lunes, 20 de julio de 2020

«Los aborígenes de Andrómeda», de Kalikatres.



El  descomunal disparate mayúsculo del quintaesenciado humorista gráfico de La Codorniz.

Allá en la juventud, en la casa de mis padres entraban dos revistas de humor: La Codorniz y Hermano Lobo. La primera la compraba mi padre; la segunda, yo. Mi padre leía la suya; yo leía las dos. Así fue como conocí a Kalikatres, el sabio cubista del tiempo de los faraones que tenía siempre a mano la respuesta más ingeniosa para la pregunta más incisiva. Recordemos que el lema de La Codorniz era «la revista más audaz para el lector más inteligente», por ello no puede extrañarnos que Ángel Menéndez Menéndez, su nombre «civil», se abriera paso enseguida entre las «estrellas» que colaboraban en aquel prodigio de revista, de la que Hermano Lobo fue, sin duda, una más que digna sucesora.
Hoy, sin embargo, estoy aquí para dar fe del chasco morrocotudo que me he llevado cuando he intentado leer, ¡con la más propicia de las disposiciones!, una novela de Kalikatres que yo imaginé muy distinta de lo que ha resultado ser, y ya no sé si a ello se debe mi decepción, mi desengaño o, como en puridad ha sucedido, a que la obra no vale un pimiento, no tiene ni pizca de gracia y es un disparate inmenso. La pedí por correo, porque es imposible encontrar una obra suya en una librería: se trata del clásico ejemplo de libros y autores “descatalogados” mucho antes de fallecer, y la esperé con verdadera expectativa de erigirme poco menos que en «descubridor» de un autor sobre el que la crítica hubiera permanecido ciega hasta ahora. Mi pretendido gozo en el peor de los pozos: el del desencanto. ¡Menudo pestiñón inacabable que, a fuer de sincero, he leído, deprisa y corriendo, limitándome a seleccionar un léxico que, aun desfasado, puede tener su novedad para lectores que no están familiarizados con lo que era el humor de La Codorniz!
Lo afirmado en el párrafo anterior excluye cualquier juicio adverso contra la suprema invención del filósofo Kalikatres, «eminentísimo», «doctísimo», «sapientísimo», etc., cuyas agudezas se leen hoy con el mismo placer con que las leía hace más de cuarenta años, y valgan las muestras como ejemplo:
           
                             

                       
                              

         
               Ya desde que leí la contraportada, en la que se me prometía una novela de ciencia-ficción llena del mejor humor, lo que me hizo pensar en El dormilón de Woody Allen, y leí a continuación el arranque de la misma, ambientado en el siglo XXIII, comenzó a distenderse mi entusiasmo inicial y a dibujarse en mi rostro algo más que la perplejidad y el mosqueo. Que Usamérica fuera, de repente, tan españolaza como los personajes, con su léxico incluido, daban a entender, despistaba al más pintado, pero, bueno, la imaginación es muy suya y libérrima, por lo que no podía intentar juzgar con tan parva muestra. Como el estilo, entre arcaizante y pleonástico, solo permitía progresar muy lentamente, no tardé, desinteresado de tal patochada, en tomar las de Villadiego y comenzar a pasar hojas febrilmente, leyendo muy pero que muy rápidamente, con total indiferencia y, lo reconozco, su puntito de incredulidad…, y limitarme a establecer un repertorio de expresiones supuestamente castizas que encontrará el intelector ut infra… Que la expedición espacial tuviese como objetivo Andrómeda y que el combustible para superar la velocidad de la luz incluyese las muy castizas legumbres nuestras permite tener una idea de por dónde van los despegues. Es cierto que la capacidad de Menéndez y Menéndez para rellenar hojas sin nada interesante que decir es algo más que sorprendente, pero a nadie se le escapa que eso está al alance de muchos grafómanos, entre los que perfectamente podría ser incluido… ¿A quién no le persigue, como un fantasma ululante, la amplificatio…?
         Bien, solo quería dar «noticia» de un fracaso intelector, que los hay. No siempre acaba uno llevándose a los ojos lucanos, ovidios o platones, está claro. Entre las pocas agudezas que contiene el novelón, solo estas llegan a tener la entidad que nos acerca, aunque de muy lejos, a la propia del humorismo gráfico de Kalikatres:
La política siempre tiene su gato encerrado -y con tres patas por más señas- que todo lo embolica, zarabutea y engarbulla.

El hombre, por si es de prudencia refrescarte la memoria, se divide en dos clases; a saber: I), los que tenemos título de doctor; y II), los otros, desde los licenciados a los gusanos anaerobios y las mujeres solteras con hijo nacidas en España.

Lo mío, lo de siempre: desasnar muchachos que, si acaban por desasnarse, terminarán tan aburridos como yo. ¡Una pena, con lo bien que se lo pasan así de burros! Procuro aprobarles aunque no sepan… ¡sobre todo, si no saben!: pero siempre sale algún chalado que se lo toma en serio y estudia. ¡Ya verá el pobre tonto, ya, lo que es bueno!

O la ristra de insultos que la novia del mozo de seguridad que ha sido destinado a la «misión» le enjareta sobre «la rival» que ha encontrado por esas galaxias de dios [-y escupió lo que sigue, sin respirar, sin hacer una mala coma, ¡hale, qué bárbaro!-:]

Cacho asquerosa tarasca bribona
Guarra gibada perversa bastarde
Sádica mema lunática tarda
Pícara mula maldita pelona
Monstrua pendeja tirada meona
Súcuba cerca cochina bigarda
Zángana furcia culera tragona
Ida engendro zopenca rufiana
Crápula torpe salida putorra
Golfa arrastrada felona marrana
Víbora imbécil aborto pedorra
Loca deforme pelleja holgazana
Birria mamona viciosa y cotorra.

Así mismo, entra dentro de ese ingenio que siempre le he de reconocer al autor, una estupenda recreación léxica en clave cómica, la que preside todo el volumen, del delírium trémens:
Ratonajoncios tuertos; alimañillejas con mamas color violeta; gurripatojos alados; gusanorroides que reptaban por los suelos; culebranzuelos que surcaban los aires; arañuelacios con mil peludas patorras, espuelachajos de vientre hinchado…
Un repertorio, como se observa, que está en consonancia con el repertorio léxico de expresiones coloquiales que son reflejo de una época, también de un referente literario muy concreto: el humor que surge a partir de la propia revista y de los escritores que la hicieron posible ya en lo que fue su primer parto: La ametralladora. En términos generales, se trata de una versión muy libre del sainete popularísimo del primer tercio del siglo XX, algo del cual pasó también a la zarzuela. El ingenio verbal de los Quintero o de Arniches tiene en este listado una suerte de imitación que no llega, sin embargo, a la capacidad neologística e innovadora de dichos autores. En fin, para pasto de curiosos, aquí dejo ese repertorio espigado de una obra literalmente ilegible…

         De zamborotuda, ni un mal pelo tiene./ Pasármelo de papo de mona./ Peliforras./ Las casas de maturrangas./ Hurgamanderas./ ¡Recojostrios!/ ¡Cojostrios, nena!/¡Acojostriante!/ ¡Manda cojostriones!/¡Por los santos cojostriones de Buda!/¡Por cien mil pares de cojhostrios!/ Cualquier andóbal./ Cualquier mambrú./ ¡Por los cojipones de Buda!/ Me da un sopitipando./ Dejarle tuturutu perdido./ Para un quillotro de su edad./ Cual fraile de la orden camaldulense./ Que te pongas verriondo./ Perínclitos guerreros./ Las energías puestas y arrechas./ Eres bobo, melón y belorcio./ ¡Una ñorda!/ ¡Ni zorrupia idea!/ ¡Con cachava (bastón), lo menos, vas tú a bajar del cachirulo astronáutico!/ ¡Picante condumio!/ Mayúsculo zurriburri./ Valiente manada de perdularios./ ¡No empujes, crapulón!/ ¡Giligaitas, el ultimo!/ Descalandrajar a un estudiante y cascamajar a otro…/ Cacho rencajos…/ ¡Valiente endriago!/ Vestiglo semejante…/ Gurrumino castrado./ Por el cosmos ese de los güevancios./ Mira, Cuchuflita…/ Cacho tarasca de mi Mildred./ Medallas de lo más gordo, bizarro y coruscante./ Perfecto zampatortas./ El refanfinflante fregado./ Pachorrudo y zangandungo./ Debes de estar soñando y, si no, calamocano perdido./ ¡Repuñetoncias! / Disimulaban cual piculinas./ ¡Sí, vuecenciquísimo!/ El más pipudo de los resultados./ Pijondios en vinagre./ ¡Repuñetischia!/ Pedazo de cipote./ ¡Su zorrupio padre!/ ¡Cuán Cojudo!/ A base de emborrozamientos de pavos y capones./ Podría subírsenos a la molondra y, calamocanos, erraríamos la ruta y la guía./ Colegio de frailes con zurriago./ ¡Anda ya, no seas mamacallos!/  Recuerda lo que dijo el santo varón: «más vale casarse que quemarse». [Mellius este nim nubere, quam uri]/ Roído de alifafes./ Al que puso de contubérnico seductor y crapuloso corruptor de ingenuas quillotras tan pingando que no había por donde cogerlo./ En cuanto a pesadas, son el zorriputo cojostrio…/ ¡Tuturutus deben estar!/ ¿No te unes, guerrero de a pie enjuto en este efemérico instante, a nosotros?/ ¡Repajoleras ostras, vaya unos posmas!/ ¡Ay, a mí me da un sopitipando!/ ¡Pues a ver, tío zambombo, si espabilas!/ A la que le decían Sotocona la Bien Chupada./ ¡Equilicuatre sí señor!/ ¿No se asoman esos mambruses?/ ¡Y más célibes que San Pafnucio, bendito anacoreta, en la muy santa Tebaida! /—No te enrolles, cotorrón. —¡Amos vete, salmonete!/¡Anda, anda; no seas pedazo de julandra!/ Que te plantifiquen un par de coces en la huevería, que te la dejen hecha una tripicallería./ Su novia es una chupichusca del pan pringado./ Algunos pirados astrofísicos, de molondras lucubrantes./ El carapijo este, julandra perdido./ La esquizofrenia galopante que van pillar será de las que, como se nos ocurra someterles a una terapia de camisas de fuerza,  nos las descalandrajarán…/ ¡Menos guasitas, majos; que, de una manguzada, os echo a pique las flotas!/ ¡Me pongo cual me sale del príapo!/ ¿Es posible, so tolondro, que no me reconozcas?/ Su mal genio debía de tener más venenos que un canasto de cobras./ —Anacolútica. —¡Huy, hijo, cómo suena a palabrota!/ ¿Y cómo pijondios, por malaventura, te las has ingeniado para saber que… y dar conmigo?/ ¡Ea, basta ya de comportarte cual un refanfinlante alfeñique!/ El calendario zaragozano que predecía las manchas solares y las mareas de neutrinos…/ ¡Por San Güevancio!/ Y para más gilipollo inri…/ Cruce siniestro de borrico zaino y tigresa pindonga./ ¡Estamos en el siglo XXIII, no lo olvides!/ ¡Por el cingamocho de Buda y los péndulos de Mahoma, qué imprudencia!


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