domingo, 16 de septiembre de 2012

Ensayo desaseado VIII

          Hoy no tengo el día culto, la verdad.



Quedó dicho con anterioridad que esa línea fronteriza era la que separaba, sin pretender agotar las posibilidades, los territorios de la simplicidad y la complejidad; conceptos, éstos, que se han convertido, con el paso de los siglos, en el paradigma universal de la oposición de la que tratamos. Y se puso, para ilustrarla, un ejemplo cinematográfico. Pero a poco que ese impulso reflexivo tarde un poco en abandonarle como para que le dé tiempo a acabar esta confesión (¡qué tentación la de adjetivarla! El sujeto ha sabido resistirse y en eso advierte, al menos, que progresa), es indudable que a esa pareja mal avenida de lo simple y lo complejo ha de añadírsele su máscara, su persona: lo superficial y lo profundo.
!Ah, demoledor dicterio, el de la superficialidad! ¡Capaz de reducir el hombre a homúnculo y de levantar un muro de imposible escalo! ¡Cuántas veces no le habrá arrebolado el rostro a cualquiera ese escupitajo tan educado como viscoso! ¡Y qué imposible le resulta al aprendiz de culto -y ha de disculpársele de nuevo al sujeto que haya caído en ese reflejo contextual inconsciente de paratitulear a Dukas- no pasarse la vida sorteando esos bajíos en los que parezca que, indefectiblemente, haya de encallar el bajel de la culta piratería antes de llegar al sagrado donde compartir las innumerables riquezas de las que se hizo acopio en las trabajadas singladuras!
Lo profundo, sin embargo, ¡trisílabo dulcísimo!, siempre, paradójicamente, tan altivo y distante, ha sido la permanente aspiración, la meta final de las penalidades del aspirante a culto. ¡No hay embriaguez comparable a la posesión de ese elogio que, dicho de nosotros o de nuestras obras, nos suspende en un éxtasis transverberador del que, una vez conocida la perversa dulzura del dolor, jamás querríamos ya salir!
Los matices de uno y de otro, de lo superficial y de lo profundo, y su infinita gradación, permiten que entre la vergüenza y el éxtasis absolutos quepan muchos estados intermedios capaces de engatusar al aspirante para que persevere en su empeño y ni siquiera perciba la reconfortante, la reparadora sombra de la tentación del abandono que el sujeto está consumando en estas líneas liberadoras.
Y llama la atención que ni uno ni otro reciban la más mínima atención especulativa por parte de quienes, habiéndolos convertido en bandera de descalificación y apreciación respectiva­mente, se resisten a definirlos. ¡Enigmática y arbitraria justicia la que no consiente definición! Máxime cuando, desde la música hasta la pintura, pasando por el teatro, el cine, la novela e incluso la arquitectura, nada escapa a su casi inapelable poder sancionador.
Pero conviene salir de esas máscaras emblemáticas, fastas y nefastas, para ver más de cerca las piedras del infierno sobre las que se coció el sujeto antes de meterse en el pediluvio benefactor de estas líneas cuyas sales son muy otras de aquellas del ingenio que tanto se necesitaban para que las aspiraciones cultas no convirtieran las espiraciones en regüeldos.
La primera de ellas, y ha sido siempre, además, piedra de escándalo, es algo tan sencillo como la materia. Entre el ser y el no ser, ese dilema tan frío y principesco, siempre se ha interpuesto, para él, lo tangible, la materia. Y ha arado mucho el sujeto en ese campo ingrato, con toda suerte de aperos; pero, al cabo, parva ha sido la cosecha y de escasísimo calidad el grano. El señor Berkeley, en uno de los amenos diálogos entre Hilas y Filonús, escribió con convicción:
Yo no tengo razón alguna para creer en la existencia de la materia. No tengo una intuición inmediata de ella ni puedo inferir inmediatamente de mis sensaciones, ideas, nociones, acciones o pasiones, una substancia no pensante, ni percipiente e inactiva, ni por deducción probable ni por consecuencia necesaria.
Y eso a pesar de que los escolásticos reconocían hasta cuatro clases de materia: prima, comunis, sensibilis comunis y sensibilis individualis (alias materia signata); lo cual representaba un considerable adelanto respecto a la idea de Plotino de que La materia es un no ser; es sombra y oscuridad. Por si la aprehensión de lo tangible no se le complicaba demasiado al sujeto, no se le ocurrió otra idea más brillante que buscar la luz en el seno de un volumen cuyo título le pareció iluminador: Ensayos materialistas. En él halló, por el contrario, una bofetada de penumbra que ¡casi consiguió adelantar esta decisión de hoy en veinte años! El caso es que el sujeto, aunque maltrecho, sobrevivió -¡e incluso acabó todo el volumen!- a lo siguiente:

La Materia en cuanto en algún Género cósmico, es decir, en cuanto “M i”, como variable cuyo campo de valores no es otro sino {M1,M2,M3}, resulta así contextualizada por la propia Idea de materia regresivamente obtenida; o, si se prefiere, esta idea está contextualizada por la Materia cósmica (M i), en cuanto procede regresivamente de ella. Por ello, si continuamos sirviéndonos de los functores de la lógica de clases (no ya tanto referidos a las materialidades mismas cuanto a sus Ideas, por cuanto, como Ideas estas materialidades se comportan en gran medida como clases), estableceremos nuestro segundo postulado ontológico-crítico en estos términos:

(M i U M)                                                               [P.II]
que hacemos equivalente, por definición (en rigor, por simple desarrollo algebraico), a la siguiente expresión:
(M i U M) v (M 2 U M) v (M3 U M)                 [P.II=]
Adviértase que la expresión AM i “M” contiene, precisamente, la intención regresiva de la Idea “M”, respecto de los Géneros de Materialidad “M i” -por tanto, no puede confundirse con su recíproca (M < M i), de la que hablaremos largamente más tarde. Asimismo, tampoco cabe confundir [P.II=] con [P.I=], puesto que [P.II=] se limita a incluir, al menos, un Género de Materialidad en la idea de Materia, mientras que [P.I=] incluye, no a cada uno de los géneros, sino su suma lógica, en “E”, y recíprocamente. Lo indiscutible es que, ejercitativamente, [P.II=] supone [P.I=] y recíprocamente, pero cuando se supone la actividad “E”, en el sentido dicho -no así formalmente, “representativamen­te", “algebraicamente.”
¿Las claves? Las siguientes: M i = Mundo; E = Idea de la Materia; Ego ideológico y trascendental; M1, M2, M3 = Géneros de Materia. [ P.I= = [E <(M1 UM2UM3)] ^ [(M1 UM2UM3) < E] o, resumidamente, (E = M)] )
¡Bueno! ¡Menudo alivio le supuso poder salir de aquel bosque enigmático y ungirse de realidad al cerrar el volumen! Por más que el gusanillo de la materia se asomara una y otra vez por la corteza del pan de cebada, que es la etimología de masa (y vuélvasele a perdonar al sujeto esta licencia que aparece más como curiosidad que como conocimiento, no obstante) y le retara, descarado, a descubrir su fundamento.

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