Entre los facts y la fict de Guillermo Cabrera Infante pósthumo: Cuerpos Divinos y La ninfa inconstante
Con
escasos dos años de diferencia salieron a la luz pública las dos primeras obras
póstumas de Guillermo Cabrera Infante: La
ninfa inconstante y Cuerpos divinos. Ambas publicaciones forman parte del
abundante material que su mujer, Miriam
Gómez, en calidad de albacea literaria, va administrando como ella cree
oportuno. Estas dos primeras publicaciones, que ahora criticamos juntas, pero
que han sido publicadas con dos años de diferencia, La ninfa inconstante en 2008 y Cuerpos
divinos en 2010, son representativas
de la obra total de Cabrera Infante, pues se manifiestan en ambas
características esenciales de su producción literaria y ensayística. Desde la
absoluta fidelidad al contenido autobiográfico de Cuerpos divinos construye Cabrera Infante una obra narrativa, La ninfa inconstante, en que se exhibe
la arraigada tendencia conceptual, barroca, que caracteriza la prosa del
escritor cubano, si bien de ese conceptismo estilístico y compositivo
hablaremos más adelante.
Guillermo Cabrera Infante
cuenta en Cuerpos divinos su carrera
profesional como periodista –esos fueron sus estudios, tras abandonar la
carrera de medicina una vez que le fue imposible superar el impacto del
contacto con los cadáveres para las disecciones– en la revista Carteles, de la que llego a ser Jefe de
Redacción, cargo con un poder cultural añadido nada despreciable. En la revista
entra, sin embargo, como Jefe de Corrección, tarea en la que debió de forjarse
buena parte de su estilo y de su obsesión por los juegos lingüísticos, pues las
erratas tipográficas son una fuente inagotable de ellos. De hecho, su primer
trabajo literario publicado, precisamente en Carteles, cuando tenía 18 años fue
una suerte de parodia literaria de Señor
Presidente, de Asturias, cuya influencia vanguardista –con todo lo que
tiene la Vanguardia de pasión por el juego verbal– no puede menospreciarse. Con
todo, la labor profesional de Cabrera Infante estuvo orientada hacia la crítica
cinematográfica, de la que fue un consumado especialista y un espectador
infatigable, un cronista, como él se
consideraba a sí mismo, que nos ha legado libros dedicados a su métier tan importantes como Un oficio del siglo XX, Cine o sardina y Arcadia todas las noches.
Apenas se comienza a leer
ambas obras, van apareciendo en una y otra las líneas maestras de toda su obra
literaria, ensayística y autobiográfica. Que Tres tristes tigres (TTT para el autor) y La Habana para un infante difunto son obras de indudable raíz
autobiográfica, más que novelesca, nadie lo pone en cuestión. Cuerpos divinos, ahora, se suma a ellas
para formar lo que podríamos denominar Trilogía
de la Habana –sin descartar que la iconoclastia de Cabrera Infante quizás
hubiera llegado a titularla Triduo de la
Habana– y que, en el futuro, es probable que se nos ofrezca en una edición
conjunta, uno de esos libros-objeto con su estuche de cartón y una presentación
acorde con la importancia y la calidad del contenido.
Lo sorprendente del asunto es que, salvo TTT, que es la que formalmente más se
acerca al género de la novela, la trilogía constituye una autobiografía
portentosa y de ineludible lectura para todos los lectores amantes de Cuba, de
su historia reciente y, sobre todo, de La Habana. Cuerpos divinos contribuye con una energía avasalladora, porque hay
algo de torrente en el modo como se va desarrollando la acción ante los ojos
del lector, a la creación mítica de una ciudad que, ya para siempre, estará
asociada a Guillermo Cabrera Infante, del mismo modo que Dublin lo está a
Joyce, Nueva York a John Dos Passos,
Madrid a Galdós, Londres a Dickens o Lisboa a Pessoa. De hecho hay una
similitud de carácter estilístico entre Manhattan
Transfer y TTT sorprendente, porque ambas son novelas para ser escuchadas,
más que para ser leídas, dada la especial atención que les prestan, ambos
autores, a las hablas peculiares de los habitantes de dichas ciudades. En Çuerpos divinos, un brillantísimo,
sólido y contundente ejercicio de memoria –de la que el autor se ufana al
hablar de los momentos imperecederos que vivió y que guarda conservados todavía en la memoria.(“Nada se
pierde para un escritor”)–, Cabrera Infante abandona en gran medida las
veleidades estilísticas que de siempre han caracterizado sus obras y nos entrega
un relato autobiográfico pero también una crónica social y política, incluso
hasta puntillosa, de la época de la caída de Batista y el triunfo de la
Revolución, extendiéndose, de forma breve, hasta el momento de su exilio, primero
pactado, como asesor cultural en Bruselas, y después obligado, a causa de la
exhibición pública de su oposición al Castrismo en 1968, por lo que se refugia
políticamente en Inglaterra, después de que Franco se lo impidiera hacer en España,
donde vivió unos meses antes de instalarse definitivamente en Londres.
Dada la condición de conspicuo
militante anticastrista de Cabrera Infante y el peso que la crónica política
tiene en Cuerpos divinos, habrá
quienes cojan el rábano por las hojas y echen en el cajón de sastre del
anticastrismo esta obra, como si hubiera nacido de un espíritu panfletario, en
vez de hacerlo de un espíritu libre como pocos, como lo definió su gran amor,
Miriam Gómez, con la lacónica y feliz exactitud de un verso de José Martí:
“Murió sin patria, pero sin amo”. Cuerpos
divinos es, sin embargo, la vivencia humana individual de un tiempo
histórico concreto, expresada, además,
con una sinceridad rayana en la fidelidad patológica a la verdad y a la
exactitud, que son extraños mimbres para una confección novelesca, pero
indispensables para una autobiografía que, en ningún momento se presenta como
autoficción, según definiera el género Doubrovsky. Ninguna referencia personal
se enmascara o se esconde, al menos en lo tocante a la parte política del
libro, y sí se silencian algunos nombres, con impecable lógica narrativa, en la
parte amorosa de ese contrapunto constante que es la estructura formal de la
obra. Ello permite al lector, cuando la parte política ocupa el primer plano,
seguir con creciente interés las andanzas revolucionarias y contrarrevolucionarias
que se suceden página tras página con una fluidez hipnótica.
De las páginas de Cuerpos divinos emerge una visión de los líderes de la revolución
que la Historia ha confirmado a posteriori y que, en aquellos primeros años,
aún “de gracia”, Cabrera Infante intuye y corrobora con una lucidez que llega a
la presciencia, quizás porque sus únicas ataduras eran con su propia conciencia
y con su fidelidad a la propia dignidad. Para rehuir el panegírico –que tantos
lacayos (“lo callo” es la divisa del lacayo…) convierten en pane lucrando en el seno de cualquier
proceso revolucionario–, podríamos decir que esa visión anticipatoria de
Cabrera Infante tampoco tenía mucho mérito, sobre todo a la luz de los retratos
hirientes que nos ofrece de algunos “padres” de la revolución: Nos encontramos con un hombre de mediana
estatura, de barba completa aunque rala y con un gran parecido con Cantinflas.
Usaba boina y fumaba un puro: era el Che Guevara; a Castro lo presenta como
un pistolero de bandas juveniles que siempre llevaba, en sus años jóvenes, la
pistola al cinto cuando coincidían en una tertulia literaria en la que el
futuro liberticida se limitaba a oír respetuosamente; de Armando Hart, ministro
de educación, nos recuerda que hablaba
con sus eses escupidas de siempre que lo acercaban, junto con su fofa mano al estrechársela,
a un mongoloide: “Tenemos que intimidar con Venezuela y tenemos que intimidar
con México y con Colombia”; y de la producción intelectual del nuevo poder
revolucionario llega a una conclusión desalentadora e igualmente premonitoria: Al poco rato Orlando Pérez me trajo unas cuantas páginas, escritas
malamente a máquina y con peor redacción que escritura. Intenté arreglarlo pero
era un trabajo inútil: la sintaxis directorial era endiablada. Y endiablada, además de prolija, que es
calificación piadosa para los eternos sermones del Máximo Líder –titulación,
paradójicamente, de inequívoca estirpe orwelliana–, sigue siendo, a fe.
Cabrera Infante narra en Cuerpos Divinos el papel activo,
protagonista, que tuvo como impulsor, junto a Carlos Franqui – posteriormente
también exiliado (en 1968)–, del diario Revolución,
hoy Granma, y de la innovadora
revista literaria Lunes de Revolución,
cuya amplitud de miras y tolerancia no tardó en hacerse sospechosa para los
emergentes neoinquisidores revolucionarios estalinistas. De hecho, el
contencioso cultural que acabó con la salida de Cabrera Infante de Cuba tuvo su
origen en un documental filmado por Sabá Cabrera –su hermano– y Orlando Jiménez: P.M.
Se trataba de un película en que se recogía el modo de divertirse de los
trabajadores cubanos en la alegre y
liberal noche cubana, sin ninguna apostilla ni intervención que pudiera presentar
tal realidad como un ataque al nuevo Estado. La prohibición de su exhibición
por el nuevo régimen supuso el principio del fin de la colaboración de Cabrera Infante con el nuevo régimen
político. Más adelante, cuando apareció TTT,
Cabrera Infante dijo que su novela había nacido como un intento literario de
rescatar aquella aventura cinematográfica.
Un rasgo caracterizador de Cuerpos divinos es la distancia geográfica e histórica desde la que está
escrita la novela y que el autor destaca en alguna ocasión, sobre todo cuando
reflexiona sobre algunos aspectos costumbristas de la ciudad. El narrador de Cuerpos divinos es consciente de que
escribe desde el exilio, desde la falta de contacto con la realidad geográfica
y humana de la ciudad; de que la suya es, ante todo, una aventura de la
memoria, del recuerdo, y que de lo que se trata es de respetar la fidelidad a
toda costa, de no sustituir –suplantar, en realidad– los fallos de la memoria
con la invención. Desde el exilio, es evidente que la recreación de sus
recuerdos sigue un derrotero muy distinto del que hubiera podido haber tomado
de seguir aún formando parte de la ciudad y de su historia. Se aprecia en pequeños
detalles de la escritura que dejan entrever el auténtico drama que hay detrás
de esas reflexiones amargas: Se me
ocurrió ir a verla en la peor noche del año, cuando un temporal inundaba las
calles y parqueé (si éste fuera otro libro habría dicho en cubano parquié)
junto al cine La Rampa y me baje corriendo para entrar en La Gruta con un golpe
de agua de viento que casi me abolían. El
paréntesis del autor marca, gráficamente, esa separación del narrador de
la realidad que le ocupa, le preocupa y le apasiona. No se trata, así pues, del
libro que debería haber escrito, sino del que las circunstancias -¡tan adversas!–
le han permitido escribir. Junto a la nostalgia de lo que podía haber sido, la inequívoca
referencia a Mallarmé aparece, por si las moscas, para marcar su propia tradición individual, ubicándose en esa
tierra de nadie de la verdadera literatura, la que no se debe ni al espacio, ni
al tiempo, ni a la Historia, sino al lenguaje con el que se construye un
idiolecto, a fuerza de diferenciarse del uso común de la lengua.
La cuestión genérica es algo
que suele preocupar poco a los lectores, mucho a los críticos y nunca se sabe
cuánto a los escritores, a quienes incomoda, a veces, y desasosiega, otras, no
saber exactamente qué están escribiendo, si una novela, un autobiografía, una
crónica histórica, un reportaje periodístico o algo inclasificable. Cabrera
Infante resuelve esas dudas al afirmar que estas
páginas debían llamarse los años de aprendizaje y no de otra manera. Estaríamos,
pues, ante un ejemplo más del clásico bildungsroman, género propio de la novela alemana que se
inicia con el Wilhem Meister de Goethe;
pero Cuerpos divinos va bastante más allá de ese marco genérico cuyo contenido
se ciñe al periodo de aprendizaje, aunque también éste, en las vertientes
emocional y sexual, sobre todo, forme parte de la novela, porque el tiempo
cronológico que cubre la novela va del año 1957 al 1961. De un personaje con 28
años cumplidos en el momento de iniciarse la acción, bien podríamos decir, por
otro lado, que ha superado ya con creces
el periodo de formación. Otra cosa es que Cabrera Infante se haya considerado siempre
un adolescente, sobre todo en lo relativo al amor y al sexo, pues políticamente
salió, por circunstancias familiares, muy pronto del cascarón: Mi actitud fue por supuesto adolescente,
pero yo he sido siempre adolescente y creo que de ese estado pasaré a ser un anciano,
no más sabio pero sí sin duda más viejo. Lo que él calla por lógica
modestia es que sí envejeció más sabio, al menos literariamente, porque Cuerpos divinos es una obra de
prodigiosa factura, compuesta por un contrapunto de pasión y política que
enreda al lector en una tupida red de episodios, personajes, ambientes, atmósferas,
digresiones y confesiones cuyo marco espacial cobra una insólita vida. El autor
es muy consciente de ello cuando hace hincapié en que el hombre es un animal geográfico. La historia no es más que geografía
en movimiento. De ahí el esfuerzo por preservar de las ofensas del tiempo, de
la ignorancia y del totalitarismo la
riqueza singular de una vida tan atractiva como la de La Habana, con la que el puritano régimen castrista acabó.
La Habana que emerge de Cuerpos divinos, prodigiosamente
conservada por Cabrera infante, constituye ya un espacio mítico, en todo
idéntico al Berlín de entreguerras, por ejemplo, o al Londres de la psicodelia,
tan caro a Cabrera Infante. El mundo caribeño de la ciudad, lleno de
sensualidad, música, pasión, ingenio, inconformismo, locuacidad y una capacidad
infinita para soportar los malos gobiernos y las adversidades individuales,
exorcizándolos mediante el humor, retratan una ciudad de La Habana en la que
los hablaneros ocupan la geografía
con toda la verdad de sus virtudes y sus
defectos. No se margina el propio Cabrera Infante de ese retrato pretendidamente objetivo, pues
es ejemplar el fuste ético con que fustiga su propio egoísmo, y la imagen
despiadadamente imparcial que de sus debilidades y miserias ofrece en la obra,
como se refleja cuando nace su segunda hija: A mediados de agosto nació mi segunda hija y yo no estaba en la clínica
cuando sucedió; andaba detrás de Ella, celoso como un guardián, celándola,
buscándola, tratando de encontrarla sin hallarla propiamente. Ella no es otra, en Cuerpos divinos, que Miriam Gómez, quien a buen seguro debe de
haber leído esas líneas como una auténtica declaración de amor; la Ella que le abre a una experiencia de la
sexualidad que va más allá de los modos primitivos de concebirla con los que había
convivido hasta entones: Fue entonces que
por primera vez Ella mencionó la palabra coco, que a mí me pareció, entre el
alcohol, exótica pero que era solamente una forma popular de aludir a la
imaginación: "¿A ti no te gusta hacer coquitos?", me preguntó
ella, y como no entendí me explicó que era pensar en cosas sexuales, aunque no
lo dijo con todas esas letras: en una palabra, imaginaciones sexuales.
Otra historia es la presencia patética en Cuerpos divinos de su primera mujer,
Marta Calvo, a quien recurre como refugio sexual tras sus fracasos
extramatrimoniales, pero con quien nada tiene en común salvo que él la
considera su talismán: Cabrera Infante estaba convencido de que su primera
mujer le había traído suerte, y de que gracias a ella había podido orientar su
vida hacia el éxito profesional, por eso no quería ni plantearse la posibilidad
de divorciarse de ella. Devoto seguidor de sus supersticiones, según su propia
confesión, a éstas puede achacárseles la responsabilidad de buena parte de su
biografía, tanto la revelada en Cuerpos
divinos y en La ninfa inconstante como en la que aún dormita en la caja fuerte
de un banco, aguardando su momento editorial oportuno.
Cuerpos
divinos no será la última obra de Cabrera Infante que se publique,
pero sí se puede afirmar que es la obra “de toda una vida”, porque desde 1961en
que la comenzó hasta el año 2005 en que murió, el proceso de escritura, aunque
continuamente interrumpido por otros proyectos, ha sido constante, e incluso de
él se ha desgajado alguna parte que ha acabado adquiriendo una personalidad
novelesca, como es el caso de La ninfa
inconstante.
En el año 1976, en la
entrevista que le hizo Soler Serrano para el programa A fondo de Television Española, Cabrera Infante confesaba que
llevaba escritas 500 páginas de Cuerpos
divinos y que “sólo iba por la mitad”, lo cual significa que la labor de
edición del original ha de haber sido muy importante, quizás decisiva. Ello nos
llevaría a problemas textuales de notable envergadura, puesto que la selección
final de un material tan extenso, en el
caso de que el original se extendiera hasta las 1000 páginas anunciadas por el
escritor, implica un alto grado de responsabilidad en la autoría de la obra. En
cualquier caso, el resultado final que el lector tiene en las manos es muy satisfactorio,
sobre todo por la agilidad con que se sigue el preciso contrapunto de la
peripecia amorosa y política del autor.
Cuerpos
divinos es una autobiografía en la que la vida íntima del autor
aparece explicada con un grado de sinceridad que a mí me ha hecho recuperar la
misma sensación que tuve al leer la autobiografía de Juan Goytisolo, quizás su
mejor obra, junto con Reivindicación del Conde Don Julián, no
menos autobiográfica que Coto Vedado
y En los reinos de Taifas. La
aparición del autor como personaje del narrador, manteniendo la identidad común
de las tres personas –como exigía Lejeune que sucediese para poder hablar de autobiografía con absoluta propiedad–,
constituye un desvelamiento de sí mismo realizado con la valentía de quien se
ofrece al escrutinio público con una exigencia ética de veracidad que gratifica
al lector a lo largo de todo el libro. En ningún momento decae nuestro interés
por las andanzas habaneras y hablaneras de ese “adolescente” enamoradizo, lleno
de literatura, de películas y de música a quien le toca vivir un momento
histórico cuya trascendencia universal otorga al libro un interés aún mayor del
que la propia capacidad artística del autor es capaz de crear con su estilo preciso,
íntimo y despojado de cualquier veleidad literaria. De hecho, hay una crítica
implícita a las obsesiones estilísticas del personaje, consideradas como un
rasgo de su particular personalidad que lo acercan a la banalidad tanto cuanto
lo alejan de la bandería; que lo retratan como habitante de un mundo propio en
el que no parecen tener cabida los acontecimientos históricos, a juzgar por la
declaración de principios que incluye en Cuerpos
divinos y que aparece también, de
otra forma, en La ninfa inconstante: Me hablaron del
estado del país les dije que la única guerra civil que conocía era la
individual –y era verdad. Tanto como era verdad que las mujeres eran mi campo
de batalla; si bien esos acontecimientos históricos acabarían
“engulléndolo”: yo había intentado
olvidarme de la política aunque fuera por un día, pero he aquí que ella volvía
a entrometerse en mi vida, que es reiterada expresión común para cambiar de
tema, para pasar de la vida amorosa a la lucha política, en ese contrapunto que
ya hemos dicho que estructura el contenido de Cuerpos divinos, frases
de paso a las que recurre, incluso acercándose al modelo expresivo del folletín
o del bolero, retóricas a las que fue afecto Cabrera Infante: la política volvió a irrumpir en mi vida por
los caminos más inesperados.
Curiosamente, son más las referencias
cinematográficas y musicales que aparecen en la obra que las literarias, como
si el autor hubiera vivido de espaldas a la literatura o ésta no hubiera
contribuido a su formación sino en una exigua parte. El amor de Cabrera Infante
por el Jazz y la música tradicional cubana, especialmente el bolero, me han
hecho reflexionar sobre un punto que no tardará en plantearse a nivel editorial,
con el reciente auge de los e-book. Las continuas referencias jazzísticas o a
la música popular cubana de Cabrera Infante, auténtica banda sonora de su
autobiografía, ¿no implican la necesidad de una edición en e-book que permitiera vínculos instantáneos a esas referencias para
simultanear su audición con la lectura, de lo que se derivaría un disfrute mayor
de la obra? Yo lo he hecho, con el auxilio de YouTube, y al margen de corroborar la mayor intensidad del placer
de la lectura, lo que he echado de menos ha sido la instantaneidad que
permitiría el formato digital. Será otra manera de editar y también de leer,
pero, sobre todo las autobiografías, biografías y memorias, e incuso los libros
de Historia o hasta algunos ensayos, no podrán volver a leerse ya como antes,
si se leen como los nuevos soportes permitirán hacerlo en el inmediato futuro.
Escuchar el saxo profundo de Sonny Rollins en Poor Butterfly, la
guitarra de Reinhardt y el violín de Grappelli en J’attendrai swing o la
experiencia humana que supone escuchar cualquier canción de Lady in Satin de Billie Holiday, como You don’t know what love is, constituye
no un complemento de la lectura, sino una recreación adecuada de las vivencias
profundas del autobiografiado. Y lo mismo cabría decir de La Freddy
(Fredesvinda García Valdés), protagonista de TTT, con su voz honda, cavernosa, entonando el Bésame mucho, o de cualquier
composición de Numidia Vaillant, Ela O’Farrill, Pío Leyva, Beny Moré o Pedro
Junco, por ejemplo.
Parte importante de Cuerpos divinos es la crónica
sociocultural de La Habana de la que Cabrera Infante, dada su posición en la
revista Carteles y sus relaciones con
la intelectualidad y la política, tiene conocimiento, para recreo y disfrute del
lector. Destaco dos episodios: el relativo a Hemingway y el que nos habla de
Lezama Lima. Se trata de dos escritores antagónicos: un escritor popular y un
escritor secreto. El ácido retrato del primero, un tirano con enorme poder (Si hay algo que odio es la gente consciente
de su importancia, sobre todo cuando son importantes, concluye Cabrera) y
no poco ingenio: ¡La corriente del golfo
es la última tierra virgen!), contrasta con el del desvalido asmático que,
acabado el régimen de Batista se queda sin la pensión gracias a la cual
subsistía. Cabrera Infante será quien proponga a las nuevas autoridades que no
sólo se la respeten sino que se la dupliquen, teniendo en cuenta que puede ser
considerado una “gloria nacional”, lo que le deparó la gratitud eterna del
imponente poeta asmático: El poeta Lezama
Lima llegó en su perorata a aludir al Sturm und Drang pero en su pronunciación
cubana dijo claramente Strungundrán, que desde entonces fue el nombre que tuvo
para mí. Lezama Lima sería el Gran Strungundrán y sus discípulos (los del grupo
Orígenes) los strugundros.
Al lector devoto le producirá
un gran deleite tener a su disposición, como le ha pasado a este crítico, la
misma historia en dos versiones, una factual, por así decirlo, parte
indispensable de su autobiografía, y la otra ficción, reescritura estética de
aquélla. Para mí no hay duda: la versión de las memorias es infinitamente
superior a su reconstrucción literaria. Y enseguida explico por qué.
Tal como está construida la
novela, La ninfa inconstante se
presenta como un monólogo apabullante, aun a pesar de su apariencia dialógica,
pues el oscuro objeto de pasión del protagonista no cumple, en esos diálogos,
más función que la fática. A la ninfa se le reserva la exclusiva función de
asentir y amenizar –izar amenes como banderas de rendición ante la combatividad
narcisodialéctica del autor y narrador y autolector y corrector y espectador de
su propia historia– con el silencio distante de su misterio, inaccesible para
la pasión del autor. Hay quien ha relacionado la novela con la Lolita, de Nabokov, pero, salvando la
atracción que siente el hombre adulto por las ninfas, hay un abismo entre una y
otra. Mientras la culta ironía enciclopédica de Nabokov compone un atormentado
personaje inolvidable, Humbert Humbert, ni el narrador ni la protagonista de La ninfa inconstante tienen entidad para
seducir al lector de modo que su historia se convierta en una historia inolvidable.
Antes bien, tengo la impresión de que esta extracción de material biográfico de
Cuerpos divinos se estrella contra el
manto de literaturización con que Cabrera Infante ha revestido este episodio de
su biografía que con tanta contención, precisión psicológica, deslumbrante
atmósfera y seductor marco social ha escrito en Cuerpos divinos.
El narrador de La ninfa inconstante nos habla de la
obsesión como de la pasión dominante en
nuestra breve vida juntos, pero, a la vista de cómo la aborda, más podría
hablarse de una obsesión filológica que propiamente carnal o sentimental.
Cabrera Infante parece haber construido La ninfa inconstante desde la logorrea, esa
logomaquia que es consustancial al quehacer narrativo de Cabrera
Infante, y ello hasta el punto de convertirse en su queser. ¿Qué sería, en efecto (y en afecto) de él, si no tropezara,
para regocijo de sus lectores habituales y desesperación de la protagonista de La ninfa inconstante, en las decenas de
calambures –nada que ver con los calambres burgueses, sino con el cálamo
burlesco– que actúan como motivos dinámicos de sus obras, y de esta novela en
particular?
El autor es consciente de esa
irrefrenable y singular tendencia creativa,
como no se recata de manifestar explícitamente en el seno de la narración: Comprendí que se había pintado parapintado
para la guerra. Ella quería batalla pero a mí me pareció una mascaramuza. (Es
que no puedo, no puedo evitarlo.), si bien lo hace con una compungida
confesión de su imposibilidad de renunciar al juego verbal que ha definido no
sólo su obra, sino también su vida, pues el autor confiesa en Cuerpos divinos que él y sus amigos eran
muy amigos del chistoseo: nosotros en
Cuba, o al menos mis amigos, hacíamos un chiste de todo: aun de la más dolorosa
realidad, así trascendíamos lo terrible del problema por medio de la risa.
Si bien cuando el periodista Joaquín Soler Serrano –recientemente fallecido– lo entrevistó en el memorable
programa A fondo, en el año 76,
Cabrera Infante ya había sufrido un colapso nervioso postexilio –un caso
evidente de TEPT (Trastorno por estrés postraumático)– del que emergió como un
ser taciturno para quien la risa casi era algo ajeno, así como la locuacidad,
por increíble que parezca. Con todo, Guillermo Cabrera Infante nunca perdió su
acerado sentido del humor, como lo prueba su última contribución periodística,
publicada, una semana después de su muerte, en El País: La Castroenteritis aguda. Estoy convencido de que a Cabrera Infante
le hubiera parecido un prodigio de bienhumorada inventiva que el suplemento de
cultura de La Nación, de 30 de agosto del presente año, titulara su obra “La ninfa instante”, que lo hubiera
celebrado e incluso que le hubiera hecho reflexionar sobre si no hubiera podido
ser un título más apropiado que el escogido por él. Al fin y al cabo, Miriam
Gómez confesó que su marido lo había tomado, mejorándolo, claro, de una
insufrible película (“ñoña, de niñas, dice Ella
que dijo un resucitado G.Cain del film, aunque la aliteración aparece también
en las páginas de La ninfa) de
Maurice Chevalier y Joan Fontaine: La
ninfa constante.
A pesar del entusiasmo
lingüístico y citador (habla de su novela como una casa de citas) con que el autor aborda su narración, una frialdad chocante se apodera enseguida de la
narración, desdibujando la atracción que siente el autor y reduciendo a
escombros el edificio del misterio encarnado por la niña-mujer. La preeminencia
de la Literatura frente a la vida acaba destruyendo la posibilidad de una
reescritura de la Nadja de Breton,
del amour fou surrealista, y nos ofrece,
en su lugar, un vademécum de las referencias literarias del autor, amenizado
por los aciertos expresivos –no todos, ni todos en igual medida– de su ingenio sabichoso, que es una de esas voces cubanas
que inundan tanto esta novela como la autobiografía y que les confiere, a ambos
textos, una verdad vital que ayuda a perfilar el mito hablanero al que Cabrera Infante fue devoto durante toda su
existencia.
De hecho, el autor declara en
la novela la posición dominante de su pasión literaria frente a la
desconcertante relación con un misterio adolescente cuya evolución final
sorprende tanto al lector como al propio protagonista: su ninfa se revela
lesbiana –o castigadora, que es como las llamaban en La Habana de la juventud del
autor– y le confiesa que ha sido él quien le ha hecho descubrir su verdadera
condición, quien la ha ayudado a descubrirse a sí misma: Ella no negaba la vida pero tampoco la afirmaba. Para mí, la literatura
era más importante que la vida. O era, en todo caso, la forma de la vida. Para
ella no había más que indiferencia y aburrimiento. Es decir, vacío, el vacío.
Pero ella vivía y yo sólo miraba verla vivir y sufría, al principio. Después
como ahora, sólo sonreía –o me reía dentro de mí. De todo ello se infiere
que, en cierta manera, el intento del autor consiste en rescatar aquel ver
vivir que fue en realidad su vida, su única vida, durante un verano.
Con yo tengo mi memoria –final que serviría igualmente para Cuerpos divinos– cierra el autor el libro, no sin antes, con
impecable coherencia, enmendarle la letra al bolero “Veinte años” de la
cantante y compositora María Teresa Vera: “Qué te importa que te ame/ si tú no
me quieres ya./ El amor que ya ha pasado/ no se debe recordar.” Cabrera Infante reescribe los dos últimos
versos para poder combatirlos con total coherencia y los convierte en: “el
tiempo que ha pasado/no se puede recobrar”. Y digo combatirlos porque, siendo
cierta la sentencia impostora, de raíz heraclitiana, La
ninfa inconstante constituye un intento a medias logrado de recobrar un
episodio de la vida del autor que le hizo compañía cincuenta años y le exigió
una plasmación novelesca. No fue aquella obsesión fría la más adecuada historia
para escribir un bolero, pero no es menos cierto que algunos de estos sí que
constituyen la banda sonora original de una historia de final tan sorprendente.
El Che: hombre de mediana estatura, de barba completa aunque rala y con un gran parecido con Cantinflas. Usaba boina y fumaba un puro.
ResponderEliminarCastro el de los eternos sermones: Máximo Líder, pistolero de endiablada, además de prolija, retórica insufrible. Por su causa, el pueblo cubano padeció y sigue padeciendo de Castroenteritis Aguda..
Armando Hart, ministro de educación: Hablaba con eses escupidas que lo acercaban... a un mongoloide: “Tenemos que intimidar con Venezuela y tenemos que intimidar con México y con Colombia”...
Tengo la impresión de que España cada vez se parece más a Cuba...