Enfrentarse a la terra incógnita del duelo y tener valor para contarlo: una pudorosa ofrenda de amor más allá de la muerte.
Aun
no siendo un mariísta contumaz, siempre he apreciado lo mucho que sobre el arte
de novelar nos ha entregado Marías en sus obras, y sí que me convertí, andando
el tiempo, en seguidor fiel de sus brillantes columnas en la última página del
suplemento semanal de El País. Lo he leído desde Todas las almas, lo
cual significa que ha sido, la suya, una presencia intelectual cercana y
estimulante desde hace mucho. Ignorante de su enfermedad, la noticia de su
muerte me sorprendió y me «tocó», en la medida en que solo era dos años mayor
que yo. Desde la vitalidad cotidiana de a quien ni siquiera se le pasa por la
cabeza la desaparición, salvo por planteamiento retórico, narrativo o
reflexivo, la muerte súbita de Javier Marías fue lo que coloquialmente
describimos como «un palo», porque la cercanía que se consigue con los autores
a través de las columnas semanales es muy estrecha y deja huella, se convierte
en un interlocutor privilegiado, por experiencia, por formación y por capacidad
creativa. Si, además, respirabas políticamente al unísono con él contra la degradación
democrática que ha supuesto el paso del caudillo Sánchez por nuestra paupérrima
democracia, capaz de albergar la mayor mediocridad imaginable, el vínculo se
volvía casi «familiar».
Las
parejas de larga duración tienen códigos de convivencia muy propios y un ecosistema particular de
subsistencia especialmente ajeno a las uniones fugaces que no traspasan el
umbral de los quince años de convivencia sin quebrarse estrepitosamente, como
nos dicen las estadísticas que sucede en España. Parte de esos hábitos sería,
por ejemplo, un cierto pudor «declarativo»: «A ambos nos parecía una
redundancia decir con palabras lo que nos resultaba obvio, lo que más allá del
matrimonio nos mantenía unidos: que nos queríamos y queríamos estar juntos». A
ese respecto hay una dulce confesión en el libro que no revelo, porque leída en
su momento revela a su vez la complicidad que sustentaba su relación.
Carme López Mercader ha
sido la compañera, amiga y mujer de Javier Marías durante más de 30 años, y la
pérdida del seu home, como ella reivindica llamarlo, y el duelo
consiguiente, es el contenido de este último libro, así lo confiesa ella,
editora junto al seu home de Reino de Redonda, una editorial que solo
seguirá activa, ya, mientras genere ingresos para ir reeditando sus fondos. De
hecho, los beneficios de este último libro irán a la Fundación Javier Marías
para la investigación del impacto neurológico del SDRA. Como confiesa en el
libro, Carme López vivía ya muy ajena al mundo editorial, que había sido su
mundo, a pesar de mantener los contactos esenciales para poder seguir manteniendo
viva Reino de Redonda.
No
por el hecho de haber estado unida a alguien más o menos tiempo, el efecto
terrible de la perdida es más intenso, pero sí que desordena en mayor o menor
medida tu vida. Y ese choque brutal, y la inexperiencia y la ausencia de
brújula para moverse en la terra incógnita que se abre ante sus pies,
tras el fallecimiento de tu pareja, se suman para intensificar el desconcierto,
la tristeza y sufrir lo que la autora describe como «la inclinación del eje del
mundo cambia con la desaparición», porque todo, absolutamente todo, cambia. No
es lo mismo la vida sola que la vida en compañía de Marías. Es una obviedad,
pero, al tiempo, algo que los demás no acaban de comprender.
Este
libro de Carme López (solo he encontrado otra referencia suya. Unas misteriosas
pistas, un álbum ilustrado para primeros lectores) es un testimonio de cómo
ha vivido ella una experiencia para la que nadie, por más que se haya educado
en los clásicos del estoicismo, está preparado. Tengo en la memoria, muy
presentes, y están reseñadas en este Diario, las emotivísimas
narraciones de Julian Barnes, La pérdida de profundidad, de Fernando
Savater, La peor parte. Memorias de amor y de Francisco Umbral, Mortal
y rosa, como para no haber captado hasta la más mínima emoción que destila
un libro tan dolorido como este de Carme López Mercader.
Me
ha emocionado, muy particularmente, el estilo seco y directo, sin buscar la
floritura literaria ni las galas de la retórica, para comunicar lo que ella
describe como el dolor «feroz» que impide pensar y que la acompaña mientras
«Avanzas hacia el vacío y hacia esa nada que va a ser tu mundo sin él». No hay
manera de referirse a lo sucedido, sino con las palabras más comunes e
impactantes, aquellas con las que todos nos sentimos identificados: la
desaparición de con quien lo has compartido todo es «una catástrofe vital
absoluta». Sí, tal cual, sin paliativos. Y en esa situación límite, en la que
uno aún ni siquiera se ha orientado, mientras lucha con los «dragones» que los
antiguos cartógrafos decían que había más allá de esa terra incógnita,
la aspiración de la encarnación del dolor es nítida: «Los dolientes solo
queremos dos cosas: que nada de lo que ha pasado haya pasado y que nos dejen en
paz. Que no se fijen en nosotros, que nos permitan […] pasar desapercibidos».
¡Cómo se clava en quien ni siquiera se reconoce a sí misma, porque «la
identidad cambia con la pérdida», y la persona aún vive en una suerte de
robotización que le permite salir a paso de los gestos mecánicos del vivir
cotidiano, esa pregunta que nos parece inocua y se sufre como una carga
explosiva de profundidad: «¿Cómo estás?» «Esa pregunta a mí ha llegado a
sacarme calladamente de mis casillas. Lo que deseo: que nadie me pregunte nada,
que me ignoren». ¡Y lo que cuesta, en tiempo de duelo, preservar la propia
soledad donde seguir conviviendo aún con el fallecido, cada cual a su manera y
en función de cómo haya sido su convivencia a lo largo de los años!
Hay
una afirmación en el libro que me parece el fundamento que le ha permitido
escribirlo: «Creo que ambos supimos cuidar el sentimiento y la convivencia
durante el tiempo que nos fue concedido». He aquí una hermosa descripción del
único mecanismo que permite la longevidad en las relaciones amorosas: el
cuidado constante, permanente y la imaginación con que se ha de cultivar dicha
relación: el hábito es la negación de la vida en común, la imaginación que los niega,
su nutriente básico para que nunca se instalen en el seno de la pareja con sus
deletéreas monotonías. Y el respeto a la independencia del otro es una pieza
fundamental en esa relación de complicidad que requiere, como no puede ser de
otro modo, aficiones comunes que la sustenten: en el caso que nos ocupa los
viajes, el cine, la investigación erudita, el trabajo común… en suma, y como revela
Carme López que dijo Marías en una de sus obras: «El matrimonio es una institución narrativa».
Ellos lo hablaban todo.
La afición individual
exclusiva de Carme López es la travesía de montaña —Marías era, al parecer, un
acreditado urbanita…—, y en esa mezcla de deporte y esparcimiento aprendió
sobradamente que uno siempre ha de caminar a su propio ritmo, que no puede seguir
otro que no sea el suyo. Y esa lección se manifiesta en las muchas veces en
que, en este libro, se rebela contra los bienintencionados deseos delos amigos
que la incitan, ¡insensatos ignorantes!, a «rehacer» su vida. ¡Como si algo así
fuera factible para quien sufre la perdida tan duramente como ella lo describe:
«Hay momentos en los que sin querer se baja la guardia, y el duelo, siempre
alerta […] te asalta a traición, te derriba y te sacude entera como un pressing
catch de libro». Y no hay noche en que no se anhela que cese el dolor y que
se cumpla el viejo sueño de la afición de Marías a los fantasmas, como el
burlón que trata con la señora Muir: que haya una dimensión en que ambos se
encuentren, aunque haya ella de vencer los sólidos prejuicios racionales que le
impiden aferrarse a esa esperanza.
De sus veladas compartidas, recuerda Carme López un diálogo
entre un viejo indio y una mujer blanca en una película: «Mi espíritu está
dentro de ti y el tuyo dentro de mí», y a mí me ha venido a la memoria, y con
él cierro esta respetuosa intromisión en el duelo ajeno, uno de mis pozaforismos:
«Te intuyo»,
dijo, como absoluta declaración de amor…
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