Crónica sin tapujos ni orfebrería esteticista de nuestra barbarie cainita, una más de las muchas padecidas a lo larga de nuestra sangrienta historia.
…porque
termina mal. Sentenció Gil de Biedma sobre la historia más triste, tras escoger
la nuestra, la de España. Y no le faltaba razón. En estos tiempos en que
asistimos a la forzada exhumación del cainismo, bajo el eufemismo de la «polarización»
sistemática, usada como exclusiva arma política para mantenerse el psoe en el poder,
aun a riesgo de enfrentarnos de nuevo a los españoles contra otros españoles y,
sobre todo, contra quienes, enemigos declarados de España, quieren
independizarse políticamente de ella con todos los privilegios económicos
intactos, es doloroso adentrarse en unos relatos testimoniales que, a través de
la relativa ficción, quieren dejar memoria de la nube tóxica de barbarie que
cubrió toda la geografía española desde Finisterre hasta Melilla y El Hierro.
Entro por vez primera en la obra de Chaves Nogales, de quien intuyo que me gustarán más sus crónicas periodísticas que su obra narrativa, y no porque estas ficciones tan realistas no tengan interés, sino porque la descripción fidedigna del mal, de la miseria moral y del sufrimiento sin esa pizca de participación de la imaginación no acaba de satisfacerme. Ni siquiera la feliz aparición de «conticinio» en sus páginas redime a las narraciones de su aire de informe forense en el que nos toca contemplar manifestaciones tan primitivas de la psicología humana. El autor informa de que todas ellas tienen un trasfondo real, histórico, más o menos circunstanciado a través de la imaginación. Y es cierto que notamos esa densidad pegajosa de las limitaciones intelectuales y morales de la mayoría de sus personajes.
Abierta la veda del cainismo, el ejercicio
del micropoder acaba teniendo las nefastas consecuencias que tuvo, y en todas
las familias, rebeldes o fieles a la República, se conservan relatos del horror
o, peor aún, el espeso silencio del temor y el olvido forzoso. Revivir todo ese
cieno de venganzas, de horrores y de miseria a través de la memoria histórica
unilateral dictada por el Poder de turno no parece la mejor política para
cohesionar una sociedad y construir una nación que mire hacia el futuro con
entusiasmo para convertirlo en lo mejor posible. Desde esta perspectiva, estoy
seguro de que muchos paleoizquierdistas habrán leído este volumen como «propaganda»
de la «ultraderecha», que es hacia donde han desplazado el centro político para
tener una desteñida bandera de agitprop tras la que cubrirse la vergüenza
infame del sectarismo a ultranza. El autor lo expresa con meridiana claridad en
su prólogo: Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido
siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario. […] En realidad,
y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que
yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota fe
mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio
insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al
único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado
contera el Espíritu Santo. Y es en Moscú, Roma y Berlín donde sitúa el
autor los altos hornos del odio en que se forjó nuestro sangriento
enfrentamiento civil. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros,
los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los
analfabetos anarquistas o comunistas, remacha el autor, que supo en su
momento que se había planeado su «desaparición» en el fragor de la contienda.
Decía al
inicio lo de mi posible interés por su obra periodística o ensayística, porque
el prólogo a las narraciones ha acabado atrapándome con mucho más interés que
el de los destinos de esos pobres diablos sometidos a unas circunstancias en
las que apenas tenían capacidad de decisión, porque la disyuntiva «vida o
muerte» va más allá de la libertad de elegir y del abanico de posibilidades de
realización personal que una guerra civil suprime de un plumazo para casi la
mayoría de la población afectada. Desde esta perspectiva, Chaves representa, intelectualmente,
el justo medio que desapareció durante la etapa republicana y que ha sido
laminado en nuestra democracia actual. La lectura de esta reflexión política del
autor me parece muy digna de ser leída para entender la falta total de sentido
del enconamiento político que vivimos: El hombre que encarnará la España
superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la
guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo?
¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir,
tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene
clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a
matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo
de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o
más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un
Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de
diversas ideas y la normal relación con los demás Estados, que es precisamente a
lo que se niegan hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que
están combatiendo. ¿No está el autor, ucrónicamente, abogando por una
superación del conflicto a través de la Constitución del 78, contra la que
luchan en nuestros días denodadamente tantas fuerzas políticas, algunas de
ellas con humillante participación en aquella barbarie?
Los relatos
visitan distintas zonas geográficas y nos presenta personajes de diferentes
extracciones sociales, pero la dialéctica amigo-enemigo, ¡tan infaustamente
extendida hoy entre nuestra clase política y aun entre vecinos en los barrios y
pueblos de nuestra geografía!, lo puede todo, todo lo determina, de tal manera
que los destinos personales de todos los personajes de los cuentos (el autor
los llama «novelas», curiosamente, aunque nada tengan de ejemplares, ni por
longitud ni por su materia, más allá de dar cuenta de una realidad cuyos
relatores se los está llevando el tiempo a marchas forzadas, y acaso por ello
mismo no tarde en derivar hacia la nebulosa de la ficción aquel mundo tan duro,
tan despiadado, tan cruel) son irrelevantes: matar o morir son las únicas
opciones viables. No la huida, porque en la huida los cazan como a conejos. En
la nómina de personajes ni siquiera faltan algunos «notables» como el poeta
Alberti con su aire de divo cantador de tangos, Bergamín con su pelaje viejo y sucio de
pajarraco sabio embalsamado o María Teresa León, Palas rolliza con un
diminuto revólver en la ancha cintura…; pero, en términos generales,
abundan sobradamente los individuos anónimos y agrupados religiosamente en las
muchas organizaciones que, en aquellos momentos, te concedían el salvoconducto
que garantizaba tu integridad personal, excepto que tuvieras un pasado que te
hiciera sospechoso a los demás, como los anarquistas de la CNT ejecutados por
haber coqueteado de jóvenes con Falange… No faltan las rivalidades pueblerinas
enconadísimas, aquellos auténticos «ajustes de cuentas» que sembraron las zanjas
de cadáveres; el asalto al Cuartel de la Montaña o las razias de los moros,
¡tan temidos! En medio de esa espiral irracional y asesina, un diálogo entre
dos personajes muestra claramente el tenor de todos los cuentos:
—Hay que resistir a todo trance y
conservar en nuestras manos el control de la revolución —replicaba con impresionante
fuerza Tomás, el joven socialista—; procuraremos combatir el terrorismo de esas
bandas armadas que vuelven del frente y al final las extirparemos como hemos
extirpado al fascismo.
—Sí, pero mientras esos bandidos puedan
actuar impunemente, el pueblo nos hará a nosotros responsables. Si dejamos las
manos libres a los criminales de la Columna de Hierro, la opinión se pondrá en
contra nuestra. Ya lo estamos viendo. Los pueblos por donde pasan esos
bandoleros se tornan fascistas. Esos canallas son los mejores propagandistas de
Franco. Yo he visto a viejos republicanos demócratas auténticos renegar de la
revolución y desear el triunfo del fascismo —replicó el tío Pepet.
—Es el horro de la guerra lo que
provoca esas reacciones. ¿Crees tú que del otro lado no hay gentes de bien,
conservadoras y católicas, a las que están convirtiendo en revolucionarias los
asesinatos de los falangistas? Seis meses más de guerra y verías la inmensa mayoría
de los revolucionarios de hoy convertirse en reaccionarios, pero también dentro
de medio año, si la guerra continúa, no le quedarán a Franco más que sus
asesinos pagados.
Me ha llamado la atención que en el cuento
Consejo obrero, se describa a uno de los personajes, el viejo Felipe,
anarquista de toda la vida como a ratos ladrón y a ratos apóstol de la
idea, porque me ha traído a la memoria al protagonista de El català de La
Manxa, de Santiago Rusiñol, publicada en 1914, en el que se vuelve una y
otra vez sobre ser partidario, propiamente apóstol, de «la idea», de la que parece heredero ese
Felipe del cuento. Por cierto, la novela de Rusiñol la recomiendo
encarecidamente, porque es una obra desternillante. Creo que merece una nueva
traducción y ser ampliamente publicitada, pero allá los popes de la edición con
sus juegos estéticos del hambre y otras lindezas… Y me han gustado dos cuentos
sobre todos, al margen, ya digo, del carácter documental de todas las
narraciones: la descripción de un héroe de talante soviético, Bigornia, que da
nombre al cuento, y El refugio, en el que se describen los bombardeos
sobre Bilbao y la búsqueda angustiosa de supervivientes entre las ruinas, algo
a lo que los terremotos actuales nos tienen muy acostumbrados.
Lamentablemente, como bien dice: "el justo medio desapareció durante la etapa republicana y ha sido laminado en nuestra democracia actual".
ResponderEliminarPor nuestra "desmemoria histórica" estamos condenados a repetir errores... Todos somos descendientes de la guerra, el rapto y la violación... Llevamos la maldad en nustros genes y en nuestra Kultura, no tenemos arreglo.
Mi optimismo a prueba de bombas y otras adversidades de rango íntimo me inclina a pensar que alguna débil esperanza puede agitarnos el corazón, por espesa que sea la noche en que vivimos y oscuro el túnel por el que transitamos; pero la lectura de la Historia tiene eso: nos deja expuestos al desamparo de ciertas repeticiones insufribles...
Eliminar