La
poesía individual y colectiva de un grafómano encendido de amor a la escritura,
y los microrrelatos de una geómetra de la paradoja y del misterio: Una voz poética con el sólido don del duende y la cuarta
locura platónica.
Vivimos tiempos anárquicos en cuanto al establecimiento del
canon literario se refiere: desprestigiadas las instancias de poder
universitario; caídas en desgracia económica las todopoderosas editoriales,
populares o «de prestigio»; en creciente progresión las aventuras editoriales
«de autor», con o sin suscripción popular;
confirmados los chanchullos de los premios literarios, y adocenado el
gusto general por la publicación de best-sellers ilegibles y clónicos,
no sabe uno, realmente, cuál puede ser la «autoridad» cuyos dictámenes sobre
ese canon literario sean respetados. La democratización de las publicaciones,
el establecimiento de nuevas realidades literarias a través de las plataformas
digitales: los blogs, FaceBook, Instagram, Twitter,
las webs individuales o colectivas, etc, que han alumbrado, a su vez,
incluso nuevos géneros que caen fuera del reconocimiento crítico, nos ofrecen
un panorama literario de ardua evaluación crítica.
No nos podemos arredrar, de todos modos, ante un cambio tan
radical, sino que, como han hecho siempre los críticos -los que
etimológicamente «criban»-, hemos de desbrozar el grano de la paja y ofrecer a
los intelectores nuestra opinión fundada sobre cualquier fenómeno
literario, sea cual sea su cauce y sea cual sea su género, por más que, muchas
veces, no encaje en los muy limitados de la crítica tradicional. De hecho, mi
abortada tesis doctoral sobre la cuarta pata de esa mesa de trucos que son los
géneros, la «aforística», buscaba poner de relieve la insuficiencia de la misma.Viene
esto a cuenta de cómo conocí virtualmente a Francisco M. Ortega a través de un
blog, El día que estés
muerto sabrás cuánto te quieren, en el que ininterrumpidamente lleva
publicando cada día, desde hace quince años, un aforismo, una cita o un
microrrelato. Semejante grado de fidelidad al compromiso consigo mismo y con los
numerosos intelectores que tenemos por costumbre abrir el ordenador por su página
al iniciar el día da fe de un esfuerzo creador/divulgador al alcance de muy
pocos.
Justo antes del confinamiento, recibí de él un afectuoso
envío de tres obras: Cuenta atrás, Las claras sombras del camino
saludan al viajero y La vida es breve, los dos primeros de poesía y
el tercero, y más reciente, de micronarrativa. Nos movemos, pues, en el ámbito
de lo esencial, en esa guerra por la expresión justa, eficaz y deslumbrante,
donde el margen de error es tan peligroso y amplio como quintaesenciadas son
las composiciones. Los he leído varias veces y he querido dejar pasar el
arresto domiciliario de la pandemia para sentirme realmente libre a la hora de
escribir estas líneas; no quería que el desasosiego por tanta incompetencia
política como estamos viviendo me afectara la serenidad de juicio con que un crítico
(¡aunque sea amigo del autor!) ha de enjuiciar cualquier obra. No es tarea
fácil, para el crítico, porque, como escritores que todos somos, nunca
encajamos las críticas honestamente: o nos parecen tibias o desdeñosas o
«circunstanciales» o cualquiera otra decepción, siempre que no haya el
entusiasmo, la «celebración» total, rendida y entregada de la obra recibida que
creemos que merece nuestra obra. Contra eso cura la observación de Lezama Lima,
quien la formuló teniendo en mente la figura de Paul Valéry: Clásico es el
escritor que lleva un crítico consigo y que lo asocia íntimamente a su trabajo.
Tener sobre el lomo de nuestros escritos
la lupa inmisericorde de ese «crítico» es lo que «distingue» a un verdadero
escritor de un juntaletras.
¿Es necesario que diga que Francisco es un verdadero
escritor? Que su dimensión pública en las redes choque con la renuencia con que
ha accedido a publicar algo nos dice, además, que la exquisitez de su prudencia
engrandece esa condición. Es cierto que son pocas las vías para acceder a la
publicación, y que la mayoría de ellas están «cegadas» por obras que desmerecen
mucho al lado de las inéditas, como las que acaban de dejar de serlo de
Francisco, y cuya valoración es, en las editoriales, tan defectuosa. Sí, en mi asendereada
vida de grafómano también he sido durante un tiempo «lector» para algunas
editoriales, y creo saber de lo que hablo cuando digo lo que se me acaba de
leer. Se podrían multiplicar ad náuseam los ejemplos de los prejuicios con que
las editoriales rechazan manuscritos que, luego, acaban teniendo una vida
exitosa, pero, por lo que toca a Francisco y su obra, cabe señalar que nos
movemos en unos terrenos genéricos con escaso público, con parvas ventas y con
muy difícil acceso a editoriales que sobreviven a duras penas. El mercado «de
autor», así pues, se acabará imponiendo como una alternativa a circuitos a los
que incluso la pandemia ha resquebrajado y cuyo futuro sigue sin estar claro.
Desde esta perspectiva, pues, y sabiendo que en las direcciones que indique al
final se pueden adquirir estas obras, entro ya en la crítica de todas ellas.
Cuenta atrás es un poemario que podría encuadrarse en
lo que se ha conocido como «poesía de la experiencia», y cuyos tintes
autobiográficos la permean constantemente. El yo poético no necesariamente ha
de corresponderse con el yo autobiográfico, y ahí está la famosa canción a
Guiomar de Machado: Todo amor es fantasía;/él inventa el año, el día,/la
hora y su melodía;/inventa el amante y, más,/la amada. No prueba
nada,/contra el amor, que la amada/no haya existido jamás,
que nos lo recuerda; pero, en términos generales, sí que este tipo de poesía
bebe de la fuente personal de un modo determinante. Abre el intelector
el volumen y el Ideario inicial se convierte por arte de birlibirloque
en un *sentimentario que nos va a dar la pauta de la actitud ante la
vida del autor: Me da vértigo el punto muerto/y la marcha atrás. Con ese
arranque está claro que el autor, incómodo en su presente, que lo vive como una
condena, se va a recrear en su descripción, y lo usual es que acierte con ella,
aunque en la variada gama de registros pueda haber algún que otro
desequilibrio: cuando las canas pueblan la pensante testuz… Lo que es
evidente es el uso magistral de la asonancia y el ritmo melódico que brota con
esa naturalidad andaluza del oído educado en la música de la mejor poesía. La
temática está dominada por la actitud y esta, a su vez, por la selección de
unos recursos expresivos que buscan la experiencia de lo cotidiano amargo y
adverso, una vez que ha sido filtrado por el yo del poeta que confiesa su
impotencia: Me doy de cabezazos contra el papel vacío […] Me ahogo en
tanto blanco, en tanto sinsentido,/luchando cada noche contra ese enemigo
mortal/que es un papel sin nada/que siempre va conmigo, dando tumbos,/también
en cada madrugada y que me hace insomne/como el llanto de un niño; que nos
revela ese no acabar de llegar nunca «a tiempo»: Y es que el
tiempo,/sustancia de la que estamos hechos,/me enferma y me arruina/y por eso
creo/que solo seré puntual a la última cita:/la verdadera. Hay, a pesar de
la relativa juventud del autor, una querencia por la autobiografía, por la
evocación del pasado, como en el poema Partida de ajedrez, en el que se
cuela, por cierto, un verbo, el tiempo degluyó, que paree un hibridismo
propia de ciertos automatismos verbales, a medio camino entre «deglutir» y
«diluir»… La posmodernidad se cuela por las cuatro esquinas del poemario y,
como ocurre en Índices de audiencia -con ecos del Qualsevol nit pot
sortir el sol, de Jaume Sisa-, acentúa el contraste entre el pasado feliz y
el presente degradado y deprimente. Hay en el autor una tendencia a «pasar
desapercibido», al minimalismo existencial, que halla su más fiel reflejo en
uno de los mejores poemas del libro: Hoy practico el silencio, donde
reivindica el imposible mutismo que repele al poeta, por potente que sea esa
tentación de dejar impoluta la página en blanco (solo es poeta quien escribe,
recordemos lo obvio…), porque en este mundo nada tiene sentido/si no es el
cielo del olvido/y el de la rosa. A pesar de que el autor se mueve con gran
comodidad por las imágenes de la posmodernidad, su profesión de periodista
incluida, como apreciamos en el poema que cierra la colección, El último
barco, y aunque cede, a veces, a la tentación del poema narrativo, como en Señales
de la noche, lo habitual es la mezcla de situaciones líricas resueltas con
un estilo en que se mezclan las imágenes más atrevidas: equívocos los ojos
con que me miras y enmudeces la voz de mi retina, con lo que podríamos
considerar el «retrato generacional» de un luchador revolucionario: Tampoco
están ahora, aquellos/compañeros en piso de estudiantes,/forradas las paredes
con carteles de Bakunin y el Che, /la profunda liturgia para mejorar el mundo,/
y descubrir el sexo y el hachís/en una tarde juntos, Rimbaud y Baudelaire,/Pink
Floyd la Naranja Mecánica,/ Mari Carmen y el Último Tango en París. A mí,
particularmente, poco inclinado a la poesía social, porque estoy convencido de
que solo las revoluciones interiores pueden darnos poemas que verdaderamente
nos alumbren en la penumbra de la existencia, me gusta más la vena intimista
del autor cuando, a solas consigo mismo, consigue expresarse con toda la
complejidad del ser maravillado por el fenómeno deslumbrante de la existencia
plural -¡como fue la historia del corazón de Darío!- y se deja llevar, por
ejemplo, por el Arrebato: El peor de estos días peores/será cuando
acabe atrapado por una telaraña/que crece entre mis libros/regada, en mitad de
una selva de letras,/por el polvo del tiempo gastado. No es objetivo
primordial del poeta «confesarse» o, ya lo dijimos, «autorretratarse»; pero es
evidente que Cuenta atrás es, en efecto, un ajuste de cuentas, y ahí sí
que el autor exhibe una honestidad autobiográfica que nos permite a sus
lectores sentirnos muy próximos a tan lírica contabilidad, al tiempo que, a los
amigos más recientes del autor, como este Artista Desencajado, nos permite
ahondar en el conocimiento de su intimidad más recóndita, la que solo se
escande en los versos de un poema.
Las claras sombras del camino saludan al viajero,
escrito a dos manos entre el autor y
Francisco C. Ayudarte es un renga oriental, un género poético que
consiste en la escritura de una sucesión
de tankas escritos por dos o más autores que mantienen una unidad de estilo y,
hasta donde ello es posible, temática. Los dos autores quieren reivindicar la
creación colectiva como una alternativa a la autoría individual o, como ellos
mismos escriben: «la realización de estos versos responde al interés,
compartido por muchos escritores, por explorar las posibilidades de una poesía
colectiva en la que el eje principal de la actividad poética sea el poema y no
el autor». Que el género escogido se configura como una alternancia de tankas,
uno de cada autor, desdibuja algo lo de la «poesía colectiva», aunque el hecho
de ajustar el estro a lo escrito por el otro para dotar al volumen de
homogeneidad estilística la potencia.
Los intelectores habituales de poesía no ignoran que la tanka es un poema en el
que el giro temático de los dos últimos versos, respecto de la introducción de
los tres primeros ha de ser tan sorprendente como críptico y, sin embargo, guardar una oculta relación con los dos primeros versos. Se construye, por lo
tanto, un artificio en el que la capacidad de crear imágenes y sugerir
complicidades exige un alto grado de inspiración. Ambos autores, a los efectos
reales uno solo, han conseguido en esta renga una homogeneidad harto notable:
han fundido sus voces respectivas en una aspiración común y Fortuna- que
siempre ayuda a los audaces- los ha favorecido. Son muchos los tankas
deslumbrantes que saltan a los ojos de los intelectores: En los aleros,/entonan melodías/aves
suicidas./Su corazón, necrópolis/de los amores idos. Aunque los autores los
han distribuido temáticamente de una manera muy laxa, porque los títulos bajo
los que se agrupan dan para cobijar casi cualquier parto de la imaginación, a
mí me han llamado la atención aquellos, seguramente, que despertaban ecos en mí
de mis propias lecturas de otros autores, amén de los que son expresión feliz
de un momento poético cumplido, como: Quiebran la rama/los frutos que
recogen/manos sin tregua./Vendimian en septiembre/uvas ebrias de sol. O
este de inspiración netamente machadiana: No igual que pájaros/elegantes y
gráciles,/las pobres moscas./Vulgar evocación/de amor a lo que vuela. O el
nerudiano: Noche de san Juan,/baño en el mar, hogueras/ De sal deseo./Rosas
sobre las ascuas/azules de los astros. Tomemos nota, porque hasta ahora no
lo había visto de forma tan explícita, de la invasión del espacio poético por
términos y conceptos del ámbito digital que, con todo, no acaban de integrarse
en el discurso con la naturalidad con que los autores lo desean: Acupuntura./Aguacero
de agujas,/aguamarina./Google Maps verdeazul,/acuarela de espumas. O el no
menos explícito: Llega mal tiempo./Borrasca arrecia enérgica/en mi
bolsillo./Esta app predice el tiempo/y copia mis correos. O, finalmente,
el elogio del sistema binario: Vida serena,/mientras llega a la red/el bit
postrero./Ceros y ceros, uno,/binario manantial. Contrasta con ese uso
hiperposmoderno, el eco del viejo romancero que oímos nítidamente en otras
tankas, como: Es más veloz/el veneno que el pájaro,/ballesta cruel./Parte la
flecha rauda/al centro de la diana. A un critico cinematográfico, como yo
también lo soy, aun a fuer de aficionado, es evidente que una tanka como esta
había de «llegarle»: En el metraje/de la vida que pasa,/fílmica duda: /si
rodar un detalle/o el plano general. No es de los más afortunados, porque
no se interrumpe la cadena discursiva y no hay ocultamiento alguno, pero late
en ella esa contradicción permanente de nuestro autor entre lo individual y lo
colectivo que forma parte de sus preocupaciones últimas. Buena expresión de ese
encanto de lo oculto es la tanka que celebra la ebriedad profética de la vida:
Alegre vida./Fiestas de fuego y vino/sobre reliquias./Atávicos vestigios/del
culto a las encinas. De vez en cuando, y aparecen con cuentagotas, emerge
la vena tradicional del sur con su poderosa voz lorquiana y granaína: Cante
profundo,/ahogada garganta,/lamento oscuro. /Soleá de las olas,/yunque de
acantilado, que uno lee, no sabe por qué, con un eco de fandangos como el
que le oí cantar a Manolo el Malagueño en un noche flamenca en Motril: Yo
entré un día en el manicomio/ y a mí me ha pesado el haberlo hecho/yo vi una
loca en el patio/se sacaba y daba el pecho/a una muñeca de trapo. Una
última cata para ofrecerles a los intelectores una tanka en la que sí se
produce una integración «feliz» entre la realidad cibernética y los motivos
barrocos poéticos: Reloj parado. /Es lo que tiene el tiempo/que nadie
añora./Lápiz formateado,/tarjeta sin memoria. Para el lexicógrafo
aficionado queda en la emoción la aparición de voces aisladas -la mejor manera
de acaparar la atención del intelector- que son algo así como las perlas
perfectas del collar de la paloma: sobre el hinojo estivan…, ese
cruce afortunado entre estío y estivación, convertida aquí en verbo
sorprendente y tan lírico; batuca el corazón…, de tan
antigua aparición como en La pícara Justina, aunque ahora usemos «batucada»,
del portugués, en vez del «batuquerio» clásico; y las mil campucías…,
un motrileñismo entrañable para lo que en otras regiones decimos «capuzar», «campuzar»
o el más corriente «chapuzar»
Y llegamos al género más reciente en el panorama literario:
el microrrelato, un género en el que Francisco sobresale con voz e ingenio
propios, porque su propensión al aforismo y su vena lírica se suman a una hipersíntesis
narrativa que sabe seguir con verdadera maestría la suprema lección de
Monterroso, autor del mejor microrrelato de la Historia de la Literatura, y el
que más ha dado que escribir y que interpretar. Todo el mundo, vulgarizado o no
en situaciones de lo mas variopinto, lo ha leído u oído alguna vez: Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. A partir de esa joya, que tan
alto sitúa el listón de la comparación, cabe decir, con profunda satisfacción,
que Francisco M. Ortega es verdaderamente un aventajadísimo alumno del escritor
guatemalteco, cuyas obras, sobre todo Movimiento perpetuo, han explorado
nuevos caminos genéricos como los que este libro de Francisco explora con
rotundo éxito. El volumen, titulado canónicamente, La vida es breve,
publicado en la editorial Alhulia, en la que también fue publicado Las
claras sombras del camino saludan al viajero -y ambos vínculos son el
medio idóneo para adquirir ambos libros, y este el de Cuenta atrás-, se presenta con un formato «manual»,
en dieciseisavo, que va acompañado con ilustraciones fotográficas escogidas por el propio
autor. Todo ello lo convierte en una suerte de pequeño tesoro que bien puede ser
regalado a quienes lo recibirán con la sorpresa y el agradecimiento que merece.
La variedad temática viene marcada por los capítulos que agrupan los diferentes
microrrelatos: Amoríos; Clásicos; Cuentísimos; Diálogos;
Heroínas; Infantiles; Numéricos; Ontologías; Palabrerío,
y Quiméricas. El intelector no tarda en apreciar que nos movemos
en una prosa de fuerte resonancia lírica, y que los ecos de las lecturas poéticas
que formaron al autor siguen teniendo vida en estas brevísimas narraciones dispuestas
con un sentido casi geométrico de la inspiración: Amor grafo.
Escribió en el muro de su casa: «mientras lees esto me estás queriendo». La
mezcla de registros, coloquiales y cultos, como la pluralidad de vida que asoma
en los contenidos, constituye un rasgo distintivo de estas miniaturas: Rostro.
Su cara era un poema. En ella se podían leer los versos más tristes esta noche.
Aquellos, sin embargo, en que se derrocha el ingenio con tanta generosidad como
suele exhibir Francisco tienen ese «pellizco» del hallazgo lúcido: Pacto.
La curiosidad y el gato se hicieron amigos. Y no hubo más muertes. Estamos,
pues, a medio camino entre el mundo al revés, el otro lado de las cosas, la
visión surrealista o la contundencia de las paradojas, como ocurre en Escritura onírica. Escribió
el cuento dormido y al despertar lo leyó con los ojos cerrados. En esa
senda de lo paradójico, tan rentable narrativamente, encontramos esta diminuta
joya, tan entrañable: Asesinos. —¿Por qué estás en prisión? —Por
matar el rato. ¿Y tú? —Por matar el tiempo. Es evidente que por el hilo se
saca el ovillo y que tirando de estos microrrelatos de Francisco M.Ortega se
saca una pieza de patchwork de lo más curioso, tanto como lo es la capacidad
del autor para admirarse de las peregrinas ocurrencias que acaban transformándose
en materia narrativa o lírica o especulativa, que no están muy definidos en
este género los límites de esas actitudes ante lo real. Antes de despedirse con
Dormitar. Dormía con un ojo cerrado y el otro abierto. Sus
sueños eran verdades a medias, Francisco nos recuerda, por vía paradójica,
por supuesto, los ilimitados dominios de la esperanza y de la lucidez: Buena sombra.
Aquella sombra suya no le abandonaba ni en los momentos más oscuros.
Un crítico tiene a veces la sensación de ser un vendedor que
«exhibe» su mercancía en el saturado mercadillo de la cultura para llamar la
atención de los distraídos compradores que, usualmente, se dejan llevar por los
nombres de relumbrón e ignoran los tesoros que, por poco avisados, se pierden
por seguir propagandas editoriales que poco o nada tienen que ver con la
Literatura y sí todo con un negocio que, ¡afortunadamente!, va cambiando de
manos, y eso es lo que las grandes editoriales temen: la eclosión de unos
canales de edición, crítica y ventas que no pueden controlar. Sí, nadie que
escriba como lo hace Francisco M. Ortega aspira a convertirse en un bestseller,
aunque tampoco le molestaría que tal cosa ocurriera, seguro, porque ello significaría,
en todo caso, que el nivel lector de la población habría subido muchos enteros.
El mundo literario está en permanente transformación, y no hay que descartar
que desde las nuevas plataformas de creación y difusión vayan apareciendo «voces»
que puedan alcanzar el estatus de «necesarias». Será el grado cero de la renovación
del canon que, tarde o temprano, habrá de llegar. Lo importante, a mi modesto
entender, es estar críticamente abiertos a lo que nos dicen esas «voces» con total
receptividad.
Desde esa libertad de criterio he escrito lo que antecede, lo
cual firmo, de grado, a 30 de julio de 2020, con el convencimiento de que
cualquiera de estos tres libros satisfará el mas alto grado de exigencia intelectora
de cuantos puedan acercarse a estas líneas motivadas por el amor a la literatura.
Juan Poz.
Hermosa y exhaustiva crítica comentario sobre estos tres libros que también he leído por generosidad de Paco. Coincido plenamente en tus juicios literarios sobre los nuevos canales de difusión de la literatura que van más allá de las editoriales. El hecho de que seáis escritores los dos os pone en íntima coherencia creativa. Además del hecho de que tus aforismos nutren íntimamente tu visión de las cosas. Es un hermoso momento cada mañana cuando abrimos la página de Francisco y nos encontramos con su pensamiento o microrrelato diario.
ResponderEliminarAún es potente el aval de notoriedad que prestan las editoriales a los autores, pero tengo para mí que, al final, irán imponiéndose los textos frente a los obsoletos mecanismos de "reconocimiento" público de los autores. No es fácil, sin embargo, luchar contra la opinión establecida.
EliminarNo obstante, no es extraño que algunos libros alcancen un notorio éxito en las autopublicaciones de Amazon sin el concurso de editoriales. Tú sabes algo de ello pues has publicado allí. Pienso que son libros de género thriller los que tienen éxito y menos lo de cariz literario. En el libro La próxima vez de Herny James, un autor exquisito busca rebajarse y humillarse para hacerse popular, pero por más que intenta rebajar su estilo no lo consigue. Escribe obras geniales pero que no tienen público. La otra escritora, en cambio, tiene todo a su favor y todo lo que publica tiene un gigantesco éxito popular. Pero ella querría fracasar y no vender como Limbert para ser reconocida. Es un dilema difícil.
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