance al que el de Mazarino ni siquiera se aproxima: El príncipe, de Maquiavelo; el Político,
de Gracián; el Tácito español ilustrado
con aforismos, de Barrientos, los Aforismos
políticos y civiles de Francesco Guicciardini o, finalmente, los que me
parecen más cercanos al libro de Mazarino: los Aforismos de las cartas españolas y latinas de Antonio Pérez, cuya
experiencia de gobierno sí que puede ponerse en parangón con la de Mazarino. El
cardenal ful, amante de la madre de Luis XIV, consiguió llegar al final de sus
días sorteando una revolución contra su política fiscal, la conocida como La
fronda -que lo envío al exilio- , y convertido en el hombre más rico de
Francia, a la que legó todos sus bienes, dicho sea en su favor. Mazarino
estudió en España, en Alcalá y Salamanca, fue diplomático del Vaticano y,
finalmente, mano derecha de Richelieu, quien lo propuso como su sucesor. Es
conocida la anécdota apócrifa que nos habla del escepticismo con que Luis XIV
recibió la noticia de su fallecimiento: -
Majestad, el cardenal Mazarino ha entregado su alma a Dios. A lo que el rey sin
inmutarse contestó: - ¿Estáis seguro de que Dios la ha aceptado? A este Breviario para políticos, así pues, lo
avala la dilatada experiencia en ese campo del cardenal y el haber dedicado
toda su vida al estudio minucioso de seguidores y detractores con idéntico
afán, porque nunca sabe nadie de dónde puede venir el golpe que te derriba
desde lo más alto al mayor estado de necesidad. La obra nos ofrece un a modo de
resumen de los aforismos más destacados, a los que tilda de axiomas y que me parece forzoso que figuren en el
inicio de esta revisión de sus máximas, porque señalan indiscutiblemente los
ejes ideológicos que atraviesan el tratado:
Ten siempre presente estos cinco preceptos:
1. Simula.
2. Disimula.
3. No te fíes de nadie.
4. Habla bien de todo el
mundo.
5. Piensa antes de actuar.
No existen los amigos. Solo existen personas que fingen amistad.
Cuidado: tal vez en este mismo momento alguien -¡a quien no ves!- te
está observando o escuchando.
A partir de ahí, se echa de
ver la naturaleza precavida de quien se sabe diariamente en riesgo, rodeado,
acaso, e más enemigos que de amigos, aunque estos sean tan poderosos como la
mismísima realeza gobernante. Ni el vuelo especulativo y conceptual del
cardenal, ni los firuletes trazados por el mismo, hacen de este Breviario una obra imprescindible, pero
no es menos cierto que, por ser de quien son, merecen estos aforismos ser
leídos y, como no puede ser de otra manera, muchos de ellos seguidos, porque el
libro está compuesto siguiendo el modelo de los doctrinales de príncipes, los specula principum, que hunden sus raíces
en la antigua literatura persa y llegan, prácticamente, hasta el siglo XVI, a
modo de enseñanza escarmentada para el futuro rey Luis XIV. Ignoro hasta qué
punto el joven rey hizo suyos estos preceptos, pero no cabe duda de que se destila
en ellos una sabiduría práctica que puede entenderse incluso como un
desvelamiento de la propia psicología de Mazarino. He elaborado una
clasificación de los aforismos que, aunque de forma precipitada y sin excesiva
maduración, pueden ayudarnos, al menos en este botón de muestra que es esta
entrada de mi Diario, a ver algunos
aspectos esenciales de lo que el Breviario
contiene. Del libro se extrae una concepción del ser humano en la que destaca
más lo que este tiene de funcional que de esencial, porque Mazarino contempla
la vida de las personas como movimientos de las piezas del ajedrez en el
tablero de las relaciones políticas y sociales. Destaca, siguiendo esa idea tan
eminentemente pragmática de las personas, la concepción policíaca de la
sociedad, de lo que se deriva poco menos que la necesidad de un aparato de
espionaje total al servicio del poder. Que nada acontezca sin que el Poder esté
informado totalmente de todos los extremos del asunto. El poderoso, por otro
lado, ha de ser una persona ajena a los vicios comunes, un asceta que contempla
desde su desasimiento de ellos, las miserias ajenas y “juega” con ellas en su
propio interés. La teoría del desengaño barroco parece presidir la mayoría de los
aforismos del Breviario, todos ellos nos parecen fruto de quien ha escarmentado
en cabeza ajena y ha sacado notable provecho de las lecciones. He de reconocer,
no obstante, que estos aforismos más propiamente deberían considerarse como avisos, un viejo género admonitorio que
se atiene más a lo que podríamos considerar “reglas de bien vivir” que a lo que
hoy en día entendemos por aforismo, un género indisociable de la expresión
ingeniosa, vistosa, paradójica, metafórica, en definitiva, una conquista del
estilo que llama más la atención, a veces, por la exquisitez de una forma que
deviene, per se, contenido. Mi torpe
clasificación los ha dividido en “generales”, aquellos que expresan un
pensamiento no ceñido a las circunstancias ni determinaciones del presente:
·
Ciertamente
solo el azar determina las acciones de los hombres.
·
La divina
Providencia ha querido que olvidemos con facilidad nuestras mentiras. [Ello
permite que quienes lo hacen se traicionen con facilidad al cabo de poco tiempo
de haberlo hecho.]
·
Si a veces
está justificado abandonar el recto camino de la virtud, que no sea para
adentrarse en el del vicio.
·
No te
metas en varia empresas a la vez: no te admirarán por tu dispersión. Es
preferible triunfar en una sola, pero espectacular. Hablo por experiencia.
·
No
escatimes favores que nada te cuestan.
·
Todo el
mundo sabe que prometer no es más que una forma de no dar nada y de ser
generoso solo de palabra.
·
No hay que
fiarse demasiado de las palabras de los sabios: rebajan tanto su superioridad
que la reputación de los demás resulta realzada en exceso.
·
En el
mundo en que vivimos, incluso los actos más indiscutiblemente virtuosos son
criticados; a fortiori los que pareen discutibles.
·
Por muy
alto que se haya llegado, siempre hay que mirar más arriba.
·
Si alguien
te manifiesta su odio, has de saber que este sentimiento siempre es auténtico:
el odio, a diferencia del amor, no sabe de hipocresías.
·
Es
evidente que, cuando se trata de honores los hombres no distinguen la
apariencia de la realidad.
·
Antes de
decidirte a hacer una innovación, plantéate cuatro cuestiones:
- ¿Esta innovación me va a resultar
provechosa o perjudicial?
- ¿Seré capaz de imponerla?
- ¿Está de acuerdo con mi condición?
- ¿Cuento con la estima de aquellos a
quienes va a afectar?
·
A la gente
siempre le cuesta creer lo que excede demasiado
En lo tocante a lo que yo he
reunido como pertenecientes al “autodominio”,
aspecto clave de la personalidad del gobernante, porque no puede estar sujeto a
los vaivenes de las emociones o la espontaneidad sin cálculo, se advierte
enseguida la naturaleza taimada y precavida del cardenal:
·
Procura
que tu rostro no exprese jamás ningún sentimiento concreto, sino tan solo una
especie de perpetua amabilidad.
·
No cuentes
nunca con el beneficio de la duda. Es más, convéncete de lo contrario. De modo
que es esencial que no te relajes en público, ni aun en presencia de un único
testigo.
·
Si estás
desesperado por un asunto endiabladamente complicado, es inútil obstinarte: más
vale despejar la mente con algunas diversiones honestas y un poco de ejercicio.
·
Ten pocos
amigos. Frecuéntalos poco. De este modo evitarás que olviden la consideración
que te deben.
·
Adopta
como regla absoluta y fundamental no hablar nunca de nada a la ligera -ni bien
ni mal-.
·
Aunque
estén perfectamente justificados, no desveles nada de tus proyectos políticos
o, al menos, habla tan solo de aquellos de los que estás seguro que serán bien
acogidos por todo el mundo.
·
No te
burles de tus rivales, abstente de provocarles y, cada vez que consigas un
triunfo, conténtate con el placer de la victoria sin vanagloriarte de palabra o
de obra.
·
No
defiendas nunca medidas demagógicas.
·
No actúes
ni decidas en estado de euforia o exaltación, cometerías torpezas que te harían
caer en las trampas.
·
Si alguien
se equivoca por ignorancia, que no pueda deducirse de tus preguntas que tú en
su lugar habrías cometido el mismo error, porque eres igualmente ignorante.
·
No
consideres un deber ocultar tus emociones cuando te ocurre una desgracia ya
que, cada vez que permanezcas en silencio, la gente podría deducir
automáticamente que acabas de sufrir un duro golpe.
Del apartado del “estado policial”,
solo quiero destacar un aforismo, de los muchos que hay, excesivamente obvios,
como precedente de regímenes que, mucho tiempo después, les tomaron el relevo a
las monarquías absolutistas defendidas en el Breviario:
Procúrate
información sobre todo el mundo, no confíes tus secretos a nadie, pero pon todo
tu empeño en descubrir los de los demás. Espía para ello a todo el mundo, y de
todas las formas posibles.
El apartado que se refiere a los
avisos relacionados con la “psicopatología de la vida cotidiana”, digámoslo con
términos freudianos, es, acaso, el más entretenido desde el punto de vista
lector, porque en él se manifiesta, más allá del maquiavelismo del autor, una atención al detalle cotidiano que revela
un talante observador y reflexivo cuyas observaciones están muy lejos, por
supuesto, de las Máximas de La
Rochefoucauld, quien, sin embargo, por la diferencia de edad, hubo de tenerlo
como referente del ejercicio del poder en su Contradecirse a menudo es el signo
más claro de infamia en una persona. Ten por cierto que el individuo que se
contradice no tendrá ningún reparo en robarte.
·
Recuerda
siempre que los hombres cuya vida está dominada por los placeres del vino o de
la carne son prácticamente incapaces de guardar un secreto: los unos son esclavos
de sus amantes; los otros, después de haber bebido, no pueden evitar hablar a
tontas y a locas.
·
Recuerda
que un hombre se confía con cierta facilidad a la mujer o al muchacho del que
está enamorado. [Sorprende, en efecto, la liberalidad amorosa platónica de
que hace gala el cardenal-]
·
Se
reconoce a las personas incultas por su afición a lo ostentoso y a lo chillón
en la decoración y el mobiliario de su casa.
·
A algunas
personas les encanta explicar sus sueños. Aprovecha esta inclinación y háblales
de su tema favorito, preguntándoles toda clase de detalles: aprenderás muchas
cosas sobre los secretos de su corazón. Si, por ejemplo, alguien pretende
sentir afecto por ti, busca la ocasión de hacerle hablar de sus sueños: si
nunca sueña contigo, es que no te quiere.
·
Para
mantener el deseo, para aguzarlo, vale más sugerir que dar.
·
Trata como
amigos a los sirvientes de aquel cuya amistad pretendes. Te será más fácil
comprarlos si algún día necesitas que traicionen a su señor.
·
Si alguien
se expresa con mucho ardor, cuando habitualmente no se apasiona nunca por nada,
es seguro que no dice lo que piensa.
·
En la
medida de lo posible, no prometas nada por escrito por insignificante que sea,
sobre todo a una mujer.
·
Hay dos
formas de prudencia. La primera consiste en no confiar nunca enteramente en
nadie; recuerda que son raras las amistades que nunca decepcionan. La otra
forma de prudencia se confunde con los principios del decoro que nos prohíben
decir las verdades a las personas y señalarles espontáneamente sus errores para
que modifiquen su conducta.
Los que he agrupado bajo el
epígrafe de “fisonomía del mal” son aquellos que ven en los rasgos físicos de
las personas inequívocas cualidades morales, una práctica que pertenece
propiamente a la especie como tal, porque eso de que la cara es el espejo del
alma no hay civilización humana que no lo tenga en su acervo cultural como
verdad incuestionable. Recordemos, sin ir más lejos, el prejuicio contra los
pelirrojos, por creerse que Judas, el traidor, lo fue, o la actual discriminación
asesina de los albinos en África, por
ejemplo:
·
Desconfía
de los hombres bajos: son obstinados y arrogantes.
·
A casi
todos los mentirosos se les forman hoyuelos en las mejillas cuando sonríen.
·
No des
consejos a personas irascibles y violentas: los seguirán mal y, además, te
culparán de sus fracasos.
·
Evita a
los desequilibrados, a los desesperados: siempre son peligrosos.
·
No trates
con charlatanes, esos seres funestos que repiten sin cesar todo lo que se dice
a quien quiera escucharles.
El apartado final lo he reservado
para todo lo relacionado con la “simulación”, que es el auténtico contenido
barroco por excelencia y, para el gobernante, una necesidad de primera
magnitud:
·
Actúa
siempre como el defensor de las libertades del pueblo.
·
Adopta un
aire modesto, ingenuo, amable, finge una ecuanimidad perpetua. Felicita, agradece,
muéstrate disponible, incluso con aquellos que no han hecho nada para
merecerlo.
·
Guarda
siempre algunas fuerzas de reserva para que nadie pueda conocer los límites de
tu capacidad.
·
No des la
impresión de mirar fijamente a tu interlocutor, no te frotes la nariz, ni la
frunzas, evita adoptar un aire triste y sombrío. No gesticules en exceso,
mantén la cabeza erguida y un tono algo sentencioso.
·
No
demuestres más que en contadas ocasiones sentimientos demasiado vivos, como
alegría o sorpresa
·
Si alguien
te sorprende cuando estás leyendo, haz como si estuvieras hojeando rápidamente
la obra que tienes en la mano, para evitar que se adivine qué es lo que suscita
tu interés.
·
Si decides
promulgar nuevas leyes, empieza demostrando la imperiosa necesidad a un consejo
de expertos, y prepara esta reforma con ellos. Luego, legisla sin hacer caso de
sus consejos, como buenamente te parezca.
·
Guarda
para ti lo que sabes y finge ignorancia. El que ofende a menudo cobra antipatía
a la víctima.
·
Lo más
importante es aprender a ser ambiguo, a pronunciar discursos que puedan
interpretarse tanto en un sentido como en otro para que nadie pueda resolver.
Practicar la ambigüedad es a menudo necesario. (…) Utiliza con habilidad el
optativo, la anfibología, la invocación oratoria, en resumen, todas las figuras
retóricas tras las que puedes ocultarte.
·
Disimula
los vicios ajenos o discúlpalos. Disimila también tus sentimientos, y no dudes
incluso en fingir sentimientos contrarios. En la amistad, piensa en el odio; en
la alegría, e la desgracia.
·
Nunca
digas “no” de inmediato; entrégate antes a largas consideraciones que,
inevitablemente, acabarán en una… negativa.
·
Entrénate
en la simulación de todos los sentimientos que puede serte útil manifestar,
hasta estar como imbuido de ellos. No reveles a nadie tus verdaderos
sentimientos. Maquilla tu corazón como se maquilla un rostro. Que las palabras
que pronuncies, y hasta las inflexiones de tu voz, compartan el mismo disfraz.
No olvides nunca que la mayoría de las emociones se leen en el rostro. De modo
que, si tienes miedo, reprímelo repitiéndote que eres el único que lo sabe.
·
No
amenaces jamás a un hombre al que tengas intención de hundir: estaría sobre
aviso.
·
Evita las
rupturas violentas. Aunque tu amigo tenga toda la culpa y tú tengas toda la
razón, reprime la animosidad que puedas albergar. Perdónales pero, en tu fuero
interno, ahoga poco a poco todo sentimiento de afecto hacia él; deja que en el
fondo de tu corazón se vayan deshaciendo uno por uno los lazos de la amistad.
·
Habla
siempre afectando sinceridad, haz creer que cada frase que sale de tu boca
surge directamente del corazón y que tu única preocupación es el bien común.
·
Lo mejor
es no mencionar nunca las virtudes de tus amigos y ocultar sus vicios.
Y hasta aquí esta breve selección,
espero que suficiente, del Breviario para
políticos del cardenal laico Mazarino. Quizás hubiera debido acortar la
selección y entrar en la consideración detallada de un pensamiento realmente tópico,
por lo que se refiere a las concepciones antropológicas, políticas y sociales
que aquí se exhiben, pero me ha parecido que son contenidos demasiado obvios como
para castigar al intelector con excesos hermenéuticos que no vienen a cuento.
Nos reservamos para la próxima entrada platónica que, azar de azares, comienza
por el diálogo titulado El político o de
la realeza.
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