¿Matar a Sócrates?
El filósofo que desafía a la ciudad:
Un auténtico enquiridión para el político actual. Filosofía, política y
filosofía política en la vida y muerte de Sócrates, el antimisólogo por excelencia: el seductor desafío del pensamiento.
Gregorio Luri, polígrafo ameno de
provechosas lecturas (él las suyas y nosotros las de sus sobras), acaba de
publicar un libro de máxima actualidad que puede convertirse, y así deseo que
ocurra, en el más relevante y pertinente ensayo político que se haya publicado
últimamente. El pretexto es un desafío que nos convierte en jueces: ¿Matar a Sócrates (el filósofo que desafía a
la ciudad)? El contenido del paréntesis actúa como subtítulo, en el libro,
pero yo lo incluyo en la pregunta como parte de la etopeya del pensador
ateniense cuyo proceso por corrupción moral nos expone el autor con la
intención de que, una vez provistos de las claves pertinentes, nos convirtamos
en jueces de una vida y una obra de la que sólo indirectamente, por la obra de
sus discípulos y admiradores, nos ha llegado noticia. La generosidad de Luri
solo es comparable a su dedicación académica y a la sagacidad de su labor
intelectora, porque, basándose en cuantas informaciones puedan ayudarnos a
entender aquel célebre suceso, quizá la más importante cause célèbre de la Historia, el autor tiene a bien no solo
plantear los ejes básicos que nos permitan comprender la persona y la obra de
Sócrates, tan disolventes socialmente ambas, sino, sobre todo, los fundamentos
de una filosofía política utilísima para comprender nuestro presente. De hecho,
ahora que se acercan las escuelas de verano de los partidos políticos para la
formación de sus cuadros, lo que deberían hacer es convertir este libro en
lectura obligatoria y dedicar el curso a la serena reflexión sobre el mismo,
primero, y, después a un escrupuloso comentario del contenido, en el bien
entendido de que no agotarían sus muchas y ricas posibilidades de comentario.
El libro se nos presenta como una
novela de juicio, algo así como el género cinematográfico de tribunales, con
obras tan conseguidas como Testigo de
Cargo o Doce hombres sin piedad.
A Sócrates le sobraron ambos: testigos de cargo y jueces piadosos que condenaron
acerbamente su supuesta impiedad. A partir de las fuentes principales en que se
recoge el proceso de Sócrates, Gregorio Luri construye una apasionante
narración filosófica que incluso consigue crear un pathos con tal maestría que
hasta lo que ya sabemos que es histórico, se nos presenta como susceptible de
haber sido una historia engañosa, apócrifa, lo que permitiría, para gozo del
lector, una reescritura “gloriosa” del destino del filósofo más controvertido
de la Historia de la Filosofía. La sensación es la misma que tuve no hace mucho
en el cine, al contemplar la película franco-alemana Diplomacia, de Volker Schlöndorf, cuya trama (un apasionante diálogo, por cierto, de 80 minutos) gira
en torno a los intentos de un diplomático francés para disuadir al general
alemán que gobierna París de no cumplir la orden de destruir la ciudad en el
momento de retirarse. Del mismo modo que se celebra retórica y patéticamente con
un profundo alivio, por parte del espectador, que la ciudad no vuele, algo que
ya conoce; así he asistido al desarrollo del proceso ateniense a Sócrates, con
la esperanza de descubrir un nuevo relato que “salve al soldado Sócrates”, si
bien lo que hace Luri es dar sobrada y abastecida razón no sólo del porqué de
la condena, sino, y es lo más importante, de la conformidad con ella que guio
el comportamiento del viejo filósofo, impecable y coherente defensor de la politeia ateniense, como veremos más
tarde. Si de Edipo Rey siempre se ha dicho que es la primera obra policiaca de
la literatura, Gregorio Luri ha dispuesto su libro como una investigación forense
para establecer con claridad no sólo cómo se desarrolló el más famoso proceso
criminal contra un filósofo en la historia de la humanidad sino para
desentrañar la doctrina filosófica que acabó llevando a su autor a ser
condenado a muerte por impiedad. Para ello, Luri ha revisado los textos
canónicos básicos del socratismo y, guiado por su impecable dominio de la obra
de Platón, por cuyos diálogos se mueve como Maquiavelo por la politología…, ha
logrado entreverar un repertorio de asuntos filosóficos que constituyen el
meollo del discurso político, una “acción” hermenéutica inspirada, sin duda, en
su maestro Leo Strauss, porque lo que le hemos de agradecer a Luri es su
inteligente lectura de Platón, su capacidad para obligarnos a reconsiderar no
pocas de nuestras precarias convicciones a la luz de esas lecturas, como todo
lo relativo a la politeia ateniense,
de donde emerge un auténtico tratado de filosofía política que ningún político
en activo debería dejar de leer con suma
atención.
El libro es una defensa cerrada de un
género inventado por Sócrates y consagrado por Platón: el diálogo, un género en el que se ve el pensamiento en acción
formando parte del panta rei, de esa
vida corriente en la que se inserta para reflexionar sobre la naturaleza, la ley,
el lenguaje y el alma en el seno de lo que Luri denomina politeia: el marco político sine
qua non de la vida común. De hecho, el autor confiesa en los primeros
compases de su melódica indagación procesal la profunda vocación pedagógica y
straussiana con que ha escrito su libro: Este
libro ha sido escrito con la intención de mostrar que nos comprendemos mejor a
nosotros mismos cuando constatamos que muchos problemas del presente están bien
iluminados por la luz que procede del pasado.
Es sorprendente la naturalidad con
que Luri introduce en su discurso las citas que nos permiten comprender mejor
las ideas de las que esté tratando. Esa naturalidad se opone a la
artificiosidad de quienes tiran de cita “de oídas” en que Luri tira de ellas
“de leídas”, lo cual no solo permite su idónea articulación en el discurso,
sino que garantiza al lector una persuasiva coherencia del discurso difícil de
alcanzar en el primer caso, cuando se advierte que los textos de donde han
salido aquéllas no forman parte del campo de interés intelectual del autor.
El estilo de Luri presenta en este libro una tendencia
al estilo sintético, lacónico, que, influido por su conocida imclinación
aforística –de aquí a espero que bien poco saldrá su colección de aforismos titulada
Aforismos que nunca contaré a mis hijos–
nos ofrece un curso abreviado de síntesis filosófica y no pocas verdades
contundentes, de las que tunden el espíritu y lo alisan para apercibirse del
verdadero significado de lo real. Valga como ejemplo esta fulgurante taxonomía
escogida al azar: En el origen está el
tabú. En la crítica del tabú está la filosofía. En la piedad hacia el tabú, la
filosofía política.
Esto último es lo que ha escrito, con
el pretexto del proceso a Sócrates, Gregorio Luri: un magnífico y provechoso
ensayo de filosofía política. Ha “leído” aquel proceso con insólito rigor y
caudaloso saber, ajeno a lecturas “emocionales” e incluso crísticas, como la célebre
representación pictórica que hizo David de la muerte del filósofo, y ha
intentado comprender el significado de una denuncia como la que sufrió el
filósofo, evitando una maniquea y beata lectura actualizadora que simplifique,
con nuestros endebles conceptos de política mercadotécnica actual, la trascendencia
de aquel proceso. No estamos, pues, salvo indirectamente, ante un libro de
filosofía, sino ante un libro que se acerca a la política desde un hecho civil
que ha de ser esclarecido para poder entenderlo y sacar las enseñanzas
correspondientes. En el enfrentamiento entre Sócrates y Atenas se sustancian
aspectos políticos fundamentales que afectan tanto al individuo como a la
sociedad. Es imprescindible tener conocimiento de la verdadera naturaleza de
ese enfrentamiento para determinar, por otro lado, el papel de la filosofía en
la sociedad y las prerrogativas de la político como expresión de lo “nuestro”
de un nosotros que ha de defenderse de la agresión que supone la interpelación
del filósofo libre que mira más hacia la verdad que hacia lo bueno establecido por
la comunidad. Como recoge Luri de Hobbes: La
autoridad, no la verdad, hace la ley. La tensión entre lo colectivo y lo
individual, entre la búsqueda de lo bueno y la del bien, entre la búsqueda del
nosotros y la del yo, articula, por más que esto lo simplifique, el contenido
del libro, que contiene un retrato de Sócrates y de su filosofía, una filosofía
que parte del mandato original que a Luri le parece la quintaesencia de la
filosofía griega: atrévete a pensar. Y aunque está emparentado con el sapere aude de la Ilustración, a lo
largo del libro iremos viendo las sutiles diferencias entre uno y otro momento
del pensamiento occidental, porque con sabias cuentagotas Luri establece un
diálogo esclarecedor entre el socratismo y la filosofía que arranca de su
singular actitud filosófica.
Son tantos los centros de interés de
esta indagación sobre la posición de Sócrates frente a la ciudad y el deber de
ésta de preservar su politeia para
evitar el desmoronamiento de la misma, que podría estar aduciendo citas durante
no menos de 25 páginas, lo cual indica bien a las claras lo que ya adelantaba:
este tratado de filosofía política es un auténtico libro de texto con el que combatir la misología que parece haberse
adueñado de nuestras sociedades, en las que el diálogo en busca de la verdad se
ve, forzosamente, como algo extraño al agitprop de las imposiciones ideológicas
que sufrimos a diario. No es extraño, en consecuencia, que el filósofo acabe
siendo un ser marginal, alguien que ha de sobrevivir fuera del sistema, como lo
comprendió Platón, nos dice Luri, cuando decidió filosofar en la Academia,
lejos del ágora, del corazón de la ciudad.
Quisiera centrarme, con brevedad, que
el calor aprieta, y ya para acabar esta invitación a una lectura que no
defraudará a nadie y enriquecerá a todos sus intelectores sin excepción, en el
concepto capital del libro: la politeia.
La politeia (nuestra politeia) concede a una comunidad política un estilo, una estética (una
sensibilidad), unas ilusiones, una manera de situarse en el mundo e, incluso,
una manera de reír, de llorar o de rezar. Cicerón tradujo este sustantivo
griego por res publica. (…) Gracias a
ella la gente es un pueblo. Por eso nunca encontramos gente que solo sea gente,
vayamos a donde vayamos, sino –por utilizar la expresión aristotélica– animales
políticos. La gente desnuda no existe. Lo que existe es la gente vestida
(educada) por una politeia. Por eso
mismo el autós de la autonomía es menos autónomo de lo que supone. Cuando el
proceso educativo de la politeia se
transforma en algo vivido, nos encontramos con lo que Nietzsche llama una “segunda
naturaleza”, es decir, con la verdad construida políticamente. (…) La segunda naturaleza
no nos pertenece más que como verdad construida. Pero una vez que se toma
conciencia de este hecho se nos abre la posibilidad de una cierta reconstrucción
autónoma de nosotros mismos. (…) Me atreveré a decir que la politeia es el arte de hacer bailar a una comunidad política
al son de una música que sólo los miembros de esa comunidad creen oír. (…) Lo extranjero
es extraño por la sencilla razón de que el de afuera del grupo ve los
movimientos de los que bailan, pero no oye la música que los mueve. Desde este
punto de vista, el desarraigo (especialmente el filosófico) es el fenómeno
humano que nos hace extranjeros de nuestro grupo. (…) En definitiva, lo que la Politeria le dice a
Sócrates es que, tanto política como filosóficamente, su deber es cumplir con
su deber. Y se cumple con él obedeciendo a lo que nos permite ser lo que somos.
Aquí nos aparece de nuevo la relación entre legalidad y legitimidad. Se trata
de saber si el ciudadano está legitimado para incumplir la ley que le parece
injusta o si no hay otra legitimidad que la que emana de las mismas leyes. La
Politeia lo ha dejado muy clatro: la ley se reforma legalmente. (…) Más allá de
la ley lo que se encuentra es la naturaleza.
Estoy convencido de que quienes hayan
leído con detenimiento, con esa lectura lenta que exige la lectura filosófica
(¡cualquier lectura, en realidad!) y que el autor defiende con una persuasión a
la que, sin embargo, le cuesta llegar con provecho a sus destinatarios: Lectura lenta y filosofía no son lo mismo, pero
se parecen mucho y sin el hábito propedéutico de la primera, no parece nada
fácil practicar la segunda, habrán identificado problemas de insospechada
actualidad en nuestra sociedad, y cuya elucidación nos llevaría, como mínimo,
la misma moderada extensión que tiene el libro de Luri. Ese fragmento
construido con retazos íntimamente ligados del discurso del autor, nos remite a
la definición de Platón de la politeia
como una “noble mentira”, lo que enseguida me ha traído a la memoria la novela San Manuel Bueno, mártir de Unamuno,
helenista él, por cierto: Lo que defiende
Platón en el Critón y en la República es que toda comunidad para ser comunidad
necesita educarse en una politeia. Y solo en una, para que pueda ser posible
hablar de “lo nuestro”. Pero “lo nuestro” es una verdad construida que en
último extremo, pretende hacer creer a los individuos que las diferencias que
encuentran entre ellos son menores que sus similitudes; que son un pueblo, una
nación, un sentimiento y un sentido y que su historia se puede explicar como
poesía nacional. A la verdad construida que la politeia hace posible, Platón la
llama “noble mentira”.
Es
este de la politeia un tema más que polémico y sobre el que Gregorio Luri ha
reflexionado a menudo. No he leído Por
una educación republicana, pero por las reflexiones que prodiga Luri sobre
el tema me inclino a pensar que la politeia
tenga que ver con esa virtud del “deber”, de hacer lo que se debe como parte
del sistema social que nos permite ser quienes somos y lo que somos. Es curioso
que a Sócrates se le proponga hurtarse a la condena a muerte y que él adujera
el sinsentido de tal propuesta por lo que tendría de vulneración de las leyes
que han preservar la existencia y la supervivencia de la ciudad donde todos los
ciudadanos construyen sus vidas, y algunos, como él, incluso la pierden.
Hay
en la construcción de la autonomía personal, de nuestra libertad individual, un
peaje ineludible que hemos de pagar a la sociedad que nos permite construirla, pero
no es menos cierto que una democracia moderna difícilmente puede asentarse en
esa comunión del relato único que garantiza la cohesión del grupo y su
supervivencia, si bien el cumplimiento de las leyes es, por decirlo así, la frontera
intraspasable, más allá de la cual, como dice Luri, gráficamente, solo está la
naturaleza.
No
quiero dejar de señalar el interesante debate que promueve el autor a partir de
su manifiesta animadversión a lo que él denomina el “hombre terapéutico” en
tanto que opuesto al “hombre político”, al zoon
politikón aristotélico. Como Luri nos
dice: Si para Descartes sabemos que
existimos porque pensamos, para el hombre terapéutico, la confirmación de su
existencia la encuentra en sus emociones. En esta apreciación, el
infatigable debelador de la paparrucha contemporánea de las inteligencias
mútiples, coincide con un planteamiento tan acertado como el de Psicopolítica
de Byung-Chul Han, que habrá leído con delectación, imagino.
Y
me rindo, para no rendir a los sufridos intelectores a quienes, en todo caso,
espero haber convencido de la “necesidad” de leer este breve tratado de
filosofía política que tanto hará por llevarnos del culto a las opiniones al
cultivo de las ideas, más arduo, pero infinitamente más placentero.
Muy interesante este texto y no solo recomendable para los políticos , casi tendría que ser obligatorio en Bachillerato: cuando los muchos ya comienzan a tomar conciencia de que son parte y culpa de la sociedad que les toca vivir...
ResponderEliminarLa autoridad,no la verdad,hace la ley
Muchas gracias por compartir estas reflexiones.
Un saludo y espero que el calor no le agobio.
Pues no voy a mentir, porque me ha agobiado de lo lindo y, mientras escribía esta entrada, se me iba el hilo al ovillo, el ovillo al gato y corre corre que te pillo, aquí te cojo y aquí hay para rato...; pero, al final, solo gana quien resiste, como bien se sabe. Espero no haber acabado con la resistencia de más de algún intelector o intelectora. ¡Y la de asuntos que me he dejado en las hojas de apuntes del libro, veinticinco...! Casi estoy por decir que es un libro que sería bueno leerlo "al alimón" con alguien querido, para poder ir comentándolo sobre la marcha en distendidas paradas digresivas...
Eliminar...agobie,- perdón
ResponderEliminarNo hay mayor desafío que el de ser juez.
ResponderEliminarSaludos
De forma marginal, como suelen acudir al juicio algunas de sus más duraderas conexiones, tu alusión, apenas asperjada, a la obra de Byung-Chul Han me ha hecho ir de la «psicopolítica» a la necesidad de recuperar Brazil, la kafkiana y visionaria película de Terry Gilliam, para desmembrar los postizos tenaces del mundo actual; compárese, pongo por caso, el análisis del Big Data, ápud Han, con la finalidad de Obtención de Información en la distopía cinematofráfica de Gilliam. No en vano, y no solo por sus innegables revelaciones, estamos ante una de las obras creativas de elocuente simbolismo para todo aquel que, desde el refugio amenazado de su interioridad, experimente con horror el descenso colectivo en el Hades.
ResponderEliminarMuy bien vista, la película y la conexión. En su momento, "Brazil" me deslumbró, y, después, "El rey pescador", me pareció una película logradísima. La información y, sobre todo, la ausencia de ella, es el más poderoso mimbre del poder, sin duda. De ahí el lugar de privilegio que ocupan los espías en la historia de la humanidad y el interés popular que despiertan sus andanzas...
EliminarMe gusta ese concepto, sencillo a la par que exacto, de los mimbres del poder. Da buena idea de un hecho que no siempre se percibe en toda su gravedad tras las pequeñas, pero deslumbrantes ventajas que ocasionan al usuario: las nuevas tecnologías de comunicación vienen a perfeccionar funciones antiquísimas relacionadas con el mapeo y afán de control de la población.
ResponderEliminarEn cuanto al ensayo de Luri, que no he leído y del que no comenté nada, obligado es decir ahora que tu recensión, como suele ser habitual con cada legajo llegado a estas costas, abre puertas a la reflexión que de otro modo hubieran pasado desapercibidas, al menos para mí.