El alma de la película en un corto de
tres minutos: los títulos de crédito. Un género en miniatura que exige el
reconocimiento de un Oscar específico y en España de un Goya.
Los títulos de crédito son esa
parte de la película en la que la información debería primar sobre cualesquiera
otras virtudes cinematográficas, pero desde que aparecieron especialistas en
diseñarlos y directores que intuyeron sus posibilidades expresivas, la creación
de los títulos de crédito se ha convertido en un arte autónomo que ha
establecido su propia tradición y su propia jerarquía artística, por más que
sea discutible la presencia de estos o aquellos en ella, como pasa, por
ejemplo, cuando se intenta establecer el decálogo de las mejores películas de
la Historia del Cine: imposible ponerse de acuerdo, y menos aún en si Ciudadano Kane o Intolerancia, de
Welles y Griffith respectivamente, han de encabezarlo.
No recuerdo cuándo comencé a
aficionarme a degustar los títulos de crédito como uno de los momentos
estelares de las películas, pero desde ese lejano día no hay película en la que
desde el comienzo –porque cuando aparecen al final suelen ser bastante más de
trámite, aunque hay excepciones notables, como en Wall.E, por ejemplo– no pueda formarme un pre-juicio bastante
aproximado sobre la calidad de lo que estoy a punto de ver. Una vez
generalizado el arte del diseño de títulos, es más fácil que se nos dé gato por
liebre, sin duda, pero hace no pocos años el minicorto con los títulos de
crédito rara vez engañaba y sí conseguía reafirmar algo así como la huella
estética del director. Hoy en día, el auge de las magníficas series televisivas
ha contribuido poderosamente a la relevancia social de los títulos de crédito
para los espectadores: la suma de imágenes y música que preceden a cada
capítulo, a fuerza de repetición, se ha convertido en una suerte de “marca”
cuyo recuerdo nos trae a la memoria la calidad total de la serie. Nadie que
haya visto Mad Men, pongamos por
caso, puede no rendirse a la evidencia del magnífico trabajo de Mark
Gardner, Steve Fuller y la productora Cara McKenney, una suerte de sinopsis
condensadísima en la que el tema
musical, un extracto de la composición instrumental A beautiful mine, de RJD2 (cuyo nombre artístico procede de las
siglas de su nombre real: Ramble John (RJ) seguido del añadido D2 en homenaje
al robot de La guerra de las galaxias: R2D2), de clara resonancia clásica, casi
händeliana, logra una fusión con el texto raramente alcanzada en otros títulos
de crédito.
La
disparidad de opciones para elaborar los títulos de crédito es inagotable y nos
permite, en su enumeración, ir recordando algunos de los más famosos títulos de
la Historia del Cine. Antes de empezar he de decir que me parece una soberana
injusticia que la Academia americana de cine no haya considerado oportuno
establecer un Oscar para premiar esta labor específica que cada vez ha ido
adquiriendo un mayor rango en la industria cinematográfica. De hecho, como
acabamos de referir, son estudios como Imaginary
Forces, para quien han trabajado los creadores de los títulos de Mad Men, una especialización tan
definida en la industria que bien merecerían, los creadores, un reconocimiento
a su tarea. Cuando en el franquismo, en los cines llamados “De Arte y Ensayo”,
un título con el que no puede competir el vulgar “En versión Original” que
vendría a sustituir en democracia a aquellas excepciones gracias a las cuales
podían verse películas tan auténticamente inclasificables como La Bestia o Goto, La isla del amor, ambas de Borowczyk, llegaba con exquisita puntualidad al comienzo
del pase, ello se debía a que la proyección solía ir siempre precedida por un
corto, una especialidad en la que se “fogueaban” futuros directores que a
partir del 75, tras la muerte del dictador, llenarían las salas españolas con
sus largos. A su manera, los títulos de crédito creativos –la antítesis serían
las películas de Woody Allen, en las que contra un fondo negro aparecen los
títulos de crédito en letras blancas a la rapidez del rayo, siempre acompañados
por música de jazz– son hoy, para mí al menos, una depuración de aquellos cortos
en los que podía verse absolutamente de todo, desde luego, desde auténticas
joyas, como el mítico de Drove, ¿Qué se
puede hacer con una chica?, hasta absolutos bodrios hoy por suerte perdidos
en el más absoluto y misericordioso de los olvidos. Decía que son muchas las
posibilidades que ofrece la creación de títulos, y van desde el aprovechamiento
que de ellos hace el director para meternos en materia con escenas que
adelantan bien la presentación de los personajes bien el desarrollo del
argumento, como sucede en dos absolutamente geniales, Sed de mal, de Welles, con el famosísimo plano-secuencia inicial:
hasta esa maravilla de sincronización
narrativa que es Una mujer atrapada,
una película demasiado olvidada, quizás, pero cuyos títulos de crédito, obra
del genio de la especialidad, Saul Bass, son tan impactantes como cuantos ideó
para otras películas de mayor éxito que la presente:
Suyos son, recuérdese, títulos de crédito
tan famosos como los imaginativos de El
rapto de Bunny Lake:
O los no tan originales como se
pretende de West Side Story, en 1961,
pues en 1947 Charles Crichton ya lo utilizó para su película Clamor de Indignación. si bien en esta abrian la película y en aquella la cerraban:
Aunque en Anatomía de un asesinato se observa con total nitidez su muy
particular estilo:
Íbamos diciendo, sin embargo,
que son muchas las posibilidades que se les ofrecen a los creadores de los títulos
de crédito para inventar la presentación de las películas, y puede que en esa
originalidad a todo trance se halle la seña de identidad del “género” que es
esta miniatura. No podemos olvidar, junto a grafismos e imágenes animadas, la
aparición de los dibujos animados, que tan excelentes créditos nos han
deparado, como en el, acaso, más famoso de ellos: los de Fritz Freleng, creador
asimismo del inmortal gato Silvestre, para La
pantera rosa, la excelente
comedia de Blake Edwards:
Aunque no podemos olvidar que la
animación más estilizada, de tipo casi geométrico, nos ha brindado ejemplos tan
llenos de ingenio y humor como los de una película en la que estos acaso valgan
más que ella, me refiero a Atrápame si
puedes, de Spielberg:
Si bien Saul Bass fue el
primer genio indiscutible de este arte en miniatura, ya digo, de los títulos de
crédito, pero no podemos olvidar creadores de tanta inventiva e ingenio como
Maurice Binder, autor de unos ingeniosísimos y divertidos títulos para Página en blanco, de Stanley Donen
Si bien la fama de Binder proviene de
ser el artífice de los más que estimados títulos de crédito de las películas de
James Bond, que han contribuido lo suyo para establecer la estética de dichas
películas. De estas películas bien puede decirse que muchos seguidores esperan
con idéntica ansiedad los nuevos títulos como las propias tramas.
A medio camino entre el
dibujo y la imagen animada podríamos mencionar, por ejemplo, una película sobre
el dibujante de American Splendor,
Harvey Pekar, interpretado por Paul Giamati, y cuya presentación mezcla con
estupenda habilidad la presentación del personaje y las imágenes del comic. En unos
títulos creados por John Kuramoto:
Lo
cierto es que podría seguir añadiendo uno tras otro ejemplos de un arte por
cuyo reconocimiento en la industria abogo al mismo nivel que se reconoce el
maquillaje, el vestuario, la banda sonora o los efectos especiales. Nadie que
haya reparado en estas delicadas joyas puede no desear que tanto fruto del
ingenio quede sin la recompensa artística que se les reconoce a otras parcelas
de la misma industria. De hecho, aunque he dicho que los títulos de crédito
permiten intuir enseguida la calidad de las películas que preceden, no es menos
cierto que no son pocas las películas en que las imágenes de esa titulación se
nos graban en la memoria como momentos casi culminantes de la película, como
ocurre con los creados por Don Perry para Toro
Salvaje, de Scorsese con el baile del protagonista haciendo “sombra” en un
ring vacío envuelto entre la niela:
o la preciosa descripción con que
Steve Frankfurt abre Matar a un ruiseñor, de Robert Mulligan
Me podría extender durante decenas de películas, cuyas
virtudes “titulares” harán las delicias de los aficionados a este arte singular
y cuya potencia visual tan asociada está a las grandes obras del séptimo arte. No
siempre, sin embargo, e incomprensiblemente, los creadores de estas obras de
arte dentro de la gran obra de arte que puede ser la película que introducen,
aparecen en esos títulos de crédito como diseñadores de los mismos, como sucede
en un caso tan llamativo como el de 2001
Una odisea del espacio.
Aún no había mencionado ninguna
película española, pero, por empezar por el final, ¿a quién no le dejaron
clavado en la butaca los títulos de crédito de La isla mínima, por ejemplo, propios de Alberto Rodríguez, a partir
de las fotografías fractales de Héctor Garrido, quien, sin embargo, no recuerdo
que apareciera en los títulos de crédito?
Y algo antes, ¿a quién no le sucedió
lo mismo con esa maravilla de ágil montaje de los títulos de Balada triste de
trompeta, de cuya autoría, salvo error u omisión por mi parte, de David Guaita,
no se nos informa debidamente tampoco en los propios títulos?:
Y, ya puestos, nadie ignora
que autores como Pedro Almodóvar han hecho del grafismo de sus títulos de
crédito y de sus carteles una auténtica marca artística, como los excelentes de
Mujeres al borde de un ataque de nervios,
creados por Juan Gatti:
Que recuerdan, a su lejana manera, a
los estilizados de Una cara con ángel,
de Stanley Donen:
Muy
lejos, de aquellos inicios, están los títulos de crédito de una de las diez
maravillas del cine español de todos los tiempos, Plácido, de Luis García Berlanga, cuyos títulos de crédito,
inspirados en un humor gráfico cercano a La
Codorniz, fueron creados por Pablo Núñez,
por más que en su biografía de la página de la Academia de las artes y las
ciencias cinematográficas de España ni siquiera aparezcan reseñados como el
mérito que yo ahora le reconozco y que me gustaría que en un futuro inmediato
fuera capaz de reconocer la propia Academia a través de un Goya ad hoc.
No
pretendo no ser injusto, porque los olvidos siempre serán más llamativos que
las presencias, pero concluyo con una breve enumeración de titulistas
reconocidos cuyas obras sería bueno que vieran los aficionados para poder
establecer su propio canon. Así en desorden amable, sin atender a una escrupulosa
tasación de los méritos artísticos de unos y otros, deléitese el aficionado con
obras incomparables como los títulos de crédito de Seven, de Kyle Cooper
De El caso de Thomas Crown, de Pablo Ferro, autor también de los de Dr. Strangelove
de Kubrick o los de Harold y Maude,
de Hal Ashby:
o los inspiradísimos de Michael Riey
para Gatacca, con música de Michael
Nyman:
Los ingeniosos y narrativos de Nic
Benns y Miki Kato para An education
de Lone Scherfig
Los de Jim Capobianco para Wall.E,
que aparecen al final de la película, convirtiéndose en brillante epílogo de la
misma:
A mí particularmente me parecen un
alarde espectacular los títulos de crédito creados por William Lebeda para la película
Panic Room, de David Fincher, que
exploran la inacabable fotogenia de la arquitectura incomparable de la ciudad
de Nueva York, quizás la ciudad cinematográfica por excelencia:
No menos brillantes me parecen otros
títulos como los de Randall Balsmeyer y Mimi Everett para Fargo; los de Robert Dawson para Sospechosos habituales; los de Nina Saxon para Glengarry Glen Ross; los estilizadísimos de Richard Greenberg para Alien; o los imaginaticos de Wayne
Fitzgerald para El graduado, con la
incomparable música de Paul Simon y las voces de Simon and Garfunkel. Todos ellos y muchos más encontrará el
complacido intelector de esta entrada en la página web donde he ido a buscar la
mayoría de ellos.
Y
quiero cerrar ese breve homenaje a un género por el que siento debilidad, con
los títulos de una película, Los paraguas
de Cherburgo, de Jacques Demy, a la que le dediqué una entrada entusiasta
(http://diariodeunartistadesencajado.blogspot.com.es/2015/08/la-emocion-genuina-o-el-poder-catartico.html)
y cuyos títulos diseñó con una compenetración incomparable con el resto de la
película Jean Fouchet. No imagino cómo dejar mejor sabor de boca a los amantes
de este noble género cinematográfico que con estos títulos y la inspiradísima música de Michel Legrand que los guían:
No cierro sin antes remitir a los intelectores con quienes pueda compartir esta afición a la página donde hallarán los aquí reproducidos y decenas de ellos más que, a buen seguro, les entretendrá durante muchos buenos ratos: Art of the title.
Así es: la película comienza con los títulos de crédito, es parte de ella. Sin embargo, tengo la impresión de que como nuevo estilo en las películas de últimas generaciones se suelen obviar y se pasa directamente a la acción. Así pasa al menos en muchos casos. Y los echo en falta. No sé si es un arte complementario como sostienes o es parte de la película como opino yo. Lo que sí que es verdad es que anuncia la calidad de la película. Desperdiciar esos breves minutos crediticios es aventar lastimosamente parte de la película. En ellos se ve la mano ya del director como bien muestran estos ejemplos bien traídos que has enlazado. No he visto todos porque no tengo tiempo, pero he visto algunos. Alguno me resultaba conocido porque lo recordaba.
ResponderEliminarAlgún día alguien tendría que asesorar a nuestros políticos sobre el arte del debate como tal. La sobreactuación es lastimosa y pierde al que cae en ella. ¿Quién puede confiar en alguien que actúan sin ningún escrúpulo y sin contención? ¿Quién pondría el maletín nuclear en alguien que es pura impaciencia y pura precipitación? Rajoy es un mentiroso compulsivo pero Sánchez es un mozalbete incapaz de hincarle el diente si no es agrediendo o gritando. ¿Quién asesora a este chaval?
Recuerda que suelen ser obra de un artista independiente, en colaboración con el Director de la película, pero no obra de éste, aunque el "miniaturista" suele, con un don muy particular, reflejar a la perfección el corazón del estilo del Director.
EliminarRespecto del debate -ya veo que te has metido de coz y hoz en la campaña-, tengo la sensación de que la actitud temperamental de Sánchez estaba forzada por la pugna con Podemos, que se trataba no tanto de ganar a Rajoy cuanto de no ceder a Iglesias. Ahora bien, pugnar por llevar el insulto cantante no parece muy acorde con la socialdemocracia que incluso ha gobernado. DE hecho, Zapatero se aupó a la presidencia -aparte de por lo del 11-M- por su política de pactos con el gobierno, incluida la dura Ley de partidos políticos, cuyo equivalente, si es posible establecerlo sin faltar a toda la verdad, sería la Ley mordaza.