martes, 22 de noviembre de 2016

La visita norcoreana a Usamérica de Carmen Laforet: “Paralelo 35” o “Mi primer viaje a USA”

     


Notas de un elíptico cuaderno de viaje: Paralelo 35* o un antilibro de viajes de Carmen Laforet en tiempos de tribulación íntima y crisis creativa. 
   [*Reeditado en 1985 como Mi primer viaje a USA]


Carmen Laforet fue invitada por el Departamento de Estado usamericano, en cuya política de dar a conocer la realidad de los Estados Unidos a personas de renombre, para que después ofrecieran una visión pegada al terreno de lo que es su realidad, se enmarca su viaje a medio camino entre el turismo y la inspección, y cuyo desarrollo se ajusta perfectamente al título de la, en su momento, famosa película Si hoy es martes, esto es Bélgica, con la que la escritora debió de sentirse muy identificada, si es que llegó a verla. Simone de Beauvoir hizo una visita idéntica 20 años antes, pero en muy otras condiciones de liberación personal, muy distintas de las ataduras familiares con las que lo hizo Laforet, quien aún se hallaba a cinco años vista de la separación de su marido. Con anterioridad a la experiencia de Laforet, Miguel Delibes fue invitado al mismo programa y recogió en un libro, USA y yo (1966), las crónicas que sobre ese viaje publicó en El Norte de Castilla. De hecho, Carmen Laforet se enteró del programa por haber asistido a una conferencia de Delibes y en conversación posterior con él y con su esposa. La diferencia, sin embargo, entre una y otra perspectiva es más que notable.  Laforet no dominaba el inglés, por lo que el Departamento de Estado le asignó una intérprete con la que no acabó de entenderse: Miss P.B. traducía bien, pero me di cuenta de que, además, interpretaba mis palabras a su manera y aquellos malos entendidos nuestros seguían nublando el ambiente. Había equívocos, no por mala voluntad de nadie, sino por la deformación de ciertos matices, ello provocó que hubiera de ser sustituida por otra con quien sí congenió para el resto de un viaje perimetral por todo el país que duró dos meses. Laforet sostiene que el rosario de malentendidos se inició tras haberse molestado la intérprete por unas palabras en polaco con que la saludó Laforet tras identificar como polaco su apellido. Digamos que le saldría a P.B. la indignación de la usamericana de tomo y lomo que reniega de sus raíces, al parecer, como lo haría un xarnego agradecido de los de Súmate al baile de disfraces de la secesión. La tensa situación con P.B. las forzó, amablemente, a tener que viajar en cabinas de tren individuales para ir desde Boston a Chicago. Para la siguiente etapa, tras Chicago, la de Springfield, la escritora se reunió con la sustituta de P.B., Eliana Romecín, de origen sudamericano, para alivio de ambas, de P.B. y de la propia Laforet. Con Eliana se entendió a la perfección y se desarrolló entre ellas la necesaria complicidad indispensable para este tipo de visitas tan guiadas, o dirigidas. En la despedida de la primera traductora, Laforet nos dice que mientras ella tomaba un café, P.B. tomó un líquido rojo a base de ginebra con tomate y que se llama “despedida sangrienta” -cosa que miss P.B. me hizo notar con expresión grave. Si es un bloody mary, que tal parece, ¿de dónde sale eso de “despedida sangrienta”? ¿O fue un chiste de sano humor negro de la intérprete?  En fin, sería admiradora del Capra de Arsenic and Old lace, “Arsénico por compasión”. En una breve introducción al libro, Carmen Laforet nos revela que el título fue obra del patrón de Planeta, el todopoderoso José Manuel Lara, quien sostenía que la palabra paralelo en un título lo convertía en superventas. Así mismo, nos resume la actitud con que emprende tan largo viaje y cuál ha de ser su método de trabajo:  No hay juicio personal. Solo puro relato. (…) He tratado de relatar lo que mis ojos vieron con la sorpresa del turista. (…) Para mí, el viaje ha sido una aventura vivida con curiosidad y sin prejuicios. Y eso es lo que quiere transmitir al lector: Si se han sentido divertidos e interesados como yo me sentí al vivir mi relato, mi ambición de cronista quedaría más que satisfecha. Cuesta trabajo, sin embargo, percibir el divertimento y el interés consiguiente por la lectura de una obra que ha sido escrita, digámoslo así, a redropelo. Tardó dos años en darle a este Paralelo 35, el aspecto de un libro de viajes, y la verdad es que. a juzgar por los serios defectos de composición que muestra, debió de pasarlo mal escribiéndolo, porque en ningún momento, salvo en, a lo sumo, diez o quince páginas, se detecta el más mínimo entusiasmo en una prosa plomiza, contrahecha y lejos, ¡lejísimos!, del singular y potentísimo estilo metafórico de Nada. Su biógrafa, Anna Caballé, nos revela la verdadera razón de esa suerte de apatía, de anhedonia, de la autora, que le revela a la profesora Marion Ament: Cuando me conociste en USA yo estaba en un momento malísimo, a punto de una destrucción de mi propia personalidad. Siempre estaré agradecida a tu país y a vosotros, los amigos, porque aquel viaje al que fui tan sumamente atontada y perdida significó un principio de fuerzas morales para mí. Tras publicar el libro, tardó tres años en separarse definitivamente de su marido. Así pues, ya sabe el lector que el viaje de Laforet a Usamérica fue más una huida que un deseo; más un ámbito de distracción del severo aturdimiento en que vivía, que la pasión de la aventura y del viaje. Y todo ello se desprende de cada una de las etapas de su viaje, y donde más se aprecia es, precisamente, en la manera extraña como rehúye los contactos con los críticos y profesores y con los escritores a quienes, sin embargo, tanto anhela conocer y con quienes, como pasó con Guillén, parece que no tenga nada de lo que hablar. Es extraña su situación. El intelector atento puede sospechar legítimamente que la Carmen Laforet que ha escrito Paralelo 35 fue una usurpadora de la auténtica y de ahí su timidez, sus recelos al contacto con la intelectualidad del exilio, ¡nada menos que Guillén, Américo Castro, Montesinos, Ayala, Carratalà, Josep Carner, Sender…!  ¿Cómo se ha de entender, si no, que el encuentro con Jorge Guillén, por ejemplo, ¡nada menos que con Jorge Guillén!, se limite a la siguiente anotación?: En Harvard almorcé con nuestro poeta Jorge Gillén y otros catedráticos y escritores españoles y sudamericanos. Recorrí las calles de la Universidad y me asomé a algunos edificios, tanto del núcleo antiguo como de los modernos, firmados por los mejores arquitectos actuales. El único edificio que hizo Le Corbusier en Estados Unidos está en Harvard. Cuesta creerlo, la verdad. De igual modo que cuesta creer que se acogiera como excusa a la gripe que sufrió al llegar a Nueva York para anular su intervención en el programa radiofónico La Voz de América junto a Francisco Ayala.   El intelector tiene la exacta sensación del miedo de la autora a ser “descubierta” como una “impostora”, a que se detecten sus carencias y sus limitaciones, su “insignificancia”, a pesar del éxito tremendo que tuvo su primera novela. La inseguridad, en resumen, es el signo distintivo de su estancia en Usamérica, de ahí que ella la disfrace con la excusa de haber ido allí a conocer un país, no a dar explicaciones sobre la realidad sociopolítica o la literatura española: va de oyente, no de declarante, de ahí ese segundo plano que, cinematográficamente, es casi un salirse del plano. De hecho, la falta de entendimiento entre la primera traductora y ella vino de ahí, del abismo que descubrió la traductora entre la autora de Nada, novela que había leído con pasión y admiración,  y la mujer frágil, insegura y casi anodina a quien tenía que irle traduciendo cuanto las autoridades habían puesto a su disposición para que acabara teniendo una imagen lo más positiva posible del país. De ahí, así mismo, el título que le he puesto a esta crítica, porque el Departamento de Estado, aunque supongo que respetó algunos de los deseos de Laforet, como el encuentro con Sender o con la familia con la que convivió el año anterior su hija en  Kansas City, le “cuadró” una agenda de visitas que parecen más apropiadas para un sociólogo o un político que para una escritora. Con todo, ha de reconocerse que, a pesar de su apatía, Laforet es una invitada aplicada y agradecida y toma buena nota de cuanto la llevan a ver, y eso es lo que nos ofrece en su libro, la unión más o menos ortopédica de esas notas que fue tomando con dudoso rigor, como se desprende de las numerosas erratas que ni siquiera los correctores de la editorial se tomaron la molestia de corregir, como iremos viendo.  Hay una suerte de frigidez emocional desde la que parece escribir la autora, quien en muy rara ocasión se apasiona con aquello que narra. Tiene más de actitud notarial que de genuina sorpresa ante una realidad muy distinta de la de su país de procedencia. Es innegable que a lo largo del libro va emergiendo una visión de Usamérica que, al margen de lo que podríamos considerar propagandístico, escuelas, hospitales, fábricas, explotaciones ganaderas modernísimas, etc., nos acerca a la realidad conflictiva de aquella época marcada, sobre todo, por la guerra del Vietnam, por el conflicto racial y por el choque generacional que impondrá modas, maneras y estilos de vivir que irán extendiéndose a lo largo del mundo occidental durante lo que se conoció como la década prodigiosa, aunque como Laforet se limita simplemente a consignarlo, sin más, sin añadir ninguna reflexión ni ahondar en las causas, los orígenes o las consecuencias de esos conflictos o de esas tendencias socioculturales y políticas, del intelector se va apoderando una decepción que casi le invita a orillar la lectura y dedicar el tiempo a alguna otra más provechosa. Yo le invito, caso de que este libro llegue a sus manos a no hacerlo, porque, sin ser una colección de noticias raras o curiosas, no es menos cierto que hay algunas realidades desconocidas para el común de los lectores que pueden aportarle aquello que, en principio, es consustancial a un libro de viajes: informar de realidades poco o mal conocidas. No es Carmen Laforet una reportera intrépida al uso, como su tocaya Carmen Sarmiento en tiempos recientes, pongamos por caso, pero sí estaba en una situación de receptividad, propiamente literaria, frente a la realidad usamericana que nos permite acercarnos a situaciones, personas y lugares en los que ella supo ver lo singular. Es cierto que la deslumbra no poco el confort de las clases pudientes, y que en contadísimas ocasiones se acerca al drama de la miseria real, tan propio de Usamérica, pero sabe escuchar y ver y tomar las notas precisas para que los intelectores no acabemos de sentirnos defraudados totalmente, aunque la decepción, ya digo, es notable.  Es evidente que es un libro “menor” en su obra, y que fue escrito en una situación intima difícil, pero también es verdad que todo ello no exime de esos mínimos de corrección que cualquier autor debe exigirse y que una editorial de prestigio está obligada a mantener:  Lo sexual, en la conversación de gentes educadas, en Norteamérica, está curiosamente velado. Se emplean otras palabras para enmascarar un delito de esa clase que juzgan shoking, así escrito,con ese descuido de corrección del original que afecta a todo el libro. Como cuando traducen Library por librería, en vez de por biblioteca, hablando de la hipermagnífica del Congreso, que, según la autora,  es también un centro cultural donde se hace teatro de ensayo y dan conferencias las personas más ilustres del mundo, por más que nos sea imposible saber a qué se refiere Laforet con ese concepto “teatro de ensayo”, que se parece lejanamente al de cine de arte y ensayo que, sin embargo, aparece en España algo más tarde que su viaje a Usamérica. La escritora recuerda que en esa biblioteca hay un archivo sonoro en el que pudo oír, en la voz de Nicolás Guillén, sus poemas antiyanquis, en una demostración de tolerancia cultural difícil de igualar. Personas de raza de color, escribe Laforet, sin siquiera considerar que haya de cambiar semejante expresión ortopédica y cacofónica, además de impropia por falsa corrección política. O cuando la bailarina negra Ruth Beckford se convierte en Oaklan Ruth, quizás por una confusión con el lugar de nacimiento de la bailarina, Oakland. Por no hablar de ese curioso disparate que es la aparición, ¡Hermes santo!, del cimbel cinegético en relación con la aventura espacial:  El lanzamiento se realiza electrónicamente a distancia más allá de los 125 cimbeles de sonido que pueden dañar el oído… Son pequeños detalles que muestran, a su manera, un cierto desinterés de la autora por un compromiso que había de cumplir, aunque las crónicas contratadas, que no he leído, que publicó en la revista La Actualidad Española fueron un éxito al parecer y le abrieron a Laforet las páginas de la misma como articulista de opinión, ingresos a los que no les podía hacer ascos, desde luego.  La verdad es que el  itinerario: Washington, Filadelfia, Boston, Chicago, Springfield, Kansas City, San Francisco, Los Ángeles, el Cañón del Colorado, Santa Fe, Houston, Nueva Orleáns, Cabo Kennedy, San Agustín y Nueva York, da de sí para extraer una visión de Usamérica más que completita, por más que la mayoría de las actividades estén tan pautadas como lo estarán las de los pocos turistas que son admitidos en Corea del Norte. Que Carmen Laforet padecía de pánico escénico está fuera de toda duda, y se desenvolvía mucho mejor en ambientes con muy reducido número de personas y, a ser posible, que no tuvieran nada que ver con el mundo literario si ella había de ser la protagonista. Es graciosa la anécdota que relata sobre una sesión con alumnos de español en la universidad que estuvieron más atentos a la explicación de la salida profesional de la intérprete que a las literarias de la autora, y así lo reconoce, yo diría que hasta con la satisfacción de quien ve en ello una actitud lógica y sana, si nos atenemos a la dificultad de la autora para pergeñar un discurso supuestamente “de autoridad” por parte de quien no se reconocía ninguna. A lo largo de recorrido es patente, acaso por ser ella quien era, la intención de los programadores de ponerla en contacto con la presencia española en Usamérica, como la comunidad de pescadores canarios en Delacroix, que hablaban en español, con acento canario, y en inglés, y nunca habían visto las islas canarias. O la comunidad vasca de Boise, capital de Idaho, donde vivían entonces unos 11.000 vascos, muchos de los cuales solo hablaban vasco e inglés, algo que a ciertos secesionistas de nuestros días les debe de parecer algo así como un ideal: ¡nada menos que “esquivar” el castellano en su formación! Recoge la autora, como anécdota, que los bailes vascos ganaron un premio en Nueva York y otro en Washington y que son muchos los jóvenes que se desplazan a Boise para apacentar los rebaños temporalmente, arte en el que sobresalió la comunidad vasca en Usamérica. Las raíces españolas en California y en Florida o la presencia de los menorquines, que llegaron al sur de Usamérica acompañanado a los ingleses, cuando la isla de Menorca estaba bajo soberanía británica, forman parte de ese cúmulo de referencias que los usamericanos cultivan con verdadera devoción, porque son algo así como el capítulo fundacional de su Historia. De hecho, en las páginas del libro hallamos una noticia llamativa: el primer hombre blanco que pisó el escenario monumental del Gran Cañón del y dejo su nombre allí grabado fue el español don Lope de Cárdenas en 1540. Que la autora disfrutara en Disneyland, el único sitio de Usamérica que quería visitar Krushev, por cierto, o que guarde tan magnífico recuerdo del encuentro con el tenista Santana, que iba camino de Australia, de quien valora su sonrisa, su espontaneidad y su simpatía, nos hablan de una viajera necesitada de cariño y de alejarse de complicaciones íntimas e intelectuales para lo que el viaje, a pesar de su suerte de aturdimiento, le vino de perlas. Confiesa, por ejemplo, no enterarse de nada de la visita a IBM, pero se asombra ante las magnitudes de los proyectos de la NASA en Cabo Kennedy, antiguamente Cabo Cañaveral por el nombre que le puso Ponce de León cuando descubrió Florida y vio que el lugar estaba plagado de cañaverales de bambúes. Resulta curiosa, finalmente, la horrorizada descripción que hace Laforet de lo que ella entiende por un centro de depravación, Cocoa Beach, después de haber visitada una Nueva Orleáns devastada por el huracán Betsy, unos daños perfectamente descritos por la autora, por cierto: La población se ha formado al calor de la gente que trabaja en Cabo Kennedy y es un lugar turbulento, de aluvión, de vicio y despilfarro. Uno de los lugares más corrompidos de Norteamérica. (…) el divorcio es quizá la único barato en el Estado de Florida. En realidad, casi cuesta más instalar un teléfono -para lo que hay que hacer un depósito de cien dólares- que obtener la separación matrimonial. (…) No existe ni un museo, ni un buen teatro… Solo se valora el lujo de lo que se compra, y las bebidas y las drogas corren sin medida. Esto es un pueblo de locos ricos alrededor de una obra fantástica. Es un lugar de suicidios y también un sitio en el que, al mismo tiempo de pagarse los sueldos más elevados de Estados Unidos, se cometen estafas al por mayor y circulan cheques falsos. (…) Cocoa, la ciudad en formación y en turbulencia que da fama a Florida de ser uno de los Estados más disolutos del país. Llama la atención, igualmente, que Laforet descubriera en Nueva Orleáns el fuerte antisemitismo usamericano que hasta ese momento desconocía, pero que al que sí le prestó atención Elia Kazan en La barrera invisible: - Desde luego que no se admitían negros. Tampoco gentes desconocidas ni judíos, por ricos y conocidos que fuesen. - ¿Los judíos no? Esto era nuevo para mí. Al parecer los judíos, por el hecho de serlo, constituían una clase social aparte. – Muchos de nosotros tenemos amigos judíos, personas que apreciamos y tratamos, pero ellos disponen de medios sobrados para construir sus propios clubs. Aquí no se admiten. Nuestros hijos, nuestros nietos pueden estar seguros de la gente que encuentran. En fin, a lo largo de sus trescientas páginas -Pla necesitó más de doscientas para seis días solo en Nueva York,  Weekend (d'estiu) a Nova York (1959)-,  Carmen Laforet cree cumplir con el compromiso adquirido, pero el intelector que lea con atención y cariño descubrirá esa tormenta existencial que estaba devastando a la autora y amenazando con descomponer su presente y su vida toda. Es una lástima, que la autora se dejara llevar, pero incluso a pesar de su falta de confianza y de su pánico escénico, el libro, por ser de ella, tiene una dimensión que va más allá del habitual libro de viajes, género en el que la presente obra ocuparía una más que discreta posición. Desde luego, nada tiene que ver este intento de libro de viajes de Laforet con los de otros autores de su generación, y muy especialmente con los de Camilo José Cela, cuyo Viaje a la Alcarria puede considerarse una obra maestra del género, por ejemplo.

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