La banalidad esteticista o la
vulgaridad pija.
¡Cómo hemos podido vivir
los hombres tantos años sin ICON, perdidos en el piélago de la vulgaridad, en
los abismos de la garrulería, en las simas de la ordinariez, en los antros de
la inestilidad! El PAÍS, que quiso
convertir la cabecera en desatildado (en sentido primigenio) icono, hubo de
reconocer, aunque le llevó sus buenos años hacerlo, que era una palabra viva y
un significado ambiguo, antes que un icono de molde, yerto como el sudario de la
escayola pintada de negro de la que parecía hecho. He mirado con atención el
centón publicitario que es ICON, he leído, con estupor, algunos de sus escasos artículos, expresión
máxima del adocenamiento y la cursilería, y he llegado a la única conclusión
posible: ¡Estamos perdidos! o ¡nos hemos hallado en la peor de las versiones de
lo que puede ser ser hombre, para una empresa de comunicación en el siglo XXI!
Fijémonos en la retórica comercial de la
que emana este engendro, la paternidad del cual, afortunadamente, ha de
buscarse fuera de nuestras fronteras, porque hasta para lo deplorable hemos de
pagar copyright (léase “copirrait”), y saquemos conclusiones: En ICON hemos trabajado para que cada
página, cada foto, sea cuando menos interesante, siempre sugerente, y
misteriosa algunas veces. Misteriosa en el sentido más potente que tiene la
palabra aplicada a la revista: cuando una vez cerrada, nos damos cuenta de que
algunas de sus imágenes, quizás solo una, se han grabado en uno de los innumerables
pliegues de nuestro cerebro y se quedan ahí, durante horas o para siempre,
formando ya parte de nuestros anhelos, de nuestros gustos, de nuestros deseos.
De nuestra personalidad. ¡Qué generosidad pliegal la del señor Moreno! La revista parece dirigirse a quienes
solo tienen un pliegue y el resto de los “innumerables” planchados como los
modelos-objeto, como se decía antes de las mujeres en revistas tristemente
iguales.
Que para presentar, con tópicos rancios, un producto anacrónico como
éste, el maestro de ceremonias cite a Borges y a Susan Sontag, bucando una
coartada cool, pone sobreaviso de la
inmensidad de la mediocridad que ofrece a los videntes, que no leyentes, de su
catálogo publicitario. Coche-Perfume-Moto-Dolce…, ¡y la galbana infinita que se
apodera de uno para no seguir! son como una declaración tópica del mundo macho
metrosexual por el que pretenden cobrar ¡nada menos que 3€ por ejemplar! ¿En
qué sueño de la razón se ha abismado la mente calenturienta que imagina un exitazo
de ventas? Le ahorro al lector de estas líneas las irreproducibles, sin
vergüenza ajena, del director de la “cosa”. Pero no les ahorra la síntesis: ICON quiere ser una guía sensata del mundo
del consumo, sin complejos pero sin la menor intención de adoctrinar: Zapatos.
Reloj. Perfume. Bolso. Chaqueta. Perfume. Reloj; Perfume; Crema hidratante para
piel barbuda. Chaqueta. Polo. Reloj. Perfume. Coche. Camisa. Zapatos. Plumífero
(sic. Acaso ex-parka. Los ya vetustos
sólo reconocíamos como plumífero al periodista lagotero, que conste). Bolso. Ron.
Coche. Ron. Chaqueta. Ginebra. Telefonica (sic. Iconica, sic, claro). Viajes. Botas.
Cochecito. Banco. Banco. Inmobiliaria. Banco. Revista. Reloj…Todo ello, como
mandan los cánones de la iconología publicitaria, con abundantes jóvenes para
ensueños homo y bisexuales de cenicientas tardes de domingos aplánicos (sic,
sin plan, está clariconico, ¿no?)
En la serie anterior he querido reproducir lo
que podríamos considerar como el flagelante algoritmo infernal de la visión de
la revista –porque poca lectura se ofrece-, para quienes hubieran considerado
la posibilidad de hallar en ella algo, ¡lo que fuera!, capaz de apelar a su
inteligencia y su sensibilidad.
¿El mayor desengaño? Que
Mendoza haya prestado su nombre y su menguante talento para semejante engendro.
Le pagarán bien y eso lo justifica, porque es un profesional y, como los
fontaneros, trata de arreglar los desastres donde se produzcan, pero ¿de verdad
que lo necesitaba? Sus viejos lectores no esperaban esto. Él es elegante, está
fuera de toda duda, pero también es inteligente, de ahí la perplejidad de quien
encuentra su firma al otro lado de la página que comparte con Joana Bonet,
autora de un texto infumable.
Para este intelector que tira a
proletario bastorro, ICON le parece tan sofisticada y lejana como exótico le debe de
parecer a sus diseñadores el tradicional bocadillo de calamares o de rodajas de
merluza rebozada. Advierto, no obstante, si soy capaz de volver a recorrer un
ejemplar de cabo a Mendoza, que se me abre un brillante futuro relacional:
oleré mejor; daré la hora deslumbrante; invitaré a subir a un casihaiga a mis amistades; me caerán las
prendas como de molde, en vez de “embutirme en ellas” como ahora me sucede; y
estaré al cabo de la calle de las mejores marcas del momento... Y en cuanto a las
tardes de domingo, pues me lo reservo(ir dogs…).
... Ay, Juan..., este desengaño no es nada comparado a los que le esperan (sonrío)...
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