sábado, 15 de noviembre de 2014

[Nota a pie de Diario]

                                                          


La carpeta, el archivo y el  estante seductores: Ulises desamarrado…

         Si el azar guía los pasos intelectores del Artista Desencajado, quien se caracteriza por no obedecer a plan alguno y guiarse exclusivamente por el capricho, por esa “real gana” que tanto ensalzaba Bergamín, a la hora de escoger las lecturas, no es menos cierto que a veces se acumulan y entonces la angustia aparece en quien con tanta desenvoltura escoge este o aquel volumen para abrirlo y aventurarse en él a lo que saliere y a lo que él, de su parva cosecha, en los intersticios de la lectura pusiere.
 Cuando se adquieren, en las ferias de saldos de las vanidades que son las librerías de ocasión, mi verdadera patria, nada nos cuesta elegirlos, y los compramos con una insensata pasión, porque no sabemos negarnos a que nos pase por delante la semicalva sin asirnos de su rala cabellera. Lo mismo sucede cuando navegamos en la red. Nos salen al paso pedeefes de obras que, fuera absolutamente de la circulación artesanal libresca o bien de obras que nos suscitan un interés por solo alguna parte de ellas, descargamos con una alegría digital nerviosa que, después, cuando vemos la larga lista de lecturas pendientes nos sobrecoge el ánimo, nos aterroriza. Máxime cuando los años se van cumpliendo con la inevitable aceleración que impone saberse en el lado declinante de la biografía. La contabilidad nada tiene que ver con el arte de la lectura, pero las horas que pasan parece que tengan manguitos y visera de contable explotado que se venga trasladándonos los escasos haberes a un Debe impagable, y su risa espectral se convierte en la osteoporosis de nuestra esperanza.
Si a esas caudalosas aportaciones de sugerencias intelectoras añadimos el archivo de Word colocado en el escritorio, bien visible, donde voy apuntando las lecturas inmediatas que, porque me salen al paso en otras aventuras, he de hacer, reconozco que la situación se complica hasta ese punto en que la ambición linda con el terror. Porque el insomnio, que es el agente provocador de los intelectores, me acalambra en mitad de una noche mal dormida y me obliga a ensillonarme  en un salón sin más ecos de arpa arrinconada que el sonido de mis dedos pasando las páginas.
En la Edad Media el conocimiento de la biblioteca de un autor era capital para trazar su biografía literaria o intelectual. Hoy es absurdo pensar que los libros que se amontonan por miles en estanterías que forran casi todas las paredes de una casa tengan ese valor identificatorio. La moda actual, no tan extrema como la del Carvalho de Montalbán, pasa por ir deshaciéndose de un legado que no les traerán sino complicaciones a los herederos, entre ellas la de tener que pagar para que se los lleven o, en el caso de un extraño amor a los progenitores, alquilar un sitio donde almacenarlos por amor a la memoria del amor que acaso se recibió. En cualquier caso, se trata de una perversión “a lo Diógenes” como otra cualquiera, aunque obviamente más limpia, que no más higiénica, si considerada desde el punto de vista de la salud mental y con el recuerdo de D. Quijote siempre presente.
        Sea como fuere, el caso es que entre la carpeta donde se archivan los pedeefes y la estantería donde no menos de 50 libros, en doble fila, aguardan pacientes a que mi impaciencia intelectora tenga a bien escogerlos, vivo un sinvivir, que no un sinleer, consumido por la fiebre y, sin embargo, lúcido y sereno al tiempo. La situación curiosamente no me impele a leer con avidez, sino a recrearme cuanto haga falta en aquello que me satisface plenamente, si bien no es menos cierto que tengo mucha menos paciencia que antes con lo que “se me cae de las manos”. Por suerte, el apresuramiento y este Artista Desencajado se han divorciado de mutuo acuerdo. Ya he llegado a la alta cota de miseria predicha por Marx y desde ella  ninguna lectura me es ajena, pero ninguna me turba la serenidad con que acojo sus posibles desasosiegos.
        ¿Y qué lecturas son esas que me convocan con tan irresistible atracción, con músicas tan sirénidas que hacen trastabillar mi bien ganada serenidad intelectora y artística? He aquí una breve lista con algunas de ellas, por que el intelector visitante tenga cumplida noticia de la fuente de mi horror a su propia etimología: estar horro de lecturas, que aún sería más dramático: Comienzo por la Institución Oratoria, de Quintiliano, extrañamente traducida siempre en plural, que he querido leer desde hace veinte años. Antes no disponía de ella. Ahora aguarda, aunque con una vieja encuadernación en la que tendré que emplear el cortaplumas, en la segunda fila del estante. De hace dos días tengo la referencia de un diccionario de Barbara Cassin. Vocabulario europeo de las filosofías. Diccionario de los intraducibles. Paris. Seuil/Le Robert 2004, del que hay, al parecer, edición en Siglo XXI con traducción de Néstor A. Braunstein, que me está haciendo salivar las neuronas desde que se me atravesó en el camino. Otro tanto podría decir del libro de Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito, del que espero algún anticipo por parte de un miguelturreño ilustrado que soporta  con entereza El peso del universo.¿Y qué decir de La vida secreta  de Pascal Quignard, cuyo discurso tan íntimo como seductor seguí en una entrevista en la RTF, en Nantes, tras la cual decidí que sería mi “siguiente” lectura, y aún, por esos azares de la existencia, ni siquiera lo he adquirido? Las Noches áticas de Aulo Gelio sí que me guiñan, picaronas, el ojo, desde el estante, con su extensión contundente. De Jean Rhys he de comprar, para mi conjunta, El ancho mar de los Sargazos, pero Una sonrisa, por favor, su autobiografía, me da voces tan poderosas como conminatorias, y es bien posible que al acabar The sense of an ending, de Julian Barnes, que tengo entre manos, me engolfe en ella con una sed reciente, porque hasta hace relativamente poco, unos quince años, no había sido lo suficientemente sensible al género autobiográfico, lo confieso, pero desde que descubrí toda la imaginación que cabe dentro de él, soy un adicto. Como mi diletantismo es ejemplar, la dispersión ha de presidir la pluridisciplinariedad (ahí queda eso…) de mis pasiones y por ello un libro como  el de Christopher Lasch, La cultura del narcisismo, a buen seguro que colmará mis expectativas, porque los ensayos no son, a pesar de las modas, productos perecederos. Ahí está, para demostrarlo, uno que tengo más cerca aún que los de la estantería, en la gaveta, y que, vuelto a hojear para buscar una referencia concreta, veo que admite una segunda lectura de la que saque más provecho que en aquella primera de mi juventud casi analfabeta. Me refiero a Una nueva Edad Media, de Nicolás Berdiaeff. Su turno espera también Michel del Castillo, cuyo volumen Las lobas del Escorial, aunque sea del género de la novela histórica, que no es mi favorito, me atrae por la devoción que tengo por su autor a raíz de una obra estremecedora: Mi hermano el idiota, una autobiografía que no dejará indiferente a todos aquellos intelectores que se acojan a su emoción y a su verdad. El cor quiet, de Josep Carner forma parte de ese tipo de lecturas que yo “me prescribo” por higiene cultural, como el Diari, 1918 de J.V.Foix, del que  podrán contarse con los dedos de una mano los secesionistas que hayan entrado y lo hayan acabado. Da la casualidad, ¿y qué, si no, si soy hijo suyo?, de que recién he terminado de leer una de esas rarezas que nos acreditan a los diletantes: El alma y la danza y Eupalinos o el arquitecto, ambas de Paul Valéry, en nefasta traducción de quien es presentado como “José” Carner. Entiendo que en aquellos años del exilio había que ganarse el pan como fuera, pero el nivel de exquisitez de su obra catalana se da de coces con la dejadez, y relativa ignorancia del castellano, con que tradujo a Valéry. Ignoro si hay traducción reciente y cuidada. De Santiago Rusiñol, sin embargo, tengo pendiente El jardí abandonat, que leeré con el placer con que leí hace muchos años La “niña gorda”, un magnífico esperpento, y El català de la Manxa, cuya lectura tanto contribuirá a entender ciertos delirios del presente. Un conocido le propuso a Cátedra una reedición crítica de la obra. Ni puto caso. De más enjundia son, sin duda, los tres volúmenes de los Discursos de Isócrates y los dos de Lisias, aunque en estos casos, lo difícil es dar el primer paso. Una vez dentro, son tantas las recompensas que no sin dolor han de arrancarme de su lectura las exigencias de otros menesteres, como los creativos. Es probable  que alguna lectura de caballería ligera como la de Jean Paul: Elogio de la estupidez y otros textos sobre idiotas, que es casi novedad, de 2012, de la editorial Cómplices, pase por delante de la gravedad forense helénica. Sobre todo porque ya he leído la excelente Historia de la estupidez humana, de Paul Tabori y es posible que me saliera una entretenida entrada para este Diario. Por último, en esta breve muestra de mi “carnet de baile” lector,  figura, como no podía ser de otro modo, la entusiasta recomendación que hacía Alain, en su libro sobre la felicidad de una novela de George Sand: Consuelo, a la que no me habría acercado de no haber mediado su recomendación. Ahí está, pues, pendiente de validar mi afinidad con el escritor francés y deseoso de confirmar que parte del no método que he seguido en mi aventura lectora sigue deparándome placeres intensos.
        Es tanto mi agradecimiento a los sufridos intelectores que, en sus ratos muertos, visitan estas páginas, esos que continúan aumentando mis conocimientos de lugares geográficos inverosímiles, y aportando alguna señal de vida inteligente en el espacio de los comentarios, que, en justa reciprocidad y a modo de parvopaupérrima recompensa, estoy dispuesto a modificar mi próxima elección intelectora al gusto de quienes me la exijan para elaborar una entrada en este Diario. De lo que mi pigricia congénita ya no responde es del cumplimiento de un plazo perentorio. Soy oblomoviano, con carnet de primerísimo número, como corresponde a mi condición de socio fundador del club de amigos de tan insigne criatura de ficción. Sobre mi capacidad para cumplir los compromisos que asumo, ya he dado pruebas contantes y sonantes.
Vale.

12 comentarios:

  1. Me aturde tu lista de propuestas lectoras que tan poco tienen que ver con las mías en las que en los últimos meses a duras penas me puedo concentrar. La realidad me llama de tal manera que no puedo subsumirme en lecturas profundas y acaso ni siquiera en superficiales. Leí de Pascal Quignard hace poco Las solidaridades misteriosas que logró retenerme y meterme en la trama misteriosa. Es un libro que no he olvidado a diferencia de lo mucho que he leído en los últimos tres años. Algo tuvo que tener. Para mí, la clave de una lectura es la música que tiene y si combina bien con tu estado de ánimo o tu situación existencial.

    Sin embargo, por tu lista de lecturas y la densidad que suponen, me temo que pueden no ayudarte como narrador. Tu escritura es espléndida pero no tienen el don de la ligereza. No me refiero a que sea ligera. No, me refiero a la ligereza que es una cualidad que en el estilo es importante. A fuer de densidad en las lecturas y tu mundo de aforismos que son cargas de profundidad de pensamiento puede no salir un estilo ágil, ligero, aéreo, eficaz. Stefan Sweig era un maestro en ello. Y sus obras, algunas apasionantes, se pueden leer sin ningún escollo estilístico que interfiera entre el lector y la obra. Un estilo demasiado selvático, intrincado, lleno de conceptismo estilístico puede no ser la mejor forma de acercarse al lector, de este tiempo y del tiempo que vendrá. Cuando te leo disfruto ciertamente, pero me pregunto si están en consonanacia adecuada el fondo y la forma. Porque lo importante es lo que decimos expresado a través de un cómo que es la base del estilo. Pero de tus escritos no se deduce con claridad el qué y sobre ello se impone un cómo a veces intrincado y demasiado densificado, sin ligereza. Y esto para el escritor es un peligro letal porque dígase lo que se diga, el escritor necesita de los lectores, no de uno o dos, sino de cientos y mejor miles que puedan acceder a la obra. La ligereza en el mismo Quijote es palmaria. Fue un libro que encandiló a los lectores cultos y los oyentes populares que asistían divertidos a su lectura oral. Las andanzas del caballero más estrambótico de todos los tiempos llenaron a los más simples y a la vez a los más cultos. Y es una obra cuyo sentido es tan amplio como se quiera considerar. Creo que la base es la postura del escritor: ¿a quién quiere más? ¿a sí mismo o al lector? ¿Se puede ser escritor sin estimar al lector?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido Joselu, igual que mi tocayo Valdés decía aquello de "escribo como hablo", pudiera yo decir que "escribo como me sale" o "como respiro", y que probablemente tenga poca responsabilidad objetiva en eso que pudiera llamarse un modo de escribir o un estilo o una "maniera". ¿De verdad crees que son "densas" esas lecturas? A mi, como mucho, me parecen, si acaso, extravagantes, anárquicas, propias de quien va a su aire y de quien escribe respirándolo a fondo, pero sin regodeo, sino con ejemplar convicción y confianza en la vida. Tomo nota vigilante de tus sugerencias, porque sin duda no te falta razón. De todos modos, hay una especie de determinismo carcterológico que me impide contrariar el impulso natural de mi escritura. ¿Una condena? Pudiera ser. Aun así, espero que este juicio severo no signifique "no vuelvo a pasar por aquí..." Si esto me lo dices de una "nota al pie", no quiero ni pensar... No puedo prometer enmienda, ciertamente. Pero entiendo cualquier deserción. Este Diario, como cuaquier diario tiene un impulso confidencial, es, por así decirlo, íntimo, y no aspira a la extimidad, que decía Unamuno, lo cual no significa que esté escrito en clave y menos aún que no aspire a que los lectores entren a sus páginas. Quien se da por entero y sin menoscabo lo hace, al tiempo, sin servidumbres. El final de esta "Nota al pie" de hoy es una declaración de amor a los intelectores, no una pieza retórica.
      En fin, que tendré muy en cuenta tus reflexiones, que te agradezco de corazón. Un abrazo.

      Eliminar
    2. No, no lo decía a propósito del post que hoy comentamos. Es un comentario general. En el mismo Facebook haces un comentario mencionando a Hegel que ha descolocado totalmente a una lectora que ha manifestado que no comprende tu densidad o carga de agudeza no recuerdo exactamente. No tiene mayor importancia, pero esa persona de la que sé algo, un poco, no demasiado, es un ejemplo de persona media, que busca cultivarse, que intenta aprender en lo que puede si se lo explican con claridad. Pero eres demasiado críptico incluso en un medio superficial como Facebook. Ignoro cómo es la lista de tus amigos en Facebook. Creo que no ajustas tu estilo al medio. Hay posibilidades de acceder a círculos profesionales más en consonancia con lo que escribes, más bien literarios (pero dios nos libre de los ambientes literarios) y filosóficos. Tal vez hay también círculos aforísticos. En FB hay de todo, pero si te mueves en un espacio reducido porque tu muro sea escaso en amigos, te puedes encontrar descontextualizado. Y esto es algo que te suele pasar. En realidad tu público ideal no sería el ciudadano medio culto sino un comité de asistentes donde se juntaran equivalentes a Bergamín, Unamuno, Juan Benet y Foucault por decir algo. Esto no es Facebook. Me preocupa porque te leo hace tiempo con enorme placer, pero desearía algún día asistir a que te dieran el premio Nadal por ejemplo. Creo que tu carrera literaria es fundamental para ti, pero hay una inadecuación como la que te he señalado. No es por el post de hoy y deseo seguir frecuentándote porque te leo con aprovechamiento y felicidad.

      Eliminar
  2. Venga. Sugerencias. Un texto eminentemente juanpoziano. Esto es: desencajado, decadente y diletante, que bien que podría brindarle la suficiente sustancia para una suculenta entrada al autor de este blog. A.O BARNABOOTH, de Valery Larbaud. Seguro que lo habrás leído.

    ResponderEliminar
  3. "Así no se vale" diría el niño que llevo dentro y atesoro como un cáncer despistado...Nada he leído de él y si a lo que ya tengo pendiente me sumas un "deber" más, ¡y cómo resistirse a esta tentación!, ¿qué va a ser de mi, mísero e infelice! Estaba yo dispuesto a seguir el juego de los "libros dedicados" con la lista ofrecida; pero bien está la sugerencia y asumo, con el placer de la aventura, el reto. Pero sigue valiendo la condición atemporal. Ya tenía ganas de echarle el ojo a don Valerio, pero son las tentaciones tantas y tan escasas las horas y están tan castigados los ojos... Quedo profundamente agradecido. En el Dietario de Gimferrer aprendí a amar a los decadentistas, y, así que me sale algo al paso, lo leo. Ahora, con mayor razón, pues que viene tan bien recomendado... Ahora, de desencajado, poco...

    ResponderEliminar
  4. De Isócrates: Elogio de Helena; Carta a Filipo; Aeropagita.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hecho. En los tres volúmenes de la Bernat Metge no viene el Elogio de Helena, pero ya me lo he descargado, en una versión de 1789 (¡bendita googledigitalización!), de Ranz Romanillos. Sigue en pie la atemporalidad del compromiso, que conste.

      Eliminar
  5. Sólo falta ahora que con alguna de las cosas que desordenadamente recuerdes de esos libros, tiempo después de haberlos leídos, confecciones tú tus propias noches de tu tierrra o de donde quiera estés de paso, como hiciera Aulio Gelio, que también sería una especie de diario.
    Gracias, D. Juan, por compartir ideas (que confieso que en mi caso poco podré aprovechar, porque tengo ya demasiados libros por leer, no porque sean muchos, sino porque poco tiempo puedo dedicar a su lectura) y por tu hermosa escritura.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Adscrito aliásticamente al empirismo, voy a tomar como un "dato de la realidad" lo de la "hermosa escritura", que uno no es de piedra... Me ha hecho pensar lo de "donde quiera estés de paso" porque puede ser que para un apátrida nato como yo, acaso sea este territorio virtual donde más relajado me halle...Las disputas de aldea no me atraen sino como ejercicio retórico, aunque reconozco lo soporíferas que son; pero para un insomne contumaz... No digo nada, -¿Obra no escrita? Obra anunciada- pero acaso me sorprenda a mí mismo con esos "desordenados recuerdos" y cuajen no en un diario, pero sí en una narración fantasmagórica.
      Un placer.

      Eliminar
  6. Muy señor mío:

    Como sabido es que sutileza obliga tanto como nobleza, he aquí un intento de favorecer la justa réplica al guiño:

    http://autogeno.blogspot.com.es/2014/11/apostillas-al-desencajado.html

    Y disculpa, amable Juan, la autopromoción que pueda haber en ello: daños colaterales, no más.

    Gracias por tu buen sentir, dentro y fuera de las letras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Quien aquí entra, que se exhiba desinhibido, que esto es Diario íntimo y ágora al tiempo. Voy al enlace.

      Eliminar