Palabras de autor en el DRAE o del dominio privado en el dominio común y de cómo
reparar la severa injusticia del silencio
y la implacable sentencia del olvido.
Con motivo de la publicación de la vigésima tercera edición
del diccionario de la RAE, aún no disponible plenamente para consultas en línea,
sino en avanzadillas de los cambios que ahora se publican, quiero plantear una
cuestión que, a lo largo de mis innumerables paseos por toda suerte de
diccionarios, me ha llamado la atención, y ello a propósito de la primera voz
que me llamó la atención desde el punto de vista del creador: nostalgia. El hecho de que la voz
tuviera un autor e incluso una fecha de creación, Johannes Hofer, en 1688, me
llevó a plantearme por qué razón la RAE, en la redacción de su diccionario,
esconde la paternidad de tantas y tantas palabras que la tienen.
Es evidente
que ningún creador de ellas, aún vivo, reclamaría ese llamativo © al que me
refiero en el título de esta entrada de hoy, porque la mayor recompensa de
quien crea una palabra es que ésta sea usada por los hablantes. Ahora bien, que
no se reclame no quiere decir que, en conciencia, y en consecuencia con la
honestidad que ha de guiar nuestros actos, no hayamos de reconocer la paternidad de dichas voces. Repito que aún no he
hojeado la nueva edición, pero consulto en la edición anterior la voz genocidio y ni siquiera hay señal de
que pueda ser modificada para la siguiente, como ocurre en muchas de ellas, de
las que se avanza una redefinición.
¿Por qué, me pregunto, la RAE sí respeta
esa paternidad en una voz como potasio
(Del lat. cient. potassium, y este del neerl. pottaschen, ceniza de pote,
término acuñado en 1807 por H. Davy, 1778-1829, químico y físico inglés que lo
descubrió – acuñador así mismo de voces tan corrientes como calcio, aluminio, flúor, magnesio, silicio y sodio–), y no
en nostalgia o genocidio? Esta última, por cierto, y para información general, fue
acuñada en 1944 por Raphael Lemkin, en su libro El poder del Eje en la Europa ocupada.
No son pocas, ciertamente, y algunas muy comunes, las voces
que tienen autor y hasta fecha de creación. De ahí mi interés por que la RAE
rectifique su política de silencio y olvido y le dé a cada César lo suyo, lo que le corresponde: la
autoría. No voy a iniciar una campaña en Change.org,
evidentemente, pero creo que el reconocimiento público a quienes han
contribuido con su ingenio a la mejora de nuestras posibilidades de expresión
debería ser un principio ético fundamental a la hora de redactar una obra que, aun
siendo una creación comunal, no siempre lo es.
Cear
una palabra no es un acto automático, sino un poderoso esfuerzo de imaginación
que los hablantes hemos de reconocer como es debido, porque esos esfuerzos
individuales han contribuido poderosamente a ensanchar nuestros horizontes
intelectuales y emocionales. En el Génesis queda claro, y en la hermosa canción
de Dylan recordado, que Adán halló pasatiempo acorde con su humanidad en
ponerles nombre a todos los animales, de la tierra y del cielo. Émulos del
padre primigenio son todos aquellos seres que han querido contribuir al acervo
lingüístico de la humanidad con palabras que hoy usamos sin tener conciencia de
que se las “debemos” a alguien concreto.
Esta entrada del Diario quiere rendir emocionado homenaje a
quienes tantas horas de placer me han proporcionado y de quienes tanta sanísima
envidia he tenido, porque ser capaces de cuajar, como el dulcísimo mosto de
granada, una palabra que ande en boca de todo el mundo me parece una de las
grandes satisfacciones a que cualquier persona puede aspirar. Se hablaba mucho,
durante tiempos de mi infancia, sobre lo de los tres grandes objetivos del ser
humano: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, quizás por este
orden. Crear una palabra que se incorpore al léxico comunal me parece más
ambicioso que escribir un libro, algo, hoy, para bien o para mal, al alcance de
todo el mundo, pase o no por una Escuela de escritura.
Hay una invitación implícita en ese reconocimiento a
apoderarse de un saber que puede hacer mucho por nosotros, y no solo a título
anecdótico, porque privar a Thomas More de la autoría de Utopía es, en cierta manera ocultar su obra, a la que da título. De
igual manera, y en otro extremo del arco de nuestras inquietudes, ¿por qué los
señores académicos de la RAE nos condenan ignorar que una voz hoy tan común
como margarina fue inventada por
Hyppolyte Mège-MOurès, en 1869, y que la sacó del griego margaron, “perla”, acaso por el blanco roto de la margarina? No hay
límites para nuestro tributo y reconocimiento, porque incluso una voz tan
aparentemente comunal como ideología,
tiene un autor: Fue inventada por el francés Destutt de Tracy en 1796 en su Memoria sobre la facultad de pensar. Incluso
tenemos documentado que, en español, fue Jovellanos su primer usuario en 1808
en su Memoria sobre la educación pública. Que no ignoremos los autores de
esas palabras con copyright nos llevaría a no adjudicar ingenuamente ciertas
palabras a quienes fueron la causa de que otros las inventaran a partir de sus
nombres, como es el caso de buganvilla,
de nicotina, de guillotina o de linchamiento,
etc., o como en el muy llamativo de sadismo
y masoquismo, acuñadas ambas, en
1886, por Richard von Krafft Ebing en su obra Psychopathia Sexualis.
Son plurales las circunstancias que propician la creación de
palabras, y de naturalezas muy diversas, desde la comercial, jacuzzi inventada en 1917 por los
hermanos Jacuzzi (eran 7) y comercializados por ellos, o el popular bikini,
el famoso dos piezas de baño inventado por Louis Réard (1897-1984) y así
llamado por un acontecimiento histórico de primera magnitud: las pruebas
nucleares en el Atolón de Bikini : pensaba su inventor que causaría tanto
escándalo público como protestas sociales el uso nuclear; hasta la literaria, como robot, inventada a partir de la voz checa robota que quiere decir "servidumbre". El término fue
usado por primera vez en 1921 en la obra de teatro R.U.R (Rossum's Universal
Robots) del checo Karel Capek; pasando por inventos como el saxofón, creado y bautizado por Adolohe Sax en 1846 o productos tan miríficos
como en su momento se pensó que era la aspirina,
hermana gemela de panacea, acuñada
por su descubridor, Felix Hofmann (1868-1946) y así bautizada, como en muchos
casos relativos a la ciencia, siguiendo patrones etimológicos del latín y el
griego, en este caso escogió la A de acetilación
y Spiraea de la spiraea ulmaria de
donde se obtiene el ácido acetilsalicílico.
A lo largo de esta entrada he ido alternando inventó y acuñó como voces sinónimas, y lo son, y es curioso que ambas, de
tan diverso campo semántico, la imaginación y la moneda, confluyan en la
connotación de valor que tienen estos
descubrimientos lingüísticos. En comparación con el corpus general de una
lengua, son una minoría estas voces con copyright,
pero ellas nos permiten comprobar el ingenio derrochado por todo un pueblo en
la elaboración de su propio acervo léxico. No quiero convertir esta entrada del
Diario en un breve tratado de semántica, disciplina suficientemente divulgada
hoy en día como para que alguien la ignore, y no entraré en esos hermosos procesos
por los que cuajan ciertos significantes y ciertos significados, algo que, por
lo demás, está al alcance también de todo el mundo en diccionarios etimológicos
de sobra conocidos, empezando por el de Joan Corominas o el de Vicente García de
Diego. Mi objetivo lo reconozco cumplido con creces en lo hasta ahora expuesto.
Y como el undécimo es no aburrir, aquí lo dejo.
Con todo, añado, a modo de
apéndice, el resto del material que he buscado para que alguien disponga de él
como guste. Sin embargo, quiero concluir con una palabra que no existe, que
acaso nunca existirá y que, a mi juicio, sería bueno que fuera admitida como
tal por la RAE, me refiero a birógrafo.
Se trata de un invento que patentó en 1938 László József Biró, ¡el bolígrafo!, al que él y su socio, Meyne, para explotar el invento,
denominaron comercialmente Birome y al nuevo sistema de escritura esferográfica. Posteriormente, vendió la
licencia a la casa Faber y después a la casa Bic. Así pues, a modo de justicia
restrospectiva, ¡cuánto más adecuado sería que la RAE decidiera, en un acto
creativo, incluir birógrafo en
nuestro acervo para rendir homenaje al creador del bolígrafo!
Intrahistoria: Acuñado por Miguel de Unamuno.
Antípodas. Acuñada por Platón en el diálogo Timeo.
Célula. La palabra célula viene de celda,
porque cuando descubridor, Robert Hooke, las observó en los tejidos de las
plantas, consideró que se parecían a las celdas de los monjes.
Jitanjáfora. Creada por Mariano Brull, escritor
modernista cubano. Otros la atribuyen a Alfonso Reyes.
Tiovivo. Esteban Fernández, muerto
aparentemente el 17 de julio de 1834. Lo llevaban a enterrar cuando salió del
ataúd gritando: “¡Vivo. Estoy vivo!” Su atracción la del “Tío Vivo” acabó dando
nombre a lo que hasta entonces se llamó carrusel o caballitos.
Vacuna. Edward Jenner, en 1796.
Autoestima. William James en 1890.
Teratología.
Isidro Saint-Hilarie creó el término en el siglo XIX.
Quérulas: Antonio Guzmán Guerra traduce así
el término griego paraklausíthyron,
para definir las canciones de queja de los amantes despechados.
Mileurista: Palabra inventada por Carolina
Alguacil en una carta escrita al diario El País, el 21 de agosto de 2005.
Serendipia: El término serendipia deriva del
inglés serendipity, neologismo acuñado por Horace Walpole en 1754 a partir de
un cuento tradicional persa llamado Los tres príncipes de Serendip, en el que
los protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip —antiguo nombre persa de
la isla de Ceilán, la actual Sri Lanka—, solucionaban sus problemas a través de
increíbles casualidades.
Metrosexual: En el año 1994 fue usada por
primera vez por un periodista británico, Mark Simpson.
Neolengua. Creada por George Orwell en su
novela 1984.
Volapuk: lengua artificial, creada por el sacerdote
alemán Johann Martin Schleyer, y la primera que consiguió cierta difusión. El
término volapuk está formado por las palabras "vol" (mundo, deformación del
inglés world) y "pük" (habla, del inglés speak), así que puede traducirse como
“lengua universal”.
Nivola. Género literario creado por
Unamuno. [Aparece en el prólogo de Niebla, usada por el heterónimo Victor
Goti.]
Telescopio: el nombre «telescopio» fue
propuesto por el matemático griego Giovanni Demisiani el 14 de abril de 1611,
durante una cena en Roma en honor de Galileo.
Claqueta: Frank W. Thring (1982-1936) Thring
le añadió la bisagra a la pizarra que se usaba con anterioridad y con el golpe
que se producía se facilitaba después el montaje.
Anófeles. (an: sin-ófeles: beneficio) Fue
creado por Johann Wilhelm Meigen (1764-1845) Se le considera el creador de la
dipterología.
Aerobic: Inventada por Kenneth H. Cooper
(1931)
Autismo: Inventada en 1910 por Eugene
Bleuler (1857-1939)
Adrenalina: 1901. Inventada por Jokichi
Takamine. Observó que se segregaba en unas glándulas cercanas a los riñones (ad
renalis)
Bulimia: Inventada en 1977 por Gerald
Russell.
Cibernética. Creada por Norberto Wiener
(1894-1964) (kibernetike: arte de pilotar una nave).
Cosmovisión (traducción de Weltanschauung;welt: "mundo"; anschauen: "ver") Creada por Wilhelm Dilthey (1833-1911).
Difteria. Acuñada por Pierre Bretonneau
(1778-1862) en 1857.
Dinamita: Acuñada por Alfred Nobel
(1833-1896) en 1876, a raíz de su invención.
Dinosaurio: Acuñada por Richar Owen(1804-1892)
en 1842.
Diplodocus: Acuñado por Othniel Charles Marsh
(1831-1899) en 1878.
Ecosistema: Acuñada en 1935 por Arthur Tansley
(1871-1955).
Esquizofrenia: Acuñada en 1912 por Eugen Bleuler
(1857-1939).
Estadística: Acuñada por Gottfried Aschenwall
(1719-1772)
Feromona: Acuñada en 1959 por Martin Luschen
y Peter Karlson (1918-2001)
Gas: Acuñada por Jan Baptista Van Helmont (1577-1644)
[>del gr. Chaos]
Helicóptero: Acuñada en 1861 por Gustave de
Ponton d’Amecourt (1825-1888)
Travesti: Acuñada por Magnus Hirschfeld en
1910
Menopausia: Acuñado en 1821 por Charles de
Gardanne.
Holismo: Acuñado en 1926 por Jan Christiaan
Smuts (1870-1950), en su obra Holism and
Evolution.
Quark: Acuñada en 1939 por James
Joyce (1882-1941) en su obra Finnegans Wake. Usada por el físico
Murray Gell-Mann en 1963.
Termómetro: Acuñada por el jesuita francés Jean Leuréchon (1591-1670).
Testosterona: Acuñada en 1935 por Leopold Ruzicka
(1887-1976).
Tiranosaurio: Acuñada en 1902 por Henry Fairfield
Osborn (1857-1935).
Tiroides: Acuñado en 1656 por Thomas Wharton
(1614-1673)
Velcro: Acuñado en 1951 por gEorges de Mestral
(1907-1990) a raíz de su invento.
Vigorexia: Acuñada por Harrison G. Pope.
Vitamina: Acuñada por Casimir Funk
(1884-1967)
Balonvolea (Voleibol): Acuñado hacia 1896 por Alfred T. Halstead, cambiando el
original de Mintonette que le había
puesto su inventor William George Morgan (1870-1942).
Cantautor: Borja.M.Tejada, lector generoso, me facilita la autoría de una palabra tan naturalizada en nuestro idioma que diríase que, en efecto, surgió, de manera popular, espontáneamente, sin que nadie tuviera el don lexicográfico del neologismo para inventarla. Pero su inventor fue un célebre periodista donostiarra afincado en Madrid: Alberto Otaño (cofundador de Diario 16) en una entrevista a un, entonces, cantante novel que empezaba a ser conocido: Víctor Manuel. La entrevista se publicó a finales de los años 60 en Nuevo Diario.
Cantautor: Borja.M.Tejada, lector generoso, me facilita la autoría de una palabra tan naturalizada en nuestro idioma que diríase que, en efecto, surgió, de manera popular, espontáneamente, sin que nadie tuviera el don lexicográfico del neologismo para inventarla. Pero su inventor fue un célebre periodista donostiarra afincado en Madrid: Alberto Otaño (cofundador de Diario 16) en una entrevista a un, entonces, cantante novel que empezaba a ser conocido: Víctor Manuel. La entrevista se publicó a finales de los años 60 en Nuevo Diario.
Sin duda es una reflexión oportuna la que planteas y que versa sobre la creación de nuevas palabras especialmente relevantes en el uso de conceptos que nos fundamentan y que han dado lugar al mundo contemporáneo. Citas algunas pero hay infinidad más de todo tipo, especialmente en el dominio tecnológico, deportivo, periodístico, sociológico, científico... Pero no sé si los diccionarios o las enciclopedias deberían incluir el nombre de sus presuntos creadores. ¿No es esto materia de un tipo de diccionarios específicos? No sé si existen. Como curiosidad léxica es o debería ser relevante saber el origen de tantos y tantos vocablos, pero no entiendo que un diccionario de uso común debiera incluir la cita de autoría. En los diccionarios buscamos eficacia, claridad, rapidez, exactitud. Algunos incluyen su etimología, otros no. Está bien en el DRAE, pero no pienso que hubiera que ampliar la información sobre la autoría de la palabra, aunque sí que debiera haber algún libro en que sí que apareciera, pero no en el DRAE. No pretendo sentar cátedra con mi opinión. Solo he querido fijar rápidamente un criterio ante algo que no me había planteado. Veo que ocupas eficazmente tu recién alcanzada libertad. Yo he ido a hacer fotografías al cementerio de Montjuich en el día de difuntos, pero no estaba especialmente animado a pesar de la fecha. Y es que ni el día de Difuntos es lo que era. Desde que se eliminó la representación de Don Juan Tenorio y las lamparillas a los difuntos en las casas, esto ha decaído.
ResponderEliminarNo aspiro a convertir el DRAE en etimológico, aunque en parte lo es ya. MI objetivo es que, en estos tiempos en que se lucha tanto por asegurar el derecho a la paternidad de todo, se obvie que las palabras también tienen creadores, y algunos especialmente imaginativos, como se desprende de la entrada. Merecen el reconocimiento de todos los hablantes. Nombre y apellidos y año de invención, si se sabe, eso es todo lo que pido que se haga. Y me parece que la primera reedición que se haga de la actual versión ya debería incorporar ese reconocimiento. Los neologistas empedernidos han de tener su gloria.
EliminarA lo mejor más que copyright o derechos de autor habría que hablar de patentes. Pero detrás de toda patente hay una utilidad y no sé si en el lenguaje se podría justificar fácilmente.
ResponderEliminarHasta donde yo sé (por mi formación como bibliotecaria, en obras de referencia, y por mi formación como filóloga, en lexicografía), lo que tú propones no es objeto del DRAE. Me figuro que todo él ha sido objeto de interminables discusiones y se ha llegado a un criterio consensuado por el cual a todo lo más a que se ha llegado es a señalar el origen geográfico de una palabra. Y eso por sacarle rendimiento a que es un diccionario académico de varias academias.
Hace años decidí no entrar en discusión alguna sobre el DRAE ya que hay quien lo lee como si fuera el Código Civil o quien lo maneja como si fuera un objeto contundente o un libro sagrado revelado por el Espíritu Santo. También hay la contrapartida de la iconoclastia, tan propia de los países donde abunda la idolatría por cierto, que vienen siendo lo mismo a poco que pienses.
Creo recordar que ya tuve otra ocasión de comentarte que para mí la etimología y las historias de las palabras eran poco más o menos lo que para Marguerite Yourcenar la heráldica. Ella tenía unos conocimientos de historia más que notables pero nunca consiguió interesarse por la heráldica, a lo que creo que ayudó el hecho de que su hermanastro tuviera tal afición. Su única afición. A muchas personas a quienes nos apasiona la lingüística nos interesa poco la etimología. A muchas personas a quienes nos gusta la Zoología no nos interesa la taxidermia. Etcétera.
Saludos,
En todo caso, se ajuste o no, que unifiquen el criterio, porque de algunas palabras sí que dan la referencia de quién la inventó y de muchas otras no. No es tanto la etimología, cuanto la maternidad. Me parece de justicia, el reconocimiento institucional. Crear una palabra es añadir algo muy valioso a la realidad.Por otra parte, entiendo el poco interés que las etimologías pueden despertar. A mí, particularmente, me apasionan. Quizás porque estoy unamunizado y bergaminizado en gran medida, y desde muy joven.
EliminarTe apunto otra palabra: Cantautor. Su inventor, un célebre periodista donostiarra afincado en Madrid: Alberto Otaño, en una entrevista a un, entonces, cantante novel que empezaba a ser conocido: Victor Manuel. La entrevista se publicó a finales de los años 60 en Nuevo Diario
ResponderEliminarMuchas gracias por la aportación, interesantísima, porque mi generación, al menos, es la de los cantautores, esos de los que Aute se auteburlaba (sic) con el "¿Qué me dices cantautor de las narices, qué me cantas, con ese aire funeral...?. Procedo a añadirla a la entrada.
EliminarCuántos universos creados: https://diccionariodelasideas.blogspot.com/
ResponderEliminar¿Filologa experta en lexicografía que considera la etimología un estudio menor? País de expertos de feria... Así nos luce el pelo.
ResponderEliminarGracias por compartir tan esforzado trabajo.