domingo, 6 de diciembre de 2020

«Orbe», de Juan Larrea: el testimonio autobiográfico de un ultraísta vital.


 

«Yo soy el protagonista, hoy yo soy el protagonista, yo soy mi protagonista», frase obsesiva y gratuita que durante un día entero salió mil veces de mis labios en Madrid 1929.

         Juan Larrea, en una excelente, pero cortísima, entrevista concedida a RTVE, para el programa A fondo, presentado por Joaquín Soler Serrano, una joya videográfica para la literatura española y universal, se define como  «ultraísta», pero no como miembro del efímero movimiento vanguardista encabezado por  el portentoso poeta Vicente Huidobro, sino ultraísta del «Plus Vltra» del escudo de la bandera de España. Larrea es un poeta de la trascendencia, un poeta que vivió su vida poéticamente -aventurero del espíritu, se autodefine- , sometido al gobierno que el azar, la casualidad, lo inesperado y lo subconsciente le determinaron a lo largo de su vida, regida por decisiones, como la de irse de España a Francia o de Francia al Perú, dictadas por «arrebatos» del azar que tiraban de él en cualesquiera direcciones que siguió en su asendereada vida. O como él mismo se retrata en estas páginas: Nunca me he poseído totalmente, es decir, nunca mi yo percibido como tal ha sido dueño de las fuerzas que han manejado desde dentro de mí mi vida. […] Vivo en una niebla pertinaz de mí mismo.

Recordemos que con cuatro años fue enviado desde Bilbao a vivir en Madrid con una abuela y que, después, hace el bachillerato en Miranda de Ebro. Ignoro si en régimen de internado o en casa de algún familiar, pero a lo que voy es a que por fuerza hubo el joven Larrea de desarrollar un carácter introspectivo, como lo demuestra, más que en su poesía, un género que cultiva desde los 12 años, pero que abandona en 1930 la poesía, coincidiendo con el paso hacia el «más allá» vital que significa el viaje a Perú con su mujer embarazada, de la que recuerda esta hermosa coincidencia del azar objetivo surrealista: Me acuerdo también de que al planear mi viaje a la cordillera del Perú me di cuenta, al pensar que tenía que pasar por Arequipa y encontrándose Guite embarazada, que la palabra Arequipa en un trastrueque de sílabas producía Aquí pare. Y en efecto, allí de un modo natural nació mi hoja Luciana. Curioso juego al que también se presta el nombre de mi hija Luz y Ana encontrado por casualidad en un árbol.

Esta reflexión, que aparece hacia el final de Orbe, publicado en España, gracias a los desvelos de Pere Gimferrer, ¡en 1990!,  es la que abre las que haré a partir de ahora para celebrar este texto autobiográfico de Juan Larrea en el que podemos descubrir buena parte de la personalidad que alumbró su poesía y  el ensayismo de carácter simbólico en el que se afanó durante el resto de su producción literaria, empezando por la devoción fraternal con la que dedicó  largos años de su vida al estudio de la obra de a quien él consideraba propiamente como su hermano: César Vallejo. A pesar de la valiosa colección de arte precolombino que logró reunir en Perú, gracias al dinero de la herencia que le tocó tras el fallecimiento de su madre, y de la dedicación al más importante poeta peruano de toda la Historia del país andino, la vida de Larrea es una prodigiosa mezcla de azares que se mezclan con una dedicación intelectual que deja atrás el mundo de la poesía para meterse en la investigación de esos misterios numinosos en los que creía tan lúdica pero fervientemente. A lo largo de Orbe advertimos algunos de ellos, como el de la fijación con los décimos de lotería de Navidad que supuestamente ha descubierto que le habían de tocar:  pensé que era ocasión de adquirir el medio billete de Navidad que había decidido comprar. […] Estos días he pensado que la cifra numérica del billete debía atraerme sin saber por qué, llevando en sí una significación que solo conocería más tarde. […] Regresé al punto de partida, entré a la lotería y pedí que me enseñaran los billetes que tuvieran. Solo tenían tres. Un medio billete del 6614 y dos billetes enteros. Adquirí para mí el medio billete y, cumpliendo el encargo de M.L., compré un décimo de uno y dos del otro que quedaban. ¿Qué habrá en la vida que no esté relacionado? o como el revelado en la entrevista mencionada, el ganador de una carrera de caballos también entrevisto por azar,  quizás porque el nombre del caballo, Baccarat, alude a un juego de cartas y, por metátesis, también puede asociarse con la palabra  baraka, “capacidad de hacer milagros” en árabe, ¡ni el mismísimo Larrea podía explicar la auténtica razón, salvo que se vio impelido a apostar por él todo su dinero y ganó!

Orbe, en la medida en que fue escrito a modo de diario personal y sin la intención de publicarlo, es un texto muy apropiado para «conocer» a Larrea o, por lo menos, la versión de sí mismo que él nos da con notable sinceridad, si atendemos a cómo entramos en el texto:  Mi insuficiencia nerviosa unas veces me produjo enfermedades o trastornos físicos, después obsesiones, después ambas cosas a la vez. Ahora solo complicaciones psíquicas. […] Imposibilidad de interesarse por otra cosa que no sea yo, con una constante y obsesiva introspección. Cosa curiosa porque la sensación del yo no existe. Este tipo de revelaciones psíquicas: la sensación del yo no existe nos va a ir marcando la lectura, pródiga en planteamientos y muy parca en conclusiones, porque el pasmo de Larrea ante la realidad procede, siempre, de la percepción intuitiva de los hilos misteriosos que tejen la realidad tal y como se nos ofrece a los sentidos. Pero no rehúye, con todo, la definición que se aproxime a lo que nos quiere dar a entender: El yo es la capacidad de ver, de inteligir la realidad objetiva y subjetiva. Y es la realidad misma, situada en punto muerto de la transmutación de dos elementos, puesto que en cuanto el yo se enferma o baja simplemente de presión, el sentido de la realidad se ausenta y cae por los despeñaderos de su propio vacío. Seguir el desarrollo de Orbe tiene un aliciente añadido nunca sabemos, de una página para otra, sobre qué aspecto de la realidad va a recaer la atención del autor, exceptuando su propia persona, que es un a modo de hilo conductor del diario, por más que las digresiones acaben convirtiéndose en «claves» para entender la personalidad del escritor.

Ser un excelente poeta visionario y un ultraísta vital militante en modo alguno garantiza que tus opiniones políticas tengan un plus de racionalidad o de interés objetivo, porque el modo francamente «peculiar» de entender la realidad de un personaje como Larrea le puede conducir a sustentar opiniones tan encontradas como las siguientes: En el estado actual del mundo creer en las imaginaciones de justicia social universal propuestas por las clases trabajadoras es una ingenuidad de espíritus simples, que no llegan a apercibirse de la mayor justicia a que el mundo tiende a través de su inconsciencia y Alemania tiende hacia un nacionalismo rabioso. Nacionalismo que por una parte pone dique a todo peligro bolchevique y por otra moderará el espíritu excesivamente posesivo de Francia. No hay que asustarse de los gestos de los hitlerianos, antes por el contrario son la mejor garantía del destino colectivo del mundo. Quizás su convencimiento de que el tiempo que rige a la humanidad es distinto del que rige a cada hombre explique hasta cierto punto su peculiar análisis político, una realidad sobre la que no abunda en demasía en el libro, ¡gracias a Hermes!

Recordemos que Larrea pertenece a una época en la que no solo las vanguardias artística defienden el «irracionalismo», sino también ciertos movimientos políticos, como los fascismos de los 30. Añadamos la atención que se le presta en aquellos años 20 y 30 a los fenómenos paranormales y a las experiencias ocultistas que ya había sembrado la generación modernista anterior: Pessoa y Hitler, por ejemplo, coincidían en la misma pasión por el ocultismo; Valle-Inclán los precedió con su obra La lámpara maravillosa y el «reinado» de Madame Blavatsky y su «tesosofía». El Berlín de finales de los 20, por ejemplo, era un auténtico hervidero de predicadores farsantes a cuyo lado los telepredicadores de las televisiones usamericanas son auténticos charlatanes de feria. No estoy diciendo en modo alguno que la pasión de Larrea por lo críptico y lo misterioso linde con el charlatanismo porque la motivación simbólica de ese mundo que subyace al mundo de la cotidianidad forma más parte de la semiología que de la chalanería. Por otro lado, la considerable importancia que Larrea concede a los sueños, siguiendo, sin duda, el poderoso influjo que en el surrealismo en el que le encuadraron artísticamente tuvo el famosísimo libro de Freud: Los sueños, abre un capítulo de enorme importancia en su biografía: ¿No habrá otras realidades impalpables, otros mundos que dejan su huella en la formación del sueño? Me interrogo por pura retórica, porque hace mucho tiempo que tengo la seguridad íntima de que esto es cierto y ya otras veces he pretendido analizar algunos de mis sueños con este espíritu, sabiendo que su contenido era más complejo. Tengámoslo presente, porque buena parte de la vida de Larrea se ajustó, también, al contenido de esos sueños, como en el que vio a su hijo rubio, en posición fetal sobre su propio vientre, como un embarazo no solo ectópico, sino extracorporal, justo antes de darlo a luz, o mejor dicho, de que se lo sacaran a la luz con fórceps…

La preocupación teórica sobre la poesía, sus herramientas, sus límites y su función aparece una y otra vez a lo largo de libro, y nunca defrauda, el autor, a la hora de aplicar la lupa hermenéutica, porque, a su juicio, la suya era una época de bajada a los infiernos nuestra época. […] Gerardo de Nerval hizo su bajada a los infiernos, su bajada profética e involuntaria. Rimbaud en su semi-estado de voluntad hizo como que bajaba profetizando la futura y general bajada. Pero él no pudo bajar. Lautréamont se lanzó al vacío. Los surrealistas cayeron dentro, y quizás por ello mismo  el lenguaje empleado por los surrealistas tiende a ser un lenguaje directo, es decir, a ser la expresión inmediata de un estado de espíritu personal correspondiente a cierto estado colectivo. […] Si el hombre tiene voluntad completa, el arte se manifiesta a través de esa voluntad. […] El surrealismo tiende a la manifestación de la voluntad involuntaria, de lo que obra en su inconsciente, de lo que no pertenece en cierto modo a su individualidad. La razón de su preocupación ético-estética procede de la conciencia de estar viviendo una época de crisis no solo económica o social, sino, por lo que a él le afecta, estética, si bien las fuerzas políticas obrantes en aquellos tiempos, sobre todo el marxismo-leninismo, intentan poner el arte a su servicio: Por otra parte, asistimos a la tentativa de imponer al arte una nueva servidumbre, en convertirlo en instrumento de una idea política. Así sucede en Rusia, así en la nueva orientación surrealista. […] Durante estos últimos tiempos el arte es generalmente producto de la represión que la colectividad ejerce exteriormente sobre el individuo. Pero como el individuo obedece en su existencia a las leyes íntimas de la colectividad, el artista es producto de la represión del exterior sobre el interior. Ahí ha quedado formado un campo, el campo del sueño, de los deseos no realizados, de las apetencias individuales que sirve de compensación. Es decir, que tiene un valor religioso.

Del hecho de que la atención de Larrea se fija en los resortes cotidianos de la existencia, deducimos la inmensa curiosidad del poeta por todas las manifestaciones de la vida sin establecer una jerarquía de ningún tipo, ni intelectual ni de clase ni estética: está abierto a cuanto sucede. Y si le gustan las películas de Josef von Sternberg: se diría que en la vida tienen que existir individuos tipos, cuya existencia corresponde a la del complejo de que dependen. Las grandes obras literarias crean héroes que tienen parte de esta significación [Edipo, Peer Gynt, Don Quijote…]. Hoy los films de Von Sternberg parecen estar cargados también de esta calidad, una cualidad que atribuyó especialmente Morocco: Lo mismo me sucedió con el film Coeurs brulés, durante cuya representación me sentí enajenado, sintiendo los ecos de otra realidad diferente existente dentro de mí; de igual modo es capaz de interesarse muy profundamente por el protagonista del asesinato del Presidente francés Paul Doumer, Paul Gorgulof: Me interesaría saber qué es lo que han pensado en limpio Bretón y los demás surrealistas. De Gorgulof poeta se reían los poetas avanzados. De Gorgulof asesino es posible que se hayan reído los que escriben «Descendez les flics, camarades», los que dicen que el acto mejor es tomar un revólver y matar al primer transeúnte. Lindas camarillas poético-revolucionarias, que no viven sino a espaldas de la vida. Viva la política, y ya se advierte aquí una sana y acerba crítica contra un pronunciamiento de Breton que le persiguió toda su vida, una atención, la de Larrea, a ese asesino que me recuerda el análisis que se hace en El hombre sin atributos del criminal Moosbrugger, un personaje que tanta fascinación le produce a Musil; tanto como preciarse de haber leído algo insólito para un poeta surrealista, menos para Juan Larrea, por supuesto:  Acabo de leer la última encíclica de Pío XI (Acerba animi… Sobre la persecución de la Iglesia en México). Curioso documento que se presenta ante mi modo de ser como un modelo de incomprensión; o de leer algo más próximo a sus particulares intereses paranormales: He leído el curioso libro del Dr. Osty, El poder desconocido del espíritu sobre la materia, [Editorial Aguilar, 1932] estudio experimental llevado a cabo con el médium Rudi Schneider.  Nadie, salvo otros aficionados a lo inverosímil deben de acordarse hoy de quién era el Dr. Eugene Osty, un investigador de lo psíquico que estaba a medio camino entre la superchería y la parapsicología, y por cuya descripción lo asocio yo al protagonista de La casa encantada, de Robert Wise, que Larrea quizás haya visto con verdadera delectación… Larrea recuerda también su interés inicial por un caso del que luego se logró demostrar su impostura: Acabo de leer un curioso folleto profético de la Madre Maria Ràfols por demás interesante y significativo. Representa la decadencia del espíritu profético que se complace en la nimiedad, en el detalle. Arroja, asimismo n poca luz sobre la España de hoy y la que está por venir. No tengo tiempo de analizarlo.

A cualquiera en su sano juicio han de sorprenderle estas aficiones de Larrea, porque parecen una extravagancia más propia de alguien perdido en nebulosas mentales que lo alejan del recto uso de la razón, que de un reconocido intelectual que siempre negó haber pertenecido a la Generación del 27, porque consideró que en 1930, con el viaje a Francia, y el correspondiente cambio de lengua, del español al francés,  y luego al Perú, había dado el salto al más allá, en el ultraísmo vital que rigió su vida, por eso acaba el libro con una afirmación tan sustancial como la siguiente: Así como los hechos ocurridos en el tiempo una vez almacenados en la memoria no obedecen ya a la ley del tiempo, sino que son utilizados por el consciente o por el inconsciente con arreglo a otra facultad de asociación de cuya destilación pueden derivarse ideas abstractas más completas, mitos, sistemas, etc., así la vida humana parece estar regida por otras potencias inconscientes que se determinan con los hechos, como si estos ya obraran en su memoria, es decir, despojados de su valor sucesivo en el tiempo. Su asociación parece ser determinada por un mecanismo semejante al de los sueños.

         Acercarse a su obra, sin embargo, y ahí está el éxito que tuvo en su momento entre los lectores españoles que oíamos hablar de él por primera vez en 1970 Versión celeste, es una estupenda recompensa, lo mismo que sumergirse en este Orbe tan extraordinario a fuer de honesto, espontáneo y desprejuiciado.

 

 


 

4 comentarios:

  1. Interesante artículo querido amigo como todo lo que aportas para disfrute de tus lectores. La cita: "Vivo en una niebla pertinaz de mí mismo", da a entender lo que es Larrea y la percepción de sí mismo, al menos a mí me lo parece.

    ResponderEliminar
  2. Un "tipo" complejo y con impulsos surrealistas movidos por el azar la mar de singulares. En la entrevista en RTVE confesaba, por ejemplo, que la pasión por las carreras de caballos le duro un año. Me recuerda cuando me dio por dibujar el perfil de los resultados de las quinielas para tratar de establecer una curva promedio en el boleto que acertara con el gran premio... Me duró, creo, una temporada, allá por el 80, creo recordar, pero nunca "pillé" nada sustancioso, ¡menos mal! En algunas cosas me siento alma gemela de él, sobre todo por esas "corazonadas" a las que él obedecía ciegamente, más allá de la razón... Un abrazo.

    ResponderEliminar