domingo, 6 de diciembre de 2015

“El Corán” o la puerilidad hiperbólica


       

El complejo de inferioridad religioso: El Corán: una pobre secuela del Antiguo y del Nuevo Testamento: una extenuante lectura.

         Hacía tiempo que me rondaba la idea de adentrarme en la lectura de El Corán, y siempre se me adelantaban otras ocupaciones que me lo impedían. Están demasiado cerca los asesinatos de París, y ello puede inducir a pensar que tenga, esta lectura, alguna relación con ellos, que sea una suerte de respuesta enfocada hacia la averiguación del porqué de la locura terrorista islamista. De ningún modo. Ha tocado ahora del mismo modo que, antes de El Corán, he leído El hombre autorrealizado, de Abraham Maslow, es decir, sin razón ninguna, por puro azar y por genuino interés intelector.
         De la lectura de El Corán lo primero que he de decir es: ¡por fin he llegado al final! –apenas hace un par de horas que logré la hazaña–, porque, a medida que iba progresando en ella, creí que llegaría el momento en que me vería forzado a dejarla, dada la extenuante redundancia de sus mensajes. De hecho, no es fácil advertir que a su relator, Mahoma, debió de pasarle algo parecido, porque, a medida que se acerca el final, las zoras, o capítulos del libro, van reduciéndose progresivamente, hasta reducirse a la mínima expresión, a veces incluso la propia de una breve oración o salmo. Los musulmanes sostienen, no sin razón poderosa que los asiste, que cualquier traducción de El Corán –yo he usado la del argentino Muhammad Isa García, escrita para los fieles sudamericanos con un estupendo surtido de notas a pie de página que ilustran convenientemente la lectura– no es sino una traición del único original posible en árabe clásico, única lengua en la que se puede tener acceso directo a la revelación divina hecha en esa lengua, a pesar de las dificultades de interpretación que pueden presentar ciertos pasajes. Desde esa consideración, es evidente que allí donde los lectores en su lengua original advierten un notable contenido poético, en la traducción ni rastro queda de ella, salvo en algunas expresiones, contadísimas, que nada tienen que ver con el recuerdo espectacular de un mundo poético como el de El collar de la paloma, los Rubaiyat, Las mil y una noches o tantas obras arábigas llenas de encanto y delicada poesía.
         El Corán se inscribe en la tradición de la Torá hebrea, esto es, del Pentateuco, considerándose Mahoma como otro profeta enviado por Dios para persuadir a los fieles que han de adorar a un solo dios y no incurrir en el politeísmo propio de aquellas épocas: XXXV. 23. Tú solo eres un amonestador6. 24. Te he enviado con la Verdad, como albriciador y amonestador; no hubo ninguna nación a la que no se le haya enviado un amonestador. A la larga lista de enviados antiguos: Noe, Abraham, Jonás, etc., el Islam añade la figura de Cristo, hijo de María, pero negando su condición de hijo de Dios, porque es “imposible” que Dios tenga ni compañera ni descendencia. El maniqueísmo profundo que rige la composición del libro no se abandona en ningún momento y los mismos mensajes, de una sencillez escandalosa, casi un insulto para el pensamiento racional, se reiteran hasta la saciedad: Dios es omnipotente y omnisciente, en su mano estuvo el inicio del mundo y de la vida y en las suyas está el marcar el día del Fin del Mundo, la resurrección de los muertos y el Juicio Final en el que unos entrarán en el Paraíso celestial, poblado no solo de huríes, sino también de hermosos efebos camareros que les servirán el néctar divino que no embriaga, y otros se precipitarán en el Infierno donde solo se alimentarán de pus. A lo largo del libro es muy curiosa la continua perplejidad de Dios sobre cómo es posible que los destinatarios de su mensaje se nieguen a recibirlo y a comulgar con él y practicarlo. Una y otra vez se reitera el planteamiento que acabo de esbozar hasta hacerse insufrible la lectura. ¡Cuesta tanto encontrar algún destello de originalidad o de imaginación! Comparado con la Biblia, un solo libro de esta, El cantar de los cantares, por ejemplo, tiene un valor literario incomparable, si comparado con el catecismo que es El Corán, pues no es más que eso, en el fondo, un catecismo elementalísimo que comparte, eso sí, con la Biblia judía, la misma sumisión a los designios divinos. De hecho, Islam significa “sumisión”, y de ahí el título de la novela de Houellebecq, quien ya salió con bien de una denuncia judicial puesta contra él por algunos imanes parisinos. Esa es la sensación dominante que a uno le queda después de la lectura de El Corán: me someto totalmente a los designios de Alá –que es, a su vez, lo que significa “ musulmán”; no tengo ni libertad ni capacidad crítica ni pensamiento propio: soy lo que Alá quiere que sea, porque en él está incluso la elección de quienes quiere que crean en el Islam:  XXII. 67. [¡Oh, Mujámmad!] No dejes que [te discutan] sobre los preceptos. Exhorta a creer en tu Señor, porque tú estás en la guía del camino recto. La impresión que a uno le domina, tras la lectura, es la de que Alá es el Gran Hermano orwelliano llevado a la perfección absoluta:  LVIII. 7. ¿Acaso no ves que Dios conoce cuanto hay en los cielos y en la Tierra? No hay confidencia entre tres sin que Él sea el cuarto, ni entre cinco sin que Él sea el sexto. Siempre, sean menos o más, Él estará presente dondequiera que se encuentren, si bien con la salvedad de esa perplejidad enunciada: LXVI. 10. Diles: “¿Por qué no creen [en el Corán] que Dios reveló, siendo que un sabio de los Hijos de Israel5 atestiguó su veracidad y creyó en él? Pero ustedes actuaron con soberbia. Sepan que Dios no guía a un pueblo de injustos. En nota a pie de página el traductor nos refiere que ese sabio no fue otro que el Gran Rabino de Medina, llamado ‘Abdullah Ibn Salam,  quien se convirtió al Islam al reconocer en Mujámmad los signos del último Profeta de Dios que estaban mencionados en la Torá.
         El hecho de que Dios escogiera a un iletrado como vehículo de transmisión de su revelación es bastante similar a la elección crística de unos iletrados pescadores del mar de Galilea, y ello ha de ponerse en relación, forzosamente, con aquella puerilidad del mensaje transmitido a que aludía al comenzar esta crónica de mi fatigada lectura. No es un libro para personas con cierta exigencia –tampoco excesiva, la verdad– y me hago cruces y medias lunas de cómo es posible que un credo tan hiperbólicamente simple sea capaz de siquiera llamar la atención de personas instruidas y habituadas al contacto con lo que ha sido el desarrollo de la razón en Occidente. Para los musulmanes, sin embargo, que Mahoma fuera un analfabeto es la prueba del tres de que El Corán es auténticamente la palabra de Dios, no la de Mahoma, algo que se reitera en exceso a lo largo del libro, cuando se avisa reiteradamente de que el Profeta no es un poeta ni nadie con inventiva como para “crear” la revelación, sino un mero instrumento, un vehículo que ni siquiera podía escribirlas directamente: XXI. 5.  Y dicen [otros idólatras]: “[El Corán] no es más que sueños incoherentes, o [palabras que] él mismo ha inventado, o es un poeta. Que nos muestre un milagro como lo hicieron los primeros [Mensajeros, si es verdad lo que dice]”. 6.  Ninguno de los pueblos a los que exterminé creyeron [al ver los milagros], ¿acaso éstos van a creer? [No lo harán].
El vínculo entre Dios y los creyentes se basa en algo tan sencillo como la recompensa al final de la vida: los no creyentes, al infierno; los creyentes al Paraíso, que se describe a lo largo del libro con todas las señales de riqueza imaginables; del mismo modo que no se escatiman los tormentos de los condenados al fuego eterno. En realidad, parece, desde la perspectiva actual, como una religión reducida a cómic para niños. Como no puede por menos que dejar de advertirse aquí: LXI. 10. ¡Creyentes! ¿Quieren que les enseñe un negocio que los salvará del castigo doloroso? 11. [Este buen negocio es que] crean en Dios y en Su Mensajero, contribuyan por la causa de Dios con sus bienes y sus seres, pues ello es lo mejor para ustedes. ¡Si supieran!, donde el tono de charlatán de feria dirigiéndose a jóvenes oyente a quienes quiere encandilar con los regalos de la tómbola parece evidente.
         A lo largo de sus casi infinitas 616 páginas de apretado texto, le va a ser muy difícil a un lector acostumbrado a ciertas exigencias narrativas o líricas, seguir con placer lector un texto que, desde cualquier punto de vista, aun del del anecdotario, tan pocas alegrías le va a deparar. Ya he dicho que se trata de un libro “santo”, esto es, que, por su propia naturaleza, entendida desde el punto de vista de los creyentes, no puede ser analizado desde la perspectiva de otros géneros ni puede ser comparado con las crónicas históricas judías ni con las Metamorfosis de Ovidio ni con los Vedas, por ejemplo. He tenido la sensación, por otro lado, de que la revelación de Alá lo que incita, en realidad, es a recitar la Torá, más que el propio Corán, porque continuamente le está comunicando a Mahoma que diga que los creyentes han de recitar lo que él les revela en El Corán, sin que se especifique, salvo en escasas ocasiones, cuáles sean esas revelaciones, más allá de las simplicísimas ya enunciada anteriormente. Hay continuamente una alusión a un texto implícito (V. 48. [Y a ti, ¡oh, Mujámmad!] Te he revelado el Libro que contiene la verdad definitiva [el Corán], que corrobora los Libros revelados anteriormente y es juez de lo que es verdadero en ellos. Juzga conforme a lo que Dios ha revelado y no te sometas a sus deseos transgrediendo la Verdad que has recibido) que no puede ser otro, y corro el riesgo de equivocare, que la Torá. Los intentos de Alá por entroncar con la religión judía y la cristiana dan siempre la penosa impresión de ser una especie de dios advenedizo que aspira a ser confundido con el Dios de Moisés, sin la esperanza de lograrlo, de ahí el énfasis en la “sumisión” al mensaje que les transmite Mahoma, el último Gran Profeta de Yahvé. Esa “rivalidad” divina, va más allá del puro nominalismo, porque si no no se entiende la animadversión explícita a los judíos (V. 82. Verás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los idólatras, y los más amistosos son quienes dicen: “Somos cristianos”. Esto es porque entre ellos hay sacerdotes y monjes que no se comportan con soberbia) y, en términos generales, a los que califica de “intelectuales” y a los poderosos, a los ricos. Con todo, no deja de ser curioso que ciertos integristas religiosos judíos hayan logrado tener una fluida relación con los clérigos iraníes, con quienes no dudarían en aliarse para acabar con el régimen democrático corrupto de Israel. De hecho, también Mahoma explota el filón del “pueblo escogido” al organizar a los musulmanes: III. 110. [¡Musulmanes!] Son la mejor nación que haya surgido de la humanidad porque ordenan el bien, prohíben el mal y creen en Dios.
         He leído con notable interés el texto porque quería confirmar algunos extremos que tocan de lleno en la actualidad de lo que ocurre en el mundo. El primero de ellos era el de si El Corán avala o no la guerra santa: II.190. Y combatan* por la causa de Dios a quienes los agredan, pero no se excedan, porque Dios no ama a los agresores. En otra nota a pie de página, el traductor nos especifica que qaatil ( قاتل ) es la voz árabe que significa combatir con armas, lo que, sin duda, justificaría esa guerra contra el infiel que algunos grupos terroristas de carácter islámico defienden como ajustada a las enseñanzas de El Corán. Y en otra parte: VIII. 65. ¡Oh, Profeta! Exhorta a los creyentes a combatir [por la causa de Dios]. Por cada veinte pacientes y perseverantes de entre ustedes, vencerán a doscientos9; y si hubiere cien, vencerán a mil de los que se negaron a creer, porque ellos no razonan10. Sin embargo, y ese baile de contradicciones forma parte de la naturaleza de un libro formado por “aluvión” de materiales, no siguiendo un plan predeterminado, en otro sitio se dice: LXVII. 20. Algunos creyentes dicen: “¿Por qué no desciende un capítulo [del Corán donde se prescriba combatir]?” Pero cuando es revelado un capítulo [del Corán] con preceptos obligatorios, y se menciona en él la guerra, ves a aquellos cuyos corazones están enfermos9 mirarte como si estuvieran en la agonía de la muerte. Sería mejor para ellos 21. cumplir con los preceptos y no pedir que se prescribiera la guerra. Porque cuando llegue el momento de combatir, lo mejor será que obedezcan a Dios con sinceridad. Digamos que El Corán se ha formado a partir de revelaciones que fue teniendo Mahoma a lo largo de casi 23 años, de donde forzosamente se sigue que es difícil pedir que el libro tenga una coherencia reconocible. El proceso de transmisión a través de la repetición memorística en sus primeros tiempos dificulta esa misma coherencia, si bien también se recogían por escrito en diversos materiales dichas revelaciones, que no empezaron a compilarse sino tras la muerte de Mahoma. La edición canónica de lo que actualmente entendemos por El Corán fue, en realidad, un largo proceso, si bien puede considerarse que se trata de un texto que poco o nada difiere de lo revelado por Mahoma. El carácter de transmisión oral de la doctrina musulmana forma parte de sus señas de identidad. “Una persona que pueda recitar todo el Corán se llama qāri' (قَارٍئ) o hāfiz (términos que se traducen como "recitador" o "memorizador," respectivamente). Mahoma es recordado como el primer hāfiz. El canto (tilawa تلاوة) del Corán es una de las bellas artes del mundo musulmán”, nos dice la Wikipedia, y cualquiera lo comprueba cuando ha tenido la ocasión de contemplar alguna madrasa donde los niños, sentados, repiten rítmica y machaconamente el texto de El Corán para imprimirlo en su memoria.
         El Corán, como es bien sabido, y sigue en ello las directrices de la Torá, es un manual de ordenación de la vida social. Está lleno, así pues, de prohibiciones y normas de obligado cumplimiento que afectan a la mayoría de comportamientos sociales. Hay una reivindicación evidente de la solidaridad con los desposeídos a través del obligatorio ejercicio de la limosna, por ejemplo; del mismo modo que hay una segregación objetiva de la mujer, relegada a la condición de bien que el hombre ha de saber administrar: II.223. Sus mujeres son para ustedes como un campo de labranza, por tanto, siembren en su campo cuando [y como] quieran. II.228. Ellas tienen tanto el derecho al buen trato como la obligación de tratar bien a sus maridos. Y los hombres tienen un grado superior [de responsabilidad] al de ellas; Dios es Poderoso, Sabio. Igualmente, hay una prohibición absoluta de las manifestaciones sexuales, que han de recatarse profundamente. Los “actos impuros” han de recibir su castigo: XXIV. 2. A la fornicadora y al fornicador aplíquenles, a cada uno de ellos, cien azotes. Y las mujeres han de evitar a toda costa convertirse en “ocasión” de pecar: XXIV. 31.  Dile a las creyentes que recaten sus miradas, se abstengan de cometer obscenidades, no muestren de sus atractivos [en público] más de lo que es obvio, y que dejen caer el velo sobre su escote.(…) [Diles también] que no hagan oscilar sus piernas [al caminar] a fin de atraer la atención sobre sus atractivos ocultos. Pidan perdón a Dios por sus pecados, ¡oh, creyentes!, que así alcanzarán el éxito. Algo en lo que no están muy lejos de la Iglesia Católica ni de muchas otras religiones, que parecen haber fundamentado su fuerza en la opresión de la mujer. Trata, así mismo, de “refinar” los comportamientos sociales: XXXI. 19. Sé modesto en tu andar y habla sereno, que el ruido más desagradable es el rebuzno del asno. De igual modo, establece cómo ha de ser el saludo entre los fieles: XXXVI. 58. “¡La paz sea con ustedes!7”, serán las palabras del Señor Misericordioso. El Corán tiene una visión negativa de la persona, a la que considera incapaz, por sí sola, de vencer sus naturales limitaciones individuales para ascender a la condición de creyente: LXX. 19. El hombre fue creado impaciente: 20. se desespera cuando sufre un mal 21. y se torna mezquino cuando la fortuna lo favorece. Más parece concebirla, a la persona, como un ser perverso al que se ha de redimir que todo lo contrario, de ahí la necesidad de la doctrina, de la revelación. De todos modos, y para honrar la verdad, no es menos cierto que la doctrina revelada también tiene muchos aspectos positivos que abundan en la necesidad de preocuparse por el bienestar de todos, como los siguientes: XC. 12. ¿Y qué te hará comprender lo que es el camino del esfuerzo? 13. Es liberar [al esclavo] de la esclavitud 14. y dar alimentos en días de hambre 15. al pariente huérfano, 16. o al pobre hundido en la miseria. 17. Y ser, además, de los creyentes que se aconsejan mutuamente ser perseverantes [en el camino del esfuerzo y de la fe] y ser misericordiosos [con el prójimo]. 18. Estos son los bienaventurados de la derecha1. 19. Mientras que quienes rechacen Mi revelación serán los desventurados de la izquierda2 20. y el fuego se cercará sobre ellos.
         En el capítulo anecdótico, me ha llamado la atención una historia de Moisés en la que la Torá y El Corán discrepan abiertamente: XX. 22.  Introduce tu mano en tu costado y saldrá blanca, resplandeciente, sin defecto alguno. Ese será otro milagro.  Este milagro que Yahvé le concedió a Moisés, después del de la vara convertida en serpiente, difiere en que mientras para El Corán la mano resplandeciente es el milagro, en la Torá, la mano blanquecina es, sin embargo, la aquejada de lepra, que solo vuelve a su estado natural después de volvérsela a introducir en el seno. Y no menos me la ha llamado, la atención, el hecho de las poquísimas veces que se menciona en el texto el nombre de Alá. De hecho, tras una mención aislada en el capítulo X  se ha de esperar hasta un poco más allá de la mitad del libro para que aparezca de nuevo: LVIX. 22. Él es Al-lah, no hay otra divinidad salvo Él, el Conocedor de lo oculto y de lo manifiesto. Él es el Compasivo, el Misericordioso. LVIX. 24. Él es Al-lah, el Creador, el Iniciador y el Formador. Suyos son los nombres más sublimes. Todo cuanto existe en los cielos y en la Tierra Lo glorifica. Él es el Poderoso, el Sabio. Esta pluralidad nominal está también en la tradición cristiana, como ocurre en esa joya de nuestra literatura que es De los nombres de Cristo, de Fray Luis de León. Aunque lo que se lleva la palma el anecdotario es la antigua costumbre preislámica a la que se hace referencia en El Corán, esto es, al hecho de que los árabes enterraban a sus hijas vivas por temor a la pobreza o a que estas pudieran caer en manos de los enemigos y eso trajera deshonra a su familia. Por otro lado, y eso sí que les chocará a quienes no lo hayan leído, en ninguna sura del libro se especifica que Mahoma no pueda ser representado de forma natural, no ya caricaturesca, y que, por tanto, la imposibilidad de hacerlo es doctrina sobreañadida, humana, demasiado humana,  a la revelada por el Profeta.

         Es evidente que no se pueden ni resumir ni comentar un texto de más de 600 páginas ni siquiera en un blog como este Diario, tan hecho a los ladrillos críticos, pero no quiero acabar sin dejar constancia, acaso reiterada, de la profunda decepción que me ha deparado la lectura de este Corán del que esperaba el sabor del dátil y la reciedumbre estoica del camello, el hechizo de la luna y el arrayán y el silencio del recogimiento fervoroso, en vez de un texto pueril que recurre a la amenaza de la condenación eterna, con unos castigos infernales que ni el triste Pedro Botero se le podrían ocurrir menos pavorosos, o con una chantajista recompensa en el Paraíso con huríes y efebos camareros por donde discurren todos los ríos del mundo…, porque no hay alusión al Paraíso que no vaya acompañada de la promesa del agua, como si la doctrina, al estilo de los análisis materialistas de la realidad, hubiera surgido de la determinación desértica del medio en que vivió su protagonista y sus destinatarios, la península arábiga. ¡Cómo lamento haber salido tan decepcionado de la lectura! Tenía puestas tanta esperanzas en algún tipo de  disfrute literario que no hallar ni pizca de él me parece, en todo caso, el peor de los infiernos con el que me pueden amenazar. Advertidos quedan los posibles aspirantes; enseñado quedo yo, que no aleccionado, ni convertido.

7 comentarios:

  1. Admiro tu tesón en la lectura completa de El Corán y comprendo tu decepción completa por la que tú consideras puerilidad y elementalidad de este texto sagrado. Yo no lo he leído ni ganas, pero entiendo que es posible que no lo hayas comprendido ya que lo estás analizando de modo racionalista, además de leerlo en una traducción como tú bien apuntas.

    Te he de confesar de que una vez estaba en Sumatra hace muchos años con una intrépida arqueóloga italiana por la que bebía los vientos. Ella trabajaba en excavaciones en Irak antes de la guerra del Golfo. Es una de las mujeres más inteligentes, si no la que más que he conocido en mi vida y no solo mujeres. Era extraordinariamente inteligente en todos los sentido. Ella vivía en Irak seis u ocho meses al año y estaba seducida por la estética y religiosidad islámica. La simplicidad de su mensaje y no su compleja teología doctrinal es algo que hace que el Islam sea la religión que más se extiende en el mundo. No es para intelectuales, está claro, como lo eres tú. Ante la confusión del mundo, ante su extrema complejidad, el Islam ofrece unas afirmaciones simples y concretas de la sumisión del hombre ante Dios y un texto sagrado poético en su versión árabe. Quería enlazarte un vídeo en una gran mezquita con miles de creyentes recitando el Corán vestidos todos de blanco. Pero no lo he encontrado. Es la Umma o comunidad de los creyentes. El Islam no es una religión para solitarios. No. Es una religión para la comunidad de creyentes. Y ver a miles de ellos cantando el corán realmente te ponía los pelos como escarpias por la belleza de la coralidad musical que entrañaba. Es uno de los vídeos más impresionantes que he visto nunca. Su sencillez y su maniqueísmo es su principal aliado. Yo en Sumatra tuve la tentación de convertirme al Islam junto a Fiorella. Fue una leve brisa pero en algún momento también me sentí seducido por su religiosidad y su belleza. El hombre se somete a Dios por completo y renuncia a su racionalidad y capacidad analítica. No me digas que en un mundo tan terriblemente complejo no es una descarga maravillosa esa la de renunciar a todo menos a la voluntad divina en cuyas manos está la vida del hombre.

    La fuerza de ese texto sagrado ha sido la que ha impulsado la expansión del Islam a partir del siglo V y llegó a ser la civilización más avanzada y culta. Recordemos la Córdoba de los omeyas.

    No se puede hacer una lectura apresurada e impaciente del Corán. Cada aleya, cada sura, tienen su ritmo, su sentido, su exégesis, su melodía que, cantada en comunidad, obra el prodigio de la sumisión del hombre ante dios.

    Sencillamente has ido a buscar algo que no está en ese texto y no has podido encontrar lo que realmente está en él y que hace que 1500 millones de seguidores sientan la omnipotencia divina cuando lo recitan.

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    1. Es evidente, Joselu, que la experiencia religiosa, lo "santo", que decía Otto, no son propiamente los textos religiosos, sino la vivencia de ellos, de acuerdo. Mi lectura buscaba "comprender" más un fenómeno social que un hecho religioso, aunque lo religioso sea la base de lo social. No soy insensible a lo santo y creo reconocer y aceptar su presencia en San Juan de la Cruz, por ejemplo, en el propio Cristo y hasta en el propio Mahoma o en Buda, pero también en Confucio o en los voluntarios de muchísimas ONGs, sin ir a nombres de relumbrón. Los derviches giratorios me impactaron tanto como a ti el rezo multitudinario en la mezquita, por ejemplo, y tanto como el canto gregoriano de Silos, a otro nivel. No quería hacer una lectura sociológica, pero sí ir a la raíz de por qué, a pesar de haber sido los conservadores y divulgadores de la razón helénica no se convirtieron, los pueblos árabes de confesión musulmana, aunque minoría entre tantísimos creyentes, también hay agnósticos y aun ateos entre ellos, en las democracias "avanzadas" en que sí se convirtieron los pueblos de Europa. Esa sumisión, que es una suerte de fatalismo sui géneris, me paree la clave, aunque el concepto acaso se preste a confusión y necesite de un debate aclaratorio. Quizás pesa demasiado en mí lo que en tantos agnósticos: que una vez, por educación familiar, tuvieron fe y, merced a la reflexión individual, la acabaron perdiendo y, de paso, volviéndoseles inconcebible el hecho de "necesitar" un dios. La hipótesis de Dios es una idea infalsable, a mi juicio, y no solo para la ciencia. Que cada cual con sus creencias haga lo que le dé la gana, pero que no haya una división estrictísima entre la vida política y la religiosa me parece insoportable desde el punto de vista democrático cuyos valores, no estando en contradicción total con los mantenidos por muchas religiones, sí que se opone al monopolio de la moral social que estas pretenden imponer.

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    2. Mantuve una conversación con el profesor de filosofía -si es que esto es posible- sobre la situación del Islam. Él decía que tal vez se esté gestando dentro de él una revolución. No lo aseguraba pero decía que no era imposible. Yo le contradije y le afirmé que en el Islam en los siglos venideros no puede haber una revolución equivalente a la de la Ilustración dieciochesca. Claro que hay voces dentro del Islam disidentes pero tienen que ser protegidas por la policía porque están amenazados/as de muerte. Hay diversas mujeres que hacen una crítica acerba de los fundamentos del Islam. Recientemente ha muerto Fatima Merssini que fue la voz feminista sin renunciar al Corán. Pero hay mucho miedo en las universidades árabes a salirse una coma de la interpretación rigorista del Corán. Ser calificados de herejes no es una broma en este mundo. Hay muchos temas que no se pueden debatir. Afortunadamente soy profesor en segundo de bachillerato de diversos alumnos musulmanes que a pesar de su fidelidad total al texto sagrado han de oír opiniones totalmente contrarias a la interpretación religiosa. No sé qué efecto tendrá en ellos. No mucho. Supongo que los hará abiertos, pero el Corán no se toca. Para ellos es una obra divina y lo sienten hasta la médula. Dudo que pueda haber una crisis de crecimiento y de regeneración del Islam. Esa sumisión que es la base de su religiosidad es algo que no se puede tocar ni contrariar. Aunque haya voces moderadas que hablen de adaptar el Corán a estos tiempos. Pero es algo más que adaptar. No todas las interpretaciones son rigoristas pero el núcleo es totalmente irreductible. En todas partes del globo los musulmanes terminan siendo conflictivos. Pienso que está en un estado de efervescencia el Islam en un momento en que la sociedad occidental está ahogada en su propio éxito y está, por tanto, en fase de decadencia.

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    3. Fatima Mernissi, no Merssini como he escrito yo.

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    4. Ayer mismo leía en El País el intento de musulmanes canadienses de hacer una lectura ilustrada del Islam partiendo de la aceptación de los derechos humanos y de la democracia laica, reduciendo la religión musulmana a un asunto estrictamente privado, al margen de la organización de la sociedad, e incluso reclamaban la posibilidad de la crítica descalificadora, pero respetuosa, al islam. Occidente ha tardado casi 20 siglos en sofocar la tentación de dominio político del catolicismo, y no me parece que ahora debamos eplear otros 20 en hacer lo mismo con el Islam. ¿No es un dicho elocuente el de "cada uno en su casa y dios en la de todos"? Pues si algunos no pueden admitir que haya casas sin dios en las que sus habitantes se mofen de esa idea totalitaria de la divinidad, quédese cada cual en la suya y junto a los suyos, como ellos, y aquí paz y después gloria. Porque lo del multiculturalismo digo yo que debería ser de ida y vuelta, ¿no? Pero váyase cualquiera a exigirlo a Irak, Arabia Saudí, Siria o Egipto..., ¡e incluso Rusia!, sin ir a Oriente... Me temo que en todos estos debates hay una corriente subterránea de ingenuidad que desenfoca muchas posiciones...

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  2. La verdad es que lo intenté una vez, pero no me pareció una obra especialmente interesante, ni por lo que cuenta (cuestión de Fé) ni por cómo lo hace, realmente hay muy poco novedoso en él. Aunque realmente no lo terminé, me alegra saber que no mejora como para merecer el esfuerzo.
    Un saludo

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    1. A mí lo que me parece inconcebible es que haya personas para quienes es inconcebible que haya personas, como es mi caso, que podamos "vivir sin dios o sin dioses" con total normalidad y, eso creo, con sólidos principios éticos. Reconozco que acercarse desde el mundo de las ideas al de las creencias, por fuerza ha de derivar en una incapacidad de sacar algo en claro, porque el análisis crítico es incompatible con el "dogma". Y desde el unto de vista creativo, la verdad es que el Corán es un libro palidísimo en comparación con la Tanakh judía y aun hasta con el Nuevo Testamento. Ya digo, sin embargo, que la sumisión a Alá, incompatible para mí con la libertad individual y el espiritu crítico, seguramente me hace imposible "comprender" una "adhesión inquebrantable" que en modo alguno comparto.

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