Historia
de los muertos 3. Final o de cómo una trilogía fantástica nos
ofrece la visión más realista de la compleja naturaleza humana.
Acaba de aparecer, en
Amazon, como las dos anteriores, la tercera parte, Final, de la trilogía que ha escrito Javier García de Castro, Historia
de los muertos, de cuyos dos volúmenes anteriores, Infección y Mutación, ya hice
las críticas pertinentes, a las cuales remito a los lectores de ésta para tener
una visión clara de qué sea esta trilogía de un género que el escritor
trasciende hacia una visión de la naturaleza humana que tiene mucho que ver con
lo que podemos observar cada día en este inicio de siglo en el que tantas
transformaciones sociales se producirán, como desastrosa y hasta casi maléficamente
lo anuncia la propia elección de Trump como presidente de Usamérica. Remito a ellas porque allí encontrará un análisis que no tiene sentido repetir aquí y que es perfectamente válido para esta nueva entrega. Bien, pues
después de dos volúmenes que habían creado una realidad apocalíptica en la que
ciertos supervivientes se afanaban en descubrir algún lugar donde tratar de “establecerse”
casi como avanzada de la futura repoblación del planeta desde el seguro de la
inmunidad frente al posible contagio de la extraña infección que ha convertido
el planeta en un espacio de zombies torpes y hambrientos, llega este Final que en modo alguno desmerece de
los dos volúmenes anteriores y que acentúa, por así decirlo, la profunda vena
al tiempo nihilista y esperanzada que habíamos leído en ellos. El don de Javier
García de Castro para hacer partícipe al lector de las venturas y desventuras
de los jóvenes e intrépidos protagonistas de esta narración tan emparentada con
la literatura del absurdo y con la desazón existencialista de un libro como La peste, como ya dijimos, tiene en Final su culminación. Como lector que
acaba cogiéndoles cariño, a los protagonistas con quienes ha convivido tantas
páginas, he de decir que me ha costado aceptar ciertas transformaciones de los
personajes, sobre todo la muy marcada de Bea, que acentúa, por así decirlo, su
lado más oscuro, una tendencia que sin llegar al sadismo tampoco le anda muy
lejos, por más que tenga todas las coartadas morales habidas y por haber, por
supuesto, de ahí que, por ejemplo, no acabe de entender, como seres vivos que son,
algunas de sus reacciones, como, pongo por caso, la inquina prejuicial contra
el diputado que se transforma en sed de exterminación casi de manera gratuita.
En conjunto, sin embargo, parece que se impone la lógica de la ausencia de
lógica y la prevalencia del misterio y del Fatum, como exigiría la excelente
literatura del absurdo, con la que tan emparentada está, ya digo, esta obra. La
narración arranca en el País Vasco, pero pronto se desplaza a Valladolid, donde
se inició y donde uno cree que se cerrará el ciclo de la aventura. La compañía
de los dos soldados que se unieron a su grupo tras la salida de la base gubernamental
introduce en la narración una tensión constante que solo se resolverá cuando la
acción se traslade a Madrid, al Cuartel General de la Armada, en unas
secuencias narrativas poderosísimas, escritas con un sentido del ritmo, del
suspense, de la tensión electrizante profundamente cinematográficos, porque la
capacidad de visualización de aquello que se lee es inmediata y ello empuja al
lector a la lectura desde una entrega total. ¡Qué ganas tenía de llegar al
final!, del que ni siquiera había intuido cómo podría ser, para evitar,
después, comparaciones injustas. Me he dejado llevar por la narración y, de vez
en cuando, eso sí, como cualquier lector, miraba el número de página y pensaba,
pues si ha de volver a Valladolid
-donde quedó Sara, embarazada, esperando la vuelta de Toni, el padre de la
futura criatura, y Bea- no sé yo, si a
este ritmo, le van a quedar páginas suficientes..., aunque tampoco me
pareció, sumido como estaba en ese humano, demasiado humano, torbellino de venganzas en el
que la intuición del posible final trágico de la pareja protagonista primordial
nos acongoja y nos sorprende a partes iguales, que fuera decisivo que la acción
hubiera de regresar, para concluirlo todo, a Valladolid, y ahí lo dejo…, que no
se trata de aguar la fiesta a los lectores. A grandes rasgos, la estructura, el
estilo, y el carácter de la aventura de los supervivientes guarda una rigurosa homogeneidad con los dos volúmenes anteriores, pero hay en este, ya digo, una
decantación hacia terrenos sórdidos de la psique humana que bien pueden
aparecer por mera acumulación de las traumáticas experiencias vividas, sin más.
Lo que está claro es que el autor conoce perfectamente el valor narrativo que
tienen ciertas situaciones, como el recorrido de Madrid por el metro inundado o
la fantasmagórica del Cuartel General de la Armada y se recrea en ellas con una
minuciosidad descriptiva que el lector agradece, porque se siente parte activa
de la comprometida aventura y es capaz de vivirla, como en mi caso, consumiendo
voraz y casi febrilmente las semillas tostadas de girasol con que solía
acompañar en la infancia la inducida emoción del fútbol, por ejemplo. A la hora del
resumen final, toda la novela casi
podría entenderse como una versión del cuento de Pérez Ayala, El hechizado, la historia del indio que
se empeña en querer encontrarse con el PODER que rige el Imperio y acaba
encontrándose ante la miseria humana del ser más miserable del mundo, el propio
Emperador, algo así como la pura nada, el vacío. A su manera, eso le ocurre a
Bea cuando sigue el rastro de las órdenes que recibe, desde Madrid, el soldado con quien ha establecido una tirante relación que no se resolverá hasta llegar a la capital. El giro sombrío del personaje me parece acertado, porque no solo demuestra
que es, a su manera, víctima de la epidemia, sino porque hace impredecible su
comportamiento, lo aleja del sentimentalismo en que podía degenerar la
situación, cuando recogen a los escolares y permite ese final apoteósico del
gore en la lucha final, un poco al estilo de la de la teniente Ripley y el monstruo
en Alien, entre ella y quien, progresivamente
a lo largo del último volumen, se erige en algo así como el antagonista por
excelencia, el soldado López. Y ya puestos a buscar referentes literarios o
cinematográficos, he de reconocer que me ha sorprendido lo suyo esa especie de
versión de El monte de las ánimas de
Bécquer en el Madrid de los Austrias, una escena llena de sabor romántico. Lo
cierto es que el título del volumen, Final,
me deja poco margen de crítica sin chafar a los lectores aspectos que deben ser
preservados de su conocimiento. No puedo, ni debo, así pues, avanzar contenidos
que me gustaría comentar desde el punto de vista de la estructura de esta
especie de road movie literaria que
toma como pretexto narrativo una infección perfectamente verosímil, e incluso
tópica, a juzgar por alguna serie televisiva de éxito, con el decidido y
juicioso propósito de que el lector no se interrogue por el fenómeno en sí de
la epidemia y, libre de esas minucias “técnicas”, atienda a la vivencia límite
de los protagonistas, sometidos a un estrés existencial muy difícil de soportar,
de ahí su condición admirable de héroes anónimos y cotidianos, que tanto
facilita nuestra identificación con ellos; pero no quiero dejar de decir que el
autor usa un recurso que puede verse estos días en la película de Denis
Villeneuve, La llegada, y que es tan válido como cualquier otro para darle un
sentido estructural a la obra. A mi
entender, dada la implicación afectiva que he experimentado respeto de los
protagonistas de la historia, creo que la novela de Javier García de Castro
cumple escrupulosamente el dictum de
Forster, en Aspectos de la novela, sobre el test que permite comprobar la calidad
de cualquier novela: La prueba firme de
una novela será el cariño que nos inspire. Me parece una experiencia
notable que Javier García de Castro haya conseguido, a través de un género que
ni frecuento ni mucho menos escribo, despertar en mí, en tanto que intelector, un
cariño sincero por el destino de unos personajes a través de los cuales se nos
ofrece una sombría pero también esperanzada visión de la especie humana. ¡Qué
bien viene, de vez en cuando, un final, de lo que sea, que no defraude! Y este Final es buena prueba de ello.
Bueno, Juan, creo que después de 3 volúmenes y más de 1200 páginas ya no me quedan palabras que expresen correctamente la intensidad de mi agradecimiento por tan extraordinaria crítica, creo sinceramente que inmerecida, pero, aun así, aceptada con toda la humildad que me es posible. Y no sé si es mucha ya, a estas fechas de mis días...
ResponderEliminarGracias, querido amigo, y un enorme abrazo,
Javier
Quien ha "perdido" a un hermano por una crítica literaria está claro que está libre de las parcialidades del afecto... Puede que choque ver a un notario conmovido, pero la fe que da sigue siendo imparcial, Javier.
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