martes, 25 de noviembre de 2014

Las apostillas de David Ruiz García a mi "Nota a pie de Diario".

                          




             Quiero agradecerle a David Ruiz García (Autógeno) la extraordinaria reflexión que ha tenido la delicadeza de elaborar -Apostillas al Desencajado la titula-,  a propósito de mi  Nota a pie de Diario  de hace unas entradas. La publica en su blog El peso del Universo.  
            En justa correspondencia, quiero hacerlo público en este semidesértico Diario para quien quiera acercarse a ellas y saber lo que es bueno... Ofrezco un avance, amparándome en el "derecho de cita", aunque quizá lo exceda. Un blog es, sin duda, también un hábitat. Y los textos que en ellos leemos tienen un contexto del que no podemos erradicarlos sin, acaso, restarles buena parte de su significado o de sus connotaciones. Osado como soy, ni siquiera he pedido permiso a David para airear sus apostillas. Confío, en todo caso, en que no me mida, dialécticamente, las costillas... Que conste que salgo perdiendo en la comparación que nunca debe hacerse por aquello de que son de mala educación, pero un verdadero Artista ha de saber distinguir entre un borrador, mi Nota y una obra acabada, las Apostillas. Con afecto y agradecimiento.




20.11.14


Tal es la miserable condición humana, que no queda otra salida que o reírse o dar que reír como no tome uno la de reírse y dar que reír a la vez, riéndose de lo que da que reír y dando que reír de lo que se ríe.
Miguel de UNAMUNO
Amor y pedagogía

Con la erudita prosa que es marchamo de su casa y solaz para el visitante que no viaja apresurado, en su entrada más fresca debate consigo el oblomovista Juan Poz acerca de las lecturas aplazadas que lo reclaman desde anaqueles y archivos, donde el polvo al polvo del tiempo finito que apremia infinitivo por otros frentes hace tejuelos de aplazamientos sucesivos. Tema libresco, por tanto, que este amante de las granadas —de huerta y de biblioteca, no aventuren carnicerías—, a quien gané en un reto nada azarosolos lindos euros que invertí en los Escolios de Gómez Dávila, aprovecha para ir desglosando algunos de sus incesantes apetitos literarios, al hilo de los cuales hasta me lanza un guiño parabólico al que quiero corresponder en generosidad, aunque frustre las impresiones razonadas que espera de mí sobre la obra del colombiano, a la que alude por estar incluida en su larga lista de futuribles. Me excusará, seguro, esta eventual omisión, máxime cuando a fuer de nobles gestos el intercambio de ideas pueda servir de acicate para un sincero esparcimiento. Mentiría si declarase haber recorrido en más de un tercio el apretado volumen de mil cuatrocientas páginas que Dávila se tomó una vida en componer con la trama de sus filias y la urdimbre de sus fobias, a veces permitiendo entrever los libros que desfilaban ante su quirúrgica mirada; es volumen intenso y extenso, destilado para degustar a sorbos y disgustar a torvos, y además comparte la simultánea apertura de lomos con otra docena de ejemplares en los que me sumerjo con menos asiduidad de la que tenía por disciplina antes de precipitarme en la edad angosta que subrayamos, con más dureza que vergüenza, bajo el eufemístico antifaz de la madurez. Que llegados a esta etapa de la peripecia existencial el decurso se comprime no es secreto, ni brinda excusas a los propósitos sólidos, ni por ello deja de asombrar a quien se descubre inserto en la fugacidad sobrevenida. A mis jornadas les faltan horas y, más que nada, los momentos dilatados en esa nocturnidad que invita a concentrarse en aquello que el día excluye de su tributo regular a los ritmos de la ecúmene. Ahí están, como lección impúdica de mis interrupciones, mareados en la montura de mi actual dispersión, los Errores celebrados de Zabaleta, Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond, La presencia del pasado de Rupert Sheldrake, Historia de la melancolía de Jackson, La religión y la nada de Nishitani, Golem XIV de Stanislaw Lem y las trapacerías expuestas en la Vida del falso nuncio de Portugal de Alonso Pérez de Saavedra, por citar algunos de los tomos que diviso apiñados en la mesita contigua a mi confesionario. Contemplo el panorama y creo, por un instante, estar releyendo al benigno Joubert cuando pensaba que «el mayor defecto de los libros nuevos es que nos impiden leer los libros viejos».


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4 comentarios:

  1. Para hacerme enmudecer de puro regocijo no necesitas permiso, y tampoco sería yo el maleducado que tratara de medirse a costillazo dialéctico con quien estimo, precisamente, por su talla como prosista.

    Aunque me repita, no puedo omitir darte las gracias que me brotan por activa y por pasiva.

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  2. Medirse, no, "medirme" a mí las mías, que el ladrón textual lo he sido yo y solo faltaba que, encima, saliera respondón o chulópata... Un placer que espero lo compartan los intelectores ¿habituales? de este Diario.

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  3. Ciertamente hay afinidades electivas y esta vuestra es una de ellas. Coincidencias en la elegancia del estilo, en el tempus narrativo, en la generosidad de la prosa próxima a lo poético, cercanía en lo humano, cortesía llevada a la filigrana... Me congratulo de vuestro encuentro. Más vale estar bien acompañado que solo. Yo no soy un estilista, tal vez porque mi carácter me lo impide, tal vez porque no tenga oratoria suficiente para serlo. Entiendo que mi prosa es urbana tal como mi fotografía. Admiro vuestro buen hacer y disfruto con estos meandros de la prosa bien hilvanada, llena de sortilegios y sorpresas lingüísticas.

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    1. Bueno, bueno, bueno..., menos lobos... Hay estilos firuleteros, para qué lo vamos a negar, y hasta barroquillos, si se quiere, y son llamativos por el oropel, aunque haya vena de emoción viva bajo el ropaje suntuoso; pero hay otros, querido Joselu, que hacen bandera de la concisión y la transparencia, de la fluidez del viento y de la precisión del tiempo, ¿clásico? ¿Ático (frente al asianista nuestro)? Aqui estilistas lo somos todos, para bien o para mal. Y en esto pasa un poco como en el cuento de Calvino: Dos escritores muy distintos miran a una mujer que lee, y ambos, un autor de best sellers y otro de complejos textos minoritarios, se dicen que la mujer esta leyendo el útlimo libro del rival, y ambos, como es lógico, reniegan de su "maniera" y lo darían todo por escribir como el "enemigo" que la acabara conquistando... Pues eso.

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