domingo, 14 de mayo de 2017

Séptima noticia de la “Obras completas” de Platón: “El político o de la realeza”, “Timeo o de la naturaleza” y “Critias o la Atlántida”.







De un árido intermedio dialéctico: Del político como técnico de la mediación a las raíces ficticias de la ciencia, pasando por el lugar sin tiempo del mito: La Atlántida.



He de reconocer que esta séptima noticia me ha costado algo más de lo ya habitual y ello porque el excurso de fictaciencia que supone el Timeo me ha erosionado profundamente la devoción con que, hasta el presente, sigo instalado en la lectura del monumento fundacional de la razón crítica en Europa. Critias, por su parte, es un diálogo inacabado y, por tanto, llevadero; y el primero, El político, no aporta grandes novedades a lo que he podido leer en La república o, presumiblemente, leeré después en Las leyes, si bien, como ocurre en cualquier diálogo de Platón, no es difícil encontrarse con alguna formulación que sorprende e incluso cautiva al lector que persiste en su fidelidad a un razonamiento dialéctico incansable y poderoso.  Comenzaré por El político o de la realeza, no tanto porque sea el primero de los tres en el orden de lectura que sigo, sino porque la matización, o de la realeza, que sirve para titularlo, nos indica la clara preferencia de Platón hacia la aristocracia no tanto social cuanto espiritual. Platón jamás va directo al asunto que lo ocupa, sino que a través de rodeos periféricos va despejando el camino gracias al cual llegaremos, sin atajos, pero persuadidos, al corazón de su convicción. La imaginación filosófica de Platón no está lejos de la imaginación poética, y ya hemos ido viendo la capacidad lírica que, a través de ciertas imágenes o narraciones míticas, le han permitido expresar su pensamiento con total claridad, como el mito de la caverna, por ejemplo, o, en esta séptima noticia, el de la Atlántida, algo así como una renovación del mito de la Edad de Oro, descrito con suntuosidad y precisión de explorador puntilloso o agrimensor prekafkiano, puesto que hablará de oídas de un espacio que jamás hollarán las plantas de sus pies. En parte, en El político, resucita Platón la Edad de Cronos, concibiéndola como esa Edad de Oro en que se transformará la Atlántida, suma de todo bien y ningún mal, enfrentada a la Edad de Zeus. Mientras en la primera todo cae del lado de la divinidad, la condición humana incluida; en la segunda nos hallamos en la realidad histórica en la que la naturaleza humana solo ve la naturaleza divina como la legítima aspiración del alma a conseguir tal bien absoluto mediante la sabiduría y la virtud. Como dice el Extranjero que lleva la voz cantante de la exposición ante un Sócrates jovencísimo: Cuando se nos preguntaba por el rey y el político de ciclo actual y del actual modo de generación, fue un gran error el ir a buscar hasta el periodo opuesto el pastor que regía el rebaño humano de aquel tiempo, pastor que era divino, no humano. Por otra parte, presentarlo como jefe de la ciudad entera sin explicar de qué manera lo es, era, esta vez, decir la verdad pero, sin embargo, no la verdad completa ni la verdad clara: por eso nuestra última equivocación fue menor que la primera. Así pues, ayunos de modelos divinos que puedan servirnos de orientación para la determinación del político idóneo que gobierne al pueblo, el Extranjero va a determinar cuál puede ser el modelo que sira de referencia para tal menester social. Después de varias tentativas, y de definir el concepto de paradigma (Lo que constituye un paradigma es el hecho de que un elemento, al encontrarse idéntico en un grupo nuevo y totalmente distinto, se interprete en él exactamente y permita, una vez identificado en los dos grupos, incluirlo en una noción única y verdadera), el Extranjero nos propone la identificación del arte de la política con la del arte de tejer (una comparación muy de actualidad, por la referencia que ha hecho una candidata de las primarias del PSOE a la labor que se ha de realizar en el partido: coser las heridas que haya producido el descabalgamiento del anterior Secretario General). Fiel a la suerte de tecnocracia que orienta el pensamiento social de Platón, quien fía incluso el criterio de verdad al saber especializado de cada disciplina, contra la que no se puede combatir desde la mera opinión, sin disponer de la sabiduría técnica pertinente, una actividad propia de los sofistas y contra la que tan hermosas páginas llevamos leídas en los Diálogos, no es de extrañar que su reflexión sobre la política la oriente, precisamente, en la búsqueda de cuál sea el saber específico de los políticos para definir su actividad social, porque está claro que ese saber no puede ser -como lo dicta la experiencia- un saber al alcance de todos, sino de muy pocas personas, e incluso de una sola, el rey:  El carácter que debe servirnos para diferenciar estas constituciones no es ni el “algunos” ni el “muchos”, ni la libertad o la sujeción, ni la pobreza o la riqueza, sino la presencia de una ciencia, si queremos ser consecuentes con nuestros principios. (…) ¿En cuál de las constituciones dichas se realiza la ciencia del gobierno de los hombres, la ciencia que podemos decir es la más difícil y la mayor que sea posible adquirir? (…) ¿Habremos de creer que, en una ciudad, la multitud sea capaz de adquirir esta ciencia? SÓCRATES: ¿Cómo creerlo? EXTRANJERO: Y, en una ciudad de diez mil hombres, ¿acaso habría un centenar o una cincuentena que fueran capaces de llegar a poseerla de una manera satisfactoria? SÓCRATES: Según eso, la política sería la más fácil de las artes todas; y sabemos muy bien que entre todos los griegos existentes, no se encontraría, sobre diez mil, una proporción como esta de campeones del juego de los dados, sin hablar de querer encontrar otro número igual de reyes. EXTRANJERO: La forma recta de gobierno hay que buscarla solamente en uno, o bien en dos, o a lo más en algunos, para el caso en que esta forma correcta de gobierno llegue a tener realidad. A diferencia, o si no diferencia, sí un matiz en parte opuesto a lo defendido en La república, Platón va a defender en este diálogo la preeminencia del político, el rey, sobre las leyes, porque el carácter inmutable de las leyes es incapaz de lidiar con la multiplicidad de las situaciones humanas que exigen una interpretación adecuada y, sobre todo, una intervención justa por parte de la autoridad. Se trata, por lo tanto, de una potestad, la del gobierno y la justicia, que recae en una persona cuya virtud ha de hallarse íntimamente unida a su sabiduría política, un saber especializado, como ya hemos indicado, que no está al alcance de todo el mundo ni puede ser llevado a la práctica de forma común. O, como lo expone el Extranjero: Es del todo evidente que, de alguna manera, la legislación es una función regia; pero lo que más importa no es el dar fuerza a las leyes, sino al hombre regio dotado de prudencia. (…) Porque la ley no será nunca capaz de captar a la vez lo que es mejor y más justo para todos, de forma que dicte las prescripciones más útiles. Pues la diversidad que hay entre los hombres y los actos y el hecho de que ninguna cosa humana se encuentra, por así decirlo, nunca en reposo, no dejan lugar, en ningún arte y en ninguna materia, a una norma absoluta que valga para todos los casos y para todos los tiempos. (…) ¿No es por tanto imposible que lo que siempre se mantiene como absoluto se adapte a lo que nunca es así? ¿Por qué, pues, es necesario hacer leyes, si la ley no es la regla perfecta? Es preciso que encontremos la razón de esto. No obstante Platón introduce una reserva que aleja su “realeza” de la tiranía, porque Si alguien conoce leyes mejores que las de los antepasados, ese tal no tiene derecho a imponerla a su propia ciudad, sino cuando haya obtenido el consentimiento de cada ciudadano; de otra manera, no. Finalmente, y sin una capacidad suasoria excesiva, porque son muchos los puntos débiles de su argumentación, Platón descubre la esencia de la “política” en la capacidad de mediación de quien la ejerce sobre los conflictos inevitable de intereses que se producen en las sociedades, a los que califica como la enfermedad más vergonzosa que pueda haber para las ciudades. La labor del político, así pues, es la del tejedor, la de “tejer complicidades” entre los antagonistas para evitar el caos social: EXTRANJERO: ¿A qué ciencia asignaremos, pues, la virtud de persuadir a las masas y a las multitudes contándoles mitos en lugar de instruirlas?  SÓCRATES: Evidentemente, creo que esto corresponde aún a la retórica. EXTRANJERO: Ahora bien, acerca de la cuestión de saber si es necesario para con tales o cuales personas y en tales o cuales casos emplear la fuerza o la persuasión o simplemente no hacer nada, ¿a qué ciencia daremos la decisión? SÓCRATES: A la que dirige el arte de persuadir y el arte de hablar. EXTRANJERO: Pues bien, esta no es otra, imagino yo, que aquella ciencia de que está dotado el político. La que las gobierna a todas, la que tiene el cuidado de las leyes y de todos los asuntos de la “polis” y que une todas las cosas en un tejido perfecto no haremos, al parecer, más que hacerle justicia escogiéndole un nombre lo suficientemente amplio para la universalidad de sus funciones y llamándola “política”. Está tan convencido Platón de la dificultad de la acción política que llega a decir que si en lo que respecta a lo bello, al bien, a lo justo y a sus contrarios, arraiga en las almas una opinión realmente verdadera y firme, digo que se ha realizado algo divino en un linaje demoníaco. Eso divino no es otra cosa que el poder real de la política para crear la armonía social que permita el desarrollo de los individuos y de la ciudad, sin que el caos de los enfrentamientos acabe con ella: aquí se halla toda la función de este arte regio del tejido: la de no permitir nunca que se imponga este divorcio o separación entre los caracteres comedidos y los caracteres enérgicos, la de tejerlos en una unidad, por el contrario, por medio de la comunidad de opiniones, de honras, de distinciones, por medio del recíproco intercambio de prendas, a fin de hacer de ellos un tejido ligero y, como se dice, bien apretado, y confiarles siempre en común las magistraturas en las ciudades. (…) Con esto queda concluido como tejido bien hecho ese algo que urde la acción política, cuando, tomando las características humanas de energía y moderación, la ciencia regia ensambla y une sus dos vidas por medio de la concordia y la amistad y, realizando así el más excelente y magnífico de todos los tejidos, envuelve con él, en cada ciudad a todo el pueblo, esclavos u hombres libres, los estrecha juntos en su trama y, garantizando a la ciudad, sin fallos ni desfallecimientos, toda la dicha de que ella es capaz. Manda y gobierna. Se trata, ya se advierte, de un conjunto de buenos deseos que tienen poco o nada que ver con la vida real de los pueblos, porque las disensiones han predominado siempre sobre los consensos y porque esos caracteres, “comedidos” y “enérgicos”, en los que sintetiza Platón los enfrentamientos sociales, suelen andar siempre a la greña y muy raramente la política acaba de tejerlos en una sola pieza en la que ambos se sientan cómodos y felices. El Timeo o de la naturaleza, es una excursión cosmológica y biológica que no se plantea como una exploración del ser humano como ciudadano, ni las repercusiones sociales que pueda tener dicha naturaleza, sino como una fantasía poética que basada en las pocas evidencias científicas que por aquel entonces se tenían sobre el funcionamiento real del cuerpo humano y de la creación del cosmos, le permite a Platón aventurar teorías que hoy nos hacen sonreír, desde el punto de vista científico, pero no así desde el punto de vista literario, aunque la prolijidad del diálogo y el entusiasmo descriptivo de Platón sean a todas luces excesivos para un lector moderno habituado al conocimiento objetivo, científico, sobre todas esas materias. La decantación de Platón hacia  la tecnocracia: sobre ciertas realidades han de hablar aquellos que las dominan tanto a nivel teórico como a nivel práctico, lo lleva a embarcarse en una teoría cosmogónica con fundamento geométrico que  hace entre difícil e imposible seguir, a veces, su razonamiento, expresado además de una manera casi vehemente y apodíctica. El diálogo se abre con un recordatorio de cuanto se había dicho en La república sobre la clase de los guardianes y sigue con el inicio del mito de la Atlántida, para el que se utiliza la técnica literaria del “manuscrito hallado”, quizás por vez primera, aunque no sé si García Gual le otorgaría ese lugar de privilegio en la formación del tópico, pero la afirmación de Critias en el diálogo de su nombre no deja lugar a dudas: los manuscritos mismos de Solón estaban en cada de mi abuelo, actualmente se hallan todavía en mi casa y yo los he estudiado mucho en mi juventud. Sea como fuere, lo cierto es que Critias va a leer un texto elaborado por su bisabuelo a partir de las revelaciones de Solón, uno de los siete sabios de Grecia, como nadie ignora, quien, a su vez, reproduce el contenido de los escritos que los sabios egipcios crearon sobre los orígenes de Grecia y sobre la Atlántida, imperio contra el que lucharon los griegos antes de sucumbir ambos, el ejército griego y la propia Atlántida tras uno de los grandes diluvios de los tiempos remotos. Estamos, se advierte, en esa frontera entre la historia y el mito que acaba decantándose hacia el mito, como lo veremos más tarde en el Critias inacabado. Comencemos por el final: Al final de razonamiento verosímil hay que decir que el mundo es realmente un ser vivo, provisto de un alma y de un entendimiento, y que ha sido hecho así por la Providencia del Dios. El Demiurgo, creador del cosmos y de los seres vivos, lo primero que crea es el alma, tomándose como modelo a sí mismo, de ahí que, desde el inicio del cosmos, haya dos realidades muy distintas: la del alma igual siempre a sí misma y la del alma unidad al mundo sensible, a la Tierra y a los seres vivos. Esa doble realidad, casi una doble naturaleza de todo lo creado va a marcar el dualismo platónico entre el mundo autosuficiente, bello y sabio de las ideas y el mundo de la realidad que aspira a elevarse hacia él: Toda esta composición el Dios la cortó en dos en su sentido longitudinal y, habiendo cruzado una sobre otra las dos mitades, haciendo coincidir sus puntos medios como una X, las curvó para unirlas en círculo, uniendo entre sí los extremos de cada una, en el punto opuesto al de su intersección. Los rodeó del movimiento uniforme que gira en el mismo lugar y, de los dos círculos, hizo uno interior y el otro exterior. Destinó el movimiento del círculo exterior a ser el movimiento de la sustancia de lo Mismo; y el del círculo interior a ser el de la sustancia de lo Otro. He de reconocer que en la exposición platónica de la naturaleza de ambos mundos, el ideal y el real, entra en juego una dimensión especulativa de origen matemático que se me hace difícil de seguir sin escepticismo. Lo que está clara es la correspondencia entre lo que llamaremos el macrocosmos y el microcosmos, puesto que ambos son creación del Demiurgo y el alma de ambos es de la misma naturaleza, con la única diferencia de la imperfección  que afecta al segundo: Debido a todas estas afecciones o modificaciones, el alma, desde el momento de su nacimiento, cuando acaba de ser encadenada a un cuerpo mortal, es al comienza y primitivamente loca. Pero cuando disminuye la afluencia de sustancias que nutren y hacen crecer el cuerpo y cuando de nuevo, al volver a conseguir la calma, las revoluciones del alma siguen su propio camino y se afirman más y más en él a medida que pasa el tiempo, y las revoluciones de cada uno de los círculos comienzan a enderezarse regularmente, según la figura que les es natural, estas revoluciones se estabilizan; ellas dan ya a lo Otro y a lo Mismo sus nombres exactos y ellas hacen de manera que el que las posee adquiere la sensatez. Si, junto a esto, viene a sumarse al proceso un buen metido de educación, el sujeto vuelve a ser normal y a estar totalmente sano, y escapa así a la más grave de las enfermedades. Por el contrario, si se ha sido negligente y se ha llevado una vida sin equilibrio, entonces se retorna nuevamente al Hades, a estado de ser inacabado e insensible. Respecto de la creación de la especie humana, Platón sigue marcando las diferencias entre ambos planos, macro y micro, basándose en la doble naturaleza de la Tierra y los seres humanos, hijos de la necesidad y de la inteligencia, y el cosmos, hijo de la sabiduría, el bien y lo bello: Habiendo recibido de él el principio inmortal del alma, han envuelto este principio con el cuerpo mortal que lo acompaña; le han dado como vehículo el cuerpo entero. Además modelaron en él otra especie de alma, la especie mortal. Esta conlleva consigo pasiones temibles e inevitables. En primer lugar, el placer, ese incentivo poderosísimo para el mal; los dolores, luego, causas de que abandonemos el bien; y luego aún, la temeridad y el miedo, consejeros estúpidos; el apetito sordo a todo consejo y, finalmente, la esperanza, tan fácil a la decepción. Han mezclado todo esto a la sensación irracional y al amor dispuesto a arriesgarlo todo. Y así han compuesto, siguiendo procedimientos necesarios, el alma mortal. (…) [ El cuello es el istmo que separa la cabeza y su alma espiritual del resto del cuerpo, con su alma corporal:] Con este fin, dispusieron una especie de istmo o de límite entre la cabeza y el pecho y han colocado entre ellas el cuello para mantenerlas separadas.  La inmortalidad del alma del cosmos frente a la mortalidad del alma individual es producto de esa inextricable relación entre el alma y la materia que caracteriza a los seres humanos, hechos para dominar el mundo a imagen y semejanza del Demiurgo que domina el cosmos. En la escala jerárquica biológica de Platón me ha llamado mucho la atención el hecho de que considere a los árboles como la especie viva más próxima a nosotros, y ello porque los árboles se afirman en las raíces y crecen hacia los cielos y el ideal, mientras que las especies animales viven atadas a la tierra por sus cuatro, ocho o ningún pie, en el caso de los reptiles, en señal de dependencia, de esclavitud. De hecho, en la descripción de la naturaleza humana, Platón, con una hermosa imagen de tipo surrealista, nos dice que los cabellos de la cabeza, separada del resto del cuerpo por el istmo del cuello, son nuestras raíces. Antes de seguir, conviene no olvidar la precaución expresada por Timeo en su largo discurso: Yo, el que habla, y vosotros que juzgáis, no somos más que hombres, de manera que en estas materias nos basta aceptar una narración verosímil y no debemos buscar más. Ahora bien, cuando Platón entra de lleno en el análisis de las almas del cuerpo, su ubicación fisiológica y demás características, aquella verosimilitud de la que  habla acaba lindando con la poesía o con la ficción metafísica (si es que esto no es un pleonasmo per se): Hizo el hígado espeso, liso, brillante dotado de dulzura y de amargura: de esta manea la vehemencia de los pensamientos que proceden del entendimiento se proyecta sobre él como sobre un espejo que recibe rayos de luz y permite la aparición de imágenes. Con ello el entendimiento asusta al hígado. (…) Utilizando la dulzura que encierra el mismo hígado, rehace y libera todas sus partes llanas y lisas. Y vuelve así alegre y serena la parte del alma que habita en torno al hígado. Durante la noche, la calma la hace capaz, en el sueño, de hacer uso de la adivinación. (…) En efecto, ningún hombre dotado de su sano juicio llega a la adivinación de origen divino y verídica, sino que es necesario que la fuerza de su espíritu esté trabada por el sueño o la enfermedad, o bien que se haya desviado en una crisis de entusiasmo. Y aquí conviene recordar, porque es lo congruente con las doctrinas platónicas, la etimología de entusiasmo, “rapto divino”. Recordemos, además, que, para Platón, el hígado forma parte, así mismo, del sistema auditivo: El movimiento que determina ese choque, que comienza en la cabeza y acaba en la región del hígado, es la audición. La teoría creacionista de Platón no pierde de vista esa dualidad materia-espíritu a la que hemos de responder tratando de hacer lo posible para lograr el equilibrio y, sobre todo, la preeminencia de la inteligencia que aspire a captar el mundo puro y esencial, ideal, del Demiurgo. En esa lucha que el cuerpo ha de sostener contra sí mismo para superar el anclaje a la bestialidad que supone nuestra materialidad, y ahí están nuestras muchas almas corporales y la necesidad de que la inteligencia las domine a todas, las meta en cintura, Platón recomienda la mejor estrategia posible, ayer, para hoy, y quizás para siempre, si la ciencia no lo impide: Es pues necesario que el matemático y todo aquel que ejerza enérgicamente alguna actividad intelectual dé también movimiento a su cuerpo y practique la gimnasia. (…) En consecuencia, de entre todos los medios de purificar y disponer el cuerpo, el mejor es el que se consigue por medio de os ejercicios gimnásticos, porque, como ya había dicho Timeo al comienzo  de su discurso: El Dios, en cambio,  ha formado el alma antes que el cuerpo: la ha hecho más antigua que el cuerpo por la edad y la virtud, para que ella mandara como señora y el cuerpo obedeciera. Renuncio a reproducir siquiera en esbozo la minuciosa descripción que hace Platón de la organización social y la disposición física de la Atlántida, que es el meollo del diálogo Critias o la Atlántida. Baste decir, si acaso, que la disposición en círculos concéntricos separados unos de otros por canales de agua, como si se tratara de una Venecia circular, tiene un poderoso atractivo para el lector. La Atlántida la presenta Platón como la realización histórica de su República, con unos “guardianes” que se atienen a lo establecido en su diálogo político. La descripción de la isla responde al mito de la Edad de Oro y el Paraíso perdido, si bien puede también ser entendido como  el primer relato utópico: el bien exento de mal, que solo perece, como es lógico que así suceda, por causa natural, no porque su perfección se hubiera pervertido, porque entonces perdería, la narración, ese carácter utópico.

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