sábado, 30 de noviembre de 2024

«Las esquinas del día», «Segundo Lucidario» y «Budhi Dhorma. Opiniones y peripecias», de Luis Valdesueiro o ¡el festín!

 


Las múltiples encarnaciones del ensayo: la bitácora, el aforismo y la autoficción filosófica, para un mismo fundamento: la perpleja razón vital.        

         

          Hay autores secretos a cuya obra se suele tener difícil acceso por una sencilla razón: no frecuentan la publicación, y si acceden a hacer público algo de lo que escriben, buscan a veces cauces que se apartan de lo ampliamente conocido, de ese mainstream donde flota vistosamente lo liviano… Una bitácora, por ejemplo. La literatura y el pensamiento son interesantes en función de su propia calidad intrínseca, no del medio elegido para ser dinfudido. Pero hay un gran prejuicio en dejarse llevar por la idea de que el oropel del envoltorio contiene algo más que lo trillado, lo obvio y lo mimético.

Luis Valdesueiro es uno de esos autores cuya obra he admirado desde antes de que publicara,  rompiendo un silencio de muchos años, su Lucidario, en 1997, al que siguió en 2001 su obra poética Cuaderno de sombras, publicado por Huerga y Fierro, en 2001. Las súbitas publicaciones provienen de largos años de trabajo callado y solitario, como «confiesa» en esa obra maestra de la ironía, la impostura y la autoficción que es  Budhi Dhorma. Opiniones y peripecias: A Budhi Dhorma le gusta la literatura; no así los libros en general. Libros hay a los que detesta. […] Budhi Dhorma es un escritor raro y avaro: le encanta ser su único lector. De ahí que toda su obra permanezca inédita. De pronto, y por la sencilla razón de que las palabras son monumentos más duraderos que el bronce, y de que hay en el recóndito y sabio escritor un alma de editor pulquérrimo, sale a la luz Las esquinas del día (Divagaciones, 2009-2013), para general deleite de cuantos lectores quieran acercarse a ella con la convicción que quiero transmitirles de que muy probablemente se acercarán a un futuro clásico de nuestras Letras. Como un gesto magnánimo de generosidad ha publicado, de su muy amplia producción aforística, lo que ha denominado Segundo Lucidario, por serle fiel al espíritu del primero. Son tres volúmenes distintos, pero con un solo autor verdadero que aparece en los tres con idéntica fuerza creativa y capacidad intelectual.

Las esquinas del día (Divagaciones, 2009-2013) pertenece por derecho propio al género del «dietario», con antecedentes espléndidos en nuestra literatura, y una variante clara del «ensayo» creado por Montaigne y cultivado después por autores como, pongamos por caso, un poco al azar del recuerdo a bote pronto,  Pessoa, Michaux, Valéry, Eugenio D’Ors, Gabriel Miró o, recientemente,  Pere Gimferrer, Enrique Vila-Matas y tantos otros que han hecho de este género una suerte de cajón de sastre de la reflexión, la poesía, la anécdota, el poema en prosa, el recuerdo, el apunte ingenioso, la filosofía y la crítica. Hay algo, también, de los famosos Propos de Alain y, en general, de una literatura «de ideas» cuya nómina me ocuparía no pocas páginas. Y, la verdad, prefiero hablar del placer lector constante que significa sumergirse en unos textos con tanta calidad, inspiración ¡y hasta espíritu de servicio a los lectores!, como los recogidos en esta antología. Lo mejor que podría decir de este volumen lo incluye el autor en una cita de Quevedo, escritor a quien Borges consideraba muy por encima de Cervantes, a pesar del Quijote: De mí solo aseguro que ni el que me empezare a leer se cansará mucho, ni el que me acabare de leer se arrepentirá tarde, porque la humildad de quien sabe es proporcional a la entidad de lo que sabe, y por eso los lectores irán leyendo entre asombrados, aleccionados, divertidos y pensativos reflexiones de todo tipo y de un mismo calado, porque incluso de sus páginas, como he tenido la oportunidad de comentarle al autor, hasta podría hacerse una reducida selección que bien pudiera ser intitulada Nueva consolación de la filosofía, en honor al entrañable Boecio de inmarcesible recuerdo. He asignado el género del dietario a este volumen, porque tiene algo del día a día que suele reflejarse en las bitácoras, donde se entra con la periodicidad, a menudo, de un dietario, y porque los escritos van mucho más allá de la confidencia personal para encanarse en los altos tejados de la filosofía o la meditación existencial, que no desdeña, sin embargo, reflejar lo más cercano y humilde de la actualidad que se comparte con el común de los conciudadanos. Bien podría haber hablado del género de la miscelánea, como aquellas polianteas clásicas en que se contenía lo divino y lo humano, lo narrativo, lo poético, lo popular y lo culto, en un alegre matalotaje que recreaba a los lectores. Desde una definición de la «sátira»: La sátira es una flecha envenenada, y pocos saben cebar sus flechas con veneno. Se necesita mucha rabia contenida para dominar la sátira; el mínimo adarme de bondad la frustra. Swift se sinceró con Pope: «El fin principal que me propongo en todos mis trabajos es vejar al mundo…», hasta el apunte existencial: El dolor es la compañía más premiosa: el dolor, cuando trabaja, no descansa, hasta el apunte sociológico: FOTOGRAFÍA Y VERDAD. Eran los tiempos en que reinaba la propaganda y una imagen valía más que mil palabras. A diferencia de los tiempos que corren ahora, que son tiempos en los que una imagen engaña más que mil mentiras, los textos contenidos en la selección de este volumen, que se lee como una exhalación, porque se nos vuelve adictiva su lectura, tanto descubren recónditos rincones del alma:  RELACIONES EXTRAÑAS. Hay épocas de la vida en que uno mantiene consigo mismo extrañas relaciones: no se oye hablar, no escucha lo que piensa, obra sin porqué, esquiva su camino. Y, sencillamente, se deja vivir: vivir como si su vida le fuera ajena, vivir como viven los muertos que todavía viven… (Aunque también es posible que necesitemos olvidarnos de nosotros mismos para volver a encontrarnos) o Somos tan humanamente oscuros que nos merecemos la mayor compasión, mal que le pese a los filósofos fieros, como, ¡infinita recompensa tenga su generosidad!, nos descubre, en benemérita labor, la existencia de otros escritores de su propia condición, «secretos», «discretos», con un inquietante punto de misteriosos y necesarios, una vez descubiertos. Así, para ilustración de quien escribe, el texto nos descubre autores que muy rara vez, salvo entre un reducido coro de entendidos, son siquiera mencionados: Tal es el caso de Albert Caraco, de quien ya he leído, apenas he acabado el libro de Valdesueiro un libro suyo al que me empujó su presentación: Quien abraza al azar el Breviario del caos [de Albert Caraco] se encontrará irremediablemente ante un auténtico caos: un guirigay de ideas homicidas, deseos malsanos y profecías tenebrosas, todo ello expresado con una frialdad metálica que aturde y anonada. Su breve biografía nos habla de un dandi tan sometido a sus progenitores que difirió el momento de su suicidio hasta la muerte de ambos, y lo cumplió, pocos días después de la muerte de su padre en 1971. Eso sí, antes, tras la muerte de la madre eçscribió sobre ella un texto, Post mortem, que se abre con la interesante declaración de no haberla querido nunca, y que he colocado en la primera posición de mis inminentes lecturas. Después de la Carta a mi madre, de Simenon, aquí criticada en este Diario, y dadas mis problemáticas relaciones con la mía propia, se entiende fácilmente que esté interesado en él; César Simón, que fue director de un Instituto en Benatússer, de actualidad por haber sido una de las localidades arrasadas por la riada de Valencia, casi desconocido, aun teniendo en su haber 18 publicaciones, es autor de En nombre de nada, escrito mientras el autor padecía un cáncer que acabó con su vida; Alejandro Rossi, autor de un preciadísimo Manual del distraído, del que lo que llevo leído me parece magnífico, en el nivel exacto del contenido de estas Esquinas ; y así nos presenta Valdesueiro a otro de sus «congéneres»: Al hojear un libro sobre el ensayo mexicano (buscaba los aforismos de Carlos Díaz Dufoo, hijo) he descubierto un curioso ensayo: “Libros que leo sentado y libros que leo de pie”. José Vasconcelos, su autor.  Y enseguida me he lanzado a leer los Epigramas del tal Dufoo, hijo, quien eclipsó al Dufoo padre. Se trata de un autor, como casi todos los reseñados, que vive en la inmensa minoría que dictaminó JRJ, un aforista muy valorado por Alfonso Reyes. Y he aquí una brevísima muestra de su ingenio:  Cultivó el arrebato para dar razón de síCree en las ideas con la sumisa ilusión con que un ciego de nacimiento cree en la luz son dos ejemplos excelentes de su microsofía, que dice de su obra el prologuista Heriberto Yépez …; y, finalmente, otro mejicano, Ramón López Velarde, autor de El minutero, una obra maestra de apenas 35 páginas, ya leídas, en cuyo primer texto, Obra maestra, escribe: El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza.

Muchos otros referentes, literarios e intelectuales, son ampliamente conocidos, Leopardi. Klemperer, Pessoa (y sus heterónimos), Marco Aurelio, Unamuno, Valle-Inclán, Azorín, Bloy, Gómez Dávila… y un largo etcétera, porque un Dietario lleva la cuenta, también, de esa parte sustancial de la vida de un escritor que son sus lecturas, y de lo que puede estar seguro el lector de estas Esquinas es de que cualquier aparición «estelar» responde a una lectura íntima de cada autor, porque es la propia vida del autor la que se entreteje con lo leído, de tal manera que observamos una suerte de formación intelectual que se desarrolla ante nuestros ojos incrédulos, no solo por la sagacidad de las lecturas, sino de las reflexiones de tanto calado que provoca en el autor. O dicho en palabras de Gómez Dávila que él recoge: Recuerdo el dictamen de Gómez Dávila: «El escritor que no ha torturado sus frases tortura al lector». ¡Y qué bien aprendió la lección del ilustre colombiano!, autor de una auténtica obra magna: Escolios a un texto implícito, de cuya existencia supe en otra bitácora donde habita, luminosa, la cultura que casi ha desaparecido de los antiguos centros del saber: El café de Ocata, de Gregorio Luri.

Valdesueiro, excelente aforista, como luego veremos, tiene el don de la definición, de ahí su inmensa capacidad para hacerlo de la forma más sucinta y brillante, como cuando define la paradoja a propósito de Unamuno: Decir Unamuno es, en muchos casos, invocar la paradoja, esa suerte de toreo lingüístico con ribetes metafísicos. En otras ocasiones esa vena ática se manifiesta en su predilección por la sentencia como recurso clásico: Si caemos en la trampa del futuro, adiós felicidad, que tan de cerca sigue el ejemplo de los autores en los que bebe con fruición y provecho: Marco Aurelio […] nos entrega una de esas perlas que enriquecen la existencia: «el orgullo es un terrible embaucador de la razón» o el clarividente: Releer un libro es como mirarse en el espejo del pasado. Un espejo cuyo azogue son los años idos. Al releer no solo leemos de nuevo al autor; a nosotros mismos nos leemos, ya que es inevitable espiar con el rabillo del ojo a aquel que antaño fuimos.

Hay, y no quiero dejar de apuntarlo, para aligerar lo que puede malinterpretarse como una suerte de solemnidad en el contenido del volumen, el archipeculiar sentido del humor del autor, dispuesto a regocijarse incluso con la más popular de las referencias, porque una bitácora por fuera está abierta a la realidad toda, sin exclusiones ni dogmatismos, y así, es posible encontrar en ella la atención del autor a los disparates de los famosos, como las célebres frases que todo el mundo recuerda:

Sofía Mazagatos: «Me gustan los toreros que están en el candelabro» y «Me gusta mucho Vargas Llosa, pero no he tenido ocasión de leerle».

Terelu Campos: «La aspirina fluorescente es más rápida y eficaz».

Christina Aguilera: «¿Dónde se celebra el Festival de Cannes este año?».

Yola Berrocal: «¡Qué calor!, ¡qué soborno!».

Rocía Jurado: «Llovía muchísimo, parecía el Danubio universal».

          O estas otras, absolutamente desconocidas, pero atravesadas del humor accidental irresistible que les confiere su condición de frases realmente escritas en los preceptivos informes médicos:

          El paciente no tiene historial de suicidios.

          El paciente rechazó la autopsia.

          Afirmó que había sufrido estreñimiento durante casi toda su vida, hasta 1989, cuando se divorció.

          El examen de los genitales resultó negativo, excepto por el pie derecho.

De lo que estoy archiconvencido es de que Luis Valdesueiro se libra del insulto que él ha leído en la biografía que de Valle-Inclán escribiera otro gran ilustre de nuestras Letras: Ramón Gómez de la Serna, autor inclasificable y único:  INSULTOS. Su alma de poeta convertía a Valle-Inclán en inventor de estridentes insultos, alguno reservado en exclusiva a los literatos, como este que recoge Ramòn Gómez de la Serna: —¡Prosero! , que puede hacer temblar a cualquiera que coja la pluma tras haber publicado Valle-Inclán su depuradísima obra. El autor de Las Esquinas del día es muy consciente, como se comprobará por lo hasta aquí leído, y por lo que vendrá después, de la necesidad de practicar la quintaesencia en punto al estilo y al contenido de sus textos, y los lectores agradecerán la justeza de una expresión que no cede ni a la retórica ni al sentimentalismo ni al alarde de la erudición, porque aquí se manifiesta un ser de carne y hueso con sus debilidades, sus temores, sus triunfos, sus arrogancias y su infinito amor al conocimiento, a la literatura y a todas las manifestaciones del espíritu que nos entrega la intimidad desnuda de otro semejante, como bien lo sentenció Baudelaire: — Hypocrite lecteur, — mon semblable, — mon frère! Dejemos, ya para acabar, y como avance de lo que pueden encontrar los lectores en esa Nueva consolación de la filosofía de la que hablé, este texto preciso, ajustado y esclarecedor:

 AGUJEROS NEGROS. Hay días en que cunde la desidia, el tedio mortecino, la nada zalamera. Días en que el pulso de la vida parece no latir, y la sangre se enfría, y la ilusión claudica, y el futuro espanta. Días en que la indolencia duele mansamente.

Acontece acaso que se teme con pavor: ¿y si siempre fuera así? Pero no cabe el recelo, pues nada dura para siempre. Todo se pasa, dice la mística Teresa, todo. Se pasa todo. Y así, el año se vuelve efímero y todos los días del mundo son un solo día en el devenir del tiempo.

El dolor y el placer se acaban, la alegría y la tristeza tienen fin.

Nada alegra con alegría eterna, nada duele con eterno dolor.

Y si la savia del placer esconde felicidad, la savia del dolor es toda sabiduría.

 

          Budhi Dhorma. Opiniones y peripecias. Es una obra con muy precisa genealogía, porque, aunque imita la sabiduría oriental y se inspira ciertamente en la literatura zen, no es menos cierto que el envoltorio deja ver enseguida dos antecedentes muy queridos por el propio autor, amante de la tradición literaria francesa y traductor de algunos de sus autores. Como oro en paño guardo yo no solo su traducción de la Anabasis de Saint-Jon Perse y El espacio proustiano, de Georges Poulet, sino, sobre todo, Un tal pluma, de Henry Michaux, inspirador directo de la creación de Budhi Dhorma, como acaso lo sea, también, el Monsieur Teste, de Valèry. Añadiría, si estamos hablando de textos muy marginales a la gran corriente de la Literatura, el Milo Cartunesco, de Rafael Carreras, de quien ya critiqué en este Diario su exigente novela, aún inédita, Celebración del sentido. Que hay no poco de autoficción en el personaje es algo que solo detectarán quienes tengan el privilegio de conocerlo, tratarlo y amarlo, porque todo él, Budhi Dhorma, está vertebrado sobre un sentido del humor muy pero que muy particular, y que el autor ha sabido expresar magníficamente para deleite de quienes se sumerjan en su amenísima lectura. La distancia irónica respecto del personaje es una constante en todos los breves capítulos de que consta el libro. Pongamos, a guisa de ejemplo, el siguiente: Budhi Dhorma no solía tener ideas claras sobre casi nada (eres tonto y lo pareces, le habían recriminado muchas veces en su tierna infancia). Capítulo tras capítulo, el autor va trazando los trasgos inequívocos de un «bendito», de un «rico de espíritu», según la muy precisa y extensa monografía que Jaime Vándor dedicó a esos personajes literarios tan a menudo tenidos por auténticamente «idiotas», un concepto que recoge el autor como timbre de orgullo: Budhi Dhorma sospecha unas veces que lo toman por idiota. […] A Budhi Dhorma no le agrede la palabra idiota; atisba en ella una imagen de la santidad, la sabiduría del amor. Si alguien tiene alguna duda de sobre qué está hablando el autor, le recomiendo vivamente, además de la lectura del libro de Vándor, el visionado de la película de Edward Dmytryk El hombre que no quería ser santo.

          La excelencia del libro estriba en la facilidad con que acabamos familiarizándonos con Budhi Dhorma, bien sea porque nos sorprenden sus a menudo extravagantes planteamientos, bien porque muchas otras comulgamos con sus postulados y asentimos como si estuviera hablando por nosotros, y, sobre todo, porque se nos aparece como un personaje trazado por la mano del más experto contador de historias y no reparamos en el artificio de su creación, sino en la verdad de lo creado: A Budhi Dhorma no le preocupa tanto conocerse a sí mismo como ser el que es. Y a veces piensa que cómo va a ser el que es sin conocerse a sí mismo; pero en otras ocasiones piensa que solo siendo el que es podrá conocerse a sí mismo. Budhi Dhorma está algo perdido y confuso, pero sabe que es tan solo una gota en el océano de la vida, y que más tarde o más pronto, se evaporará sin dejar rastro. Es sorprendente el modo como el autor, siguiendo un poco, muy de lejos, la Vida y opiniones de Ttristram Shandy, nos perfila el personaje con rasgos que participan tanto de lo más común como de lo más selecto: Budhi Dhorma no duerme bien;  A Budhi Dhorma le gusta el silencio de las bibliotecas, cuando lo hay; A Budhi Dhorma le aterra la verdad: exige tanto, se dice. Pero más le horroriza la mentira: destruye tanto, se dice o, para redondear el famoso botón de muestra esta maravillosa reflexión: Lo terrible del fuego del infierno —razona BUdhi Dhorma con lógica escolar— no debe de ser lo que duele, sino lo que dura.

          Segundo Lucidario se ofrece a los lectores,  como el segundo abordaje de un género que parece indicado para esta época en que la lectura clásica de obras literarias ha sufrido un espectacular descenso en el número de lectores y la cantidad de libros leídos a lo largo del año, sobre todo entre los jóvenes, de quienes dudo mucho que tengan el hábito de ir construyendo su biografía al tiempo que su biblioteca particular, no la de sus padres, caso de que estos la tengan.

No le era fácil al autor mantener el nivel de calidad de aquel Lucidario de 1997, pero su manifiesta capacidad para el género y su copiosa producción durante ciertos años —aforismorrea la llama el propio autor en el prólogo Al lector con el peculiar sentido del humor de su acerada ironía—  han posibilitado una selección en la que, al margen de algún desnivel, al que cualquier aforista forzosamente se enfrenta, se renueva aquella calidad deslumbrante de su estreno en el género. La principal diferencia entre Segundo Lucidario y el primero es la opción elegida: privilegiar los textos cortos frente a algunos del primero que se acercaban a los extensos de Litchtenberg, Canetti, Kafka o el propio Nietzsche, todos ellos autores leídos y releídos con auténtica devoción  por el autor. Ya dije al principio que hay una estrecha ligazón entre los tres libros, porque, de hecho, en todos se reproduce un mismo modo de abordar, desde la frecuentación de la paradoja, la ironía o el asombro, la realidad en la que el autor está inmerso, si bien desde una distancia, la de la soledad y el retiro, que aguza la mirada y le permite descubrir claves que a otros les pasan desapercibidas.

          Como no es cuestión de chafarle la lectura a los posibles lectores, selecciono unos cuantos aforismos que dan a entender el método creativo del autor, quien siempre es capaz de sorprendernos por la agudeza de su afilado punto de vista y por la suma perplejidad que manifiesta frente a lo incognoscible y frente a sí mismo, acaso, para él mismo, el mayor de los misterios: ¿quién que escriba no escribe siempre para descubrirse hasta el más recóndito rincón de sí mismo? Otra cosa es que la realidad y uno mismo se escape de ese intento de caza, pero ¡qué munición luminosa, la de estos aforismos-bala que, como quería Bergamín, son «certeros»: De no ser quien somos, ¿querríamos ser quien somos?, y ya se advierte que el método de Valdesueiro incluye necesariamente al lector, cuya función él concibe en la órbita de la más estricta hermenéutica literaria actual no como el destinatario, sino como el necesario completador de la invención a la que se acerca: El lector despierta a la obra de su letargo. Su visión de la realidad tiene ese punto crítico del ser condicionado por la sociedad, un sujeto cuya individualidad reclama como lo hace Budhi Dhorma: Budhi Dhorma es simple y no cree en los universales. Para él solo existe el individuo. […] Él se siente único y solo, individuo al fin, separado de todos. Por eso, sin duda, concibe la realidad como una cárcel que trata de oprimir o reprimir, según los regímenes políticos, esa libertad: La jaula es tan grande que a veces no vemos los barrotes. Ello no obsta para aferrarse a la pasión como última ratio existencial: La pasión es la sed de los sentidos. Y por eso sabe con ciencia pascaliana —otra de sus grandes influencias— que Cuando el corazón razona, la razón delira.

Y así, en efecto, podría seguir páginas y páginas, pero mi misión es la de dar a conocer obra tan «necesaria», no atentar contra los exiguos derechos de autor de un volumen, como todos los de aforismos, cuyo valor está en función del asentimiento del lector a lo que lee. Y vaya por delante la humildad del autor: Que no hay aforismos malos sino malos lectores es el consuelo de los malos aforistas, antes de hacer yo mío, en calidad de «mal aforista» publicado uno que me viene de perillas para concluir: Quien habla en plata, ¿calla en oro?

Felices lecturas.

4 comentarios:

  1. A la vez que dejo registro de mi paso por su entretenida nota sobre Valdesueiro, contesto a su interrogante según mi parecer. Creo que quien habla en plata, predica en el desierto.

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    1. Un desierto que se va llenando de anacoretas, querido amigo... ¡Cada vez somos más!

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  2. Traigo al recuerdo aquella su entrada sobre Berdiáyev del ya muy lejano 2015 (dado el vertiginoso discurrir de nuestro tiempo ), y sólo para refrendar la inútil posibilidad de transferencia de sabiduría de todo aquel que lo intenta “hablando en plata”...
    https://diariodeunartistadesencajado.blogspot.com/2015/03/a-proposito-de-berdiayev-un-paseo-por.html
    “Penetramos en el reino de lo desconocido..., y lo hacemos sin... esperanza. El porvenir es sombrío. Ya no podemos creer en las teorías del progreso... según las cuales el próximo porvenir debe ser cada vez mejor, más bello, más amable que el pasado.
    Se aproxima el tiempo en que se planteará... la cuestión de si el progreso fue un “progreso” o si, por el contrario, ha sido una “reacción” siniestra.... contra las auténticas bases de la vida”.
    Qué no diría ahora de esta nuestra escabrosa actualidad.
    Encontrar su diario, señor Poz, ha sido una gran suerte. Ha constituido, para mí, todo un tesoro plagado de conocimiento y sabiduría, que en absoluto son lo mismo.
    Abrazo.

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  3. Interesante... me quedo con esta frase: "Y si la savia del placer esconde felicidad, la savia del dolor es toda sabiduría."
    Gracias.

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