jueves, 21 de noviembre de 2024

«Para ser escritor», de Emilio Donato y Prunera.

 

Sorpresas teóricas de la vieja divulgación…, en los libros de lance.

Aficionado a ciertas rarezas bibliográficas de vigésima mano, he sacado del estante correspondiente un volumen, Para ser escritor, que quería desentrañar con un animus iocandi que la sorpresa lectora ha disuelto. Pensé encontrarme ante un repertorio de lugares comunes con que entretener el ocio de los ignorantes y he hallado, por el contrario, un centón de sugerencias no solo sensatas, sino diría que incluso imprescindibles para poder convertirse en escritor. La edición es de Bruguera, en la colección Popular y Práctica, y apareció en 1955. Su autor ha constituido la primera sorpresa: Emilio Donato y Prunera.

Antes de leer el libro pensé que su autor sería un todoterreno de las editoriales, esos grafómanos capaces de enhebrar un artículo para la enciclopedia, escribir la solapa de una novedad o traducir de cualquier lengua exótica a partir del francés, dado el año de publicación. Hecha la investigación googleiana de rigor, he sabido que Emilio Donato y Prunera fue catedrático de Filosofía y director del Instituto de enseñanza Media de Figueras, que contendió dialécticamente con Gide a través de un ensayo Homosexualismo (contra Gide) , 1931, en que se oponía a las tesis del Corydon y que, acabada la guerra, en 1940, fue resituado en el escalafón de catedráticos en el nivel más bajo, séptima categoría, con un sueldo de 10.600 pesetas, mientras que los del más alto cobraban justo el doble, 20.000. En 1933 escribió Lecciones de ética, título académico cuyas ventas en modo alguno podrían contribuir a la mejora de su estatus económico. Para socorrer a las necesidades familiares, supongo, debió de empezar a traducir, lo que hizo del alemán, lengua familiar, en los tiempos de las República, para quienes tenían formación filosófica. Traducía del alemán y títulos muy diversos, lo que prueba, a mi juicio, la voluntad de buscarse un sueldo complementario: Arqueología del cine, de C.W.Ceram; De los vivos y los muertos, de Konstantin Mijáilovich Simonov (traducida desde la versión alemana, no directamente desde el ruso), etc. De ahí a colaborar con Bruguera para escribir “manuales” como el que nos ocupa o Personalidad y simpatía, en 1956, poco le debió de costar. En el curso de la investigación he llegado a saber que  Esther Donato y Prunera, ¿su hija?, ha “re-traducido”,  en el 2000 una obra de ¿su padre? El siglo de los cirujanos, de Jürgen Thorwald, que su padre tradujo en 1958. Ya digo, toda una zambullida biográfica.

          Para ser escritor es un volumen en octavo, literalmente “de bolsillo”, que se lee con amenidad e interés creciente, ateniéndonos a los excelentes consejos que Donato y Prunera nos ofrece para conseguir eso que, en realidad, como bien reconoce, no se enseña. Desde esa premisa, en el librito desgrana algunos juicios compositivos a los que bien harían en prestarles atención quienes mirarían con desdén el volumen, si expuesto en una vitrina, pues la imagen de la portada recrea el «tipo» del escritor ajustado a todos los tópicos.

          Lo que salva a la mayor parte de los novelistas es el hecho de que no todo el público es un público exigente. Si así fuera, el novelista del montón, el mediocre, veríase obligado al silencio más absoluto. La primera en la frente. Lo mismito podría decir 57 años después de que fuera escrito, lo que nos lleva a reconocer que, desde siempre, ha habido dos públicos cuya necesidad de leer –cada vez menor, claro– han satisfecho escritores de dos tipos, los eminentes y los del montón. De ahí que Prunera tenga claro que no se pueden dar reglas para elaborar novelas capaces de interesar a un público minoritario. Esto último sólo pueden hacerlo los auténticos genios literarios. Sin embargo, su manual aspira a conseguir la aparición de escritores que suban algo el nivel de los «del montón», a tenor de la sensibilidad y sensatez literarias que el autor muestra en su manual. Prunera no nos engaña cuando advierte, desde el comienzo, acaso escarmentado en Larra,  que quien quiera ser escritor lo primero que ha de preguntarse, y responderse, es para quiénes quiere escribir. Un punto de partida excelente para evitar esos fiascos tan de nuestros días, como las pretensiones faulknerianas de tantos autores españoles que «marcan» territorio y se desentienden después del resto de los procedimientos narrativos específicos del autor sureño. Atraer al lector hacia la novela no es cosa difícil. Mantenerle en ella, no dejarle escapar, impedir que el hastío o la falta de interés provoque en él un movimiento de retirada, no es cosa ya tan fácil. El secreto para que tal cosa no ocurra es que el mundo imaginario elaborado por el autor en su novela tenga la densidad suficiente para que el lector no pueda ver, una vez metido en la lectura, su propio mundo real. ¡Ah, el hastío! ¡Qué definición del movimiento anímico que produce el conato de lectura de cualquier novedad ultraelogiada por la crítica, sea de Zafón, de Dueñas, de Reverte o de cualquier engarzaoraciones que reclame el título de escritor!

          La novela es narración. Toda narración tiene un asunto o tema que se desarrolla en una acción. Todos los géneros de la novela requieren acción. Sólo que la dosis de ésta varía. La acción puede reducirse a un mínimo, pero no puede suprimirse nunca. La intensidad de la acción  no depende ya de la narración de gran cantidad de sucesos, sino más bien de la prolijidad con que un solo suceso se narra.  Al fin y al cabo, la objetividad o «verdad» de la novela estriba justamente en su verosimilitud.

 Donato y Prunera aboga por una novela de corte realista, para el público popular para quien debiera escribir el autor al que alecciona en su manual: La realidad de la vida humana es el modelo constante, no en cuanto a la trabazón misma de la trama, pero sí en cuanto a los elementos episódicos y los tipos de personaje que se inserten en dicha trabazón. Dicho de otro modo: la realidad puede suministrarnos las piezas de la novela, pero el ensamblaje de éstas es fruto de la imaginación. Nota sociológica de época es la diatriba del autor –respetuoso con los códigos morales y de censura de la época– contra la “obscenidad” que, a juicio del autor, “carece, incluso en la realidad, de dramatismo suficiente para poderlo disfrazar de lo que no es. Cuando enfermedad, obscenidad o en general la indecencia tienen que pasar por las páginas de la novela, el primor detallista resta peso novelístico a la narración. Una argumentación que había desarrollado anteriormente, al oponerse al realismo naturalista, del que rechaza el método científico, porque por ese camino se llega a descripciones [«microscópicas», las ha calificado líneas antes] que llegan a cansar y a aburrir al lector.

          El realismo bien entendido para Donato y Prunera, es lo contrario de lo que podríamos llamar «trivialismo». ¡Hombre preclaro! Parece que los años han pasado para confirmar sus temores: nos inunda el trivialismo, y aun el tribalismo literario, sin que puedan descollar otras obras que se aparten de esa decadencia del realismo. Hay que substituir la visión «trivial» de la realidad por la visión capaz de suscitar emociones nuevas, frescas y distintas de las normales que, por serlo, carecen de viveza, de color y de intensidad.

          La decantación psicologicista del autor me parece evidente cuando quiere convencer al futuro escritor de que la novela personal nos da la realidad íntima de un individuo, y de que para presentar esta realidad íntima de la persona […] debe proceder ante todo a prescindir casi en absoluto de todo lo externo a la persona misma del protagonista. ¿Y qué es lo externo? […] Pues las cosas. Las cosas casi no deben figurar en el relato y si figuran deben ser con una dosificación mínima. A su manera, Georges Perec —en realidad debería de ser Pérez, por el padre, judío sefardí…— en su insólita novela Las cosas confirma por antítesis la tesis de Prunera, puesto que describe la alienación y reificación de dos jóvenes de los años 60.

          En la novela personal, el lector vive «con» el personaje, es decir, «convive» con él en un grado máximo de acercamiento. Por eso, las notas descriptivas de escenario o ambiente […] deberán darnos dicho ambiente visto «desde» el personaje. Entones tales cosas dejarán de ser propiamente cosas a secas y adquirirán ellas también un calor de intimidad que procede «del» personaje. Y concluye el autor: La novela personal no nos da ambientes nacionales ni históricos, y menos aún físicos; no nos da costumbres. No nos dice más que aquello «que le pasa» al protagonista y si habla de paisaje lo hace como si el paisaje fuese una de tantas cosas «que le pasan».

 La concepción narrativa de Prunera busca, como objetivo preferente, la creación de un personaje con el que el lector pueda llegar a establecer una relación íntima, algo que, desgraciadamente, está ausente en la concepción de los personajes de la novelística reciente en España, tan «definidos» desde el autor, tan «desustanciados», por su condición de «tipos» y tan previsibles, por obra y gracia de la impericia de sus creadores. En la novela personal —continúa Prunera— vemos los escasos rasgos del paisaje o ambiente «desde» el protagonista, pero a este no le vemos «desde fuera». También a él le vemos desde sí mismo, desde dentro. No otra cosa se ha querido expresar al decir que «convivimos» con él. […] La persona (la mía, la de usted, la de Fulano), se constituye cuando «se hace», a medida que «va siendo» en el tiempo. Si yo asisto de cerca a su constitución la «revivo» (…) el modo de ser de la persona es siempre temporal. La persona no es cosa, ni pasión, ni recuerdo. Las cosas, las pasiones y los recuerdos son «sucesos» suyos; le «pasan» a ella y le pasan en el tiempo. (…) La vida de la persona «transcurre», va con el tiempo, es «sucesión» de acontecimientos: de ahí que para darnos de ella una impresión lo más viva posible, sea el «relato» el instrumento adecuado.

          Para trasladar a la página en blanco estas sensatas reflexiones sobre el arte de narrar, Prunera plantea que se haga desde una óptica individual, original: Ver una cosa es ya interpretarla; el «ver» no nos da la cosa, sino una visión de la cosa. Y como una cosa ofrece infinitas perspectivas, la perspectiva nos dará un modo de ser de la cosa de acuerdo con ‘nuestra’ perspectiva. Esta es personal. Y como del modo de ver brota el modo de decir o expresar lo visto, el estilo en el decirlo es tan personal como la visión misma, aunque no es siempre forzosamente un modo de ver ni de expresar precisamente original. […] La originalidad sólo puede consistir en presentar cosas, escenas o acciones bajo un punto de vista «nuevo», no adoptado por nadie y por lo mismo capaz de suscitar por el significado de las palabras o frases empleadas en traducirlo, una visión de lo relatado que sea también nueva hasta el momento en que se presenta al lector. ¿Reconoce el lector de este Diario una aspiración semejante en alguno de los novelistas contemporáneos  españoles que haya frecuentado? Es lamentable reconocer que hay tantos juntapalabras como escasean verdaderos autores que puedan recibir con total justicia el marbete de escritores.

          Y aquí lo dejo. Pueden hacérsele a Prunera infinitas rectificaciones e incluso ponerle al día de los senderos críticos, ¡y a veces crípticos!,  por los que se mueve la teoría literaria en nuestros atribulados días, pero me parece que ganaría mucho nuestra literatura si conocidos y reconocidos escritores de hogaño, y aspirantes de toda laya, tuviéramos en cuenta algunas de sus consideraciones, lo cual, ya digo, no significa que yo «comulgue» con ellas, por supuesto. Lo que me ha llamado poderosamente la atención es la coherencia del discurso de Prunera, el año de su redacción, 1955, y que lo ilustre, además con finos análisis de la narrativa de Bécquer, de Gabriel Miró, de Unamuno, de Baroja ¡y —lo  que me ha llegado al alma lectora— de Simenon!, uno de mis héroes literarios…

         

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