Un corrosiva crítica al periodismo sensacionalista a la altura de Primera Plana, de Wilder: El Clamor, de Muñoz Seca y Azorín o un
estreno que, como en los buenos tiempos de La
venganza de don Mendo, sería, hoy, de lleno diario…
Doy por descontado que el
hecho de que la primera obra de teatro que vi en mi vida, representada por los
cadetes de la Academia de Aviación de San Javier, fuera La
venganza de don Mendo influyó decididamente no solo para convertirme en un
aficionado al teatro como espectáculo, sino, específicamente en el amor al sainete
como forma artística que en nuestro país ha tenido cultivadores tan geniales
como los hermanos Quintero, como Carlos Arniches -¡aún me río, casi como un tic
nervioso, al recordar la excelentísima El
señor Badanas, vista en televisión e interpretada por un genial Quique
Camoiras-¡, el propio Muñoz Seca o lo que podríamos considerar la superación
del mismo a través de los esperpentos de Valle Inclán y, más tarde, un teatro
humorístico que hereda del sainete no pocos de sus rasgos característicos y que
cultivan autores como Jardiel Poncela o Mihura entre otros. No hay más que
recordar, por ejemplo, la película de Jerónimo Mihura, sobre texto de su
hermano, Mi adorado Juan,
curiosamente un plagio de un personaje creado por Manuel Mur Oti en su película
dramática Un hombre va por el camino,
de lo cual doy razón en la crítica que hice, esta,
en mi Ojo Cosmológico. La
venganza de don Mendo tiene para mí, un significado emocional que no
adultera en modo alguno la entusiasta apreciación crítica que he ido
consolidando con el paso de los años y en la que no poco tuvo que ver la que me
parece la mejor versión que he visto de la misma: la película, con el mismo
título, de Fernando Fernán Gómez, adelantadísima a su momento, 1961 y no del
todo bien comprendida por la crítica. El mejor homenaje que puede hacérsele es
verla, sin prejuicios, y dejarse llevar por un humor que no te arranca la risa
de la boca desde el comienzo hasta el apoteósico final: una joya, salvo para
siesos (y algo ciegos). Algún día tendré que escribir sobre mi relación con el
teatro, como actor, como director y como escritor -por algún cajón debe de
parar La duermevela de Segismundo,
durmiendo su particular sueño desencajado…-, pero quede de momento, a título
anecdótico, que participé, como actor novel, en el estreno en España, en el
festival de teatro universitario, en Madrid, de todo un hito teatral: El canto del fantoche lusitano, de Peter
Weiss, representada clandestinamente en otro Colegio Mayor distinto del
anunciado debido a las presiones de la embajada portuguesa ante las autoridades
españolas. Si el teatro “es” la vida, en condiciones de realidad difícilmente
igualables por cualquier otra disciplina artística, no es de extrañar que, de
repente, haya acabado haciendo autobiografía a partir de la divertidísima
lectura de El Clamor, de Muñoz Seca y Azorín, que hice ayer y que me ha dejado
tan buen recuerdo que me ha movido a proponer su lectura a cuantos quieran no
solo pasar un rato divertido, sino asistir a una representación que, como digo
en el título, nada tiene que envidiarle a la mismísima Primera Plana de Wilder, si es que no la supera, en corrosión y en
estructura teatral. La obra con notable éxito de público y reducido de crítica,
conllevó, incluso, la expulsión de la Asociación de la Prensa del mismísimo
Azorín, famoso por tantísimas obras pero, desde el punto de vista periodístico,
por unas crónicas parlamentarias que merecen ser leídas urgentemente: Parlamentarismo español. La trama de la
obra es sencilla: El Clamor, un periódico impulsado por un figurón político
para garantizarse elecciones y cargos con los dineros de la herencia de su hija
y los de su mujer, que no está dispuesta a seguir sufragando esa “aventura” del
marido, está al borde la quiebra y la desaparición: Esto se va, querido Astudillo. ASTU. Esto se ha ido ya hace un rato. Y se ha ido. adonde yo me sé, que es
adonde nos vamos a ir tos. ¡Malhaya sea! ¡Con lo bien que estaba yo en Sevilla
escribiendo de toros!.... La acción transcurre en la redacción del diario,
que no resulta, bien mirado, muy distinta de aquella que visitan los jóvenes modernistas
en Luces de bohemia para exigir que
se proteste contra la detención de Max Estrella, aunque lo que en Valle acaba
siendo una evocación de la juventud perdida, en Muñoz Seca y Azorín es una
crítica despiadada del periodismo basura que no se paraba ni siquiera en la corrupción
de los cronistas o en lo miserable de las condiciones de los periodistas en
general, amén de lo que podríamos considerar el meollo de la obra, la denuncia
del amarillismo sensacionalista, porque, dada la crítica situación y la
ausencia de fondos, al impulsor de El Clamor se le ocurre la brillante idea de
autosecuestrarse y convertir en noticia su imposible presencia en la Sociedad
de Naciones para presentar un informe sobre la necesidad imperiosa e irrefutable
de la descolonización de Gibraltar. La verdad es que, por actualidad, hasta
sale un consejero del Consejo de Administración del diario que se llama
Marhuenda – (Marhuenda dará la sensación
de un tendero con el traje de los días festivos), dice la acotación con
insólita capacidad de clarividencia futura-, no digo más… La obra se abre con
el intento de conseguir el patrocinio de en empresario catalán a quien el director
le va enseñando las dependencias del diario con la esperanza de que se decida a
invertir en él, pero el corro de periodistas enseguida contrarresta la visión
heroica de la profesión con que quiere convencer el director al empresario: Lo que yo digo, hombre: que no puede ser.
Con aprendises en los talleres, un regente que no cobra casi na y unos
redactores que cobramos cuando repican gordo, no se puede hacer na de provecho.
Cuando el director se reintegra a la redacción, confiesa su derrota: GARCÍ.
(Entrando en escena, por la derecha.) Bueno,
ya lo dijo también el... sabio de Grecia: A un banquero de Monjuí, reservado y
escamón, no hay quien le saque en Madrí, ni un botón. (Risas.) ¡Caballeros, con Picornell! ASTU. En hueso, ¿eh? GARCI. Y con el estoque partido, que es lo peor.
¡Qué lástima! Yo que quería haber llevado esta tarde al Consejo alguna grata
nueva... No obstante, acostumbrado a tener que lidiar realidades adversas
constantemente, se empeña en convencer a sus colegas de que saldrán adelante:
GARCI. Tengo mis planes. ¡Animo, pues,
señores! Confiad en mí. Triunfaremos. Estamos habituados a triunfar
diariamente. Si bien se mira... un periódico representa una batalla diaria; un
general da una batalla y descansa; nosotros hemos de dar una todos los días y
hemos de ganarla. ¡Adelante! Seamos optimistas. Esta tarde hablaré a Tostuera
como he hablado a Picornell. ¿Vosotros no os reís cuando me oís hablar de ese
modo vibrante, intenso?... (Ríen todos.) No les voy a hablar a ellos como os hablo a vosotros. Riámonos todos,
alegremos un poco la vida. ¿Habrá vidas tan heroicas como las nuestras? ¿Qué sería de nosotros si no fuéramos un poco absurdos y
extravagantes? ¡Señores, que no acabe nunca entre los periodistas el espíritu
romántico. Y usted, amigo Martín, baje y haga una nota sobre la visita de
Picornell. Póngale usted ilustre, opulento, cultísimo. MARTÍN. ¿Cultísimo
también? Recuerde usted que éste es de los que creen que Cicerón fué el primer
romano que se dedicó a enseñar las catacumbas. GARCI. Póngale cultísimo; no perdamos las esperanzas. (Mutis de Martin por la
izquierda.) Y ahora que hablamos de adjetivos, usted, querido Gallardo, baje
también y repase la crónica de sociedad. Ponga usted, en lo referente al baile
de Cembrano, bellísima, donde pone distinguida, y Lhardy, donde dice café de
Jorge Juan. Refuerce, refuerce los adjetivos y los conceptos. No se pueden usar
medias tintas en los periódicos. El periodismo es como la escenografía: se
necesita recargar los colores, pintar con gruesos trazos, hacer que las gentes
se fijen a fuerza de luces violentas... Aunque Luces de Bohemia no se
estrenó en vida de Valle, si que fue publicada en 1924, y no me extrañaría nada
que Azorín la hubiera leído mas que atentamente, sobre todo por expresiones tan
inequívocamente valleinclanescas como esta: ¿Qué
sería de nosotros si no fuéramos un poco absurdos y extravagantes? ¡Señores,
que no acabe nunca entre los periodistas el espíritu romántico! Al propietario
del periódico, el hombre político, se le describe del siguiente modo: ASTU. Déjeme usté hablá, hombre. ¿Usté sabe que
don Lorenzo Tostuera es un hueso? Bueno, pues es un hueso. ¿Usté cree que es un
buen escritor y un gran erudito? Pues no es nada de eso. No es más que un
fantasmón más fresco que un sótano y más vasío que la plasa de toros el día de
Nochebuena; un tío que se gasta los miles en figurá lo que no es, en firmá lo
que no hase y en publicá lo que no escribe, pa que usté se entere. Ahí lo tiene
usté, representando a España en la Sosiedá de las Nasione y discutiendo de
Derecho, y el otro día dijo aquí que un choque de automóviles era una avería
gruesa. Con esa presentación, está claro que el enredo que supone su
autosecuestro, con las informaciones que va dosificando el director de los
rastros que van poniendo a disposición de la policía poco a poco, para engordar
la historia y sacar el provecho pertinente de los anunciadores, puede esperarse
casi cualquier cosa, que es precisamente lo que sucede, a través de los celos
de la mujer del director, y de los del político del director, quien se inventa
una vida adúltera del político que la mujer rica está dispuesta a acallar
mediante el dinero que haga falta para no herir de muerte la reputación del
marido. Ni que decir tengo que las escenas de enredo, como la que tiene lugar
estando el político debajo de una mesa revestida para una ceremonia, sin que lo
sepan su mujer y el director, con el consiguiente cortejo de ella por parte de
este, ignorante de la presencia del político, abundan y adquieren un nivel de
jocosidad superlativo, digno de esa representación que esta obra exige
urgentemente: GARCI. (Rendidísimo.) A mí
me pide usted la luna, y yo subo, la cojo, la biselo y se la doy. ANGE.
(Complacidísima.) ¡Qué esageradol Parese
usté andaluz, y es usté de Navarra, ¿no? GARCI. Sí, señora; de una villa muy bonita: de El Busto, y... (Bajando la
voz, y en son de piropo, contemplando su pecho.) no sabe usted lo que me gusta a mí el busto. ANGE. (Con cierto
rubor.) ¡Por Dios, Garcillán!... Los
valores de la obra no recaen exclusivamente en la crítica del sensacionalismo
periodístico y en la falta de ética de quienes comercian con noticias, sino,
para quien esto firma, en la desbordante y graciosísima imaginación lingüística
que siembra el texto de ingenio y gracia en cada acto. A modo de ejemplo de lo
que pueden encontrar los lectores vayan estas muestras por delante de lo que en
el texto encontrarán, un texto que está a su disposición en las digitalizaciones
de Google.
Primero, la presentación de uno de los accionistas del diario, un redicho: ROZ.
(Por la derecha entran en escena don Adelfo Roz, Pastranita y Marhuenda. Adelfo
es un señor elegante, que usa barba gris, cuidadísima, y gafas de concha.
Cuando habla, se escucha, y no se aplaude porque siempre hay alguien delante.
Pastranita, su secretario, es un muchacho barbilampiño, pálido y escuálido) No me extraña: son similígenos. (Sin
mirar a Pastranita, que está detrás de él, le indica con el pulgar de la mano
derecha que debe inter- venir para aclarar el concepto. PASTRANA. (Como un eco,
sin mover un solo músculo, tieso, rígido.) Del
mismo género.... ROZ. Son dos tipos
igualmente asóficos... PASTRANA. (Como
antes.) Sin ciencia. ROZ. Acaros... PASTRANA. Sin
gracia. ROZ. Y arcadios. PASTRANA. Sin corazón. Y, en segundo lugar, un
breve repaso de las tan frecuentes como temidas erratas o gazapos de
imprenta: ROZ. (Sacando del bolsillo un
número del periódico.) Aquí está el
número de ayer. He señalado las erratas con palotes rojos, y vean ustedes que
en todas las planas hay palotes. (Lee.) "De
Antenas", que yo supuse era algo de la radio; pero no. (Lee.) "De Antenas, Grecia." GARCI. ¡Bah! Una ene... ROZ. ¿Y esta otra de la boda de mis sobrinos?
(Lee.) “Los nuevos esposos salieron para París. Deseamos a la feliz pareja todo
género de aventuras” GARCI. ¡Una
"a"...! ROZ. ¿Le parece a
usted poco? Una "a" diferencia al caballo del cabello. GARCI. Y al barro del burro, sí, señor. ROZ. Además, señores, y esto sí que merece una apaneresis... PASTRANA. Amonestación. ROZ. "Al ver el ladrón que iba a ser aplaudido por los guardias, sacó
una pistola y se levantó la tapa de los sexos." GARCI. Eso fué un lapso. ROZ. Un lapso... al cuello, amigo Garcillán. Y yo
pregunto: ¿Por qué se incurre constantemente en estas falencias? PASTRANA. ¿Errores? ROZ. ¿Es que el personal es
poco orsado? PASTRANA. ¿Versado?
GARCI. El personal, señor Roz, es orsado,
versado, adecuado, honrado, y está cansado, volado y jorobado de estar mal
pagado. CALA. Pues así estamos todos.
Se advierte, pues, que si algo no le falta a El Clamor, es esa creatividad lingüística que a través del sainete
creó, incluso, una suerte de argot chipén del madrileño castizo, por ejemplo, un
arte en el que Arniches destacó con verbo propio. La obra tiene algunas
referencias que me han llegado también al cogollo biográfico, porque, cuando se
planea la “resurrección” del secuestrado, y se piensa en un gran acto de “bienvenida”
al mundo de los vivos, se habla de la intervención de la rapsoda argentina
Berta Singerman, quien, a sus 27 años era ya la celebridad a quien yo fui a
ver, lleno de fervor poético, en una actuación en el Teatro Lara de Madrid con
15 años recién cumplidos y donde escuché por primera vez obras de Lorca, de
Neruda, de Machado, de Alberti, de León Felipe… en una interpretación que
entonces me pareció fascinante y que ahora sé que fue irrepetible. El Clamor,
así pues, es una obra, como digo, que bien merece los honores del reestreno, y
aficionados al teatro hoy que lo agradecerían de corazón y no tanto de
diafragma, porque garantiza las carcajadas.
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