Quedó dicho con
anterioridad que esa línea fronteriza era la que separaba, sin pretender agotar
las posibilidades, los territorios de la simplicidad y la complejidad;
conceptos, éstos, que se han convertido, con el paso de los siglos, en el
paradigma universal de la oposición de la que tratamos. Y se puso, para
ilustrarla, un ejemplo cinematográfico. Pero a poco que ese impulso reflexivo
tarde un poco en abandonarle como para que le dé tiempo a acabar esta confesión
(¡qué tentación la de adjetivarla! El sujeto ha sabido resistirse y en eso
advierte, al menos, que progresa), es indudable que a esa pareja mal avenida de
lo simple y lo complejo ha de añadírsele su máscara, su persona: lo superficial
y lo profundo.
!Ah, demoledor dicterio,
el de la superficialidad! ¡Capaz de reducir el hombre a homúnculo y de levantar
un muro de imposible escalo! ¡Cuántas veces no le habrá arrebolado el rostro a
cualquiera ese escupitajo tan educado como viscoso! ¡Y qué imposible le resulta
al aprendiz de culto -y ha de disculpársele de nuevo al sujeto que haya caído
en ese reflejo contextual inconsciente de paratitulear a Dukas- no pasarse la
vida sorteando esos bajíos en los que parezca que, indefectiblemente, haya de
encallar el bajel de la culta piratería antes de llegar al sagrado donde
compartir las innumerables riquezas de las que se hizo acopio en las trabajadas
singladuras!
Lo profundo, sin embargo,
¡trisílabo dulcísimo!, siempre, paradójicamente, tan altivo y distante, ha sido
la permanente aspiración, la meta final de las penalidades del aspirante a
culto. ¡No hay embriaguez comparable a la posesión de ese elogio que, dicho de
nosotros o de nuestras obras, nos suspende en un éxtasis transverberador del
que, una vez conocida la perversa dulzura del dolor, jamás querríamos ya salir!
Los matices de uno y de
otro, de lo superficial y de lo profundo, y su infinita gradación, permiten que
entre la vergüenza y el éxtasis absolutos quepan muchos estados intermedios
capaces de engatusar al aspirante para que persevere en su empeño y ni siquiera
perciba la reconfortante, la reparadora sombra de la tentación del abandono que
el sujeto está consumando en estas líneas liberadoras.
Y llama la atención que
ni uno ni otro reciban la más mínima atención especulativa por parte de
quienes, habiéndolos convertido en bandera de descalificación y apreciación
respectivamente, se resisten a definirlos. ¡Enigmática y arbitraria justicia
la que no consiente definición! Máxime cuando, desde la música hasta la pintura,
pasando por el teatro, el cine, la novela e incluso la arquitectura, nada
escapa a su casi inapelable poder sancionador.
Pero conviene salir de
esas máscaras emblemáticas, fastas y nefastas, para ver más de cerca las
piedras del infierno sobre las que se coció el sujeto antes de meterse en el
pediluvio benefactor de estas líneas cuyas sales son muy otras de aquellas del
ingenio que tanto se necesitaban para que las aspiraciones cultas no
convirtieran las espiraciones en regüeldos.
La primera de ellas, y ha
sido siempre, además, piedra de escándalo, es algo tan sencillo como la
materia. Entre el ser y el no ser, ese dilema tan frío y principesco, siempre
se ha interpuesto, para él, lo tangible, la materia. Y ha arado mucho el sujeto
en ese campo ingrato, con toda suerte de aperos; pero, al cabo, parva ha sido
la cosecha y de escasísimo calidad el grano. El señor Berkeley, en uno de los
amenos diálogos entre Hilas y Filonús, escribió con convicción:
Yo no tengo razón alguna para creer en la existencia de la materia. No
tengo una intuición inmediata de ella ni puedo inferir inmediatamente de mis
sensaciones, ideas, nociones, acciones o pasiones, una substancia no pensante,
ni percipiente e inactiva, ni por deducción probable ni por consecuencia
necesaria.
Y eso a pesar de que los
escolásticos reconocían hasta cuatro clases de materia: prima, comunis,
sensibilis comunis y sensibilis individualis (alias materia signata); lo cual
representaba un considerable adelanto respecto a la idea de Plotino de que La
materia es un no ser; es sombra y oscuridad. Por si la aprehensión de lo
tangible no se le complicaba demasiado al sujeto, no se le ocurrió otra idea
más brillante que buscar la luz en el seno de un volumen cuyo título le pareció
iluminador: Ensayos materialistas. En
él halló, por el contrario, una bofetada de penumbra que ¡casi consiguió
adelantar esta decisión de hoy en veinte años! El caso es que el sujeto, aunque
maltrecho, sobrevivió -¡e incluso acabó todo el volumen!- a lo siguiente:
La Materia en cuanto en
algún Género cósmico, es decir, en cuanto “M i”, como variable cuyo campo de
valores no es otro sino {M1,M2,M3}, resulta así contextualizada por la propia
Idea de materia regresivamente obtenida; o, si se prefiere, esta idea está
contextualizada por la Materia cósmica (M i), en cuanto procede regresivamente
de ella. Por ello, si continuamos sirviéndonos de los functores de la lógica de
clases (no ya tanto referidos a las materialidades mismas cuanto a sus Ideas,
por cuanto, como Ideas estas materialidades se comportan en gran medida como
clases), estableceremos nuestro segundo postulado ontológico-crítico en estos
términos:
(M i U M)
[P.II]
que hacemos equivalente, por definición (en rigor, por simple
desarrollo algebraico), a la siguiente expresión:
(M i U M) v (M 2 U M) v (M3 U M) [P.II=]
Adviértase que la expresión AM i “M” contiene, precisamente, la
intención regresiva de la Idea “M”, respecto de los Géneros de Materialidad “M
i” -por tanto, no puede confundirse con su recíproca (M < M i), de la
que hablaremos largamente más tarde. Asimismo, tampoco cabe confundir [P.II=]
con [P.I=], puesto que [P.II=] se limita a incluir, al menos, un Género de
Materialidad en la idea de Materia, mientras que [P.I=] incluye, no a cada uno
de los géneros, sino su suma lógica, en “E”, y recíprocamente. Lo indiscutible
es que, ejercitativamente, [P.II=] supone [P.I=] y recíprocamente, pero cuando
se supone la actividad “E”, en el sentido dicho -no así formalmente,
“representativamente", “algebraicamente.”
¿Las claves? Las siguientes: M i = Mundo; E = Idea de la Materia; Ego
ideológico y trascendental; M1, M2, M3 = Géneros de Materia. [ P.I= = [E
<(M1 UM2UM3)] ^ [(M1 UM2UM3) < E] o, resumidamente, (E = M)] )
¡Bueno! ¡Menudo alivio le
supuso poder salir de aquel bosque enigmático y ungirse de realidad al cerrar
el volumen! Por más que el gusanillo de la materia se asomara una y otra vez
por la corteza del pan de cebada, que es la etimología de masa (y vuélvasele a
perdonar al sujeto esta licencia que aparece más como curiosidad que como
conocimiento, no obstante) y le retara, descarado, a descubrir su fundamento.
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