jueves, 23 de enero de 2014

La reseña literaria: Un género en miniatura


Teoría precipitada de la reseña literaria 

(Incluye un breve desafío de emparejamientos 

para lectores morenos*).

A Margaret y compañía, de La patrulla de salvación, por su labor benemérita

La reseña literaria es un género con  larga tradición en la República de las Letras. Muy distinta de la crítica académica, tan envarada y prosopopeyesca y con una engolada retórica campanuda, la reseña periodística y revisteril, pues es en esas páginas efímeras del día a día o de los hebdomadarios donde hallamos las realizaciones del género, tiene un estilo ágil, vivo y directo que busca, con una extraordinaria capacidad de síntesis –los reseñadores que la tengan, claro está–, impresionar al aficionado a la lectura para convencerlo o disuadirlo de leer o no leer, respectivamente, una obra literaria, de preferencia contemporánea pero sin desdeñar los clásicos y las reediciones de obras descatalogadas o que súbitamente recuperan el prestigio que nunca tuvieron.  Buscan, colateralmente, establecer una complicidad con el lector, a sabiendas de que crearse un público fiel es una de las señales inequívocas de haber triunfado en este arte efímero de la reseña literaria.
Las reseñas suelen aparecer agrupadas en los suplementos literarios de los diarios o en alguna sección de críticas del hebdomadario, el mensual o el bimestral que se tercie. Da igual el soporte, las leyes de la reseña se cumplen en todos ellos con idéntica exactitud, porque se trata de un género sencillo y al alcance de cualquier plumilla de medio pelo o pelo entero.
Sin arriesgar una enumeración completa de las leyes que rigen el género, dándole su razón de ser, enunciaré algunas para, a continuación, proponer a los lectores morenos un sencillo ejercicio: emparejar los juicios críticos con las obras sobre las que se han formulado. Avanzo ya que no quiero privar a nadie de su merecido descanso nocturno, por lo que, si se desesperan en su labor casamentera, pueden recurrir al suplemento literario que escogí al azar para esta reflexión teórica: el nº 1.148 de Babelia, aparecido en  El País, el 23 de noviembre de 2013, suplemento que extraje de entre los esperan junto a periódicos y revistas el momento de ser bajados al contenedor de reciclaje.
He aquí, pues, sin mayor demora un extralimitado decálogo de una actividad que, a pesar de su deseada proyección  social, suele quedar restringida al complejo territorio de la anárquica República de las Letras:
1.    El principal objetivo de un reseñador es que el lector se pregunte: ¿Quién ha escrito esto? Y esto no puede ser sino la propia reseña, no la obra reseñada
2.    La autoafirmación del reseñista pasa por oponerse, ¡hasta con fiereza argumental!, a la corriente general de plácemes o rechazos de la obra que comenta, según sondeo hecho entre sus allegados. Cuanto más a contracorriente sea hecha la reseña, más posibilidades tiene de convertirse el reseñador o reseñadora en el auténtico protagonista de la recepción social de la obra.
3.    No hay reseña ortodoxa que no incluya una referencia crítica de estudiosos a los que casi nadie ha leído y menos aún comprendido, y  da igual que sean formalistas, situacionistas, deconstructivistas, narratólogos o semiólogos, cualquier escuela menos la estructuralista, por supuesto, y menos aún la estilística…
4.    El reseñista ha de ser capaz de usar adjetivos definidores y contundentes, eludiendo los tópicos al uso, pero sin caer en el uso críptico que mantenga en la ignorancia al receptor sobre lo favorable o adverso de la crítica, extremo éste que ha de quedar “meridianamente” claro en la reseña.
5.    Aunque está terminantemente prohibido desvelar los misterios de la trama, el reseñista bien puede transgredir esta prohibición si con ello le puede ahorrar unos euros mal gastados al receptor, en el caso de que la crítica de esa trama forme parte de los defectos básicos.
6.    La reseña ha de tener en cuenta el resto de la producción del autor o autora reseñado y marcar oportunamente qué lugar ocupa la novedad que se critica en dicha obra, lo cual siempre es una excelente oportunidad para orientar con caridad crítica al reseñado.
7.    Como no hay reseñista que no sea a su vez autor –excepto casos para los que sobra una mano contable– conviene leerlas con cierta prevención, porque el “hoy por ti, mañana por mí” es una férrea ley no escrita que preside este género.
8.    Una reseña ha de ser un escalón en la promoción del reseñador, no un fin en sí misma. Se han de calcular, así pues, las consecuencias que en los despachos editoriales pueden tener las censuras o alabanzas a las obras por ellos publicadas, pues permitirán que dichas puertas se abran generosas o se cierren despechadas.
9.    La claridad expositiva está reñida con la buena reseña. Cuanto más esfuerzo de comprensión exija del receptor, más tenderá a recibirla como el no va más de la hermenéutica.
10.         La reseña es una miniatura, de ahí que la ironía haya de buscar la complicidad, ante la imposibilidad de desarrollar la argumentación y ofrecer pruebas.
11.          Las citas de la obra han de tener un valor apodíctico: ninguna prueba más contundente de la bondad o la maldad de la obra. Deben usarse con moderación. Normalmente ponen más en evidencia al crítico que al autor, bien porque reflejan la poderosa ironía del crítico, bien porque exhiben el patetismo de su candidez estética.
Y ahora pasemos a la parte práctica.
Enuncio en primer lugar las obras y a continuación los juicios extraídos de las reseñas que las “sentencian”, porque, aunque no lo haya recogido en la lista, hay un marcado componente “judicial” en el género de la reseña. Como he pretendido ofrecer una muestra representativa de los usos reseñísticos, es evidente que algunos recursos de los enumerados difícilmente pueden adjudicarse a una obra en concreto, pero la mayoría de ellos son explícitos, y algunos crueles, que es otra de las características no reseñadas en  mi sobrepasado decálogo: que suelen ser, las reseñas, vehículo de venganzas y ajustes de cuentas que se desean públicos. No siempre, con todo, quedan éstas impunes, como vimos con la defenestración de Ignacio Echevarría, de cuyos réditos aún vive, con más pena que gloria…, y todo porque se atrevió a constatar algo evidente, obvio: que el nivel emocional de los personajes de Atxaga sólo admitían el parangón con los de Martín Vigil, pero así se escribe la historia menuda de este género cenagoso.
Obras
Sin ruido. Robespierre, La virtud del monstruo. El cielo ha vuelto. Voces comunes y otros poemas (Obra reunida 1997-2006). El buen hijo. Recuerdos del Madrid de la posguerra. Las reputaciones. Antología  universal del relato fantástico. Londres NW. Los combatientes.
Juicios críticos:
1.    La efervescencia de la sátira y la acrimonia de la épica cotidiana.
2.    El atrevimiento de querer experimentar.
3.    Los indecorosos cánones joyceanos.
4.    La Santa Trinidad libérrima de Burroughs, Bekett y Bukowski.
5.    Sintagmas nacidos de una brutal capacidad de observación.
6.    Una novela en tiempo real que más parece revelada que preconcebida.
7.    Prosa eléctrica y punzante.
8.    Aúna ironía a raudales.
9.    Impresionante antología.
10.Sobrio y clásico ejemplo del género.
         11.Soportan mal una relectura.
         12.El delicioso final.
         13.El género narrativo más vulnerable [el cuento].
14.Acecha una pregunta inteligente, una pregunta sin respuesta.
15.En algunos lares la van a leer así, con la torpeza mamífera de la inercia.
16.[El presente] Casi siempre peligrosamente infartado de  pasado.
         17. Zizagueo de suspense.
18. Eficacia narrativa, amparada en el contraste entre dos mundos.
19. Diversidad de peripecias (que se ajustan a las tipologías de manual).
20. Un relato plano, a menudo amparado en el énfasis grandilocuente.
21. Siempre anclado (el relato) en el registro melodramático que llega incluso a rimar lo cursi y lo prosaico.
22. Deudor absoluto de la más pura cepa folletinesca, tanto en la concepción de personajes y conflictos (…) como en lo referente a resabios discursivos o al modo de contar.
23. No hay ni un solo adjetivo que le diera algo de vida, de impulso literario, de voluntad de (algún tipo de) estilo.
24. El final es inverosímil, gratuito.
25. [Algunos personajes] engordan el casting y producen bulla sin aportar nada.
26. Dialoga con muchas voces, antiguas y contemporáneas.
27. Hace converger la dicción áurea y el asunto doméstico.
28. Asunto central, a la vez aglutinador y desintegrador.
29. Esta obra breve, estricta, culta y conmovedora, curiosa en todos los sentidos del término.
30. Excelente y rigurosa novela histórica.
31. Ha articulado ingeniosamente géneros y tradiciones literarias.
32. Como una muñeca rusa, la novela contiene una obra de teatro.
33. Aparte de la lucidez y el humor, muy bien representados.
34. Sale airosa del desafío.
35. Lírica de contornos esenciales, austera en su dicción y ascética en su visión.
36. Transita entre las paradojas que conforman la materia de la escritura.
37. Mínima en su decir, pero ajena a un minimalismo de diseño, esta poesía se funde con  una naturaleza panteísta.
38. Excelente libro.
39. La obra disecciona los ritos de paso.
40. Brilla en acotaciones.
41. Hay dos aspectos que me han interesado vivamente.
42. Una recuperación parcial, personal, subjetiva.
43. Un retrato ácido de una España negra.


 *Busque un poco entre los clásicos, el sufrido y abnegado lector de este Diario y verá la diferencia que va de un cándido a un moreno lector, todos queridos por quien escribe, sin embargo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario