Una
relectura necesaria en estos tiempos maniqueos y malsines del malser…
Me he aventurado en esta relectura de
un texto clásico de Freud, para hacerlo de la mano de la versión de un
personaje, Josep Maria Terricabras, fallecido este mismo año, muy contradictorio, a mi juicio. Su innegable
prestigio intelectual y filosófico dejó paso, a partir de 2012, en los inicios del
procés para conseguir la independencia de Cataluña, a una colaboración
con ERC que fue intensificándose hasta ser escogido candidato independentista al
Parlamento Europeo, escaño que ganó. Sus numerosas declaraciones a favor de
esos objetivos políticos me lo fueron haciendo muy antipático e incluso llegué
a pensar que era un preclaro ejemplo de cómo un sólido intelectual de prestigio
podía dejarse abducir por la ideología política hasta el punto, siempre a mi
juicio, de entrar en contradicción con su propia formación, a la que le
deberían de parecer aberrantes ciertos procesos políticos que incitaban a una
revolución popular, muy desigual respecto del monopolio de la violencia del Estado
contra el que se luchaba, cuyos resultados, en términos de vidas humanas, se
intuían catastróficos. ¿Qué debió de pensar cuando tradujo estas esclarecedoras
palabras de Freud, que afectaban al núcleo duro de su delirio político: S’afirma,
però, que cadascun de nosaltres es comporta, en algun punt, de manera semblant
al paranoic: corregeix, amb la formació d’un desig, una cara del món que li
resulta insuportable i inclou aquest deliri en la realitat. Hi ha un cas que
reclama una significació especial: quan un nombre força gran de persones resol
conjuntament de fer l’intent d’assegurar-se la felicitat i de protegir-se del
sofriment a través d’una delirant transformació de la realitat. ¿Qué otra
cosa, si no, fue el procés: un delirio colectivo que amenazó gravemente
la convivencia pacífica de seis millones de personas en el noroeste de España?
Desde esa perspectiva inicial, me
sumergí en su traducción del que habitualmente se ha titulado en castellano El
malestar en la cultura y que, propiamente, según oportuna nota del
traductor, ha de traducirse como «civilización», que es lo que realmente, al
parecer, corresponde al término alemán Kultur. Mi intención primera, siguiendo el título habitual
en castellano, consistía en reflexionar sobre el estado actual de la cultura,
desde un punto de vista sociológico, porque es muy difícil contradecir o
completar una reflexión esencial sobre lo que es la «cultura», ya expuesta por
Gustavo Bueno en su excelente libro El mito de la cultura. Quería
repasar el nivel de degradación que, en justa correspondencia con el nivel político
de este sexenio, se ha producido en una cultura en la que la campa la «bandería»
a sus anchas, orillando cualquier posibilidad no ya de un canon más o menos
consensuado, sino incluso de la libre expresión subjetiva ante los actos
culturales sin que esa libertad lleve aparejado el encasillamiento ideológico
del emisor. Se trata, como ha intuido el intelector, que para eso lo es, de una
variante de la famosa «polarización» que, en España, es nítido eufemismo de
nuestro cainismo secular.
En términos civilizatorios, pues, esta
reflexión de Freud no deja de ser oportuna, porque atañe al papel que juegan
las pulsiones en ese esquema dualista, Eros y Tánatos, que ya había formulado Freud
en 1920 en Más allá del principio del placer. Este ensayo, escrito en
verano, no diré que como un divertimento, pero sí sin auxilio bibliográfico
ninguno, es muy revelador para comprender el diagnóstico que Freud establece de
la persona y de la sociedad, dos realidades que se oponen tanto como los dos
principios citados. Terricabras lo dice claramente en su magnífico prólogo: La
civilització és el procés evolutiu que porta de la familia a la humanitat.
[…] Ara bé, el que és útil per a la civilització és perjudicial per a
l’individu, al qual se li demanen sacrificis i renúncies: se li restringeix la
satisfacció sexual i se li desvía i mobilitza l’energia psíquica, la libido,
cap a altres objectius (el de l’amistat sense sexualitat i el d’establir
lligams de treball i de col·laboració).
Los brotes «revolucionarios» de la Década
prodigiosa fueron, en última instancia, una rebelión a favor de la libertad
individual y de liberación de los instintos y las emociones, aherrojados por la
represión social en aras de la paz y la convivencia, supuestamente «razonables».
Mucho antes, en los años 20, se produjo una explosión antirracionalista y
liberadora que acabó, curiosamente, con el advenimiento de esas fuerzas oscuras
que representaron el fascismo y el nazismo. Casi un calco, mutatis mutandis, de
nuestro atribulado presente. Y si en los 20 y los 60 del pasado siglo la
necesidad de oponerse a la coerción social tradicionalista y ultraconservadora
suponían una readquisición y reafirmación del yo, ahora nos hallamos en un
momento en que esa rebelión se dirige contra poderes ultraliberales deseosos de
imponer unos estándares sociales muy alejados del sentir mayoritario de las
poblaciones, que ven peligrar, no solo su integridad individual, sino la propia
existencia de naciones con siglos de antigüedad. En el juego interactivo entre el
individuo y la sociedad, acaso convenga recordar la constatación freudiana: Venen
ganes de dir que la intenció que els humans siguin feliços no està continguda
en el pla de la creació. De hecho, no tarda en revelarnos que el origen de
la neurosis en el individuo estriba en
esa lucha feroz entre la coerción social y la necesidad de liberar los
instintos reprimidos: La persona es torna neuròtica perquè no pot suportar
la quantitat de renúncia que li imposa la societat al servei dels seus ideals
de civilitat, i d’aquí, se’n va concloure que si aquestes exigències fossin
suprimides o mil disminuïdes, això representaria tornar a tenir possibilitats
de ser feliç.
Subyace en estas consideraciones sobre la infelicidad que genera la represión social sobre el individuo una teoría sobre la agresividad propia del ser humano que choca frontalmente con el nuevo neoconservadurismo izquierdista que nos gobierna, siempre dispuestos a reivindicar la teoría del buen salvaje de Rousseau corrompido por la maldad social: La part de realitat volgudament dissimulada al darrere de tot això és que l’home no és un ésser amable, necessitat d’amor, que, com a molt, també es defensa quan és atacat, sinó que, entre les seves aptituds pulsionals, també s’hi pot comptar una bona dosi d’agressivitat. [...] L’agressió també es manifesta espontània i deixa al descobert els humans com a bèsties salvatges, a les quals resulta estrany el respecte envers la pròpia espècie. Y, prefigurando una futura objeción simplista por parte de esas ideologías supuestamente liberadoras de la especie a costa del sacrificio de la libertad individual de sus miembros, Freud deja bien clatro que L’agressió no ha estat pas creada per la propietat; aquesta dominava gairebé de forma il·limitada en èpoques primitives, quan la propietat encara era molt pobra: ja es mostra en la primera infància que, a penes la propietat ha abandonat la seva forma anal primitiva, l’agressió constitueix el pòsit de totes els relacions de tendresa i amor entre els humans, potser amb l’única excepció de la mara amb el seu fill mascle. [...] Evidentment, no els resulta fàcil als humans de renunciar a la satisfacció de la seva agressivitat; si ho fan, no s’hi troben a gust. Fritz Perls, hijo a su pesar de Freud, defiende en su Terapia Gestalt que la «agresión» ha de ser considerada como una fuerza primigenia que ha de ser encauzada para ponerla al servicio de la autorrealización del yo, no como una enemiga a la que se ha de suprimir mediante la medicación y otros métodos emasculadores: Yo, hambre y agresión, es el título de su primer libro. Y en él, curiosamente, recoge la misma cita de Schiller que Freud: En la total desorientació dels començaments, vaig trobar el primer agafador en l'expressió del poeta-filòsof, que «fam i amor» mantenen unit l'engranatge del món.
El malestar en la civilización
detalla la compleja relación entre individuo y sociedad. y también dentro del
individuo mismo, porque esa agresión la acaba introyectando el individuo en sí
mismo, redirigiéndola contra él en forma de potente sentimiento de culpa que ha
de ser expiado, y en buena medida ello se objetiva a través de la cultura y otras
conquistas de carácter estético e intelectual. Por eso es conveniente cederle
la última palabra al autor: La qüestió decisiva de l’espècie humana em
sembla que és aquesta: si la seva evolució civilitzadora aconseguirà dominar, i
en quina mesura, el trastorn de la vida en comú provocat per la pulsió humana
d’agressió i d’autodestrucció. [...] Ara els humans han arribat tan
lluny en el domini de les forces de la naturalesa que, amb el seu ajut, ho
tenen fàcil per exterminar-se els uns als altres fins que no quedi ningú. Això
ell ho saben, i d’aquí ve una bona part de la seva intranquil·litat actual, de
la seva infelicitat, del seu espaordiment. I ara s’ha de esperar que, dels dos
poders celestials, l’altre, l’etern Eros, faci un esforç per sortir vencedor en
la lluita amb el seu rival, igualment immortal. Però, qui en pot preveure
l’èxit i el resultat.
Esa es nuestra incertidumbre hoy,
aunque el psicoanálisis ha desterrado, hace mucho, la idea de que esa dualidad
freudiana tenga visos de realidad; del mismo modo que otras psicoanalistas
desterraron en su momento ideas tan peregrinas como la «envidia del pene».
La traducción, aunque no tengo ni idea
de alemán, suena muy bien en catalán, y eso es importante, pero, además, el
traductor nos ofrece un riquísimo bonus en forma de notas que atienden
desde lo sustancial hasta lo anecdótico, razón por la que la recomiendo
efusivamente.
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