El
descomunal disparate mayúsculo del quintaesenciado
humorista gráfico de La Codorniz.
Allá
en la juventud, en la casa de mis padres entraban dos revistas de humor: La Codorniz
y Hermano Lobo. La primera la compraba mi padre; la segunda, yo. Mi
padre leía la suya; yo leía las dos. Así fue como conocí a Kalikatres, el sabio
cubista del tiempo de los faraones que tenía siempre a mano la respuesta más
ingeniosa para la pregunta más incisiva. Recordemos que el lema de La
Codorniz era «la revista más audaz para el lector más inteligente», por
ello no puede extrañarnos que Ángel Menéndez Menéndez, su nombre «civil», se
abriera paso enseguida entre las «estrellas» que colaboraban en aquel prodigio
de revista, de la que Hermano Lobo fue, sin duda, una más que digna
sucesora.
Hoy,
sin embargo, estoy aquí para dar fe del chasco morrocotudo que me he llevado cuando
he intentado leer, ¡con la más propicia de las disposiciones!, una novela de Kalikatres
que yo imaginé muy distinta de lo que ha resultado ser, y ya no sé si a ello se
debe mi decepción, mi desengaño o, como en puridad ha sucedido, a que la obra
no vale un pimiento, no tiene ni pizca de gracia y es un disparate inmenso. La
pedí por correo, porque es imposible encontrar una obra suya en una librería:
se trata del clásico ejemplo de libros y autores “descatalogados” mucho antes
de fallecer, y la esperé con verdadera expectativa de erigirme poco menos que
en «descubridor» de un autor sobre el que la crítica hubiera permanecido ciega
hasta ahora. Mi pretendido gozo en el peor de los pozos: el del desencanto.
¡Menudo pestiñón inacabable que, a fuer de sincero, he leído, deprisa y
corriendo, limitándome a seleccionar un léxico que, aun desfasado, puede tener
su novedad para lectores que no están familiarizados con lo que era el humor de
La Codorniz!
Lo afirmado
en el párrafo anterior excluye cualquier juicio adverso contra la suprema
invención del filósofo Kalikatres, «eminentísimo», «doctísimo», «sapientísimo»,
etc., cuyas agudezas se leen hoy con el mismo placer con que las leía hace más
de cuarenta años, y valgan las muestras como ejemplo:
Ya desde que leí la contraportada, en la que se me prometía
una novela de ciencia-ficción llena del mejor humor, lo que me hizo pensar en El
dormilón de Woody Allen, y leí a continuación el arranque de la misma, ambientado
en el siglo XXIII, comenzó a distenderse mi entusiasmo inicial y a dibujarse en
mi rostro algo más que la perplejidad y el mosqueo. Que Usamérica fuera, de
repente, tan españolaza como los personajes, con su léxico incluido, daban a
entender, despistaba al más pintado, pero, bueno, la imaginación es muy suya y libérrima,
por lo que no podía intentar juzgar con tan parva muestra. Como el estilo,
entre arcaizante y pleonástico, solo permitía progresar muy lentamente, no
tardé, desinteresado de tal patochada, en tomar las de Villadiego y comenzar a
pasar hojas febrilmente, leyendo muy pero que muy rápidamente, con total
indiferencia y, lo reconozco, su puntito de incredulidad…, y limitarme a
establecer un repertorio de expresiones supuestamente castizas que encontrará
el intelector ut infra… Que la expedición espacial tuviese como objetivo
Andrómeda y que el combustible para superar la velocidad de la luz incluyese
las muy castizas legumbres nuestras permite tener una idea de por dónde van los
despegues. Es cierto que la capacidad de Menéndez y Menéndez para rellenar
hojas sin nada interesante que decir es algo más que sorprendente, pero a nadie
se le escapa que eso está al alance de muchos grafómanos, entre los que perfectamente
podría ser incluido… ¿A quién no le persigue, como un fantasma ululante, la amplificatio…?
Bien, solo quería dar «noticia» de un fracaso intelector,
que los hay. No siempre acaba uno llevándose a los ojos lucanos, ovidios o
platones, está claro. Entre las pocas agudezas que contiene el novelón, solo
estas llegan a tener la entidad que nos acerca, aunque de muy lejos, a la
propia del humorismo gráfico de Kalikatres:
La
política siempre tiene su gato encerrado -y con tres patas por más señas- que
todo lo embolica, zarabutea y engarbulla.
El
hombre, por si es de prudencia refrescarte la memoria, se divide en dos clases;
a saber: I), los que tenemos título de doctor; y II), los otros, desde los
licenciados a los gusanos anaerobios y las mujeres solteras con hijo nacidas en
España.
Lo
mío, lo de siempre: desasnar muchachos que, si acaban por desasnarse, terminarán
tan aburridos como yo. ¡Una pena, con lo bien que se lo pasan así de burros!
Procuro aprobarles aunque no sepan… ¡sobre todo, si no saben!: pero siempre
sale algún chalado que se lo toma en serio y estudia. ¡Ya verá el pobre tonto,
ya, lo que es bueno!
O la
ristra de insultos que la novia del mozo de seguridad que ha sido destinado a
la «misión» le enjareta sobre «la rival» que ha encontrado por esas galaxias de
dios [-y escupió lo que sigue, sin respirar, sin hacer una mala coma, ¡hale,
qué bárbaro!-:]
Cacho
asquerosa tarasca bribona
Guarra
gibada perversa bastarde
Sádica
mema lunática tarda
Pícara
mula maldita pelona
Monstrua
pendeja tirada meona
Súcuba
cerca cochina bigarda
Zángana
furcia culera tragona
Ida
engendro zopenca rufiana
Crápula
torpe salida putorra
Golfa
arrastrada felona marrana
Víbora
imbécil aborto pedorra
Loca
deforme pelleja holgazana
Birria
mamona viciosa y cotorra.
Así
mismo, entra dentro de ese ingenio que siempre le he de reconocer al autor, una
estupenda recreación léxica en clave cómica, la que preside todo el volumen, del
delírium trémens:
Ratonajoncios
tuertos; alimañillejas con mamas color violeta; gurripatojos alados;
gusanorroides que reptaban por los suelos; culebranzuelos que surcaban los
aires; arañuelacios con mil peludas patorras, espuelachajos de vientre
hinchado…
Un
repertorio, como se observa, que está en consonancia con el repertorio léxico
de expresiones coloquiales que son reflejo de una época, también de un
referente literario muy concreto: el humor que surge a partir de la propia
revista y de los escritores que la hicieron posible ya en lo que fue su primer
parto: La ametralladora. En términos generales, se trata de una versión
muy libre del sainete popularísimo del primer tercio del siglo XX, algo del
cual pasó también a la zarzuela. El ingenio verbal de los Quintero o de
Arniches tiene en este listado una suerte de imitación que no llega, sin embargo,
a la capacidad neologística e innovadora de dichos autores. En fin, para pasto
de curiosos, aquí dejo ese repertorio espigado de una obra literalmente
ilegible…
De
zamborotuda, ni un mal pelo tiene./ Pasármelo de papo de mona./ Peliforras./ Las
casas de maturrangas./ Hurgamanderas./ ¡Recojostrios!/ ¡Cojostrios, nena!/¡Acojostriante!/
¡Manda cojostriones!/¡Por los santos cojostriones de Buda!/¡Por cien mil pares
de cojhostrios!/ Cualquier andóbal./ Cualquier mambrú./ ¡Por los cojipones de
Buda!/ Me da un sopitipando./ Dejarle tuturutu perdido./ Para un quillotro de
su edad./ Cual fraile de la orden camaldulense./ Que te pongas verriondo./ Perínclitos
guerreros./ Las energías puestas y arrechas./ Eres bobo, melón y belorcio./ ¡Una
ñorda!/ ¡Ni zorrupia idea!/ ¡Con cachava (bastón), lo menos, vas tú a bajar del
cachirulo astronáutico!/ ¡Picante condumio!/ Mayúsculo zurriburri./ Valiente
manada de perdularios./ ¡No empujes, crapulón!/ ¡Giligaitas, el ultimo!/ Descalandrajar
a un estudiante y cascamajar a otro…/ Cacho rencajos…/ ¡Valiente endriago!/ Vestiglo
semejante…/ Gurrumino castrado./ Por el cosmos ese de los güevancios./ Mira,
Cuchuflita…/ Cacho tarasca de mi Mildred./ Medallas de lo más gordo, bizarro y
coruscante./ Perfecto zampatortas./ El refanfinflante fregado./ Pachorrudo y
zangandungo./ Debes de estar soñando y, si no, calamocano perdido./ ¡Repuñetoncias!
/ Disimulaban cual piculinas./ ¡Sí, vuecenciquísimo!/ El más pipudo de los
resultados./ Pijondios en vinagre./ ¡Repuñetischia!/ Pedazo de cipote./ ¡Su
zorrupio padre!/ ¡Cuán Cojudo!/ A base de emborrozamientos de pavos y capones./
Podría subírsenos a la molondra y, calamocanos, erraríamos la ruta y la guía./ Colegio
de frailes con zurriago./ ¡Anda ya, no seas mamacallos!/ Recuerda lo que dijo el santo varón: «más vale
casarse que quemarse». [Mellius este nim nubere, quam uri]/ Roído de
alifafes./ Al que puso de contubérnico seductor y crapuloso corruptor de
ingenuas quillotras tan pingando que no había por donde cogerlo./ En cuanto a
pesadas, son el zorriputo cojostrio…/ ¡Tuturutus deben estar!/ ¿No te unes,
guerrero de a pie enjuto en este efemérico instante, a nosotros?/ ¡Repajoleras
ostras, vaya unos posmas!/ ¡Ay, a mí me da un sopitipando!/ ¡Pues a ver, tío
zambombo, si espabilas!/ A la que le decían Sotocona la Bien Chupada./ ¡Equilicuatre
sí señor!/ ¿No se asoman esos mambruses?/ ¡Y más célibes que San Pafnucio, bendito
anacoreta, en la muy santa Tebaida! /—No te enrolles, cotorrón. —¡Amos vete,
salmonete!/¡Anda, anda; no seas pedazo de julandra!/ Que te plantifiquen un par
de coces en la huevería, que te la dejen hecha una tripicallería./ Su novia es
una chupichusca del pan pringado./ Algunos pirados astrofísicos, de molondras
lucubrantes./ El carapijo este, julandra perdido./ La esquizofrenia galopante
que van pillar será de las que, como se nos ocurra someterles a una terapia de
camisas de fuerza, nos las descalandrajarán…/
¡Menos guasitas, majos; que, de una manguzada, os echo a pique las flotas!/ ¡Me
pongo cual me sale del príapo!/ ¿Es posible, so tolondro, que no me reconozcas?/
Su mal genio debía de tener más venenos que un canasto de cobras./ —Anacolútica.
—¡Huy, hijo, cómo suena a palabrota!/ ¿Y cómo pijondios, por malaventura, te
las has ingeniado para saber que… y dar conmigo?/ ¡Ea, basta ya de comportarte
cual un refanfinlante alfeñique!/ El calendario zaragozano que predecía las
manchas solares y las mareas de neutrinos…/ ¡Por San Güevancio!/ Y para más
gilipollo inri…/ Cruce siniestro de borrico zaino y tigresa pindonga./ ¡Estamos
en el siglo XXIII, no lo olvides!/ ¡Por el cingamocho de Buda y los péndulos de
Mahoma, qué imprudencia!
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