El Eusebio de Pedro Montengón: La educación
según los ideales de la Ilustración.
No es
todo amor puro el que sentimos por los hijos, Leocadia. Lleva mucha liga de
amor propio y vanidad. A las veces nos amamos más a nosotros que a los mismos
hijos. Tiene también sus vicios el amor paterno, y el principal entre ellos es
el que nos incita a condescender con lo que muestran querer los niños, temiendo
darles que sentir si se lo negamos. Así los hacemos viciosos y mal criados. La
naturaleza engendra al hombre sin antojos, sin ansias, sin deseos, fuera de los
que contribuyen a la conservación de su ser. Todos los demás se los infunde
nuestro ejemplo, se los fomenta nuestro vicioso amor. Nosotros somos los que
los cargamos de nuestras pasiones.
Pedro
Montengón. Eusebio.
Cualquier historia de la literatura suele tener galerías
subterráneas por donde solo se internan quienes llevan en la frente la linterna
polifémica de la desmesura lectora,
quienes, como confesaba Cervantes de sí mismo, leen hasta los papeles
que se encuentran por la calle, y que recogen con la esperanza de hallar en
ellos, como le pasó a su narrador del Quijote,
la puerta de acceso a una historia extraordinaria. Pedro Montengón (1745-1824)
es un autor cuyo nombre nada les dirá a los aficionados a la literatura o a la
cultura española. Eusebio es el
título de una novela que menos aún les dirá a los cofrades de esa secta
minoritaria que hace de la lectura de los clásicos un objetivo vital preeminente.
Sin embargo, en su momento, cuando fue publicada, entre 1786 y 1788, porque se
trata de una obra extensa, cuatro volúmenes, el Eusebio tuvo una fama que,
medida en número de ejemplares vendidos, 70.000, deja palidísimos a muchos
libros de éxito modernos que no pasan de los 20.000, y fue considerada como el Emilio español, es decir, una novela pedagógica que podía competir con la de
Rousseau en cuanto a la innovación de los métodos educativos expuestos y los
fundamentos racionalistas de sus planteamientos filosóficos. Ello nos asegura
que, entre la hojarasca abundante de su estructura folletinesca, podemos
rescatar no pocas ideas cuya actualidad
puede incluso resultar sorprendente, dada la venerable edad de esta novela.
Su autor, Pedro Montengón, fue
un alicantino inducido por sus padres a ingresar en los jesuitas contra su propia
voluntad, sufrió la expulsión de España
de la orden, si bien, en su condición de novicio, protestó por el hecho de que
hubiera sido considerado un miembro de la orden y se le obligara a ir al
exilio. Dos años después de la expulsión, abandonó la orden, no sin haber
escrito algunos opúsculos en que la ridiculizaba. De su espíritu ilustrado es
buena muestra el Eusebio del que aquí
hablo, pero también lo es el hecho de que Carlos III le concediera una pensión
para compensar, doblándosela, la que los jesuitas le retiraron tras las
publicaciones en que arremetía contra antiguos compañeros de orden, sus métodos
pedagógicos y su cerrazón peripatética, y ello en virtud de sus méritos
literarios. Sus compañeros de orden, por su parte, promovieron ante los inquisidores
que fuera declarado hereje. Lo cierto es que su novela no pasó la censura de la
Inquisición y se vio obligado a publicar un Eusebio
“expurgado y corregido”, tras haber sido condenada labra por la Inquisición en
1799.
Un capítulo interesante de la historia
del Eusebio, es el calvario judicial
que tuvo que pasar Montengón para poder disponer de los derechos de su propia
obra, que explotaba el impresor Sancha, quien, queriendo
arrancarme de las manos este pedazo de pan que me cuesta
mucho sudor y fatiga, según alega el autor en el proceso para garantizarse
los derechos de la nueva versión “enmendada y corregida” del Eusebio,
reivindicaba sus derechos por tratarse, sostenía el impresor, de la misma obra
que él publicó antes de ser prohibida por la Inquisición.
Desde esta perspectiva bien puede ser considerado un abanderado de la lucha por
los derechos al copyright de los creadores contemporáneos, en estos tiempos en
que el ideal del “todo gratis”, y sobre todo la cultura, no permite valorar aún
el daño irreparable que se le puede estar infligiendo a la creación artística.
Eusebio es una novela pedagógica, pero también de
formación, precedente, salvando las distancias, del romántico bildungsroman
goethiano. Adopta la forma narrativa de una novela bizantina, llena de
aventuras, viajes, malentendidos, anagnórisis y con una historia de amor siempre a pique de no poderse
consumar por el tejido de lances sorprendentes que dilatan el momento del
reencuentro de los enamorados. Hay en ella no poco de folletín, en la medida en
que la herencia juega un papel importante para devolver al náufrago su perdida
posición social, casi como una recompensa de la virtud alcanzada mediante las
enseñanzas de Hardyl. Este esquema narrativo sirve de vehículo para que los dos
personajes fundamentales, el ayo y el discípulo, Hardyl y Eusebio, desarrollen
ante los ojos del lector las virtudes de un método educativo que, como en la
novela de tesis, será puesto a prueba mediante las adversidades que ambos han
de sufrir antes de que la virtud sea recompensada. Hay largas secuencias
teóricas, discursos llenos de meandros inacabables sobre los grandes temas de
la humanidad, si bien todos ellos no tienen otro objetivo que el de la mejor formación del
joven náufrago que es recogido en las costas de Usamérica y dado a una familia
cuáquera para ser educado. Su padre adoptivo, Jorge Hardyl, de origen español
(al final sabremos que se trata nada menos que de su tío), y cuyo nombre es
referencia explícita a la dureza del aprendizaje, se encarga de instruirlo para convertirlo en un hombre virtuoso.
Vamos a seguir durante un rato, los hitos fundamentales de ese proceso, porque de
él se derivan algunas curiosidades que no está de más recordarlas, porque
pueden ilustrarnos sobre el fracaso escolar de nuestro sistema educativo.
Frente al disparatado renacentismo que está
en el origen de las concepciones escolares de quienes “desgobiernan” la
educación en España, Hardyl le impone a Eusebio en primer lugar el aprendizaje
de un oficio como la sólida base sobre la que construir una educación que
incluya las áridas disciplinas abstractas. Lo inicia en la cestería, y hasta
que no se ha convertido en un eficiente artesano, no comenzará a guiarlo por
otros conocimientos indispensables para su formación como la moral estoica a
través del estudio del Enquiridión,
de Epícteto. ¡Cómo choca contra nuestros delirios de grandeza escolares que los
niños comiencen por dominar un oficio! ¡Y cuán necesario es que todos los
alumnos pudieran descubrir los muchos caminos que le abren a una persona en la
vida la inteligencia práctica y la
habilidad manual, en vez de estar encerrados,
sin entender ni jota, con la teoría durante seis horas al día!
Hardyl es un enemigo de la condescendencia para con los
hijos, fuente de todas las desgracias,
porque en modo alguno contribuyen a fortalecer el carácter de los niños ni a
forjar la asunción de responsabilidades. A través de Epícteto y su ideal de la
vida serena, austera y virtuosa, Hardyl enseña a Eusebio a desconfiar de la
maldad de los hombres, una perversión de la bondad natural con que nacen, si
bien le insta a tener compasión de los malvados e indiferencia hacia sus
maquinaciones: A la desgracia, haz concha
de galápago. De hecho, cuando Eusebio llegue él mismo a tener hijos, querrá
que se eduquen en su primera infancia en el campo, porque la concepción
rousseauniana de la virtud de la naturaleza impregna la concepción de la
persona que se expone en el Eusebio: La
naturaleza no edificó ciudades, donde los hombres, reducidos en sociedad se
apartaron de sus primitivas leyes, y estragaron su ser. Sus mejores
instituciones no hicieron sino avivar más sus pasiones, que engendraron todos
los vicios. Lejos de encontrar la dicha en el concurso y afluencia de sus
semejantes, agravaron sus males y desazones. Las riquezas mismas acrecentaron
su pobreza, y sirvieron de preciosas cadenas a su esclavitud, así pública como
privada. Montengón defiende el
contacto con la naturaleza como la mejor y más auténtica escuela en la
que se puede forjar el conocimiento y la virtud del ser humano: Yo no pretendo que el niño sea toda su vida
labrador, sino que lo sea hasta su mocedad, y hasta que haya aprendido la
labranza. Esta debiera ser el empleo de todos los hombres, ella será el primero
de nuestro hijo, como el campo será su primera escuela. Salga el que quiera y
muestre si hay colegio o seminario en la tierra más útil y provechoso para el
hombre: en él no aprenderá a la verdad las fútiles artes y ciencia que en
aquellos se enseña, pero tampoco se le pegarán los más fuertes vicios de la
juventud. El acercamiento a la naturaleza, el hecho de saber leer en ella
cómo sobrevivir, empapándonos de cuantos ejemplos morales podemos extraer de
ese contacto, tiene una actualidad sorprendente. Esta visión de Montengón del
ser como hijo de la naturaleza, cuyas leyes ha de respetar la persona, entronca
con la visión ecologista del planeta y los modelos holistas. Que Eusebio quiera
educar a su hijo Henriquito (sic) en contacto con la naturaleza no deja de ser
un homenaje a Hardyl, que le había enseñado a cultivar sus propia verduras y a
sembrar las semillas de las frutas que comía. O, puesto en boca de Hardyl: Luego
que se elude y altera el orden de la naturaleza se altera y corrompe la moral.
Paralelamente, Hardyl enseña a Eusebio a nadar: remedio de
su salud en muchas destemplanzas. El cuerpo se corrobora y fortalece con el
baño. Hardyl le recomienda el baño de mar diario como prevención de
enfermedades, lo cual nos recuerda el éxito reciente de la talasoterapia, los spa y los balnearios, además de una
preocupación integral en la que el deporte, y sobre todo el completísimo de la
natación, ocupa un lugar fundamental. La inquina de Montengón contra la vida
muelle se refleja perfectamente en esta opinión suya contra la inactividad a la
que tan dados son muchos españoles actuales: Ves en
esos mismos un dibujo grosero de la felicidad que se forman los mundanos:
beber, comer, algazara, alegría, buena vida como dicen, pareciéndoles que con
esto matan los cuidados y desazones de sus ánimos; sin echar de ver que eso es
querer matar la lumbre con azeite..
Por lo que se refiere a la verdadera instrucción, Hardyl
comienza por la ética y entre las posibles por la muy exigente del estoicismo,
adoptando el Enquiridión de Epícteto como, literalmente, un vademécum, “va conmigo”, donde hallar refugio permanente contra las
adversidades e incluso contra la próspera Fortuna, de modo que la persona nunca
pierda de vista el justo medio ilustrado que le garantice la estabilidad frente
al vendaval de las pasiones, los deseos y la insensatez de las ambiciones
humanas. Montengón comienza la educación por la adquisición de la expresión y
propone como modelos los poéticos de los Argensola, de Garcilaso y de Fray Luis
de León y los prosísticos del Lazarillo, Cervantes, Quevedo y Mateo Alemán. Al parecer
de Montengón, muchos hay que hablan
excelentemente su lengua, y que sin embargo no saben escribirla. Parece que la
pluma zambulle en el tintero todas las gracias y pureza de su elocución.
Esta distinción entre dos habilidades bien diferentes prácticamente ha
desaparecido de los planes de estudio actuales, en los que un mediano uso
oral y una desoladora pobreza escrita
pasan por competencias básicas “suficientes” para nuestras autoridades, y de
ahí las alarmas que se han disparado en las universidades respecto de la
incuria expresiva de las últimas promociones. Eusebio ha de aprender también el
griego y el latín y Hardyl deja para el final la Historia, pues pide más maduro juicio y criterio del que
suelen tener los muchachos que la suelen aprender. Todo lo contrario de a
lo que aspiran las neoestalinistas autonomías gobernadas por nacionalismos secesionistas
que no solo reescriben su Historia, sino que lo primero que pretenden es
inoculársela a los educandos que dependen de su acción educoalienadora autónoma.
Eso sí, de lo que
está convencido Montengón, y es verdad
de verdades que nuestros legisladores olvidan, es de que poco o nada se aprende de mala gana, que es la situación actual de
tantísimos jóvenes obligados a recibir una educación que rechazan en vez de
formarse en un oficio. No ocurre lo mismo con la filosofía, ya que, como expone
Hardyl en las páginas de la novela, cuanto
más medito los sentimientos del corazón del hombre, tanto más echo de ver que
él mismo es el que se fabrica todos sus males; principalmente los del alma, y
estos mismos se le hacen los más difíciles de vencer por la falsa opinión que
los acrecienta, siendo así que son los más fáciles de destruir destruyendo esa
errónea y engañada visión. Este es el fin que nos propone la filosofía: la
perfección y bien del alma, desarraigando de ella las falsas ideas y
sustituyendo estas por las de la sabiduría que no son otras que las de la
naturaleza perfeccionada de la razón. Todo un programa educativo, como se
advierte, centrado en la formación de la persona, porque frente a las tinieblas de la ignorancia, el sabio no padece injuria.
A pesar del supremo concepto que tiene Hardyl de la
naturaleza como realidad máxima de la que se derivan casi de forma inmanente la
verdad de la razón y de la fe, hay en Hardyl una visión realista de la persona
y de la sociedad que contrasta con la sacralización que lleva a cabo Rousseau
del mismo concepto: Ninguno conoce mejor
al hombre que el que se precave de él, nos dice, evocando el proverbio de
Sem Tob:
Ca tal
es çiertmente /el omre comm’ el vado:/reçélanlo la gente/ante que l’han passado.
Y no olvida
que La naturaleza sigue el hábito de la
inclinación, según las dobleces que éste toma. De ahí su convicción de que la razón es clara. La vanidad todo lo corrompe. Por eso el principio de temor que generó en su día la
creación de la religión claudica ante la paz y la serenidad que ofrece el estudio: Ninguno teme menos que aquel que más reflexiona. Toda esta
propedéutica desemboca en una concepción de la existencia que se ajusta al
imperativo estoico de los principios de Epícteto que siempre debemos llevar
presentes: no te afanes en desear lo que no depende de ti el conseguir, ni ames
demasiado lo que, conseguido, puedes perder con dolor si lo pierdes, el
corolario de todo lo cual es la confianza en la razón y en la duda como método: Me acuerdo de haber oído en una comedia
española: ‘De las cosas más seguras, la más segura es dudar.
No quiero
acabar sin destacar, aunque sea a título anecdótico, la mención que se hace en
el Eusebio de la novela El nuevo
Robinsón, del alemán Joachim Henrich Campe (1746-1818), traducida por Tomás
de Iriarte, que fue uno de los grandes
éxitos de la literatura infantil del XVIII, y que bajo el subtítulo de Historia moral reducida a diálogos para instrucción y
entretenimiento de niños y jóvenes, se ajusta, como empresa creativa, a una
petición de Rousseau, quien recomienda en su Emile que alguien rehaga la historia de Robinson para poder emplearla como medio para instruir a los niños
sobre sí mismos y la sociedad. Es evidente, por lo expuesto con anterioridad,
que la situación de Robinson se ajusta a
las doctrinas rousseaunianas sobre el
estado natural del hombre. Campe sigue al pie de la letra los consejos de Rousseau y escribe un
superventas que le permite vivir con comodidad el resto de su vida. Es obligado recordar, en todo caso, dado el tema central de
la novela de Montengón, el valor “ejemplar” que le concedía al Robinson de Defoe el mayordomo de La piedra lunar, de Wilkie Collins,
Betteredge, quien hallaba en sus páginas una guía de conducta para cada
situación cotidiana. La estructura catecumenal del libro y ciertas reliquias
expresivas, con una ñoña retórica ilustrada de manual del buen hijo, ciudadano,
etc., alejan este Robinson de Campe
de las costumbres lectoras de nuestro presente, pero tal vez una nueva versión,
despojada de ese lastre, hiciera de esta obra una lectura que, tres siglos
después, pudiera volver a tener su lugar entre los jóvenes lectores.
Tengo una comedia antigua de tres actos titulada La virtud perseguida y premiada ó Eusebio y Leocadia en Salem. Esta comedia es de Pedro Montengón?
ResponderEliminarPues no sabría decirle. Entre sus obras no figura, desde luego. Cabe la posibilidad de que se trate de una adaptación teatral de una parte de la novela, aunque ignoro a quién pueda deberse.
ResponderEliminar¿ cuáles son los personajes principales en Eusebio y sus papeles?
ResponderEliminarLa naturaleza engendra al hombre sin antojos, sin ansias... Nosotros (el sistema educativo - padres y escuela) somos los que los cargamos de nuestras pasiones (y defectos).
ResponderEliminarFrente al disparatado renacentismo que está en el origen de las concepciones escolares de quienes “desgobiernan” la educación en España, Hardyl le impone a Eusebio en primer lugar el aprendizaje de un oficio como la sólida base sobre la que construir una educación que incluya las áridas disciplinas abstractas. ... ¡Cómo choca contra nuestros delirios de grandeza escolares que los niños comiencen por dominar un oficio! ¡Y cuán necesario es que todos los alumnos pudieran descubrir los muchos caminos que le abren a una persona en la vida la inteligencia práctica y la habilidad manual, en vez de estar encerrados, sin entender ni jota, con la teoría durante seis horas al día!
Las riquezas mismas acrecentaron su pobreza, y sirvieron de preciosas cadenas a su esclavitud, así pública como privada.
(...) los planes de estudio actuales, en los que un mediano uso oral y una desoladora pobreza escrita pasan por competencias básicas “suficientes” para nuestras autoridades... Eusebio ha de aprender también el griego y el latín y Hardyl deja para el final la Historia, pues pide más maduro juicio y criterio del que suelen tener los muchachos que la suelen aprender. Todo lo contrario de a lo que aspiran las neoestalinistas autonomías gobernadas por nacionalismos secesionistas que no solo reescriben su Historia, sino que lo primero que pretenden es inoculársela a los educandos que dependen de su acción educoalienadora autónoma.
No te afanes en desear lo que no depende de ti el conseguir, ni ames demasiado lo que, conseguido, puedes perder con dolor si lo pierdes...
De las cosas más seguras, la más segura es la incertidumbre.
Esto escribía Vd. en 2013, ya estamos en 2024 y notoriamente seguimos descendiendo..., pero hay que admitirlo, lo único seguro de la vida es la incertidumbre. Salud.