Fulgor pálido del
desaprendizaje o un mecido viaje a la semilla.
Envejecer abre una insólita puerta que da al ancho
paisaje del olvido. Se franquea el umbral y, desde la mecedora de mimbre que
aparece en la veranda insospechada, se pierde uno, con dificultad -tardes
distintas de las monótonas estaciones-, en la contemplación de una realidad
fugitiva cuyos pecios secos, que fueron en su día de tomo y lomo, bailan, como
los átomos becquerianos, una silenciosa danza a nuestro alrededor, ahí al lado,
más allá, acullá, y donde ya ni siquiera los sentidos alcanzan a percibir
fragmentos significantes de lo que ha sido la propia vida. Sobra luz, pero falta
agudeza visual. Sobra espacio, pero falta agilidad. Sobran impresiones, para
depresiones tan profundas de la atención. Sé, no hay duda al respecto, que en ese
bosque que a veces avanza hacia nosotros, con las páginas abiertas, formando un
frente de blancos escudos moteados, hay vidas de las que apenas guardo ya la
consistencia de un recuerdo sólido y la emoción aneja. Sé vagamente que
Mauricia la dura era una mujer de armas tomar, del mismo modo que no hay manera
de apresar en una imagen nítida, o incluso cuarteada, a Molloy, y apenas tengo presente
la mano temblorosa y digna de la mujer del zorrito que, venciendo heroicamente
la vergüenza de verse obligada a hacerlo, pide limosna; del mismo modo sé, es
decir, intuyo, que ciertas vidas y hechos se desfiguran unos a otros y acaban
creando un magma inextricable de personas que “me suenan” y hechos que acaso
fueran como me los represento con tanta torpeza y ausencia de detalles. Y no
son solo personas, hechos o cosas los que se recortan contra la tiniebla del
olvido como destellos luminosos de existencias que han sido mi propia
existencia durante toda mi vida, sino ideas de toda clase y condición, desde el
lugar del hombre en el cosmos hasta los malabarismos conceptuales del eterno y
grácil bucle de Hofstadter, entretejidos en las circunvoluciones grises de un
cerebro a medio camino entre la caja de Pandora y la chistera de un
creacionista. Son aliteraciones, metáforas, versos como verme morir entre memorias tristes, o los únicos míos que recuerdo:
Viva volveré para ti en los ciclos/tenaces
del tiempo,/cuando la sombra del buitre /se perfile fugaz contra los riscos /o
hacia sus propias raíces se inclinen/azotados por el viento los arbustos. En
ese paisaje de amalgama, de aluvión, de
laberinto, extraño como la torre invertida de los siete jorobados, hay pasajes
estremecidos de óperas vividas cuyas arias emergen con poder taumatúrgico para
herir el alma cansada, la dama japonesa que renuncia a su hijo, la digna
prostituta tísica que se sacrifica o el pintor al que se le va la hora y aquel
desgarro de Brunilda que me rompió el corazón hasta recibir el don de las
lágrimas que anhelaba Teresa, tan dura como apasionada, tan de los pies sobre
la tierra como de alma por el empíreo, y de lengua escrita tan al uso de quienes
la usan sin más. Turba, saber que desaprendes la memoria, que te educas en el
impío arte del olvido, y que todo ello ocurre sin dolor que ennoblezca, sin
drama que te acece con el imperio torrencial de la sangre alborotada, y con
total conformidad del mecido en el breve recorrido del altibajo de las patas
curvas del asiento desde donde todo los ves perderse como si siguiera una senda
ora sinuosa ora recta que apareciera y desapareciera a capricho de Hermes, el
dios de los caminos, quien quisiera así castigarte por mecerte en vez de
recorrerla. Escrutas, o eso te imaginas, los
lejos de la edad, y a veces es el resol, otras la niebla y tantas veces los
insólitos cojones del grillo…, pero siempre se te despintan los mensajes de los
que parecen despedirse tus sentidos, a tenor de tanta proyección como tú ubicas
en ese espacio que se sitúa ante ti como el mirífico que existe entre quien ve Las meninas y el propio cuadro, allí
donde el calvo filósofo de cuero y cruising te dijo que se cruzaba la tuya con
la del pintor. En ese paisaje abierto a los más dispares caprichos geográficos
hay muchas salas de muy distintas arquitecturas y un solo ojo luminoso que te
ha llevado desde los bosques de Rashomon hasta la casa austera en cuyo exterior
el viento briza las mieses y en cuyo interior una niña será resucitada por un Juan
nórdico henchido de silencios místicos y una sola palabra, la de la vida. ¡Con
qué aplicación te afanas en confundir las voces y los ecos, en ignorar hasta tu
propio nombre; con qué determinación de apasionado alumno ganivetiano de los de
la real gana vas reduciéndote, adelgazándote,
hasta la casi nada corpórea de un quebradizo repertorio de puntos de vista que
tejen una red de araña drogada! En la escuela del olvido tú eres paradójico
maestro de ti mismo, porque nada te enseñas y, ¡ay!, nada aprehendes…; no hay
fórmulas irrefutables en el encerado que se curva para abrazarte desde la
pantalla donde se llevan a un hombre en una cabina encerrado…, y frente al
rasgado sonido de la seda de la tiza tú fijas la mirada en el parvo y minúsculo
polvillo que nieva la tarima y tus zapatos de suelas gastadas. Sí, te vas a
doctorar sin alabanza y sin reproche en el fatal aprendizaje, porque la vida es
breve y la memoria está hecha de la sombra del eclipse y de la materia de la
elisión…; fragmentos raros son los recuerdos en el páramo desabrido, partes de zeugmas
cuyos desaparecidos elementos no podrás descubrir jamás. Sigues meciéndote y te
vas quedando dormido, con la convicción de que es otro quien te sueña en esa
larga cadena de soñadores que es el olvido.
¡Qué sublime densidad la de esta rendición a borbotones de la memoria! Te he leído testimonios donde la experiencia, a fuerza de franquezas, dejaba al invitado no de piedra, sino inerme para romper espejo alguno de la sala sin salida de inteligencia, pero esta singular composición en alcachofa, ya desde las primeras capas, propende al hechizo que debe causar todo escrito de bien formado fondo, que con permiso de otras concepciones literarias, debe a mi juicio ser humanamente conmovedor —casi me sale cosmovedor.
ResponderEliminarCon ciencia de casualidad, antes de pantallizar aquí leía en el ruedo personal de otro versado en tales mañas de imprecisión una idea tomada de Gamoneda donde el poeta perfila que «el recuerdo habita el olvido y el olvido perfecciona el recuerdo». Y aun antes, junto al diván de un prosista con mucho romance, se me sugería la buena sombra de un profesor de literatura que «se tenía en pie como los fusilados valientes, los que se saben fusilados gane quien gane la guerra». Tú, si cabe, te tienes mejor, pues circundas la conciencia desde la mecedora galante donde deshojas una biblioteca de vivencias que desfila sin violencias. Lo que no tienes, ni en tu faceta de olvidador ni en la de conceptista memorioso, es jodido rival, mal que se hinche tu ego al escucharlo. No me hagas mucho caso: «ciertas vidas y hechos se desfiguran unos a otros y acaban creando un magma inextricable de personas». Así pues, ninguna frase cierra en falso, como ningún paso se abre al vacío donde, en efecto, se da.
Desde que lo pronuncio en inglés ['i:ąəʊ] "higo", y al margen de que sea mi fruto favorito, no hay manera de tomármelo en serio, ese ego cebolludo, o binzudo (de binza), más propiamente, pero no por ello voy a cometer la descortesía, ¡así soy de caduco y trasnochado!, de no agradecerte, desde la emoción, tus generosas palabras. Para ser sincero, he leído tu elogio de mi viejo acordeón y después he releído mi texto y me he conmovido de verdad, has logrado, con tu lectura, que me emocione bastante más que cuando lo escribí, acaso porque estaba más pendiente de evitar la cursilería que de ser fiel a la paradoja de la que nació. De Gamoneda no se me despinta su definición de la poesía como arte no literario, sino como un hecho biológico: "La literatura está en la ficción, que puede ser maravillosa, pero la poesía es una realidad en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros goces y nuestros sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más allá de los géneros". Supongo que algo así habré pretendido yo con esta indagación sobre el aprendizaje del olvido. Gracias de nuevo, David.
EliminarTan denso en emociones como en contenido, tan dulcemente entrañable como cruel y despiadado .. tan tan ... que mejor no te digo nada más salvo que leerte es como sumergirse en un cubo de sabiduría precioso del que uno sale brillando como la luz aunque solo sea de pupilas para fuera. Mil gracias de corazón!
ResponderEliminarA pesar de todo ¿sabes una cosa? se te nota confortablemente cómodo en tu mecedora ... no es cierto que haya olvido, en tu caso solo maravillosa recreación.
Muchos besos JUAN!
Seguramente habré escogido la mecedora por lo que tiene, en las espero que largas postrimerías, de paradójica canción de cuna su ritmo binario... Te equivocas, sin embargo, en lo de que no haya olvido... ¡Pero si ya no sé ni quién puedo haber sido ni quién estoy siendo...! Gracias por tu generosidad, María.
EliminarRepetición y olvido.
ResponderEliminarSueños en los que nos reconocemos,otros son ajenos....solo sé que hoy espero que empiece esa película de las sábanas blancas.
Extrañas películas, los sueños, en las que se está actuando y detrás de la cámara al mismo tiempo...
ResponderEliminarSiendo tan próxima y evidente, tan apodíctica podríamos decir, la esencia bifocal de los sueños, no había conseguido reunirla en menos de veinte palabras hasta que me he topado con el aforismo que precede en espontaneidad a esta intervención... ¡Qué certero jazz el tuyo, querido Juan, al margen de la partitura!
EliminarPues no lo había escrito como Pozaforismo, pero, ahora que lo dices, hasta puede pasar por tal... Lo saco del pozo...
ResponderEliminarCada entrada de esta bitácora es una lección magistral. Gracias Juan.
ResponderEliminarMagistral de Vetusta, como mucho..., Francisco; pero no solo se agradece el elogio de los excelentes cofrades de la grafomanía como tú, sino que me atrevería a decir que es el más preciado.
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