Si escribir en España ha sido
siempre un larriano llorar constante, ello se ha debido a que leer en España ha
sido noble y alegre heroicidad de inmensas minorías educadas en el amor al
pensamiento y al arte. Si la lectura tiene pocos practicantes, los lectores de
filosofía pueden ser considerados, como los de poesía, especies que, sin haber
estado nunca en peligro de extinción, perviven en la frontera estadística de
ese punto crítico. Valga lo anterior para describir el injusto contexto en que
hemos de valorar la aparición de un libro tan apasionante como el que nos ha
entregado Gregorio Luri desde una honestidad intelectual que escasea en este
país nuestro tan dado a las banderías, las descalificaciones ad hominem, y al
seguimiento de las consignas. La investigación del filósofo navarroocatense
sobre la figura de Leo Strauss (un nombre que nada les dirá a quienes no
frecuenten el mundo académico de la filosofía política y nada bueno a quienes
menudeen sus visitas a los análisis volanderos de articulistas de medio pelo en
blogs más próximos a la difamación que al estudio riguroso), es de una
exquisitez intelectual tan grande que hemos de agradecerle no sólo el
acercamiento a la figura de Strauss para conocer la génesis de su pensamiento,
sino la profundidad y el rigor con que la ha expuesto ante nuestros ojos ávidos
de conocimiento. Al concluir la lectura emerge un sentimiento de agradecimiento
profundo por la claridad con que ha sabido exponernos las ricas ramificaciones
de ese árbol genealógico del pensamiento del filósofo alemán. Teniendo en
cuenta, además, la importancia de Platón y otros autores clásicos en la
formación del pensamiento de Strauss, nadie mejor que un especialista en Platón
y Sócrates como Gregorio Luri para desentrañar, más allá de los inevitables
clichés que siempre se originan en torno a personajes que devienen polémicos a
fuerza de ser consecuentes con la
actitud intelectual a que les inclina su propio daimon, la verdad de su
pensamiento, siempre en permanente lucha, como quería Unamuno, en quien las
ideas batallaban sin cuartel, y con quien he creído ver que guarda Strauss
alguna relación, sobre todo con su San Manuel Bueno, mártir, por la idea de la
pia fraus, de la mentira piadosa, entre otras. Strauss, judío, se declara ajeno
a la Revelación y al mesianismo, y se reconoce incapaz de creer en Dios, aunque
ese debate le acompañará a lo largo de su vida, porque el concepto de Dios y el
de Ley, como el de Naturaleza, forman parte importantísima del entramado de
ideas, propias y ajenas, que usa para sus análisis filosóficos. De igual modo
que con Unamuno, en la lectura que hace Strauss de Maquiavelo como origen de la
Ilustración y la Modernidad, resulta familiar
al lector de nuestra tradición literaria española, la concepción de la
Fortuna como motor del mundo que ya se halla en el impresionante monólogo final
de Pleberio en La Celestina, un breviario filosófico-poético que se adelanta a
su tiempo.
Lo primero
que llama la atención en esta Biografía intelectual de Leo Strauss es el caudal
de trabajo invertido en la escritura del libro, porque Luri nos da lo que
promete: “biografía intelectual” significa rastrear no sólo las fuentes
filosóficas de Strauss, sino también la atmósfera social en la que el autor se
abre al mundo del pensamiento y la importancia y repercusión que tienen en su
historia personal ciertas posturas vitales que supo adoptar contra la corriente
general, porque no traicionarse a sí mismo en aras del reconocimiento público o
de la recompensa material es lo propio de quien entendió la figura del filósofo
como alguien opuesto a los ideales del común de los mortales, volcados a la
práctica mientras él lo estuvo hacia la teoría, a sabiendas de la decidida
autoexclusión social que ello supone y el alto precio que se ha de pagar por
ella. O, como señala Luri: El Sócrates de Aristófanes defiende un adikos
logos según el cual la verdadera
comunidad es la de aquellos que saben, y no la de la polis. El que sabe está
más próximo a un extranjero sabio que a su propia familia. Otra cosa muy
distinta es la facilidad con que quienes saben pueden ser atacados por la
hibris y caer dentro del retrato desfavorable que hace Agustín García Calvo de
ellos. Asistiendo a la narración de la vida de Strauss, el lector está tentado
de pensar en los primeros catedráticos, por la silla, no por el escalafón, está
claro, de las universidades medievales, con quienes iban a estudiar estudiantes
de cualquier parte, los clerici vagantes, para hacerse con un saber que no
encontraban en otra parte, de donde se derivó, sin duda el aura hermética que
acompañaba el saber expuesto, y deseado, y a quien lo ofrecía. De ahí el
concepto de “discípulos” que se asigna a un buen número de quienes recibieron
las enseñanzas de Strauss y las propagaron, frente al ordinario de
“estudiantes”, oyentes menos permeables del nada exotérico profesor alemán.
Una recensión
tiene sus límites, pero aun en estos tiempos procustianos del twitter, estoy
convencido de que el valor de la extensión acabará recobrando su lugar para satisfacción de
quienes creemos que un desarrollo extenso no está reñido con la intensidad de
los temas que se debaten, sino que, antes al contrario, es necesario para poder
acercarnos con cierta garantía de rigor intelectual a problemas tan complejos
como los que se dirimen en la biografía intelectual que nos propone Gregorio
Luri: el estatuto de la razón frente al de la Revelación (La Ley de la religión
judía que justifica su proyecto político), algo que le parece a uno de los
maestros de Strauss, Jacobi, el problema esencial de la filosofía; la
legitimidad de los sistemas políticos como la razón práctica frente a la razón
teórica; la problemática naturaleza del “ser”; la concepción de la Naturaleza
frente a la Ley; la oposición entre Atenas y Jerusalén; la lucha de la razón
ilustrada contra el dogma religioso desde Maquiavelo hasta Heidegger; el lugar
de excepción del filósofo en la sociedad; el historicismo como legitimación
última de la política, etc. Estoy seguro de que esta síntesis no ha hecho sino
banalizar unos contenidos que, a poco que el lector se interne en ellos,
comprobará que responden a las preguntas esenciales de la filosofía y de la
política, tanto por separado como juntas (en la filosofía política como
disciplina en la que Strauss adquirió su preeminencia académica y social), y
que le lanzan a la lectura y/o relectura de cuantos clásicos sirven como punto
de partida y/o llegada para la elaboración del pensamiento straussiano:
Nietzsche, Heidegger, Maquiavelo, Platón, Jenofonte, Tucídides, Tomás de
Aquino, Rousseau, Lucrecio, Hobbes, Aristófanes, Aristóteles, Spinoza, Hegel,
Vico, Weber, Schmitt, Maimónides, etc.
He querido titular esta recensión con un aspecto esencial de
la práctica docente de Strauss que Gregorio Luri, como buen discípulo, recoge y
propaga con entusiasmo: Lesendes Lernen: “Aprender leyendo”. Porque si Strauss
se significó por algo como docente fue por haber enseñado a muchas generaciones
a leer los clásicos y a leer en general
para tratar de interpretarlos sin tergiversarlos,
algo que a Gadamer le parece imposible, porque, a su parecer, somos incapaces
de apreciar en su dimensión pragmática el lenguaje de un tiempo tan lejano, y
eso es algo que le reprochaba a Strauss. Con todo, el filósofo alemán
propugnaba, según Luri, que cada autor debe, “en la medida de lo
posible”, ser interpretado por sí mismo, sin hacerlo portador de puntos de
vista que no puedan ser confirmados por sus declaraciones explícitas, algo que
debemos considerar como el abecé del trabajo intelectual y que tan difícil les
resulta de cumplir a quienes buscan en los clásicos la confirmación de su
pensamiento antes que el esclarecimiento del del propio clásico. De ahí que el
significado profundo de un autor relevante no se encuentre nunca en profundidades
abisales, sino a la vista de todos. Pero no todos sabemos mirar y, en concreto,
el lector impaciente es el más ciego. La lectura filosófica es una lectura
lenta cuya clave no tiene por qué esconderse en la última página. El corolario
de esta actitud intelectual es la defensa de la “lectura lenta”, que defiende
Luri con sereno entusiasmo, frente a la lectura en diagonal que practican
quienes quieren aparentar el saber, es decir, maquillar la ignorancia.
La elección
de un personaje tan polémico como Strauss tiene algo de sana provocación y de
reto, porque cuando las pegajosas etiquetas de la propaganda se adhieren a las
personas, cuesta “Dios y ayuda”, naturalmente..., tratar de rescatar la
verdadera dimensión del intelectual desde el análisis sereno y lo más objetivo
posible de su obra, de sus obras. Es muy posible que el conservadurismo
declarado de Strauss –rayano en el fascismo para sus enemigos más extremistas-
haya sido un obstáculo insalvable para acercarse al personaje con la suficiente
ecuanimidad. Gregorio Luri, gracias a su amena biografía casi de novela negra:
Para Strauss el filósofo tiene mucho de investigador privado (tomó la expresión The art of writing de un párrafo de
una novela de Nero Wolfe titulada La liga de los hombres asustados) y su
investigación se desarrolla en torno a un cadáver, el de Sócrates. El hecho de
que Sócrates fuera condenado a muerte en la democrática Atenas sin que eso
supusiera el fin de la fiosofía es para Strauss el acontecimiento decisivo de
la historia del pensamiento y, por supuesto el acontecimiento fundacional de la
filosofía política, nos permite tener esa visión de Strauss libre de prejuicios
interesados, y he de confesar que la lectura de su libro incita a sentir una
profunda simpatía por quien ha hecho del combate de las ideas la pasión de su
vida. Resulta difícil de creer que quien
ha tenido discípulos como George Steiner o Susan Sontag, entre otros, pueda ser
presentado como el paradigma de los neocons usamericanos, como una especie de
fascista redivivo defensor del superhombre nietzscheano y azote de las clases
menesterosas… Es cierto, como señala Luri, que el personaje tuvo no pocas zonas
oscuras y que algunas de sus posiciones políticas fueron tan controvertidas
como agónica (de agón, lucha) fue su agitada vida intelectual, en la que se
granjeó tantos enemigos como respeto a
su honestidad, pero no es menos cierto que jamás actuó políticamente y que sólo
la verdad fue la meta permanente de su actividad filosófica, opuesta
radicalmente a los usos sociales, porque, al decir de Luri, los hombres sienten aprecio a muchas cosas y
la más importante de ellas no es necesariamente la verdad. Por otro lado no
está de más recordar, por lo que hace a la combativa actitud filosófica de
Strauss, que la moderación es una virtud política, no filosófica…, según el
apasionado biógrafo.
Cuando se han tomado 15 páginas de notas de la lectura de un
libro, ello forzosamente ha de significar algo. En el caso de mi lectura de la
lectura que hace Luri de Strauss ello no puede significar sino la decidida
voluntad de lanzarme a la relectura de todos aquellos textos ahora presentados
bajo una nueva luz, los que le sirvieron a Strauss para forjar su propio
pensamiento y los propios de Strauss, para poder ejercitar ese “arte de la
lectura” que requiere su “arte de la escritura”. Confío en que las noches del
ferragosto propicien dichas lecturas.
Muy buen artículo. Despierta las ganas de leer el libro. No sé si la Verdad es algo alcanzable.
ResponderEliminarEn todos los tiempos existe un poder gobernante, un victorioso poder que quiere mantenerse a toda costa.
ResponderEliminar“Las restricciones de la libertad de discusión obligan a aquellos escritores cuyas mentes no se someten a la fascinación o a la amenaza del poder a presentar sus pensamientos por un camino oblicuo.”
"No vivimos en ningún Siglo de Oro de la libertad de expresión. No lo ha habido nunca ni puede haberlo. El que conoce la verdad no puede contarla tal cual es si no desea ser castigado. Y hay muchas formas de castigar, las cuales no siempre implican la tortura o la cárcel. Es útil también el ostracismo académico o social."
L. Strauss
Gracias
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