El fracaso y nosotros.
Es extraña la relación
con el fracaso -que viene del lejano frangere,
romperse algo; de igual modo que viene de dicha voz latina sufragio, por los golpes de las espadas contra los escudos para
elegir a los antiguos caudillos-, porque no hay dos fracasos iguales y, por lo
tanto, en ausencia de idónea vara de medir, resulta casi imposible valorarlos
sin excederse o quedarse corto. Está uno tentado de decir que, cuando se ha
experimentado el fracaso personalmente, no hay nada tan íntimo como él, ni tan
incomunicable, porque no afecta tanto a la posible obra fallida cuanto a
nosotros fallando, algo que puede volvérsenos insoportable.
Lo cierto es que el fracaso no deja indiferente. Y lo paradójico, que hay que saber fracasar, lo que no es lo mismo que saberse fracasado, desde luego. Son juegos de palabras, sí, pero encubren heridas profundas y sin cicatrización posible; aunque también es profundo el gozo de sentirse vivo que nos permite la herida abierta, en carne viva; ser la uña que se separa de la carne del Cantar del Cid. Lo doloroso del fracaso es, también, pero solo hasta cierto punto, la incomprensión de algunos de los demás, casi más que nuestra impotencia deseada frente a él.
Lo cierto es que el fracaso no deja indiferente. Y lo paradójico, que hay que saber fracasar, lo que no es lo mismo que saberse fracasado, desde luego. Son juegos de palabras, sí, pero encubren heridas profundas y sin cicatrización posible; aunque también es profundo el gozo de sentirse vivo que nos permite la herida abierta, en carne viva; ser la uña que se separa de la carne del Cantar del Cid. Lo doloroso del fracaso es, también, pero solo hasta cierto punto, la incomprensión de algunos de los demás, casi más que nuestra impotencia deseada frente a él.
Podemos hablar del fracaso como de nuestros otros yoes, pero
los fracasados sabemos que el fracaso es el usurpador del único yo en el que quisiéramos
reconocernos. No se fracasa de una vez,
sino por partes de un todo imposible. No se trata, sin embargo, de pequeños
fracasos que se van sumando como una lista de agravios que poder presentar ante
una instancia todopoderosa, dígase dios, dígase el gobierno central, dígase el
Tribunal de La Haya, dígase el mismo
de uno mismo…
La conciencia del fracaso
es determinante, incluso más que el propio hecho del fracaso, que el acto de
fracasar, que puede acabar no revistiendo ninguna importancia. Entran en juego
las expectativas, ese modesto pseudónimo plural de la esperanza, y también la
visión distorsionada, sin llegar a esperpéntica, ¡o si!, de nuestros méritos.
El fracasado es un lince para detectar en sí ese estado de derrota y melancolía,
de devastación moral y de depresión física que no lo conduce a ningún muro de
las lamentaciones, sino al exquisito suplicio de la conmiseración morbosa, si
se siente con algo de fuerzas para ello, porque el fracaso pesa, físicamente.
Todos los fracasados andamos algo cargados de espalda, y algunos jorobean, ¡y
aun jorobamos…!, sin caer en el exhibicionismo.
Ni que decir tengo que
cuando se convive con tres heterónimos –mal, en una persona tan cerrada, tan
estrecha, con tantos humos y con escasas vistas al exterior- se fracasa
entonces a lo funcionario, esto es, por triplicado. Y las obras del fracaso se
van almacenando en los cajones como paradójicos cadáveres vivos que añoran el olor de las multitudes,
que no el loor…
El fracaso, aunque a
alguien le cueste aceptarlo, no digamos ya creerlo, no es el reverso del éxito, su antónimo. El
fracaso tiene entidad propia y aun hay quienes lo persiguen con una intensidad
que admiraría a quienes buscan, atolondrados locuelos, el espejismo del éxito. El éxito es evanescente, y el fracaso residente; pues mientras el éxito está hecho de humo, el fracaso es de pórfido: ambos, sin
embargo, comparten el efecto devastador, pero mientras en el primero el sujeto casi es ajeno a lo que sucede, en
el segundo es protagonista indiscutido. Cultivar el fracaso es alegre pasión consciente;
desear el éxito es un enajenado desvivirse cotidiano. No todos están llamados
al fracaso, pero casi todos se creen llamados al éxito. Allá ellos. Acá
nosotros.
El éxito es evanescente, y el fracaso espeso y lacerante...; ambos provocan un efecto devastador en el individuo, pero el primero exalta y el segundo deprime.Todos sufrimos de fracasos a lo largo de la vida... y, de forma segura, al final...
ResponderEliminarSiempre agradecido