lunes, 24 de noviembre de 2014

Entrar en Julian Barnes a destiempo; pero no a deshora.

                      


Julian Barnes novela el remordimiento: The Sense of an Ending: Un perfecto mecanismo narrativo.

        Por esos azares que quienes frecuenten este Diario saben que gobiernan los días y lecturas de los intelectores todos, ha dado la casualidad de que en un plazo muy breve he leído obras de dos autores ingleses de la misma generación, Barnes es del 46 y McEwan del 48, lo cual permite explicar ciertas similitudes en su mundo creativo, porque, además, ambos son autores estrictamente realistas e inclinados a lo que antes llamábamos novela psicológica o de caracteres y ahora ignoro qué marbete se les puede adjudicar. Se trata, aunque parezca incomprensible, de mi primera lectura de Barnes, contra quien no tenía ningún prejuicio, y a pesar de sentirme atraído por el tono ensayístico de El Loro de Flaubert que leyó mi conjunta –y a veces, bien lo sabrán algunos intelectores conjuntados, que la pareja lea ciertas obras y te explique con pelos y señales lo magnífica que es, no constituye, ciertamente, la mejor invitación para leerla, y si el Artista lo es, y, además, se le alborota la pelusa, pues menos….– , no encontré nunca la ocasión de intercalarla entre las obras del estante de espera. Ahora, sin embargo, después de cerrar esta magnífica obra menor del autor, y habiendo quedado a partes iguales admirado y complacido, la leeré en cuanto pueda (y me lo permitan los compromisos que en otra entrada aquí adquirí, ¡quiquiriquí de mí…!, claro está).
         La he calificado antes como “menor” y, sin embargo, es una novela que me ha interesado muchísimo. Menor, pues, no se refiere a la calidad de la obra, sino que tiene que ver con la ambición creativa. No siempre se escribe El loro de Flaubert o Expiación, ciertamente, y a veces, en ausencia de ese gran proyecto impactante, los escritores han de ejercer su oficio y aplicarse a narraciones relativamente modestas pero cuya calidad no tiene por qué ser inferior a la de sus grandes obras. Algo así sucedió con Nabokov, por ejemplo, e incluso con Thomas Mann. A veces, por complicar algo este planteamiento, resulta que esos grandes proyectos acaban convertidos en mausoleos pretenciosos que nadie visita –no me pregunten el porqué, pero nada me atrae menos en esta vida mía intelectora que la tediosa posibilidad de entrar en José y sus hermanos, por ejemplo; y me fue imposible acabar Ada o el Ardor…–, y las obras menores adquieren una importancia a la altura de la ambición de las otras, como es el caso de La metamorfosis, de Kafka. En cierta manera, el autor parece haber seguido el consejo que leyó en algún sitio: I’d read somewhere that if you want to make people pay attention to what you’re saying, you don’t raise your voice but lower it: this is what really commands attention.
Barnes ha alargado un cuento y lo ha dotado de una consistencia francamente atractiva por la estructura, por las sorpresas argumentales y por la creación de un narrador cuyas reflexiones sobre la memoria, la propia vida entendida como una sucesión de fases, la sociedad y la influencia del pasado en el presente al menos a mí siempre me han interesado. Más aún si unimos a este planteamiento una sutil ironía mordaz no solo hacia la falsedad de las relaciones humanas, sino hacia uno mismo, hacia ese average man (Average, that’s what I’d been, ever since I left school)  desde el que el narrador nos cuenta la historia tragicómica de un ser cuya vida ha estado condicionada por su primer fracaso sentimental, y aun a pesar de haber vivido casi 40 años en la ignorancia de unos sucesos en los que, sin embargo, tuvo una influencia tan directa que le llevan, en su vejez, a la dolorosa experiencia del remordimiento y la impotencia. Como se advierte por lo que acabo de decir, la novela está planteada en dos tiempos: la juventud y la senectud del personaje. Y del hiato de 40 años entre ellas, un matrimonio, una hija y un divorcio en buenos términos, solo tenemos referencias someras, teñidas siempre del humor ácido de un personaje que, sin considerarse un fracasado, sabe que no ha pasado de la medianía, de ese average que nada tenía que ver con el protagonista indirecto de la novela, el amigo casi superdotado intelectualmente que le acaba robando la novia. Como dice el narrador: It strikes me that this may be one of the differences between youth and age: when we are young, we invent different futures for ourselves; when we are old, we invent different pasts for others. El drama de la novela tiene que ver, sin embargo, con lo inconcebible para el narrador protagonista: que sean los otros los que nos “inventen” el pasado.
La  anécdota argumental, como suele pasar en estas obras “menores”, no parece dar para mucho y hasta puede considerarse poco imaginativa, trillada, común, nada especial, “del montón”. Ahí es donde entra el genio creativo de Barnes para establecer una ruta subliminal que se anuncia desde el comienzo de la novela: We live in time –it holds us and mould us- but I’ve never felt I understood it very well. Y esa es la razón por la que I need to return briefly to a few incidents that have grown into anecdotes, to some approximate memories which time has deformed into certainty. If I can’t be sure of the actual events any more, I can at least be true to the impressions those facts left. That’s the best I can manage, lo cual es una demostración de ese escepticismo hacia la contundencia de los “hechos” y hacia la no menor de la interpretación de los mismos, que es lo que, según Epícteto, en aforismo de todos conocidos, nos conturba. Descubrir de qué modo ese tiempo desconocido nos moldea la vida, o el final de ella, en este caso, es lo que nos cuenta la historia de Tony Webster, ese tipo mediano que, como su primera novia lo define, es el tipo que “no lo coge”, que “no se entera”. Algo que le lleva a hacer un necrofílico juego sobre su propio epitafio [Un género literario, por cierto, poco explorado hermenéuticamente y sobre el que he abierto una modesta línea de investigación que no sé a dónde me llevará]: An epitaph on  a chunk of stone or marble: ‘Tony Webster. He Never Got It. But that would be too melodramatic, even self-pitying. How about ‘He’s On His Own Now’? That would be better, truer. Or maybe I’ll stick with ‘Every Day is Sunday’. El segundo de esta breve relación es la frase con la que su ex, Margaret, lo define, para convencerle de que no está ligado al pasado de la desastrosa primera relación amorosa que emerge como un fantasma del pasado para perturbar su presente, y la última, el título de una canción que corrobora la ingenuidad de la adolescencia, en la que aún parece instalado emocionalmente.
Parte sustancial de ese camino, del terreno compacto por el que inicia el viaje son las reflexiones de tipo ensayístico, desde lo anecdótico hasta lo filosófico, sociológico o político que ilustran el texto como algunos frutos exóticos las ensaladas así llamadas: ilustradas. Puede discutirse si son congruentes con los personajes que las enuncian o se le va un poco la mano al autor a la hora, por ejemplo, de ampararse en el clásico “He leído por ahí” “¿Quién fue quien dijo…?” y otros rasgos encubridores de la autoría para trasladarnos sus, en algunos casos, excelentes aforismos:
History is that certainty produced at the point where the imperfections of memory meet the inadequacies of documentation.
Who was it said that the longer we live, the less we understand?
Cuando no usa alguna cita ajena sin rendir el tributo de la paternidad, aunque imaginó que será porque es de dominio común en su país, como esta de J.B.Priestly: Some Englishman once said that marriage is a long dull meal with the pudding served first. [Cuyo original varía levemente:  Marriage is a long dull meal with pudding as the first course.]
A lo largo de ese entretenido sendero que es la novelita, podemos hallar incluso una teoría sobre la literatura y sobre la formación del carácter, en su doble sentido, como ser humano y como personaje de novela. Se trata de reflexiones que nos ayudan a comprender la dimensión de los acontecimientos, que no son gratuitas, por lo tanto, un mero y puro alarde intelectual para “subir” el nivel hasta el highbrow propio de autores de su categoría, novelista de ideas, además de serlo de caracteres: This was another of our fears: that life wouldm’t turn out to be like Literature. Look at our parents –were they the stuff of Literature? At best, they might aspire to the condition of onlookers and bystanders, part of a social backdrop against which real, true, important things could happen. Like what? The things Literature was all about: love, sex, morality, friendship, happiness, suffering, betrayal, adultery, good and evil, heroes and villains, guilt and innocence, ambition, power, justice, revolution, war, fathers and sons, mothers and failure, murder, suicide, death, God. And barn owls. Of course, there were other sorts of literature –theoretical, self-referential, lachrymosely autobiographical–nut they were just dry wanks. Real literature was about psychological, emotional and social truth as demonstrated by the actions and reflections of its protagonists; the novel was about character developed over time. De esas “pajas mentales”, como califica el narrador de Barnes a la novelística highbrow, es de lo que se quiere apartar esta narración, algo que consigue plenamente, porque la minuciosa construcción del personaje-narrador desde las dos perspectivas mencionadas, la primera juventud y la vejez, nos ofrece una creación lo suficientemente verosímil y convincente como para que asistamos al drama que se narra con la suspensión de ánimo exigible cuando la tragedia se entremezcla en los destinos humanos. En el caso de Tony Webster, además, se trata de ese personaje que, sin ser literario –el miedo juvenil–, acaba siéndolo incluso a pesar del escepticismo acerca del supuesto progreso moral que se requiere para ello –el remordimiento de la vejez–, confirmando, de alguna manera la otra reflexión literaria que articula la novela: Does character develop over time? In novels, of course it does; otherwise there wouldn’t be much of a story. But in life? I sometimes wonder. (…) Perhaps character resembles intelligence, except that character peaks a little later: between twenty and thirty, say. And after that, we’re just stuck with what we’ve got. We’re on our own. If so, that would explain a lot of lives, wouldn’t it? And also –if this isn’t too grand word– our tragedy. De alguna manera, en la medida en que hablamos de una autobiografía, la del narrador-personaje, no de un ficción, la reflexión sobre la materia narrativa es crucial:  How often do we tell our own story? How often do we adjust, embellish, make sly cuts? And the longer life goes on, the fewer are those around to challenge our account, to remind us that our life is not our life, merely the story we have told about our life. Told to others, but –mainly– to ourselves. La novela es la irrupción en la peaceable life del protagonista de uno de esos pocos, una, en este caso,  que nos modifican sustancialmente nuestra propia historia, con consecuencias inimaginables.
Finalmente, lo cual espero que anime a algunos intelectores  a enfrentarse a este texto emocionante, no es justo silenciar el poderoso ejercicio de ambigüedad argumental con que juega el autor, Julian Barnes, y que ha llevado de forma admirablemente sintética al título de la obra: The Sense of an Ending. Si las modernas corrientes de la crítica literaria ponen el acento en el lector como último eslabón indispensable del “acto” literario, casi como su condición inexcusable, no cabe duda de que Barnes le confiere una importancia trascendental, porque la ambigüedad en la resolución del enigma que sobre los acontecimientos de la novela se le plantea al lector es de tal naturaleza, que bien pueden hallarse diferente sentidos a esos facts sugeridos, más que descritos, en la novela. A título anecdótico debo decir que he leído hasta tres interpretaciones diferentes de lo que en realidad ocurrió entre los personajes y que determina el final de la novela. The Sense of an Ending se convierte, así pues, en una suerte de novela-quest por la que el intelector ha de andar sobreaviso para que nada se le pase por alto, aunque lo suyo, lo de todos los que la han leído, en realidad, me imagino, es haber de volver atrás para comprobar –si ello es posible– la bondad de nuestra elección. Y ya se sabe que la capacidad de decidir es el fundamento de la moral.       


[Anecdóticamente he hallado una página en la que se extractan quotes de toda la novela. En modo alguno su consulta puede sustituir la lectura de la novela, pero para quienes la hayan leído les puede ser de utilidad.]           













2 comentarios:

  1. Intenté leer hace años El loro de Flaubert y tuve suficiente con Barnes. Supe que su música no me interesaba. Los narradores fuertemente intelectualizados que hacen pasar la vida por el tamiz de sus reflexiones y variaciones Goldberg no suelen llegarme. Tu análisis potente y analítico me confirma que no lo leeré. Leí Expiación y, bueno, me gustó pero me quedo con un narrador más próximo a Steinbeck en su Las uvas de la ira en que habla de hombres y mujeres reales y no de personajes intelectualizados que me despiertan el mismo interés que los combates de sumo.

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    1. A pesar de eso, Joselu, esta es una novela de emociones fuertes, como el remordimiento, y la devastación que produce la fatalidad cundo uno es agente involuntario de ella. La dosificación entre humanidad e intelectualidad es, en esta obra breve, casi perfecta. Ya veremos qué pasa con El loro..., si me repite o no...

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