viernes, 18 de diciembre de 2020

«Els diners bruts de l’honorable senyora Rita», de Xavier Rigall Torrent: la vena corrosiva del humor catalán.

 


Un No-Marlowe cassolà investiga en la Ciudad Inmortal el robo de una herencia en negro procedente de un burdel...  La incorrección política desnudando la corrección política...

De ninguno de los libros de mi biblioteca puedo decir que haya ido corriendo a comprarlo, salvo este de Xavier Rigall. Probé, andando, en la FNAC y en La Central del Raval, pero no hubo suerte -que es propio de las joyas esconderse-, pero, puesto el autor en conocimiento de mi frustración, enseguida me dijeron en su editorial que disponían de ejemplares en La ciutat invisible, una diáfana y bien surtida librería de la calle Riera d’Escuder, casi esquina con la calle Sants. Como de natural soy perezoso, y eso cae lejos de Pl. Universidad, decidí que lo mejor era enchandalarme, atarme a la muñeca el magnífico Polar que me mide hasta el azúcar en sangre…, meter el billete de 20€ en una bolsita de plástico para que no se me esfilargasés al ir a pagar, por efecto del sudor, y llevar otra, un poco más grande, para proteger el libro en el camino de regreso, tan sudado como el de ida. Y así lo hice. Me calcé las Asics (ánima sana in córpore sano), los pantalones y la camiseta y pasando por l’Escorxador -adonde me llevan los pies como norte de la única metáfora que admite el esfuerzo de un fondista fondón-, al que le di cinco vueltas para alargar el entrenamiento, seguí hacia mi destino recóndito. Confieso que, embebido en mi esfuerzo, me pasé de largo y acabé llegando casi hasta donde BCN pierde su vasto nombre y empieza el de L’H, pero eso tiene el correr “a lo largo”. Retrocedí y, después de preguntar a un desconocido, en BCN casi todos lo son, di con la calle, con la librería y con el libro deseado. Pagué con el billete incólume, resguardé la “joya” con la bolsa de plástico, me la puse en la espalda, sujetada por el cinturón de bidones de agua isotónica que es mi gran aliado en los entrenamientos y salí de naja para casa, feliz como el clásico gínjol.

Superada la aventura de la compra, quedaba lo que yo intuía como una divertida travesía lectora desde que conocí los gorjeos del autor en Gorjeolandia, ese espacio aéreo poblada por tantas aves canoras no especialmente afinadas ni todas ellas capaces de una ironía auténtica y divertida, como la que sí practica Xavier Rigall;  la mayoría de esas aves, de hecho, suelen ser más *cañonistas que propiamente canoras, pero la posibilidad de silenciarlas hace más plácida la estancia en la plataforma preferida de los nefelibatas. He ido leyendo muy poco a poco, porque de ese modo alargaba la buena compañía, algo así como ese güisqui de treinta y seis años que se bebe con dedal, aunque lo propio sería haber hecho la comparación con el vodka, pues el protagonista, Bernat Parellada, debe de saberlo todo sobre el vodka, pero yo, como abstemio premium, soy un profano tanto en este como en aquel.

La historia de un detective que se presenta así: No visc a Los Angeles sinó en una ciutat que es pensa que és el que no és y así: Com que soc una persona que sempre vaig a la meva, que no em fico en grupets polítics, culturals, gastronòmics ni de cap tipus, el meu cercle d’amics es força reduït, ya da a entender que es una lectura que se abre con buen pie, porque Bernat Parellada, experiodista, es un ser singular y propiamente periférico al núcleo duro de la realidad impostada en que viven la mayoría de personajes de la ciudad Inmortal, como se suele conocer a Gerona, creyéndose lo que no son y viviendo un permanente «como si» cuya naturaleza perversa va a elucidar el personaje encargado de descubrir al ladrón de una jugosa herencia de casi un millón de euros procedentes de un burdel y no declarados a la Hacienda pública.

Estamos, pues, ante una novela policiaca que hace de la crítica social «al paso», como se pone de manifiesto en la declaración de Martirià Banyuls, un personaje secundario de la trama: Jo soc de família pobra: vaig néixer durant la guerra, la postguerra va ser molt dura, no vaig no estudiar; però és igual, avui estudia tothom i ningú no sap res, uno de sus grandes atractivos, porque nada se libra de los comentario mordaces, uno por activa y el otro por pasiva, de la pareja protagonista del libro: el investigador y quien no tarda mucho en declararse su «secretaria»: Úrsula, el complemento y acoplamiento perfecto para el investigador. Desde que la ávida (de dar y recibir afecto y sexo) Úrsula se cruza en su camino, la investigación acrecienta su interés, porque se trata de un personaje tan polifacético como simple y tan aficionado al vodka como el propio protagonista, y no es el alcohol lo que los hace inseparables, ciertamente, pero a toda esa jugosa información han de acceder los lectores por sí mismos, sin que el crítico atorrante y sicalíptico de turno -léase mi menda leyenda- se lo chafe. Recuerdo que es una novela policiaca, lo que en las películas sería un «thriller» cómico, como, por ejemplo, Detective con rubia, de Frank Tashlin, con una inspiradísima caracterización de Poirot por parte de Tony Randall. Y que transcurre en Gerona, ciudad que le disputa a Vic ser el cor de la Catalunya eterna, pero en la que  vaig anar a aquell quiosc perquè avui dia és molt difícil trobar un quiosc a Girona, i més un que estigui obert el diumenge, i aquell és el que queda més a prop de casa, perquè jo visc en un pis aquí sobre la sagristia. Una ciudad donde, como se queja el narrador-protagonista: En totes les ciutats les oficines públiques se solen posar al centre, a Girona les posen tan lluny com poden y en donde al diario de referencia,  El progrés de Girona,  no hi sortirà mai cap notçicia que faci quedal malament els que manen a la ciutat.

 En el plano de la literatura, he de reconocer que el modelo más cercano, si bien en lengua distinta, es el del detective loco de Eduardo Mendoza, que nos dio dos memorables obras iniciales y tres secuelas infumables. Buena parte del humor que construye Rigall con una naturalidad envidiable y un ritmo conseguidísimo tiene, a mi profano entender, ese toque del absurdo chocando con el establishment y las necedades de la corrección política, porque en la novela de Rigall, dicho sea  en plata, no se salva ni dios…, como esa calle de Santa Clara, la más posh de Gerona, a la que los socios anticapitalistas que apoyan al alcalde, lo que a este no le importa porque no hi ha cap problema, són tots nois de casa bona,  quieren renombrar como Calle Hugo Chávez, aunque el partido Ultraroig hace campaña para evitarlo, porque era un tebi, un revolucionari de pacotilla. Los ultrarrojos quieren que le pongan Ióssif Stalin. Más allá de la referencia literaria de Mendoza, y ciñéndome a la literatura propiamente en catalán, reconozco que las «maneras» de Rigall me han recordado mucho las de uno de mis escritores favoritos, Llorenç Villalonga, cuya obra L’hereva de dona Obdulia, siquiera sea por la cercanía del título, me la ha recordado. Insisto, son de géneros muy distintos, pero la ironía que desmonta el negoci moral de la burguesía provinciana sí que la reconozco en esta novela de Rigall.

La capacidad crítica del autor halla siempre, a cada paso de su dúo protagonista, motivo de mofa, de befa y aun de escarnio. Desde la ex del protagonista, que es una jefa de los mossos, de aquellas «de armas tomar», hasta el novio de la hija de ambos, Ferran, que es la encarnación viva de la corrección política tontuna,  pasando por el alcalde y otros personajes menos relevantes y aun episódicos, el autor no desperdicia la ocasión de enfrentar una realidad pacata a la acción corrosiva y casi anárquica de la pareja protagonista, en el fondo dos moralistas amorales dispuestos a cualquier transgresión pero respetando principios sagrados de los que permiten vivir con fidelidad a uno mismo para no saberse parte del negoci -este bastante más brut  (¡casi brut nature!) que los dineros que hereda la señora Rita- del que hablaba antes.

O yo tengo un sentido del humor disparatado, que bien podría ser, o hace mucho tiempo que no caía en mis manos una novelita en catalán tan divertida y con un humor tan gratificante, porque está construido sobre la burla eficaz de la hipocresía, del cinismo y del lenguaje y la acción políticamente correctos, como se advierte en este reconocimiento del autor, profesor en sus ratos «no libres»..: En molts instituts és difícil fer classe: els professors poden ser més bons o menys, més treballadors o menús, més conscienciats o menys, però poc poden fer si les circumstàncies impedeixen que puguin fer res.

Está claro que Parellada no es Marlowe, ni Gerona es Los Angeles, pero a cualquiera que se plantee leer algo divertido e inteligente, como ha de ser siempre el mejor humor, que no lo dude, Els diners bruts de l’honorable senyora Rita es «su» libro y lo recomendará tan fervientemente como yo lo estoy haciendo, porque en estos tiempos covideños de distancia, miedo y prevención, echarse unas risas, y a veces carcajadas, no tiene precio… ¡Cómo no va a empatizar un lector que se define tan apodícticamente como el narrador-protagonista:

-Bernat -em va demanar l’alcalde-, tu com et definiries ideològicament?

-En essència, podríem dir que la meva ideologia preferida és la que em toqui menys els collons.

Quienes hayan vivido en Gerona, como yo tuve la suerte de hacerlo cuando nadaba para el GEiEG, allá por los 70 del pasado siglo, tendrán el plus añadido de disfrutar del modo como Rigall afronta una historia «provinciana», hoy en día diríamos vegueriana o «comarcal», con la facilidad con la que el escalpelo abre camino a las manos del cirujano para poner al descubierto esos males enquistados de los microcosmos... La habilidad del autor para la construcción de los personajes, aunque tienda hacia la parodia y el sainete -en la bienhumorada tradición de Pitarra o del Rusiñol de La niña gorda-, aumentan el disfrute del lector. Al fin y al cabo, la máxima creación de la novela es la del primer personaje, el narrador, al hilo de cuyas palabras seguimos, regocijados, las aventuras de los protagonistas. El magnífico catalán coloquial de la obra, alejado de las empingorotadas ínfulas del noucentisme hard core, hace la lectura adecuada incluso para lectores que no tengan el catalán entre sus lenguas habituales o entre quienes lo tengan como lengua pasiva después de haberlo estudiado algún tiempo. Lo digo porque dudo mucho de que el humor de la obra, con resortes tan lingüísticos en muchas ocasiones, funcione de igual manera en una traducción, aunque es cierto que hay muchos pasajes en los que el humor se desprende de la acción y no tanto de la lengua en que se narra.

Bueno, pues ya lo sabe todo el mundo (que tenga a bien leer esta recensión, por supuesto…): Els diners bruts de l’honorable senyora Rita es todo un indiscutible placer lector.

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